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La cocina del texto

Para amantes y ladrones

PEDRO ZARRALAUKI

Anagrama, Barcelona, 215 págs.

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He seguido la obra de Pedro Zarraluki, libro tras libro, como un lector fiel y como un crítico (lamentablemente no siempre podemos escribir del libro que más nos gusta) inconstante. Pero todos sabemos que, casi siempre, lo que haya en nosotros de lectores es más libre y más lúcido y sincero que lo que podamos tener de críticos. En fin, no me sorprende, por tanto, que quien ha cultivado con fortuna el cuento y la novela desemboque en un libro como este, en el que uno y otro género aparezcan engarzados. La fórmula tiene en nuestra narrativa un pedigrí clásico y moderno, de Cervantes a Juan Eduardo Zúñiga o Juan José Millás, y en catalán Robert Saladrigas, por sólo citar a unos pocos escritores actuales que aprecio. De las varias posibilidades que la fórmula permite, Zarraluki ha escogido la de los cuentos con marco. Pero el autor no se contenta con transitar por un camino tan añejo como remozado sino que parte de él para indagar en sus recovecos por medio de diversas variantes. La primera de ella es la voz narradora, el punto de vista que empieza observando las cosas desde fuera para, poco a poco, ir implicándose en la acción, incorporándose al mundo de los adultos.

El argumento es bien conocido: un editor que vive retirado en el campo, en una masía del Ampurdán, va a cumplir setenta años y para celebrarlo invita a su casa a pasar un largo fin de semana a sus mejores autores, a los que les encarga un cuento sobre el malentendido. En el momento que llegan, estalla una tormenta y el azar lleva hasta la casa a un joven del pueblo, de 17 años, al hijo del reputado cocinero de la localidad, al que el editor quiere educar y se empeña en que escriba. Todas las andanzas y conversaciones, los encuentros y tensiones que se producen en ese espacio cerrado no son más que una representación de ese gran teatro que es la vida para los asombrados ojos del joven. ¿Novela, pues, de iniciación, rito de paso? Sí, también.

Los seis invitados escriben (con la excepción de Polín), viven y cuentan las historias que están componiendo por encargo del anfitrión, aunque muchas de ellas sólo están esbozadas. Casi lo único que se nos da completo son dos microrrelatos (págs. 114, 168 y 169). ¿Ficción metaliteraria, por tanto? Sí, también, pero… Y quizá en todos estos síes, pero no sólo…, estriba precisamente el encanto del libro de Zarraluki, una novela que puede parecer de tono menor pero que, por su habilidad para ir de menos a más, de lo trillado a lo desconocido, y debido a la adecuación entre las pretensiones y los resultados, se acerca al tono mayor.

Leyendo esta novela y recordando algunas apreciaciones sobre la utilización de lo biográfico en la ficción, no he podido dejar de pensar que hay más sustancia autobiográfica en un libro como éste, en el que el autor se implica, con su peculiar mirada sobre el mundo y sus gustos, en el que la fabulación es un marco, una excusa retórica, que en todos aquellos otros en el que se relatan los sucesos más o menos anecdóticos de una vida.

En estas páginas, cuyo título –metáfora del oficio de escritor-procede una canción del saxofonista norteamericano Ben Webster, me ha parecido observar, como en ningunas otras suyas, que están los libros que le gustan y los platos que pudiera cocinar Zarraluki, su visión del mundo, y se nos dan en esa justa proporción que tienen todas las buenas narraciones.

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Ficha técnica

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