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RECREACIÓN NOVELADA

Serrano Súñer. Historia de una conducta

Ignacio Merino

Planeta, Barcelona, 1996

Prólogo de Paul Preston

320 págs.

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Suele decirse que el principal escollo a sortear cuando se aborda el difícil género biográfico es la identificación excesiva del escritor con su personaje, dado que la comprensión (en su más profundo sentido), imprescindible de toda buena biografía, puede derivar casi insensiblemente en la justificación de todas y cada una de las acciones de la figura estudiada. Hasta Paul Preston, radical antifranquista –y autor del prólogo de este libro– bromeaba no hace mucho acerca de hasta dónde habría podido llegar su compenetración con Franco de haber seguido profundizando en la biografía del general. Aquí se ha soslayado ese problema del modo más expeditivo: el autor desaparece prácticamente para dejar terreno libre al personaje, que campa a sus anchas dando a cada paso su propia visión, que se convierte así no sólo en la versión verdadera sino, como tal, en la única (relegadas todas las demás a la condición de insinuaciones malévolas, distorsiones provocadas por la envidia o la rivalidad política, o hasta simples calumnias). Hubiera podido comprenderse que Merino, deslumbrado por la talla intelectual y política de Serrano Suñer, dejase arrumbada su antigua militancia izquierdista y escribiera una biografía justificativa de la trayectoria del «cuñadísimo». Pero, aun así, una biografía que merezca tal nombre requiere el manejo diestro de una bibliografía –aquí reducida a la mínima expresión–, una actitud ponderada y el contraste sistemático de la versión del interesado con otras perspectivas. Nada de esto se encuentra aquí.

Recordemos los hechos esenciales: Ramón Serrano Suñer (Cartagena, 1901) entró en la actividad política con el advenimiento de la República, vinculado siempre a las posiciones más derechistas (CEDA y Falange). Su protagonismo político le vino, más que por sus indudables cualidades intelectuales (era, profesionalmente, un brillante abogado del Estado), por dos factores de índole personal: su amistad con José Antonio Primo de Rivera, que le convirtió en su albacea testamentario y, sobre todo, su parentesco con el general Franco (su mujer, Zita, era hermana de Carmen Polo). Jurista relevante, desempeñó un papel fundamental en la construcción del nuevo Estado franquista, al tiempo que propició y avaló la fusión de las distintas familias del régimen (constitución de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS). Pero su papel absolutamente decisivo llegaría al hacerse cargo de la política exterior en unos tiempos particularmente difíciles, en el apogeo de la guerra europea, con el apremio hitleriano para la entrada de España en la guerra, junto con las potencias del Eje. Precisamente ahí se detiene con fruición Merino, defendiendo a capa y espada a su personaje de las extendidas acusaciones de filiación pronazi que se hicieron a Serrano desde entonces. No es éste el lugar adecuado para polemizar sobre el particular. Digamos simplemente que si se quedara ahí, la opción de Merino sería legítima; más aún, el autor no haría más que seguir la senda revisionista que trazaron otros autores antes de él. Pero hacer de la clarividencia de Serrano –contra Franco y todo el establishment franquista del momento– y sobre todo de su habilidad maquiavélica, el factor fundamental de la no entrada de España en la guerra es reducir los acontecimientos históricos a nivel de comedia vodevilesca. Esta última alusión no es gratuita: baste repasar la «escena del sofá» en que un sagacísimo y persuasivo Serrano –hasta la lágrima– se lleva el gato al agua ante el pelele Hitler y todo su Estado Mayor (pp. 105-115).

Por lo demás, es ocioso subrayar que la figura de Serrano Suñer se presta a más de una controversia, de modo que precisamente en su caso no tiene mucho sentido mantener un dogmatismo cerril en sentido favorable o adverso. Pero decir que en él confluyen «las aspiraciones más honestas de las revoluciones burguesas y las conquistas del liberalismo doctrinario y progresista español: libertad de expresión, reunión, cátedra…, sufragio universal y Estado laico» (p. 33) parece, en el mejor de los casos, una broma de dudoso gusto. Del mismo modo, su insistencia en el móvil absolutamente idealista de toda su actividad pública, en contraposición a casi todos los demás personajes de la corte franquista, su clarividencia en política interior y exterior, su permanente disposición al diálogo, la tolerancia y la transacción, y su talante regeneracionista y hasta de reconciliación, dibujan un personaje que ningún historiador serio puede reconocer.

Claro que puede decirse que todo es cuestión de perspectivas. La decepción que esta obra causa al historiador o al curioso con un mínimo de rigor no tiene por qué prolongarse o trasladarse al gran público, para quien esta obra está concebida. Al fin y al cabo, puede argüirse, ésta no es una obra de historia, si por historia se entiende una disciplina científica, el análisis del pasado, o por decirlo en términos más cercanos al tema del libro, el examen crítico de los hechos y figuras del pasado. Ni siquiera se trata de una biografía, sino de una recreación casi novelada, una biopic –al modo anglosajón– como el mismo autor reconoce. Así pues, la historia convertida en ejercicio periodístico del pasado o la biografía a nivel de biopic: todo depende, entonces, del nivel de exigencia del lector.

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Ficha técnica

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