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Un novelista de éxito

TRECE TRISTES TRANCES

Albert Sánchez Piñol

Alfaguara, Madrid

162 pp.

17,50 €

Pandora en el Congo

Albert Sánchez Piñol

Alfaguara, Madrid

436 pp.

19 €

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Albert Sánchez Piñol (1965) obtuvo un gran éxito con La piel fría, su primera novela. Con la segunda, Pandora en el Congo, publicada en catalán en 2005 y traducida al castellano ahora, no sólo ha mantenido la aceptación del público, sino que ha logrado los elogios de la crítica, tanto en Cataluña como en los países europeos en que se ha editado. No hay que rebuscar mucho en sus obras para descubrir las causas de esta notable popularidad entre los lectores, pues son evidentes: Sánchez Piñol exhibe tales condiciones como narrador que sobrepasa con creces el nivel que pudiera considerarse estándar entre los novelistas actuales.

De entrada, su tenaz adscripción al género fantástico resulta muy atractiva en la actualidad. Las novelas y los cuentos de Sánchez Piñol, en línea con ilustres antecesores literarios, incrustan los elementos fantásticos en la realidad cotidiana para que ésta estalle en un determinado momento y diverja en direcciones imprevistas, mediante metamorfosis insólitas, recurrencias y analogías míticas o anécdotas e ingredientes originarios de la ciencia ficción. Son, además, historias de tipo clásico que transitan por los derroteros del subgénero de aventuras y contienen aquellos aditamentos tan habituales en él, para captar el interés del lector, como las anécdotas amorosas que persiguen su benevolencia sentimental y los golpes de humor que contribuyen a su solaz y entretenimiento.

Por otra parte, Sánchez Piñol posee una capacidad manifiesta para construir las tramas narrativas y dosificar el ritmo de los materiales que conforman la historia. Nada es seguro ni queda cerrado en su desarrollo y nada está dicho hasta el final de la novela. En Pandora en el Congo presenta una trama perfectamente ajustada y emboca el relato en una vía de dirección única, modulada por clímax parciales y, en su mayor parte, imprevisibles. El principio que sustenta este recorrido es una mirada refleja de la realidad para descifrar el engaño de las apariencias y advertir la trampa de querer ver lo que no es. No es fácil administrar la intriga, como él hace, mediante técnicas adecuadas de suspensión que van sorteando a cada paso los hechos o los comportamientos previstos, pues las anécdotas no se suceden de forma mecánica, sino que de improviso cambian su sentido o dan una vuelta de tuerca hasta confluir en la sorpresa final del desenlace.
 

Pandora en el Congo cuenta la peripecia de Thomas Thompson, un negro literario que escribe por encargo la crónica de un crimen con la obsesión de descubrir la verdad y que su novela sirva para exonerar de su culpa al acusado Marcus Garvey. La historia se sitúa en los años de la Primera Guerra Mundial, pero el narrador la recupera y la escribe en primera persona más de sesenta años después, lo que le proporciona una visión más completa, pero también más distanciada, de los hechos y las circunstancias del crimen, del juicio y de su propia implicación en ellos. La novela, por tanto, aparte de su categoría fantástica y de aventuras, se inserta en la tradición del relato judicial que trata de desenmascarar las evidencias y en la de los relatos de perdedores que ponen su alma y su condición en empeños que a la larga se vuelven contra ellos. Es notable, dentro de la novela, el relato de ciencia ficción protagonizado por los tecton, seres intraterrestres que amenazan con invadir el mundo, con su historia de amor entre Garvey y Amgam, la mujer tecton; pero más aún la pericia del novelista para solucionar los posibles riesgos de inverosimilitud. Sin embargo, a Pandora en el Congo pueden ponérsele dos objeciones importantes: la primera deriva de su tesón por lo imprevisible que, si en principio es una virtud, su abuso predispone al lector a esperar en todo momento la repetición del recurso; la segunda tiene que ver con la escritura, donde se producen algunas incorrecciones, y no por culpa –es fácil comprobarlo– del traductor.
 

Trece tristes trances es, según el título, un conjunto de trece cuentos, publicados en catalán el pasado año, que prosiguen las tendencias de género y escritura que se han comentado en la novela. A lo fantástico que hace estallar la realidad cotidiana, las metamorfosis, la ciencia ficción, lo mítico y el humor, se añade la humanización, semejante a las fábulas, de animales y objetos inanimados: personas de la luna caídos desde estrellas fugaces, cebras y espantapájaros con habla y sentimientos, metamorfosis de brazos en forma de pata de elefante, un armario que engulle personas y animales y los devuelve al cabo del tiempo, etc.

El libro, no obstante, es muy inferior a la novela. Salvo los titulados «La nave de los locos» y «La solidaridad que vino de las estrellas», que se defienden con su humor esperpéntico, los cuentos de Sánchez Piñol comparten idénticos defectos de desmesura y repetición: parten normalmente de una anécdota extravagante y se obcecan, sobrepasando a Poe, en un final que pretende ser sorpresivo (pero poco sorprendente) a golpes ingeniosos (no de ingenio) que rozan el tópico. Véanse, como ejemplos, el desarrollo y el desenlace de los titulados «De chiquitín, tos de mastín…» y «Entre el cielo y el infierno». Los cuentos son miméticos en estructura y técnicas, lo cual elimina el horizonte de expectativas, pues el lector contempla al final lo que ha adivinado desde el comienzo de cada relato. Y, aún peor, sus trucos literarios están a la vista, sin simulación, lo cual perjudica a la totalidad de los textos, ya que, como dijo el clásico, «Cuanto mejor se hace una cosa, se ha de desmentir la industria»; es decir, cuanto más ocultos estén los artificios y las herramientas usados en su creación, más excelente será el resultado.

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Ficha técnica

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