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Realismo tradicional

DIENTES DE LECHE

Ignacio Martínez de Pisón

Seix Barral, Barcelona

381 pp.

20 euros

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Ignacio Martínez de Pisón (1960) ha sido valorado durante más de veinte años, sobre todo y con razón, como un escritor de innegables cualidades y un excelente narrador de cuentos (recuérdense Alguien te observa en secreto o El final de los buenos tiempos), aun cuando ha publicado tres novelas, una de ellas (Carreteras secundarias) con tanta aceptación que ha sido llevada al cine de forma digna. Pero es ahora cuando, con esta que comentamos, el autor se ha aventurado en una novela más extensa y ambiciosa que las anteriores, aunque también, y es oportuno decirlo, escrita con unos materiales y unas técnicas narrativas que siguen al pie de la letra las formas del realismo tradicional, como si de repente hubiera olvidado algunos de los principios que guiaban su escritura en los libros mencionados y hubiera cedido a las conveniencias del mercado.
 

Dientes de leche cuenta una historia familiar que se desarrolla a lo largo de cincuenta años, entre 1937 y 1987, desde la Guerra Civil hasta el asentamiento de la democracia. Pero, por detrás de la historia familiar y de los acontecimientos históricos que le sirven de marco, el narrador centra la novela en la peripecia vital de Raffaele Cameroni, un italiano que viene a España a defender la causa fascista, funda una familia en Zaragoza y acaba contemplando, derrotado, siendo abuelo ya, los despojos de sus ideales y el desenmascaramiento de sus imposturas. En este personaje, imagen certera del ídolo caído, puede verse un evidente simbolismo de los vencedores, del dominio y la caí­da de la dictadura franquista.

También acierta el autor en el simbolismo de los demás personajes. Así, su mujer, Isabel, representa a la España de los vencidos, silenciosa y subyugada; sus hijos, cada cual a su manera, representantes de la generación de españoles que no hicieron la guerra, responden a diversas actitudes, tanto la de quienes se rebelaban contra la dictadura (Rafael), como la de quienes la aceptaban por interés y comodidad (Alberto) o por inconsciencia (Paquito); su nieto Juan representa, en fin, a los españoles de la democracia, afortunados por no haber vivido el franquismo.

Toda la historia, salvo alguna anécdota que roza la inverosimilitud o alguna actitud que surge de modo abrupto e inesperado por causas demasiado livianas (por ejemplo, la separación matrimonial de Isabel), se desarrolla de modo coherente. Sin embargo, existe una enorme disonancia argumental entre el arranque y el cierre de la novela: el prólogo se presenta, sin duda, como una pequeña obra maestra de narrativa breve y, en cambio, el epílogo, aparte de su anodina sucesión narrativa, conforma un desenlace prescindible sólo justificable por el deseo del autor de concluir con un final pastelero y complaciente.

No obstante, el aspecto más comercial e, igualmente, más endeble de Dientes de leche es la construcción del relato con formas tan poco novedosas como previsibles, desde el tipo de narrador hasta la organización de la trama, pasando por el tratamiento del tiempo narrativo. En todos los casos se evita cualquier complejidad que hubiera obligado al lector a implicarse en la interpretación del texto. Así, Martínez de Pisón utiliza un narrador que en ningún momento les causa conflictos ni a él ni al lector: el de tercera persona omnisciente que, además de ser el más tradicional de todos, es técnicamente el menos arriesgado. Un narrador, como se sabe, al que no pueden pedírsele justificaciones en su punto de vista porque domina siempre, en el espacio y el tiempo, el curso de la narración.

Igualmente tradicionales son la trama y el tratamiento del tiempo. Si aquélla se organiza de manera lineal, encerrando la historia entre dos momentos argumentales (el prólogo y el epílogo), éste sólo se permite los saltos en el tiempo cuando son imprescindibles para atar los cabos que han quedado sueltos o cuando se acude a las técnicas de suspensión (y en esto demuestra el autor una especial habilidad) para dejar inconclusa la anécdota y provocar la intriga en el lector, el cual, como es lógico en toda la narrativa que se pretende comercial, la agradece picado por la curiosidad de conocer las causas o las consecuencias.

No se trata de poner en entredicho, por supuesto, el pulso narrativo y el estilo literario del novelista, tanto en esta como en sus anteriores obras, ya que todas se leen con sumo gusto. Se trata, al contrario, de advertir que esto no es suficiente, que por encima de sus virtudes, a Dientes de leche le falta el riesgo narrativo, ante todo estilístico y técnico, que singulariza a una novela y la diferencia de las demás; ese punto literario de sugerencia e innovación que hace de la lectura una experiencia de implicación cómplice, y no una actividad mecánica y fría que pasa al olvido a causa de unas técnicas fáciles sometidas al dictamen de la agilidad narrativa.

No es un caso aislado. Martínez de Pisón sigue una tendencia, asentada hace ya un tiempo en la narrativa española, cuyo objetivo no es otro que el de engrosar el número de lectores que sólo buscan en la literatura el entretenimiento y la comodidad lectora mediante una fórmula tan simple como contar una historia atractiva y actual con una escritura correcta y una estructura transparente. En este sentido es en el que puede decirse que este tipo de novelas mantiene escasas diferencias con las que se escribían y publicaban hace más de un siglo. 

 

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Ficha técnica

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