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Finanzas catalanas, patriotismo español… y Europa, al fondo

El peatge de Catalunya y la fi de la història espanyola

JOSEP C. VERGÉS

Edicions La Campana, Barcelona, 1997

224 págs.

Amarás a tu tribu

ALEIX VIDAL-QUADRAS

Planeta, Barcelona, 1998

232 págs.

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El peatge de Catalunya, de Josep C. Vergés, en el que se reúnen artículos publicados en periódicos de toda España, es un apasionado alegato nacionalista. Alegatos nacionalistas hay muchos, pero éste tiene una particularidad: su autor, Vergés, dice ser, o cree ser, un liberal radical, un hayekiano, y, de éstos, hay menos.
 

LAS CONTRADICCIONES DE UN NACIONALISTA ARDIENTE… Y LIBERAL

Vergés es, no pretende dismularlo, un ardiente nacionalista catalánComo buen nacionalista, el autor tiene una obsesión con la lengua y otra con Madrid. En cuanto a la lengua, su defensa del catalán le lleva a mencionar al periódico «Hoy», de Badajoz, como el «Avui» de Badajoz; a llamar Pere al ex ministro Solbes –seguramente, porque es de Alicante–; a recordarnos que en Roma llamaban «catalanes» a los valencianos Borja, o, a informarnos de que la palabra inglesa «parliament» viene del catalán «parlament». Las referencias a Madrid cubren diferentes registros, de inocuos a delirantes, pasando por los discretamente líricos. Desde afirmar que Cataluña es una economía «abierta a los caprichos de Madrid», o que «la fría sombra de Madrid contamina el oasis catalán», pasando por describir a Madrid con «la provinciana capital del centralismo derrotado» o atribuir a Madrid el siguiente maquiavelismo: «Madrid quiere recuperar protagonismo jacobino de alta cirugía macroeconómica con la excusa de Maastricht». Además, las autopistas ocupan un lugar destacado en sus alegatos, en tanto que símbolo máximo de la discriminación financiera contra Cataluña: son pocos los capítulos o secciones donde no se reitera que las autopistas catalanas son de pago, mientras que las de Madrid son gratis. En algún momento, aunque con vacilaciones, la obsesión por las autopistas se traslada al agua. (Vergés no debe conocer las tarifas del Canal de Isabel II.) . Cree que Cataluña no ha dejado de sufrir desventajas, saqueos y humillaciones por su sumisión a la Corona, o al Estado español: «A lo largo de ciento cincuenta años, los economistas catalanes denuncian el saqueo sistemático (sic) de Madrid». Su alegato se extiende también a Baleares, Valencia y Alicante, es decir, a los «Países Catalanes», cuyo único común denominador es, obviamente, hablar catalán o sus dialectos: en los años treinta, el mallorquín Llorenç Villalonga, el autor de Mort de Dama y de Bearn, se refirió con ironía al «imperialismo de la Rambla de Canaletas», que, al parecer, sobrevive.

Algo que resulta sorprendente en Vergés, dado lo furibundo de su nacionalismo, es que no sea o, al menos, no se manifieste independentista. Sí se manifiesta partidario del Estado de las Autonomías diseñado en la Constitución de 1978. Cree que la Constitución y el Estatuto de Autonomía pueden proteger a Cataluña de la opresión centralista y que, bien utilizadas, esas corazas jurídicas pueden situar a Cataluña mejor que nunca en su historia (hay que entender, suponemos, desde 1715) respecto a esa opresión, real o potencial.

Vergés cree ser, también, un liberal hayekiano, según resulta del último capítulo del libro: «La economía moral: Cataluña y el fin de la historia», que es un resumen de algunos conceptos básicos de Hayek sobre la espontaneidad del orden social y las funciones del mercado.

Pero, ¿se puede ser nacionalista apasionado y, a la vez, liberal hayekiano? Nos tememos que no es fácil evitar algunas contradicciones.

En el ámbito cultural, Vergés es radicalmente contrario a lo que denomina el «proteccionismo cultural» y sostiene que ni siquiera éxitos mundiales, como el de la película Belle epoque, justifican un montaje financiero oficial para subvencionar cultura. Pero, simultáneamente, no tiene ningún reparo en dar su bienvenida a la «normalización lingüística (catalana) subvencionada», nada que objetar a los esfuerzos de ingeniería social y lingüística de la Generalidad –aparentemente, sin importar coste– para hacer de Cataluña un país monolingüe, en catalán, naturalmente.

Pero hay más: Vergés manifiesta su escándalo por el contenido de algunas emisiones de radio y televisión y afirma, que «no se puede permitir que radios y televisiones de Madrid emitan en Cataluña sin respetar su realidad»; también afirma que «sin la invasión españolista de libros, radio-televisión, cine y periódicos, Cataluña reflejaría rápidamente la realidad de estos hábitos familiares de los catalanes» (se refiere a hablar normalmente en catalán). ¿Está sugiriendo que la Generalidad establezca alguna censura o control para que los catalanes sólo puedan oír y ver las emisiones ajustadas a la «realidad» y no las no ajustadas? ¿Establecer cupos a la venta de libros en castellano? ¡No está mal para un liberal radical!

Pasando a la economía, su entusiasmo nacionalista le lleva a atribuir a la influencia catalana nada menos que la bajada de los tipos de interés en España a partir de 1995 o el gran auge del turismo. Es seguro que el pacto de Pujol, primero con el Partido Socialista y luego con el Partido Popular, ha contribuido a estabilizar la política y la economía españolas. Pero de aquí a atribuir al partido de Pujol y al seny catalán todo el mérito, va alguna distancia. Esto no llega a contradicción, es sólo exageración. Donde sí hay contradicción es en sus posiciones sobre política económica y déficit público.

Vergés se rebela contra la posibilidad de que desde Madrid o Bruselas se intente controlar el déficit público del Gobierno catalán: «Es nuestro déficit, del cual responden nuestros políticos. El déficit democrático de Europa no permite justificar las imposiciones presupuestarias. La razón europea no es, en absoluto, sustituto de nuestra voluntad» (todas las cursivas son nuestras: sobran los comentarios).

No parece malévolo, así, entender que a Vergés le irrita profundamente que Madrid, desde su autoridad «estatal», o en nombre de Bruselas o Frankfurt, le recuerde a Cataluña que el control de déficit público también debe cumplirse en Cataluña. Y resulta curioso confrontar esta irritación de Vergés con su sarcástico comentario acerca de lo que pasó con el pacto Felipe González-Pujol en 1996: «Felipe González no pudo resistir tanta disciplina catalana y al tercer año prefirió convocar y perder las elecciones, antes de seguir con un presupuesto controlado» (se entiende, por Cataluña). En suma: si Pujol disciplina el presupuesto de Madrid, y Madrid se harta, esto revela los vicios españoles (o socialistas); pero el Gobierno catalán puede, y quizás, incluso, debe, rechazar el control de Bruselas o Madrid sobre su propio déficit, porque para eso es suyo, o sea, catalán.

DEMOCRACIA Y FINANCIACIÓN
 

Pero, más allá de supuestos agravios históricos, obsesiones, exageraciones y contradicciones, las dos cuestiones que constituyen el trasfondo de las preocupaciones de Vergés son la consolidación de la democracia y la financiación autonómica.

Vergés confía en la Constitución española y en el Estatuto de Autonomía y, aunque no lo dice abiertamente, seguro, en el marco político europeo, y, por lo tanto, cree que el viejo dinosaurio del nacionalismo español, centralista y ciego y sordo a los «hechos diferenciales» –si es que ese animal aún existe–, no podría, aunque quisiera, acabar con la nueva constitución política de Cataluña dentro de España. Vergés insiste en que la Constitución y el Estatuto no sólo le han dado a Cataluña notable capacidad de autogobierno sino que, además, protegen a Cataluña de eventuales ataques desde el centralismo, siempre al acecho. En este sentido, su llamamiento a los catalanes en favor de dejarse de historias y utilizar los instrumentos políticos y legales ahora disponibles es realista y constructivo.

El segundo gran asunto es la financiación. Vergés se refiere al período anterior a la reforma de 1996, pero no es probable que los datos de los últimos dos años hayan modificado sustancialmente su opinión: sostiene que Cataluña sufre una grave discriminación, que sirve para financiar subvenciones y dispendios en las «autonomías latifundistas» (Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha), e insiste en que la invocación de Madrid a la «solidaridad» es una máquina para sacarle el dinero a los catalanes que, para mayor inri, son vistos como ventajistas y explotadores por buena parte de la opinión pública española cuando reclaman un trato más equitativo.

El sistema de financiación autonómica, creado con la LOFCA en 1980, provocó gran insatisfacción desde su mismo nacimiento. Cataluña nunca ha estado sola en sus críticas y quejas. Aun así, la Ley Orgánica de Financiación de CC.AA. de 1980 y sus adiciones y correcciones posteriores permitieron que el Estado de las Autonomías arrancase, se desarrollase y llegara hasta hoy. Una cosa es señalar los defectos o posibles mejoras en el sistema LOFCA, incluso la conveniencia de pasar a un nuevo sistema basado en principios distintos, y otra es no reconocer que la Ley de 1980 ha cumplido un papel nada despreciable durante estos veinte años, incluso en el caso de Cataluña.

En las múltiples y, a veces, contradictorias críticas que se han dirigido contra la LOFCA, pueden distinguirse varias estirpes o familias: por un lado, las críticas y propuestas nacionalistas, que denuncian la discriminación y buscan más poder para los partidos y gobiernos nacionalistas; por otra parte, críticas «técnicas» que no nacen de propuestas nacionalistas y subrayan cuestiones tales como la ineficacia, la inestabilidad y la falta de equidad del sistema creado hace casi veinte años y de sus sucesivos remiendos.

Es cierto que Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha han sido las regiones más beneficiadas en el período 19801996 pero, curiosamente, las cifras disponibles no indican que Cataluña haya sido la Comunidad más sacrificada, o más discriminada. Las cifras dan que Madrid, en primer lugar, y Baleares, después, han sido las autonomías menos favorecidas en el período 1980-1996Véase, por ejemplo, «Corresponsabilidad Fiscal y Financiación Autonómica», F. Pérez Gracia; «Perspectivas del Sistema Financiero», núm. 51, 1995; «La Financiación de las CC.AA: Balance y Propuestas de Reforma», C. Monasterio e I. Zubiri, «Papeles de Economía Española», núm. 69, 1996. .

A Vergés no parecen preocuparle excesivamente, ni los problemas del crecimiento de la burocracia, ni la generación de «ilusión» fiscal –gastar más no cuesta nada si se obtiene de Madrid–, ni el crecimiento del endeudamiento y del sector público autonómico, ni las cuestiones de lo que se denomina «descentralización asimétrica» –creciente capacidad para gastar de las CC.AA. pero escasa autonomía financiera–, ni la inestabilidad de los recursos proporcionados por el sistema, etc.Véase: «Hacia un Federalismo Competitivo», J. F. Corona, Luis M. Alonso y P. Puig, Círculo de Empresarios, Monografía 4. Madrid, 1998. . A Vergés lo que le preocupa, básicamente, parece, es que Cataluña juega con Extremadura o Andalucía el papel de Alemania con España –incluida Cataluña, claro– o Portugal, y aunque considere perfectamente aceptable esto, aquello le parece insoportable.

Si se acepta, como es el caso, el Estado de las Autonomías, hay que aceptar, también, sus difíciles equilibrios fiscales y financieros y lo complicado y largo de sus ajustes y reajustes. Reducir la cuestión a una Gran Queja sobre la discriminación contra Cataluña en el marco de la vieja LOFCA, lo excesivo de la aportación de Cataluña al resto de España a partir de cálculos no falseados, pero sí muy simplistas, no ayuda a encontrar un sistema más eficiente, equitativo y estable, ni siquiera ayuda a Cataluña a superar la discriminación que, supuestamente, padece.
 

DISECCIÓN DE LOS NACIONALISMOS Y DESIDERATA ESPAÑOLA

Amarás a tu tribu, libro en el que Aleix Vidal-Quadras ha reunido artículos y conferencias publicados o pronunciadas entre 1994 y 1998, es un contrapunto absoluto al libro de Vergés. No tanto, quizás, en el tono –pues es, también, un libro apasionado e irónico– cuanto, desde luego, en la intención política y en el centro de su interés: Vidal-Quadras es un antinacionalista extremadamente lúcido y duro en sus planteamientos, aunque no sea nunca, o casi nunca, exagerado o agresivo. Vidal-Quadras es, también, un convencido liberal. Si en sus argumentos hay contradicciones, hay que decir que no es fácil verlas.

A diferencia de Vergés, Vidal-Quadras sitúa su argumentación, directamente, en la crítica filosófica y moral de lo que denomina los nacionalismos «identitarios» o «disgregadores»; discute el corazón político e histórico del problema y apenas las cuestiones económicas a las que Vergés dedica buena parte de sus diatribas. De este modo, en Amarás a tu tribu no hay ninguna reflexión sobre los problemas de la financiación autonómica. Apenas sólo la siguiente afirmación: «En cuanto al presunto expolio fiscal que sufre Cataluña por parte del Estado español, si se sitúa en el contexto global del intercambio comercial, flujos financieros privados y reducción de costes, derivados de compartir gastos de defensa, política exterior, administración de justicia y demás funciones propias de la soberanía, una simple suma liquida la polémica».

Obviamente, el problema de la financiación autonómica es muy complejo y ningún nacionalista aceptará que el argumento de Vidal-Quadras «liquida la polémica». Podría decirse, quizás, que ésta es una carencia de Amarás a tu tribu. Pero es que Vidal-Quadras no está, evidentemente, interesado en lo que él estima cuestiones no fundamentales para el debate de fondo sobre los nacionalismos en España. Vidal-Quadras quiere discutir, y discute, las cuestiones políticas básicas, y la financiación autonómica o el balance económico de la relación entre Cataluña y el resto de España no están dentro de ese interés fundamental.

Los artículos y conferencias de VidalQuadras son, durísimos alegatos antinacionalistas y, de éstos, tampoco hay muchos. Aunque Vidal-Quadras subraya que no pretende enfrentar un nacionalismo español al nacionalismo catalán, creemos no traicionar el fondo de su pensamiento, de sus preferencias y de su pasión patriótica si decimos que él es un gran amante y defensor de la nación España, de sus realizaciones históricas, y de sus potencialidades. Vidal-Quadras es un nacionalista español por lo que él considera que la idea de España tiene de integradora, y no de separadora, de universal, y no de particular.

Vidal-Quadras se pregunta: ¿Cómo explicar el éxito de los nacionalismos disgregadores, identitarios o divisivos en España, cuáles son los motores de ese éxito? ¿Cómo es posible que los nacionalistas, que representan a una pequeña minoría del electorado, tengan tal peso e influencia en la política española? ¿Cuáles son los peligros de esta situación y de su previsible evolución?

Después de responder a estas preguntas, Vidal-Quadras reflexiona sobre posibles actuaciones frente a los nacionalismos que permitan alejarnos de un camino que, en su opinión, puede llevarnos a una peligrosísima disgregación nacional; apunta algunas soluciones procedimentales pero, sobre todo, hace un llamamiento a la construcción de un nuevo patriotismo español, capaz de derrotar a los nacionalismos en el terreno de la política democrática, es decir, en el terreno de los votos y del apoyo social.

Vidal-Quadras cree que el gran éxito político de los nacionalismos vasco y catalán –con el gallego aproximándose, parece, a toda velocidad– puede ser explicado a partir de dos factores fundamentales.

El primero se puede describir, en resumen, del modo siguiente: los nacionalistas se apoyan, obviamente, en la defensa de una lengua, reivindican la superación de agravios históricos, reales o supuestos, resaltan la identidad propia y la diferencia con los demás y estos son, por sí mismos, sentimientos e impulsos de gran atractivo para muchos, y no sólo en el País Vasco o Cataluña. Pero esta es, dice Vidal-Quadras, la «cara visible de la luna».

La «cara invisible» es el juego interno en el mercado político de cada región o Comunidad Autónoma, las aspiraciones de todo orden que las carreras políticas al servicio del nacionalismo pueden satisfacer, lo ventajoso que puede ser en el País Vasco o en Cataluña unirse al movimiento nacionalista.

Pero hay que responder otra pregunta: ¿Por qué pesan tanto en Madrid los nacionalistas si representan sólo una pequeña minoría en el conjunto de España? La respuesta es muy simple y todos la conocen: los partidos nacionalistas son decisivos a la hora de conformar mayorías parlamentarias en Madrid y, como señala Vidal-Quadras, este es un problema estructural, es decir, se plantea igual gane las elecciones el PSOE o el PP.

Así, los partidos nacionalistas satisfacen tres tipos de necesidades: para algunos, necesidades o preferencias de auto-afirmación, auto-identificación, separación y auto-estima; carreras políticas muy rentables, para otros; y, finalmente, necesidades estrictamente político-parlamentarias de los grandes partidos nacionales, PSOE y PP. La agregación y mezcla de estos tres combustibles dan una enorme fuerza a los motores nacionalistas, como con gran lucidez señala Vidal-Quadras.

Este análisis de Vidal-Quadras tampoco es tan novedoso. Y muchos pueden estar de acuerdo con él. Sin embargo, donde Vidal-Quadras está, seguramente, mucho más solo es en el diagnóstico de los peligros de esta situación. Vidal-Quadras estima que España está en una verdadera bifurcación histórica y que entre el sectarismo de unos, la cobardía de otros y el cortoplacismo de muchos, podemos encontrarnos, en un plazo no muy lejano, con que hemos perdido la nación española, aunque todavía, por un tiempo, exista algo que podamos considerar un seudo-Estado español, más bien vaporoso y simbólico.

Como la historia enseña, no hay cosa menos agradecida –a veces, más peligrosa– que prever los peligros que una situación dada contiene y hacer propuestas, que implican dificultades o sacrificios, para evitar tales peligros: por definición, el supuesto mal evitado no puede compararse con el bien realmente producido por la ausencia de evitación de aquel mal, lo ocurrido no puede compararse con lo no ocurrido y es imposible, así, hacer un cálculo de costes y beneficios. Vidal-Quadras es extremadamente pesimista acerca de lo que nos puede ocurrir si los españoles no enderezamos este proceso que lleva, se teme, de la «nación plural» al «Estado plurinacional» y, más tarde, a la total disgregación y a la desaparición de España como nación.

¿Qué hacer? Vidal-Quadras cree que «el problema central en el combate democrático contra los micronacionalismos disgregadores no es el sistema electoral, o el Título VIII de la Constitución y sus contradictorias ambigüedades. El punto clave es definir un proyecto global español». Él sabe que esto va a ser muy difícil, porque no se trata de enfrentar un nacionalismo español al catalán o vasco, sino de construir un nuevo patriotismo español «éticamente superior», un «patriotismo cívico de la libertad», un verdadero estandarte moral en favor de «la libertad y la convivencia armoniosa». ¡Pero este es también nuestro estandarte! Podrían decir los nacionalistas, incluso los más ardientes, como Vergés. ¿Entonces?

¿Puede lucharse desde la razón y el liberalismo, digamos, universal, contra sentimientos nacionalistas que lo engullen todo, desde lo más noble a lo más abyecto? Vidal-Quadras se da perfecta cuenta de la dificultad y dice: «La fuerza movilizadora de la identidad, del egoísmo tribal y del rechazo al extraño es de tal magnitud, que se necesita munición conceptual y sentimental de grueso calibre para resistirla y vencerla». Resulta difícil no sentir simpatía por este programa y por este llamamiento a una defensa de la «nación plural española» basada en la superación de los nacionalismos disgregadores. Pero la simpatía no nos puede ocultar la extrema dificultad del intento.

Hayek señaló en alguna ocasión que no siempre los buenos fines pueden defenderse con argumentos estrictamente racionales; que, a veces, no es posible oponerse eficazmente a un argumento perverso, demagógico o irracional más que con otro argumento que también puede ser irracional, pero persigue un buen fin y es, en todo caso, menos peligroso que lo que se trata de combatir. Recordar esto, viene a cuento del llamamiento de Vidal-Quadras a construir un nuevo patriotismo español que no sea un nacionalismo español. ¿Es esto posible?

Nos tememos que, en todo caso, muchos nacionalistas, vascos, catalanes o gallegos se negarán absolutamente a reconocer cualquier diferencia entre el proyecto de Vidal-Quadras y un nacionalismo español, más o menos, remozado, pero «igual al de siempre». De igual forma que el Estado de las Autonomías no ha aplacado, desgraciadamente, a los nacionalismos disgregadores, sería excesivamente optimista esperar que un proyecto, por cívico, liberal y generoso que fuera, de patriotismo español, de defensa de la nación española, no será rechazado inmediatamente –y, probablemente, con feroz violencia ideológica– por los nacionalistas que se sintieran amenazados en la «cara oculta de la luna».

Además de ese llamamiento a la construcción de un nuevo patriotismo español capaz de vencer a los nacionalismos en el terreno político, Vidal-Quadras hace una propuesta que atacaría el problema de la exagerada influencia de los nacionalismos en la conformación de mayorías parlamentarias en Madrid: sugiere un acuerdo entre PSOE y PP –que podría recordar los acuerdos de turno durante la Restauración entre los partidos de Sagasta y Cánovas– para que la investidura como presidente del Gobierno del candidato del partido más votado no dependa de unos pocos votos nacionalistas: bastaría, señala Vidal-Quadras, con que el partido nacional menos votado en las elecciones generales se abstuviese, automáticamente, en la votación del candidato del partido más votado.

Pero, este u otro arreglo cualquiera, tendente a disminuir el peso desproporcionado de los nacionalistas en la política española, es impensable en un ambiente de crispación y enfrentamiento entre los dos grandes partidos. Por ello, desgraciadamente, la propuesta de Vidal-Quadras para una gran coalición PSOE-PP, aunque sea una coalición acotada, estrictamente, a la gestión del problema de los nacionalismos parece, hoy por hoy, casi imposible.

Esta batalla sólo podrá dirimirse en el terreno político, es decir, en las elecciones, en la vida parlamentaria y en el apoyo social a unos o a otros. En la España de hoy, en la Europa de hoy, no es concebible otra cosa, salvo, naturalmente, que los nacionalismos, el catalán o el vasco, o el español, enloquezcan y crean realmente que pueden saltar por encima de la democracia y la Constitución sin gravísimas consecuencias; para decirlo claramente, sin arriesgar enfrentamientos civiles.
 

EL VALOR DE ESPAÑA HOY: ESPERANDO A UN CROCE CATALÁN

La propuesta de Vidal-Quadras, su planteamiento en el terreno de los principios éticos, puede ser considerada, por algunos, ingenua, por otros, provocativa y, quizás, por los más, políticamente irrelevante. Pero se equivocan. Porque la cuestión no se va a dirimir sólo en el modelo de financiación, o en términos de la ley electoral, o sobre el reparto de competencias, o en la relación entre los poderes de la Europa unida y los gobiernos autonómicos –aunque todas estas sean cuestiones muy importantes– sino, finalmente, en términos de lo que se ofrezca a los ciudadanos. Y, en estos términos, las propuestas de Vidal-Quadras representan, creo, unas posibilidades y una esperanza de felicidad para los españoles del futuro superiores a las propuestas nacionalistas.

Para los que estén de acuerdo en este punto de vista, quizá no haya tarea más urgente que intentar una reconstrucción o recuperación, a la vez racional y emocional, del valor de España, de la «nación plural» española, en la expresión de Vidal-Quadras, una reconstrucción o recuperación que sea la base de ese renovado patriotismo en el marco europeo.

En la Europa unida en la que los Estados han renunciado a su soberanía monetaria y caminan ya –lentamente, pero caminan– hacia la renuncia a la soberanía fiscal, en la que porciones básicas de la política económica son competencia de organismos comunitarios, ¿alguien puede creer, realmente, que un miniestado vasco o catalán podría defender mejor los intereses de los vascos o de los catalanes frente a los grandes Estados europeos que el Estado español?

España es, hoy, la quinta agrupación política de la Unión Europea por población y tamaño de su economía, a poca distancia –cada vez menor– del Reino Unido y de Italia en términos de renta y bienestar; y esto tiene un peso indudable en la política europea, que es, en esencia, una continua negociación sobre intereses económicos, políticos y culturales muy concretos. ¿De verdad quieren los vascos o los catalanes convertirse en colectividades políticas marginales en la Unión Europea?

Esta es, quizás, la primera reflexión que la defensa de España como nación y del Estado español debe ofrecer a los electores: España ha progresado enormemente, en todos los órdenes, tanto en términos absolutos como relativos, durante los últimos cuarenta años; nuestra historia reciente es, verdaderamente, la historia de un éxito, como se viene reconociendo fuera de nuestras fronteras de forma mucho más clara y generosa que dentro.

Separarse de ese éxito para constituir una entidad política pequeña, o minúscula, inevitablemente marginal –tanto más marginal cuanto más se amplíe la Unión Europea– sería tan problemático que, de hecho, es una consideración que los nacionalistas separatistas evitan cuidadosamente. Obsérvese que esta constatación es independiente del viejo argumento –que también maneja Vidal-Quadras, siendo uno de sus escasos puntos débiles– relativo a la posibilidad del cierre del resto del mercado español para esos estados ex españoles, puesto que, en todo caso, en la Europa unida tal cierre sería imposible. El perjuicio para sus ciudadanos de esos hipotéticos miniestados vendría mucho más por su escasísima capacidad de presión y negociación en Europa que por eventuales pérdidas de mercado en lo que quedase de España.

Pero, no sólo de pan vive el hombre y es imposible, o muy difícil, sentir algo por la idea de España si no conocemos, o no entendemos, su riquísima historia y su papel en el mundo. Tampoco, si nos tragamos los mitos y las mentiras de ciertas tradiciones sectarias, incluidas algunas que podríamos calificar de «españolistas».

Hay que tratar de que los españoles, incluidos los que no se sienten tales, conozcan y comprendan mejor nuestro pasado. No se trata de convencer al fanático, ni a aquel que no quiere ser convencido; se trata de que los que deciden las elecciones, es decir, la inmensa mayoría de los españoles, incluidos muchos nacionalistas que no pretenden ninguna disgregación, estén mejor armados intelectualmente para rechazar lugares comunes, leyendas antiespañolas e invenciones sectarias y para sentirse emocionalmente identificados con España como nación.

El trabajo no es fácil, pero ha habido en la historia europea casos de mejora en la comprensión histórica, en los que la razón se ha impuesto sobre leyendas y falsedades.

En 1915, Benedetto Croce publicó su España en la vida italiana durante el Renacimiento, libro en el que se enfrentaba con los tópicos manejados por la historiografía italiana y europea durante más de un siglo, que venían atribuyendo al dominio español en Nápoles todos los males económicos, sociales e, incluso, morales del sur de Italia.

Croce, con un aparato de erudición impresionante, desmontó las inanidades acumuladas durante tantos años y vino a mostrar que los males de Nápoles durante el dominio español eran muy parecidos a los males de los reinos peninsulares españoles; que no se aplicaron normas muy diferentes en Italia y en España; que, en algunos sentidos, la influencia española había sido positiva y que, además, no estaba nada claro en qué consistía el beneficio económico obtenido por España de su supuesta «explotación» del Reino de Nápoles. El alegato de Croce no fue ni pro-español, ni anti-español, era una visión simplemente adulta de la historia de Italia y de la historia de España. Desde Croce, ningún historiador serio se ha atrevido a mantener los viejos tópicos.

Tomemos, como ejemplo, el caso de Cataluña en la historia de España: sostener, como hace Vergés, que todos los males de Cataluña vienen de Madrid, epítome de todos los despotismos, verdaderamente, no es serio. Aún no hemos tenido la suerte de que un historiador catalán se aproxime, con suficiente credibilidad, profundidad y ecuanimidad, a la historia de las relaciones de Cataluña con el resto de España y distinga la realidad de las fantasías y prejuicios, tanto catalanes, como centralistas. Sería un buen primer paso en la reconstrucción del nuevo patriotismo español que nos propone Vidal Quadras.

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