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Pretérito imperfecto

TODAVÍA TÚ

María Tena

Anagrama, Barcelona

184 pp.

15 €

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Existe una tendencia en la novela moderna, diametralmente opuesta al realismo fotográfico y a la denuncia sociopolítica, en la que priman la idealización, el intimismo y la sutileza. Frente a las desmesuradas empresas decimonónicas, encaminadas a señalar las lacras sociales, o bien llamadas a reflexionar sobre los grandes temas de la humanidad, se instaura en el siglo xx, con el triunfo de la clase media, un nuevo modo de narrar, imper­mea­ble a las contingencias del gran mundo y decididamente centrado en el individuo. En este universo embebido de subjetividad, las cuestiones de gran envergadura se ven reducidas a la anécdota, mientras que los aparatosos despliegues de antaño se reducen a la mínima expresión. Impregna el discurso, asimismo, un aura como de saudade, de nostalgia irreprimible, próxima a la decadencia modernista, si bien ajena a las florituras o la rimbombancia. El ritmo, consecuente con este sentimiento, acusa una morosidad, una delicadeza, propias de la lírica, donde lo que importa no es avanzar en el relato, sino dejarse embriagar por los efluvios del camino.

María Tena, gracias a su última novela, se inserta con todos los honores en dicha tendencia, también cultivada por otras autoras como Belén Gopegui o Esther Tusquets. Es, precisamente, la novelista catalana, y su excelente narración El mismo mar de todos los veranos, una de las primeras referencias que se nos vienen a la cabeza al leer Todavía tú, y no sólo por la semejanza de sus planteamientos, sino, especialmente, por el tono poético que ambas revisten, un registro, por cierto, muy de moda en el cine español de última factura: piénsese, si no, en las películas de Julio Medem o Isabel Coixet, deudoras, a su vez, de la de obra de Resnais, Erice o Kieslowski. Con todos estos nombres guarda estrecha relación la presente novela. Su argumento es muy sencillo: un famoso arquitecto, de vuelta a España después de muchos años, revive, a través de una joven estudiante de arquitectura, el verano de su adolescencia en que, por primera y última vez, conoció el amor verdadero; un idilio que, como no podía ser de otra manera, se demostró imposible, inviable, quedando truncado en la cumbre de la sublimación y el erotismo. La distinta procedencia socioeconómica de los amantes –humilde en el caso de él, acomodada en el de ella–, combinada con la intolerancia de un padre clasista, fueron las causas de la ruptura. Tras ella, abatido y humillado, el protagonista se propuso luchar para enriquecerse, llegar a ser alguien importante y, así, merecer tan alto premio.

La historia de Todavía tú no va más allá de este sucinto resumen. Como se verá, no se trata de ninguna epopeya, ni siquiera de una tragedia shakespereana. La insistencia de la memoria, reflejada ya desde el propio título, ocupa el epicentro de la narración, mientras que el dolor de la separación, el enfrentamiento entre los estratos sociales o la amargura del fracaso, quedan diluidos en la película melancólica que envuelve al recuerdo. El presente, así pues, se ve anegado por la rememoración, hasta el punto de que casi todo lo que interesa al relato ya ha sucedido. Fijos en el pasado e idealizados por el transcurso del tiempo, los mágicos días de aquel verano se nos ofrecen como en una instantánea desvaída y amarillenta, ante la que no nos es dado más que lamentar los errores cometidos. El tono, en este contexto, se revela necesariamente elegíaco, sin concesiones a la frivolidad, pero tampoco al desgarro. El resultado, en fin, es una atmósfera preñada de morriña, muy cercana a la de la obra de Tusquets.

La apuesta, aun así, entraña varios riesgos que se saldan tanto en aciertos como en innegables descalabros. Entre los primeros, se incluyen un profundo poder de sugerencia, basado, más que nada, en el erotismo de las imágenes, y el ya aludido lirismo, producto de una prosa lacónica, en las antípodas de la de Tusquets, y de un estilo admirablemente contenido. En cuanto a los yerros, ya se sabe lo fácil que es, en estos ámbitos, deslizarse hacia terrenos pantanosos y caer en males tan indeseables como la cursilería, la afectación o la monotonía. De los dos primeros, hay que admitir que Todavía tú sale airosa, alcanzando un difícil equilibrio; del último, en cambio, temo que no pueda decirse lo mismo: llegados a un cierto punto, más que mediada la novela, nuestra paciencia comienza a flaquear, y nos preguntamos cuándo piensa la autora dar carpetazo al pasado y contarnos la historia de verdad. La evocación, aun así, continúa y continúa, discurriendo por infinidad de lugares comunes y repitiendo hechos consabidos. De esta forma, lo que en un principio fuera sugerente se vuelve peligrosamente reiterativo, poniendo en jaque la atención del lector. Tan agobiados por el peso de la memoria como el propio protagonista, llegamos por fin a las últimas páginas, tan solo para toparnos con un mínimo giro argumental –que, por cierto, ya se intuía desde mucho antes– cuya trascendencia no justifica, pese a todo, el dilatado discurso que lo ha precedido. Nos quedamos, así, con la certeza de que la novela podría haber sido mucho más breve, y seguramente más efectiva; y es que su tesis principal –la imposibilidad de recuperar el pasado– era evidente ya casi desde el inicio y, por ello, no necesitaba de tanta profusión de detalles, tratándose, además, de una historia tan trillada como la que aquí se nos relata.
 

Todavía tú está escrita con corrección, posee innegables atractivos en su planteamiento y no cabe duda de que alcanza los objetivos que se propone. El lector, ante un largo centenar de páginas, espera una novela y no un relato breve hinchado hasta la hipertrofia. 

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Ficha técnica

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