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De estrellas erizadas y negra gravedad

La mano muerta cuenta el dinero de la vida

MENCHU GUTIÉRREZ

Ave del Paraíso, Madrid, 1997

92 págs.

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Hubo un tiempo en que Menchu Gutiérrez pensó abandonarlo todo para dedicarse a la física. A este momento pertenece el embrión de La mano muerta cuenta el dinero de la vida. Desde entonces han transcurrido años a lo largo de los cuales la poetisa ha escrito numerosos cuentos y dos novelas, Basenji y Viaje de estudios, no ajenos a este libro. Por ello, aunque consta de dos partes, son más los estratos que en él se superponen. De ahí la enorme complejidad de su secuencia poemática, que se inició como un «horizonte de sucesos», relacionados ante todo con la luz, y acabó abarcando la muerte.

La muerte, lo oscuro, lo profundamente inquietante, la crueldad, el peso de lo negro han sido ríos letales que han ido vertiendo sus aguas en lo que parecía orientarse hacia otro confín, el anunciado por uno de los primeros poemas escritos, que concluye: «me enredé en la zarza luminosa».

La estructura del libro es la forma cifrada con la que su autora nos da razón de él. En la primera parte, que consta sólo de cuatro poemas, se insinúa el trance de la escritura: «Una taza de alcohol bebo en la farmacia». Sobre esta frase Menchu Gutiérrez afirmó: «La escribí y pensé: No, esto no es un poema. Pero todavía dudaba». Unos meses después redactó un cuento que se inicia con las mismas palabras. Esta taza de alcohol, que, bebida, permitirá leer «la erosión del tiempo», es decir, los «sucesos» de la segunda parte, es un filtro prohibido, peligroso, que se ingiere en un lugar semejante al antro de un alquimista, donde se realizan mezclas de laboratorio, donde hierve una ciencia enigmática. Además, quien la bebe está sentada en un animal ctónico, una cobra, y alcanza un conocimiento que puede resumirse así: «la vida se ha detenido aquí / y continúa bajo el empedrado», o lo que es lo mismo, en lo más oscuro, bajo tierra. Acompaña a la atrevida poetisa un perro mudo, que pasó de estos versos a ser el Basenji de su novela.

No es vano detenerse en esta parte tan relacionada con la prosa, porque lo que caracteriza al libro es que, junto a una floración de breves poemas destellantes que se limitan casi a una o dos imágenes, surgen brotes a partir de los cuales la luz poética ensarta sugerencias que se extienden hacia otros caminos e incluso crecen en ramajes de pequeñas historias. Entre los últimos destacan los que contienen visiones de cabezas servidas en una mesa de comensales sin cabeza o donde «el hueso de la calavera hierve en el puchero», relacionados directamente con Viaje de estudios, novela sobre la paradoja, término que su autora definió como «un blanco y un negro unidos en el lenguaje, en el espacio, en la lengua, en la estrella».

La paradoja, la contradicción, el caos, la gravedad, los planetas, el bootstrap y hasta el Teorema de Incompletud de Gödel, que mueve a la respuesta de este intenso poema: «La primera vez que conté los números, estaban todos», planean sobre el libro. Ciertamente los que fueron sus temas motores –los científicos– son los que inspiran las imágenes más sugerentes, se trate de una fuerza física: «abrimos las compuertas de la gravedad / y nos abandonamos al destino negro»; de un número: «Puedo escuchar el negro latido / del tumor bajo la montaña / el cero que crece»; o bien de la expresión de una paradoja: «Caminas tras de mí / y yo te sigo los pasos. / Dormidos en una corona». En estos versos, profundidad y belleza aparecen, desde luego, en su aspecto inquietante, pero todavía no han incorporado las macabras monedas. Éstas fueron la última contribución al caudal del libro e intentaban apresarnos en una telaraña oscura. No hay duda, preferimos enredarnos «en la zarza luminosa».

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Ficha técnica

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