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Vivir para tan poco

ANTOLOGÍA POÉTICA 1947-1954

Manuel Arce

Icaria, Barcelona

107 pp.

12,5 €

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Poco más de medio centenar de poemas que resumen ocho años de escritura poética. Parece balance bien modesto para un poeta, Manuel Arce, cuyo nombre sobresale en la desconcertada historia de la cultura española durante la dictadura por ser el del fundador y director de la revista La Isla de los Ratones, de la editorial del mismo nombre y de la galería Sur. Pero es cierto que, en tanto que poeta, Arce tuvo una actividad breve en el tiempo y limitada en cantidad: cuatro poemarios, antologías aparte, editados todos entre las fechas que constan en el título de esta nueva selección, que prescinde además del primero, por considerarlo aún titubeante.

El editor, Juan Antonio González Fuentes, relaciona el fin de la revista y de la escritura poética de Arce con su recién estrenada actividad de galerista y de autor de novelas. También con el hecho de que, a partir de aquel 1955, cambió el mundo para la cultura española, que había acunado la ilusión de que el régimen, aislado y despreciado universalmente, tendría vida breve. Es muy posible que todo ello contara en un abandono del verso que probablemente ni fue premeditado, pero si el lector esperase por ello leer poemas de denuncia o reivindicación, sus expectativas quedarán chasqueadas. Arce es, sí, un poeta menor, pero sólo intermitentemente conforma su escritura a la poética dominante de su tiempo.

Aquel joven poeta, que ni había cumplido los veinte cuando publicó su primer libro, poetizó sobre asuntos que han preocupado desde siempre a los poetas jóvenes: el amor y sus ansias, la muerte y sus desvelos, la vida de cada día y sus esperanzas. Es cierto que no falta tal poema en defensa de la paz, como ese «Carta de paz a un hombre extranjero» que dio título a una selección editada también al otro lado de los Pirineos, pero dicha pieza es una afirmación de las pequeñeces cercanas y de las experiencias elementales, no de algún ideal: «¡Vale la pena vivir para tan poco!», proclama uno de sus versos (p. 63). Ni faltan los cantos a la España que «nos duele», pero miran por sobre el lamento obligado a esa «razón de vida» (p. 69) buscada –hallada– en la cintura de una muchacha que camina o en cualquier otra nadería fundamental. La breve poesía de Manuel Arce cumple en los poemas de esta antología su compromiso de tristeza y de queja por aquel «tiempo sombrío», se lamenta ante Walt Whitman o se burla del poeta puro. Pero, por sobre todo ello, retorna con vitalidad de voz joven a las inquietudes, los gozos y los impulsos primeros y principales: al amor, a la espera, a la añoranza, a la confiada expectativa de cada nuevo día. Y como callara recién cumplidos los treinta, el verso de Arce ha quedado, quizá definitivamente, con timbre de verso joven.

Sin embargo, no suena inmaduro ni titubeante. Arce alterna el verso regular con el suelto: una porción significativa de los poemas seleccionados se ajusta al molde del soneto, el más frecuente; otra recurre al verso breve y al estribillo; otra aún a los versículos amplios y derramados. Nada inesperado en la poesía española de aquellos días. Pero, aun siguiendo tales cauces habituales, su verso corre tranquilo y como sabiendo adónde va, sin las indecisiones e imprecisiones del que se aferra a fórmulas por no tener suelo en que afirmarse. Una serie de cuatro composiciones bajo el título general «El poema» dan cuenta del sencillo pero trabajoso proceso de poetizar según lo vive Arce: «Has escrito una frase sobre el papel», comienza, atribuyendo a fuerza ajena ese impulso primero que le lleva luego, «sin otra causa / […] / sólo con la vigencia de tu temblor», a la tarea: «he ido ordenando palabra tras palabra, / verso tras verso / hasta orquestar la vivencia de tu paso» (p. 80). Así, como tantos otros poetas que se descubren, con tan sencillas, escuetas, armas, habló y se dice aún un poeta que renunció al verso hace medio siglo. Quizá por su llana franqueza de joven despierto, aún complace leerlo.

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Ficha técnica

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