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Una amable reconciliación con el mundo literario

Formas breves

RICARDO PIGLIA

Anagrama, Barcelona

144 págs.

9,83 €

Plata quemada

RICARDO PIGLIA

Anagrama, Barcelona

232 págs.

13,29 €

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La editorial Anagrama ha decidido comenzar a publicar la obra narrativa del polifacético creador argentino Ricardo Piglia (1940), escritor aún de culto fuera de su tierra natal; con la bienvenida iniciativa, el autor de obras tan emblemáticas como Respiración artificial (1980) ––recién publicada– bien pudiera convertirse en guía para algunos de nuestros más párvulos narradores, concentrados en buscar –con diverso tino– el lado oscuro de los miles de perdedores que llenan las calles de nuestras ciudades.

En el «Epílogo» con que se pone fin a Plata quemada, Piglia, además de informarnos sobre la veracidad de los hechos narrados, define su creación como una tragedia griega, en la que «los héroes deciden enfrentar lo imposible y resistir, y eligen la muerte como destino» (pág. 225). En efecto, los personajes que pueblan la novela son héroes trágicos que, expulsados de una sociedad que los ha condenado al repudio más absoluto, deciden enfrentar una osada existencia, erigida sobre un código moral que sólo a ellos pertenece. Las únicas cuentas que han de rendirse se reducen al íntimo círculo con que se convive y se padece el aislamiento del resto; porque, a la postre, la remota posibilidad de redención se encuentra en la lealtad, virtud esta poco frecuentada más allá de los límites del gremio.

En efecto, Plata quemada cuenta los hechos reales acaecidos en el Buenos Aires del año 1965, cuando una banda de delincuentes decidió atracar un furgón cargado de dinero. Los controvertidos acontecimientos acabaron con los tres cabecillas de la trama recluidos en un apartamento, desde el que causaron estragos entre los policías y donde pudieron resistir durante más de un día. Sin embargo, nada importa la veracidad de unos hechos que, desde muy pronto, se trascienden para convertirse en una mera base argumental. Nene Brignone, el Gaucho Dorda y Malito son los héroes de una tragedia con hondo sabor clásico, ya que el espíritu de desmesura que rige sus acciones los lleva a entender la vida como un instrumento completamente inútil. Su relación obsesiva con las drogas y el alcohol es, en este sentido, una forma de autodestrucción y de abolición de los límites impuestos por aquellos que entienden la existencia desde una perspectiva monocroma. De ahí que prescindan del dinero robado y lo quemen, puesto que su misión ha quedado cumplida con creces: lealtad a los suyos y riesgo como parte de unas vidas en que no valen los convencionalismos.

Quizás la mayor virtud de la novela se encuentre en la sabia alternancia de registros y perspectivas. Piglia mecha el desarrollo de los hechos con crónicas periodísticas de época, como forma de mostrar la vacua interpretación que de la epopeya vivida por unos hombres excepcionales –al margen de códigos éticos– hace la sociedad más estereotipada. Pero, además, alterna la narración en tercera persona con los extensos y recurrentes monólogos internos de los personajes, donde, curiosamente, el castellano ágil y vivo se transforma en un remanso de pretensiones líricas como manifestación palpable de la belleza que se esconde en las mentes de sus conflictivas creaciones, dignificadas a través de la palabra.

Prosa viva, en fin, que se hace reflexión teórica en Formas breves, interesante miscelánea que sirve a Piglia para disertar, a viva voz, en torno a sus fuentes, su concepción literaria y los santones de su particular universo creativo. Amén de la devoción y el homenaje rendidos a Macedonio Fernández y Borges, sorprende, ante todo, la clarividencia del argentino para afrontar y hacer palabra premisas literarias tan obvias y, a la vez, tan abandonadas, que produce pavor verlas estampadas en el papel con esa su claridad meridiana. Como muestra, un botón: «[La] ilusión de falsedad es la literatura misma», cuando una caterva de novelistas intentan hacernos creer en la enfermiza necesidad de convertir la literatura en un cajón reproductor de vulgares cotidianidades. Pero, sobre todo, la conciencia de que las más excelsas formas artísticas surgen o se desarrollan a partir del caos más absoluto: «Un pianista insomne busca, en la noche, los restos de una música que se ha perdido. Son siempre pasos en la nieve: marcas silenciosas en una superficie blanca. Allí se encierra el sonido de los sueños» (pág. 45). O, por qué no, la asunción de la literatura como la expresión infinita de posibilidades, una forma en continua construcción, que vive en un tiempo ajeno al lineal que rige la actividad humana. En definitiva, poética de la reflexión amasada a golpe de años y lecturas que provoca una amable reconciliación con el mundo literario, porque, a fin de cuentas, no resulta tan frecuente encontrarse con un artista de la palabra sabedor de su labor y sus limitaciones y que, sobre todo, sabe disfrutar y transmitir el goce que deriva de la convivencia con los textos.

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Ficha técnica

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