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Historias de julopios y cortamas

PAPELES INESPERADOS

Julio Cortázar

Alfaguara, Madrid

488 pp.

21,50 €

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El primer problema que plantea este libro, en cuanto que materia para leer, es cómo hacerlo. Al detenerme a pensarlo, algún diablo cojuelo me sugirió que Papeles inesperados, como Rayuela, es en realidad dos libros: uno puede leerse de manera fama, y el otro de manera cronopia. Elegí la que ya se imaginan (por muy poquita imaginación que tengan), y como primera providencia le adjudiqué el número 1 al texto de contraportada, el 2 al del prólogo de Carles Álvarez, y así sucesivamente, hasta el 112, el poema «Viela».

La segunda providencia fue establecer un tablero de dirección que reprodujese el de Rayuela, pero suprimiendo –como es lógico– los capítulos 113 a 155, y sin jugarle al lector de mi reseña la mala pasada de «olvidar» el 55, igual que Cortázar en su libro. [Obvio es decir que cada lector puede componer su propio tablero de dirección, según le dé la real gana, qué sé yo, numerando de atrás para adelante los distintos textos, de modo que el poema final fuese el 1 y al prólogo le tocase el 111, y/o prescindir de la contraportada, sustituyéndola o no por los textos biográficos de las solapas. Nada le está vedado a la fantasía. Pasen, señoras y señores, niños y militares sin graduación, pasen al mundo de los cronopios.]

De mi cronopia lectura resultó que, de una llamada de solidaridad a la colecta a beneficio de los artistas Susana y Leopoldo Novoa, cuyo taller fue destruido por el fuego (y en ella hay ya una referencia a Todos los fuegos el fuego), pasé a la contraportada y el prólogo de Carles Álvarez y el primer cuento. Y no puede ser sino una casualidad cronopia que los tres textos cronopiales haya que leerlos secuencialmente a continuación de un texto tan cronopio como «Secuencias», lo que hubiera sido imposible con el tablero de dirección original. Y, desde luego, sí es casualidad que el texto «Los monstruos en acción» vaya seguido por el primero de los «De un tal Lucas», protagonizados ambos por Calac y Polanco, los pitufos del mundo cronopio. ¿Y qué decir si del texto de «Lucas y sus poemas escritos en la Unesco» salté al poema «Las buenas conciencias» con su referencia específica a esa organización internacional? Y me dejo en el tintero muchas otras relaciones subterráneas que sería farragoso explicar.

Una página de Cortázar es una página de Cortázar es una página de Cortázar es una página de Cortázar, y si tu química conecta con la del gran cronopio, eso te vuelve rayueladicto para el resto de los días de tu vida. Incluso cuando te encuentras, como sucede en este libro, con algún texto contado a una segunda persona del singular («Relato con un fondo de agua»), y aún más si está dirigido a una segunda del plural («Discurso del Día de la Independencia»): un Cortázar diciendo «Me ha correspondido el deber –que es también un honor– de dirigiros la palabra. […] Para vosotros, pues, estas simples cosas que mi corazón habrá de deciros hoy», un Cortázar así, leído desde una tesitura cronopial y sin tener en cuenta la cronología, casi suena a parodia involuntaria de Enrique Larreta (¿recordará alguien quién fue Larreta, autor de La gloria de don Ramiro, un argentino del siglo XX escribiendo adrede en castellano del siglo XVII?).

De lo dicho se desprende que acaso sea éste el mayor mérito del libro misceláneo inesperado que la suerte nos depara. Completa la imagen del autor, rellena espacios, acorta distancias respecto a otros textos, de suyo contemporáneos, pero que con algunas de estas páginas se redimensionan, adquieren un peso que no tenían. Pienso en especial en un reproche que se le hizo (y hace) a Cortázar, y es que políticamente era un ingenuo. El reproche proviene incluso de quienes bien lo quieren e intentan de ese modo descargarlo del pecado de haberse mantenido fiel hasta el final a la Revolución Cubana. Pero basta con leer las veintitrés densas páginas con que respondió al cuestionario que le hizo Life en español, en 1969, para darse cuenta de que Cortázar no tenía un solo pelo de ingenuo. Y no hace falta ser un lince para comprender que cuando habla, en 1983, de «la crítica cada día más necesaria frente a la fosilización lingüística que con frecuencia mediatiza y hasta anula el mensaje revolucionario», el lector escucha de fondo, como fuente de inspiración cortazariana, cualquiera de los gárrulos y esperpénticos discursos de Fidel.
 

Papeles inesperados es un libro tipo cajón de sastre y, por lo mismo, no es oro todo lo que en él reluce. Pero bastaría la página y pico de «En Matilde», cuya protagonista habla en cortázar (el idioma oficial de los cronopios), para que hubiese valido la pena rescatar estos textos: «La oficina viene a las nueve y por eso a las ocho y media mi departamento se me sale y la escalera me resbala rápido porque con los problemas de transporte no es fácil que la oficina llegue a tiempo. El ómnibus, por ejemplo, casi siempre el aire está vacío en la esquina, la calle pasa pronto porque yo la ayudo echándola para atrás con los zapatos: por eso el tiempo no tiene que esperarme, siempre llego primero. Al final el desayuno se pone en fila para que el ómnibus abra la boca, se ve que le gusta saborearnos hasta el último». Y en «Hospital Blues»: «El hospital tiene sus ventajas –sostiene Polanco–, vos te relajás de las crispaciones de la vida, y esas ricuchas que circulan por el pasillo se ocupan de vos y te dicen que todo va bien, cosa que otros no se animarían porque en una de ésas andá a saber».

Inequívocamente cortázar (sic). Habría que empezar a hablar de él parafraseando lo que le atestiguan a Gardel en el Río de la Plata: «Che, Julio, cada día escribís mejor».

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Ficha técnica

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