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Confesiones vascas

MEMORIA DE EUSKADI

María Antonia Iglesias

El País-Aguilar, Madrid

1326 pp.

30 €

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Siguiendo la estela de su Memoria recuperada (2003), sobre los trece años de gobiernos de Felipe González; Cuerpo a cuerpo (2007), sobre el pensamiento y perfil de los políticos españoles, o Ermua, cuatro días de julio (1997), sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la autora ha sentido la necesidad de escuchar y hacernos escuchar a los vascos y, haciendo de espléndida intermediaria periodística, pone en circulación para el gran público este otro relato coral, según su propia denominación. En el largo millar de páginas dedicadas a la transcripción sistematizada de las treinta y dos entrevistas, además de casi otras cien de comentarios o colaboraciones (los alcaldes de Bilbao y San Sebastián, el consejero de Justicia del Gobierno vasco y los profesores Javier Elzo y Daniel Innerarity), la autora cierra este casi completo orfeón del arco parlamentario vasco de los últimos treinta años. Casi completo, porque, como ella misma explica, faltan los representantes del mundo abertzale que no han renunciado a seguir dando aliento y apoyo a ETA. Una pena que el público no pueda escuchar también las razones de la sinrazón violenta de primera mano para poder completar su interacción con los otros discursos, a la vista de su enorme condicionante fáctico sobre la vida y la política de la sociedad vasca. También faltan aquellos otros protagonistas de primera línea que, desgraciadamente, nos dejaron o fueron víctimas de la intolerancia totalitaria, teniendo mucho que decirnos. Lo primero que hay que destacar es la cuidada selección de los interlocutores que han desempeñado o desempeñan un papel de primera línea en la política vasca y cuyo testimonio resulta sustantivo para entender el presente y el inmediato pasado del País Vasco: diez dirigentes del PNV, otros tantos del PSE-EE, seis del PP, dos ex militantes o disidentes de la llamada izquierda abertzale (José Félix Azurmendi y Txema Montero) y un representante de cada una del resto de formaciones vascas (EA, EB, Aralar y UPyD). Por cierto, sólo tres voces femeninas en esta coral, las de Regina Otaola, Rosa Díez y Maite Pagazaurtundua, que evitan que el orfeón sea el propio de un txoko a la antigua usanza.

Como periodista de raza, con una dilatada e intensa carrera profesional, es capaz de caracterizar con brevedad y precisión a cada uno de sus interlocutores, de los que extrae las claves para la comprensión del laberíntico pluralismo vasco, como ya lo caracterizara años atrás Julio Caro Baroja. Casi todos hablan con sinceridad, despojándose del corsé de lo políticamente correcto, lo cual hace más significativo y, por supuesto, ameno, el relato. Es necesario señalar la maestría de la autora a la hora de estructurar el hilo conductor de cada entrevista, extrayendo lo mejor y más relevante de cada uno de sus interlocutores, casi con protocolo de socióloga cualitativista avezada. Pero, al mismo tiempo, y como ya indica el subtítulo («La terapia de la verdad: todos lo cuentan todo»), la periodista quiere ejercer de terapeuta, en la esperanza de que de la contraposición de verdades salga un rayo de luz que ilumine el camino tortuoso en el devenir histórico de esta sociedad. La pregunta que hay que hacerse es si todos y cada uno de sus interlocutores serán capaces de leerse y escucharse entre ellos para producir el efecto democrático de una mayor comprensión, tolerancia y respeto con quienes no piensan como uno mismo, tan necesarios para que lo diverso y disonante se convierta en un pluralismo cada vez más armónico e integrador. Sólo así la pretensión coral de la autora podría lograr deleitar melódicamente al auditorio.

Inicia la serie el periodista José Félix Azurmendi («Un periodista que hace historia»), disidente del movimiento que sigue apoyando a la ETA(m) y con el que él mismo se alineó y para el que desempeñó un papel clave desde la dirección de Egin. Desde esa disidencia, comprometido hoy con las ideas de la izquierda independentista no violenta, da su propia visión de la historia de ETA y de las relaciones y contradicciones en el seno del radicalismo y del movimiento nacionalista en su conjunto. De este modo, consciente o inconscientemente, la autora comienza poniendo al terrorismo en el centro del laberinto, ya que sin su correcta comprensión resulta muy difícil explicar y entender lo sucedido en Euskadi en los últimos cuarenta años. El abogado de los presos etarras Txema Montero («El olor profundo de Euskadi»), fundador y antiguo dirigente de HB y hoy en la Fundación Sabino Arana del PNV, es el otro relevante disidente de ese mundo de ETA(m) cuyas raíces, pareceres y debilidades disecciona con finura y profundidad y del nacionalismo radical que la apoya en todos estos años. Se trata, por tanto, de dos disidencias con trayectorias y perspectivas bien distintas. Patxi Zabaleta («Cuando el precio de la disidencia se cotiza en un zutabe de ETA»), veterano abogado navarro, representa la nueva disidencia organizada en la izquierda abertzale a través de Aralar tras el cuestionamiento militante de la estrategia terrorista.

La partitura coral de la visión del PNV la abre Carlos Garaikoetxea («La lucha por la modernidad y el poder»), abogado y economista de Deusto; como presidente del EBB del PNV y lendakari desde 1979 hasta 1985, es una pieza fundamental en el inicio del autogobierno en la época de la UCD, pero, sobre todo, ha sido el gran responsable y protagonista de la escisión del PNV que daría lugar a la aparición de EA, buscando infructuosamente la modernización del viejo partido. José Antonio Ardanza («Buscando la centralidad vasca») fue su sucesor al frente del Gobierno vasco entre 1986 y 1998, asumiendo el papel de lendakari de la cohabitación y de la centralidad tras la escisión del PNV; fue el gran timonel del pacto de Ajuriaenea contra ETA y, sobre todo, de la consolidación del autogobierno bajo la hegemonía nacionalista. Juan María Atutxa («Sobrevivir al odio»), empleado de banca antes de dedicarse a la política, fue consejero de Interior con Ardanza e Ibarretxe y presidente del Parlamento vasco y hoy preside la Fundación Sabino Arana, representando como pocos las contradicciones de las dos almas que conviven en el nacionalismo vasco institucional. Xabier Balza («Las claves de todas las violencias»), jurista fino, es el sustituto de Atutxa en la Consejería de Interior en los gobiernos de Ibarretxe, y explica las difíciles relaciones y concepciones de la lucha antiterrorista con Mayor Oreja y los gobiernos del PP. Juan María Ollora («Desmontando Lizarra»), ex dirigente y ex parlamentario de su partido, ha sido inspirador del giro soberanista del mismo, pero se muestra especialmente crítico con la trayectoria del ciclo de Lizarra. Joseba Egibar («El hombre del PNV»), el hombre del aparato guipuzcoano y álter ego y delfín de Arzalluz, ha sido el artífice de la estrategia de Lizarra y principal soporte del soberanismo de Ibarretxe. Juan José Ibarretxe («Cargar con el PNV hasta el abismo, heredar un legado imposible»), tercer lendakari del autogobierno, pasará a la historia por haber lanzado al PNV a la aventura del soberanismo con el frente nacionalista a costa de la propia estabilidad de la sociedad vasca. Xabier Arzalluz («El perro guardián del caserío, el río que no cesa»), factótum del PNV y de la política vasca, es el que más espacio ocupa en esta partitura, de la que lo sabe casi todo, aunque lo cuente a su manera. Iñaki Anasagasti («La razón perseguida, la distancia insalvable»), hombre del PNV en Madrid, nos da las claves de las contradicciones internas de su partido. Josu Jon Imaz («Contra la religión nacionalista»), consejero del Gobierno vasco y presidente efímero del PNV, ha sido la esperanza blanca de la renovación del ideario nacionalista, que no pudo culminar para no arriesgar la ruptura interna, y representa una manera inédita de hacer las cosas. Íñigo Urkullu («Confesiones de un sucesor cercado»), el nuevo líder del PNV, representa la llegada de una nueva generación a la dirección del partido y, sobre todo, la recuperación del control del mismo por los vizcaínos, en una suerte de compromiso entre los dos sectores enfrentados y representados por Imaz y Egibar, pero teniendo que lidiar con la resistencia de Ibarretxe a dar un giro a su política radical.

Teo Uriarte («De aquella ETA de 1968 a la libertad perseguida»), periodista, es el primer figurante del coro socialista; alineado hoy con las ideas de Nicolás Redondo Terreros en la Fundación para la Libertad, da su propia visión de la primera ETA de los años sesenta, en la que él mismo militó y por lo que fue condenado a muerte en los juicios de Burgos, y, sobre todo, su evolución posterior desde la disolución de ETA (pm) y su militancia en EE, con el malogrado Mario Onaindía, y actualmente en el PSE-EE, cuestionando no sólo la justificación del terrorismo en su día, sino también las contradicciones del nacionalismo, para entonar su mea culpa de viejo polimili por haber puesto en circulación el mito del derecho de autodeterminación. Txiki Benegas («De la refundación del socialismo vasco»), abogado, es el primero que le gana la primogenitura autonómica al PNV y gran artífice de la refundación del socialismo vasco, así como su influencia en Ferraz desde la secretaría de organización, tras su fracasado intento de ser lendakari en 1986. Aquí da buena cuenta de las debilidades del socialismo en Euskadi, de sus relaciones con el nacionalismo y, muy especialmente, de la lucha contra el terrorismo en aquellos años terribles. Ramón Jauregui («La mano tendida al otro: una lección de socialismo»), abogado que lo ha sido casi todo en Euskadi (alcalde de San Sebastián, vicelendakari, delegado del Gobierno, consejero, secretario general de la UGT y del PSE), fue el líder socialista encargado del diálogo y de la cohabitación con el PNV en los años de la coalición y del pacto de Ajuriaenea. José Ramón Rekalde («Crónica de la sabiduría, motivos para la decepción»), profesor y veterano militante de la izquierda antifranquista e intelectual comprometido, vive con la herida del zarpazo de ETA, del que se libró milagrosamente y puede hablar en primera persona de la siembra nacionalista de las semillas del totalitarismo y el odio, pero se niega a reconocer la hegemonía intelectual del nacionalismo en la sociedad vasca. Juan Manuel Eguiagaray («Desmitificando a ETA con humor y con ira»), profesor y economista, fue el interlocutor del Gobierno de Felipe González en las conversaciones con ETA(m) en Argel y centra su profunda reflexión en las dificultades de la política antiterrorista de aquellos años y, muy especialmente, en las ambigüedades del PNV en relación con la organización terrorista. José Luis Corcuera («Un socialista vasco de la primera hora»), ex secretario general de UGT y ex ministro del Interior en años muy difíciles, trabajó como electricista en Altos Hornos de Vizcaya en la cuna del socialismo de la margen izquierda de la ría bilbaína, es buen conocedor de la lucha contra el terrorismo, las relaciones con el nacionalismo institucional al respecto, así como de las contradicciones y los errores de la política antiterrorista. Javier Rojo («Crónica de la ira y del rencor»), hoy presidente del Senado y líder del socialismo alavés tras el asesinato de Fernando Buesa, es el hombre de Zapatero en Euskadi y ha sabido navegar entre los socialismos vizcaíno y guipuzcoano. Nicolás Redondo («Una Euskadi imposible»), líder del socialismo vasco en los primeros tiempos de Lizarra, se atrevió a aliarse con el PP de Jaime Mayor para plantear en 2001 una alternativa política al frente nacionalista encabezado por Ibarretxe-Arzalluz, costándole su liderazgo y el enfrentamiento con Zapatero. Patxi López, sucesor de Redondo en casi todo y procedente de una familia de raza socialista de la margen izquierda como él, va a ser el encargado de liquidar su herencia y de producir el cambio y la alternancia en el País Vasco con su llegada a la Lehendakaritza. Jesús Eguiguren («Un patriota maldito»), presidente del Parlamento vasco y del PSE-EE, es el último socialista entrevistado y la voz del estratega del partido, especialmente en lo que afecta al terrorismo y a las relaciones con los nacionalistas.

Marcelino Oreja, ex ministro de la UCD y ex delegado del Gobierno en el País Vasco y de vieja raigambre tradicionalista guipuzcoana, es un protagonista fundamental en la reconstrucción de la derecha vasca en los años de plomo del exterminio terrorista y no deja títere con cabeza, sobre todo, tratándose de nacionalistas como Arzalluz y Garaikoetxea. Carlos Iturgaiz («Crónica de la cacería y del abandono»), un hombre de derechas de la margen izquierda, representó la entrada de una nueva generación popular y asumió la responsabilidad de dirigir su partido en los años duros hasta llevarlo a cotas de apoyo desconocidas en Euskadi, lo que le acarreó ser víctima de una auténtica cacería por parte del nacionalismo. Jaime Mayor Oreja («La épica contra el nacionalismo»), ex delegado del Gobierno y ex ministro del Interior, es un superviviente de la época del exterminio de la derecha vasca en los primeros años de la democracia y ha sido clave en la lucha contra el terrorismo y la reivindicación de las víctimas en el gobierno de Aznar, llevando al PP a cotas de apoyo social desconocidas. Leopoldo Barreda («Desmontando los iconos del PP vasco»), líder del PP vizcaíno, forma parte de la nueva generación que llevó al PP a sus mejores posiciones en el País Vasco, dándonos las claves de la última fase de renovación tras la salida de María San Gil. Antonio Basagoiti («Viaje al interior de la derecha vasca»), jefe de la oposición en el Ayuntamiento de Bilbao y líder del PP vizcaíno, es el encargado del relevo y la renovación del PP vasco tras la era Aznar-Mayor.

Las tres mujeres del coro son mujeres coraje y tienen en común la disidencia en sus respectivos partidos. Rosa Díez («Mirando hacia atrás con demasiada ira»), que lo ha sido casi todo en el PSE-EE y llegó a disputar la Secretaría General del PSOE, es una conocedora de primera línea de los entresijos de la política partidaria y, especialmente, de los movimientos cívicos y el mundo de las víctimas hasta protagonizar la fundación de UPyD, que ya está siendo el tercer partido en la arena nacional, tras la purga interna vivida en el PSE-EE después de la liquidación de la etapa Redondo, y acaba de entrar en el Parlamento vasco. Maite Pagazaurtundua («El dolor desde la disidencia socialista»), alineada también con los movimientos cívicos y presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, adquiere un protagonismo especial tras el asesinato de su hermano, dedicándose desde entonces en cuerpo y alma a la defensa de los derechos, la dignidad y la memoria de las víctimas. Regina Otaola («Convivir con el miedo que vigila detrás de los visillos»), alcaldesa de Lizarza, es la encarnación del sufrimiento y la persecución de la derecha vasca, así como la lealtad a las posiciones de su amiga María San Gil.

Más allá de las confidencias más pegadas al presente sobre las relaciones Ibarretxe-Urkullu, la visión de Barreda sobre la actitud de María San Gil o las resistencias iniciales de Zapatero y Rubalcaba al liderazgo de Patxi López, que pudieran tener un morbo mediático inmediato, lo cierto es que hay suficientes contrastes en las interpretaciones que del pasado y el presente hacen unos y otros como para leer con interés y con tiempo este coro de confesiones. Estamos, por tanto, ante un cúmulo de experiencias y visiones del laberinto vasco, imprescindibles para orientarse en él y, sobre todo, vislumbrar el futuro inmediato del damero maldito en el que han desembocado las últimas elecciones autonómicas.

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