Buscar

El atolladero del conservadurismo

MODERANTISMO

Valentí Puig

Península, Barcelona

344 pp.

22,50 €

image_pdfCrear PDF de este artículo.

En su libro de 2006 The Conservative Soul, Andrew Sullivan explicaba que la gran crisis intelectual de la derecha estadounidense –propiciada, a su modo de ver, por las dos legislaturas de George Bush– se debía a que el pensamiento conservador había olvidado sus dos principios básicos: la libertad y la duda. En lugar de preservar la libertad del individuo a comportarse de acuerdo con sus creencias morales y su talento, y de hacer de la duda metódica el paso previo a cualquier decisión ejecutiva o legislativa que altere el estado de las cosas, decía, el conservadurismo estadounidense estaba empezando a comportarse como el más radical de sus adversarios: estaba expandiendo aún más el Estado y actuando con la arrogancia de creerse en posesión de la verdad; estaba traicionando su propia tradición de poco gobierno, gasto público contenido e individualismo con valores compartidos y estaba convirtiéndose en una suerte de «socialismo cristiano».

Andrew Sullivan es uno de los conservadores más inteligentes del mundo anglosajón, pero es innegable que se trata de un conservador singular: es un católico británico residente en Estados Unidos, homosexual casado con un hombre, que, pese a ser partidario del Estado pequeño, de la flat tax y de la privatización del sistema sanitario, apoyó con entusiasmo a Barack Obama durante la campaña electoral y escribe en la progresista Atlantic. Al lado de Sullivan, Valentí Puig podría parecer, además de uno de los conservadores más inteligentes del mundo hispano, un convencional hombre de orden: en sus libros de poesía, ensayo y ficción y en sus artículos, Puig ha postulado una imagen perfectamente clásica del señor: familia ortodoxa, catolicismo razonablemente hedonista, traje y corbata, restaurantes con reservados, monarquía y terceras de ABC. Y, sin embargo, pese a todas sus diferencias, Sullivan y Puig, en The Conservative Soul y este Moderantismo, postulan exactamente lo mismo: el regreso a un conservadurismo pragmático y sin certezas absolutas; el rechazo al utopismo individualista o cristiano que parte de la derecha ha abrazado; la capacidad de distinguir cómo querría uno que fueran las cosas y cuál es la capacidad humana para hacer que así sean. En definitiva, proponen un conservadurismo moderado –deudor de Michael Oakeshott, del que ambos son grandes lectores– que se basa en la inquietud ante lo que pudiera venir y el poder de intromisión de lo público en lo privado, no en un apego incondicional a lo ya existente.

Aunque en Moderantismo Puig no se vale, para hablar de la derecha española, de la dureza con que Sullivan trata al Partido Republicano, sí cabe pensar que no ande muy satisfecho con su indefinición intelectual y sus cíclicas tentaciones de radicalizarse. Ambas cosas –y éste es para Puig un fenómeno europeo, no sólo español– se deben a que el conservadurismo ha cometido la incongruencia de «vivir y actuar sólo afirmándose contra la izquierda desde el final de la guerra fría», a pesar de haber ganado todas «las batallas fundamentales de la política» desde entonces hasta hoy. Al resignarse a ser un mero espejo invertido, la derecha ha quedado así a merced de los intentos de la izquierda de presentarla como «rehén del integrismo religioso, del capitalismo libertario, del euroescepticismo pro yanqui o de ser más “neocón” que los neoconservadores». El liberal-conservadurismo, en definitiva, ha perdido su sello de poder transformador que se inspira mucho más en la experiencia de la historia que en la ideología. Si quiere abandonar esta imagen inmovilizadora –y está visto que muchos no están dispuestos a ello–, sólo tiene un camino: pragmatismo, valores y centro. Mucho centro.

Sin embargo, Moderantismo no es solamente este programa oficioso para recuperar el alma de un conservadurismo viable, sino también un repaso a los treinta años de democracia española. En ese sentido, Puig muestra un gran reconocimiento por la transición y la figura de Suárez, es desdeñoso con la tarea de Felipe González («El PSOE había asumido la experiencia de moderación de la socialdemocracia alemana pero aspiraba instintivamente a una ocupación del Estado»), alaba las legislaturas de Aznar como ejemplo de reformismo y considera a Zapatero un presidente sin principios que ha puesto en crisis los logros del pacto constitucional y no ha sabido hacer frente a los mayores problemas de la España actual: inmigración excesiva, envejecimiento de la población, baja productividad, nacionalismos. Además de eso, ha tenido una mala política exterior y una visión puramente sentimental de la política: «Todo tenía que ir bien si nos sentíamos bien, algo era injusto si nos sentíamos mal». Pese a este panorama, afirma Puig, el conservadurismo español no ha sabido en los últimos cinco años crear una alternativa creíble: «A veces, los instintos de la derecha española la inducen a un fatalismo cuyas consecuencias toman forma de estrategias conformistas, reaparición atávica del fulanismo, picaresca y un contentarse con las precarias parcelas de poder y simbolismo que le confiere estar en la oposición». Pero ello, al menos en un sentido amplio, tampoco es exclusivo de la derecha española, sino un fenómeno europeo que sólo en algunos casos –como el liberalismo sueco, que es para Puig uno de los modelos a seguir– ha logrado superarse: por lo general, el conservadurismo no ha hallado un discurso convincente sobre asuntos cruciales de nuestro tiempo, como la necesidad de una Unión Europea bien coordinada, los cambios en las relaciones individuales producidos por Internet, lo que la globalización ha hecho y puede hacer por todos, o la necesidad de replantear el Estado de bienestar –del que Puig es en buena medida partidario– para que sobreviva. Es decir, no ha encontrado una manera nítida de hacer convivir el individualismo económico con la supervivencia de unos valores basados en la tradición que permitan la sensación de comunidad. A decir de Sullivan, eso fue precisamente lo que consiguió Reagan con su capacidad para unir a los ejecutivos de Nueva York y los evangelistas del resto del país, y lo que rompió Bush por ceguera ideológica y no supo recuperar McCain con una campaña patosa.

¿Cuál sería la solución de estos problemas, según Puig, para el caso español? Apostar por unos valores sólidos en el tiempo que permitan cohesionar a una sociedad que tiende a la desintegración; poner al día las premisas del Estado benefactor (manteniendo, por ejemplo, las pensiones, pero retrasando la edad de jubilación, que sigue más o menos allá donde la fijó Bismarck); lograr fórmulas de gestión compartida entre los poderes públicos y la empresa privada mediante concesiones; poner líneas rojas al islamismo europeo; invertir en una educación meritocrática; asumir las nuevas tecnologías como fuente de más libertad y mejor entendimiento; conllevar el nacionalismo pero comprender la necesidad de ir desactivándolo. Con todo, para Puig, el liberal-conservadurismo, además de ser una suma de recetas políticas y económicas, es sobre todo un estilo, una forma de entender la participación en la vida pública –también del periodismo y la actividad intelectual– mesurada, dubitativa, elegante, alejada de toda tentación de estridencia, siempre atenta, por encima de todo, al bien común. Y creo que Puig teme, más que nada, que se pierda esa actitud.

«Quienes abrazan un extremo de la política llegan a entender sólo una política de extremos», dijo Oakeshott y cita Puig. Para éste, como para su muy distinto y semejante Sullivan, las posibilidades de supervivencia del conservadurismo tal como lo entendemos no están sólo en el centro porque muchos de los votantes son centristas, sino porque es la máxima expresión del sentido común, de la libertad y de la incerteza, como a su vez la creencia religiosa –y en esto no podría estar menos de acuerdo– puede ser la máxima expresión de la racionalidad. Seamos conservadores o no, en cualquier caso, es muy probable que a casi todos nos viniera muy bien que el conservadurismo fuera moderantista, que recuperara el alma que tantas veces parece a punto de perder, si es que no la ha perdido ya.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

5 '
0

Compartir

También de interés.

Hibernación secesionista en la Cataluña fragmentada

El diecisiete de diciembre de 2021 cayó en viernes. El último viernes de faena…

La crisis de las tijeras

«Soy amiga del ministro de Defensa». Con un repique de orgullo así me lo…