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Pardo II

Memorias de memoria

JESÚS PARDO

Anagrama, Barcelona, 344 págs.

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En 1996 Jesús Pardo, periodista, traductor al castellano desde múltiples idiomas, publicó un libro de memorias titulado Autorretrato sin retoques que causó bastante polvareda y más de un sofocón. En él, Jesús Pardo se mostraba inmisericorde, con él mismo (premisa elemental para aplicar el flagelo al prójimo), con parte de su familia y, por supuesto, con aquellos que tuvieron la desgracia de encontrarse en su camino sin ser santos de la devoción pardiana. Claro que el autor no se anda con rodeos al hablar de sí mismo, y confiesa, por ejemplo, que cierta noche de verano al llegar a casa borracho y encontrarse las sábanas muy calientes: «Me levanté convencido de que mi madre física, por mala uva, me las había calentado con la plancha, fui a su cuarto y la abofeteé, después de increparla» (pág. 235). Estos y otros avatares, además del estilo matizadamente barroco de Jesús Pardo, en un país donde el género memorialista suele ser algo insípido, en absoluto confesional, de autoalabanzas y compadreos, convirtieron Autorretrato sin retoques en un libro muy vendido y bien tratado por la crítica, que aplaudió tan insólita muestra de sinceridades. Autorretrato sin retoques se ocupaba de los años santanderinos de Jesús Pardo (la versión canónica dice que el autor nació en Santander, en 1927, en una casa para embarazadas solteras; sin embargo, hay manuales que hablan de Torrelavega como lugar de nacimiento de Pardo), de su posterior venida a Madrid, y de los años londinenses como corresponsal de prensa hasta su vuelta definitiva a España en 1974. Ahí es donde se inicia Memorias de memoria, el segundo tomo de la autobiografía de Jesús Pardo, más insulso que el anterior, o al menos carente del morbo que el primero despertaba. Porque ahora Jesús Pardo, tal vez cansado del tour de force que había supuesto su inicio como memorialista, parece haber envainado la espada para tomar, en todo caso, un estilete; cuando es menester, dirigido a enemigos muy menores. Entre los cuales se incluyen los periodistas, algunos de ellos totalmente desconocidos, que compartieron con Jesús Pardo los rincones de la Agencia Efe, auténtica covachuela periodística como escapada de las descripciones de Pío Baroja o Azorín de las redacciones de principios de siglo. Por ilustrativo, escojo el siguiente párrafo de Memorias dememoria (hay más, claro), donde se define malévolamente, y tal vez con certeza, el ámbito que rodeaba la agencia oficial de noticias: «Si el Gijón volvió a ser inmediatamente mi café de toda la vida, el Roma se me convirtió enseguida en el café de la esquina, pues estaba justo enfrente de mi oficina efesiana; una de las cosas que más irritaban a mis cómitres de Efe era mi tendencia a llamar oficina a la agencia…» (pág. 73). Llamar cómitres a los jefes no es mal apelativo, pero definir al lugar de trabajo como oficina (recordemos La oficinasiniestra de La Codorniz) es un matiz ciertamente rotundo. Ya se entiende que Jesús Pardo no fue muy feliz en Efe, pero el retrato que hace de Cambio 16 o Historia 16 (revista de la que fue director) tampoco es de lo más bucólico. Ambos retratos, el de Efe y el del Grupo 16, podrían resultar ilustrativos del tardofranquismo y de los años de la transición, pero el problema es que Jesús Pardo se engolfa en ajustes de cuentas con personajes nimios, si bien a veces en las descripciones alcance calidades quevedianas. Así, cuando define a un señor cuyo apellido a nadie puede decir hoy nada: «Bajo la frente larga y angosta relucía lo único bello de su rostro: cocientes ojillos de ratón de presa, incapaces de mirar derecho sin denunciar angustiosos destellos de negro, rencoroso miedo en incesante busca de blancos en los que cebarse para acallarlo» (pág. 250). En medio del relato de sus peripecias periodísticas, Jesús Pardo nos enjareta la historia de su anulación matrimonial con Pauline, tan visible ésta en el primer libro de memorias de Pardo, y su posterior enlace con Paloma. Esto, francamente, carece del mayor interés, salvo para aquellos deseosos de conocer los entresijos de los tribunales eclesiásticos que entienden en nulidades. En cuanto al segundo, y por lo visto felizmente reinante matrimonio de Jesús Pardo, parece que éste haya sido el causante del pudor erótico del autor santanderino en Memorias de memoria. Claro, putas aparecen por doquier (y escritores putañeros) pero, como diría Ortega y Gasset: «No es esto, no es esto». Queda, en fin, y no deja de tener su mérito, el esfuerzo deconstructivista de Jesús Pardo para desmontar una carrera periodística, la suya, en beneficio de la de escritor, de continuo obstaculizada, básicamente por culpa del alcohol, pero no sólo por esta causa. Resulta curioso que del Pardo novelista, nada desdeñable, poco vaya a quedar. Ahora espreciso morir es una novela importante, una reconstrucción social (santanderina en este caso) al modo de Lampedusa, hoy bastante olvidada. Parece que el Jesús Pardo que sobrevivirá es el descarnado, el soez, el agresivo memorialista, autor de una literatura confesional que si a veces se escupe, otras, las mejores, se musita. Y, por cierto, que la literatura española carece, en general, de buenas muestras confesionales, que no simplemente memorialistas, y ahí sí que los volúmenes de Jesús Pardo vienen a cubrir un vacío. Sobre todo, como vengo diciendo, con Autorretratosin retoques. Su secuela, su continuación, tiene poca pólvora, y cuando sí, se gasta en salvas. Y es que las segundas partes, exceptuando El Quijote y El padrino, casi nunca fueron buenas.

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