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Poética gadameriana

Estética y hermenéutica

HANS-GEORG GADAMER

Tecnos, colección Metrópolis, Madrid, 1996

Trad. Antonio Gómez Ramos

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Escribió Pushkin que los traductores son como los caballos de posta de la cultura, y esta traducción es uno de esos casos en los que la llegada del correo es sinónimo de buenas noticias. Lo es por razones variadas: la más evidente, el valor de los trabajos recogidos en este volumen, pero también lo es por el modo en que han sido recopilados y por el contexto y el momento en que se publican. El libro recoge veinte textos de diverso género. Son contribuciones a congresos, artículos, recensiones, conferencias. Están divididos en cuatro bloques, respetando el criterio con el que el propio Gadamer organizó todos los textos menos uno en el volumen VIII de sus Gesammelte Werke; el primero de esos bloques se dedica a las relaciones entre estética y hermenéutica; el segundo constituye –como escribe con acierto el autor de la nota a la recopilación-«una suerte de poética gadameriana» (pág. 47), que se solapa con el tema del primer bloque en el flashback del autoexamen que Gadamer hace (págs. 167171 del artículo titulado «Intuición e intuitividad») de su lejana pero aún presentísima interpretación de la estética kantiana en Verdad y método (las páginas más reveladoras que se han escrito sobre la Crítica del juicio).

El tercero se orienta a las artes plásticas, y el último es un solo texto, el más largo, «Palabra e imagen». Todos están escritos en un lapso de tiempo que va desde los años cincuenta («Sobre el carácter festivo del teatro» es de 1954; «Sobre el cuestionable carácter de la conciencia estética» –todo un resumen concentrado de la noción, central en Gadamer, de «no-distinción estética»– es de 1958) hasta los noventa («Tan verdadero, tan siendo», 1992). De modo que recogen casi cuarenta años de vida filosófica, lo que asemeja esta recopilación de textos (o «plétora», como prefiere llamarla su introductor) a una peculiar autobiografía intelectual. En pequeño formato.

Al leerlos, no da la impresión de que se trate de traducciones, lo que significa que están muy bien traducidos. La familiaridad del autor de la traducción, Antonio Gómez Ramos, con la filosofía del traducido es todo lo evidente que cabría esperar de quien en su tesis doctoral se ha ocupado precisamente de la pertinencia de la traducción en H.-G. Gadamer. El caso es que detrás de los textos se advierte un trabajo científico serio, que incluye la relación personal epistolar del traductor con el autor (eso sí que es tomarse en serio la noción gadameriana de «conversación hermenéutica»). El libro tiene los imprescindibles y útiles índices onomástico y de conceptos, una bibliografía de y sobre Gadamer y una nota que indica la procedencia de los escritos, con sus referencias exactas. En la introducción («Leer arte», págs. 1142), su autor, Ángel Gabilondo, ha optado por presentar los textos por medio de la sugerencia y la puntualización: juega en ella reiteradamente con el lenguaje (incluso inventa términos, como el aquí frecuente «reganar»); presenta el pensamiento de Gadamer de un modo que quiere ser exhaustivo, siguiendo un patrón consistente en instruir al lector para que por favor no entienda en su sentido más obvio lo que en absoluto es obvio (un ejemplo: «Los textos aquí presentados buscan ser leídos. En verdad están escritos con esa necesidad… No sólo para ser leídos, sino, a la par, por haber sido leídos; más exactamente, que son legibles porque son ya lectura; que caben ser interpretados porque son ya interpretación», págs. 14-15). Toda la introducción está intencionadamente revestida del «estilo Allerdings», el mismo con el que Gadamer retrata la obra de Kafka: un continuo «claro que, no obstante», pero aplicado aquí a la filosofía del propio Gadamer (otro ejemplo: «Pero enmudecer no es un mero no tener nada que decir. Es más bien tener qué oír, y estar dispuesto a hacerlo…», pág. 35). La insistencia entusiasta del autor al explicar el significado de algunos de los topoi más clásicos de la filosofía de Gadamer («conversación», «declaración», «leer», «traducción», «acaecer», «verdad», «ejecución») es tal que, si al leer algunos de los textos de Gadamer aquí recopilados nos queda claro que son textos que «hablan», después de leer la introducción lo que nos extraña es que no echen a andar.

Además del valor intrínseco de los textos y de su puesta en escena científica, su traducción resulta oportuna en el contexto en que se publican. Al menos por dos motivos. El primero es que en algunos de los estilos filosóficos más recientes, que tienen parentescos con la hermenéutica (como la ya tradicional deconstrucción), la filosofía ha alcanzado cotas de profundidad en el caso de los propios iniciadores de esos estilos, pero no tanto en sus seguidores y multiplicadores, en los que tiende a inocular una especie de ignorancia cultivada, un modo de argumentar difunto y una nada genial prosa de calambour. Junto a ello, estos textos de divulgación culta del viejo Herr Professor de Heidelberg, cuyo saber se ha curtido durante muchos años de trabajo paciente de reseñista y filólogo en la Philosophische Rundschau, en Gnomon y en otras revistas –que sabe no sólo «lo que opera en nosotros por encima de nuestro comprender» (Verdady método), sino también lo que «cuesta» comprender–, son todo un ejemplo de honradez intelectual.

El segundo motivo es su pertinencia en el contexto filosófico de este fin de siglo, algo que quizá debiera haberse atendido más extensamente en la introducción. Pues no es fácil –quizá tampoco sea difícil– pensar en un título que apellide intelectualmente nuestra época mejor que como lo hace este de Estética y hermenéutica. En nuestra época, la estética, que empezó a formar parte de las disciplinas filosóficas en el siglo XVIII , ha pasado de ser una filosofía regional a convertirse en lo que fueron la ontología, la metafísica o la teoría del conocimiento en el momento en que ella nació: en el saber filosófico más básico acerca de lo real. Hoy ha recuperado su etimología originaria de aisthesis, que aludía a la mediación cognoscitiva, y se ha pertrechado además con las experiencias del lenguaje y del arte, esta última con todas las «autonomías», restricciones y ampliaciones que ha sufrido (o disfrutado); todo lo cual marca las coordenadas intelectuales de la filosofía académica del Occidente del final de siglo. Gadamer, que matizaría esta afirmación con lo que dice en el breve motto que ha escrito para este libro («Son las ciencias, sobre todo las ciencias naturales, las que determinan el modo de pensar de la filosofía», pág. 9), es un eslabón básico, un punto y aparte en esa evolución estética de la conversación filosófica. En el epílogo a la edición Reclam de Der Ursprung desKunstwerkes de Heidegger, Gadamer escribió que para entender la estética de Heidegger había que superar la «noción común» de estética. Naturalmente, se refería a la kantiana, que él mismo interpretó en Verdad y método. De hecho, su proyecto hermenéutico puede entenderse como una ampliación –a la luz de buena parte de la tradición filosófica, pero sobre todo de Hegel y de la estructura de la comprensión habilitada por Heidegger– de los conceptos que Kant redujo al ámbito de lo estético. Por eso tiene plena razón Gabilondo al afirmar que «la experiencia estética no se reduce a conciencia estética» (pág. 19) y Gadamer al decir que «la hermenéutica contiene la estética» (pág. 59), pero porque antes ambas han engullido a la filosofía: si alguien investiga la estética de Gadamer en realidad está investigando la entera filosofía –o la entera hermenéutica, que es lo mismo– de Gadamer. Y también ése es un fondo accesible en estos breves, pero importantes textos.

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Ficha técnica

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