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Las obras de Miguel Servet

OBRAS COMPLETAS

Miguel Servet

Universidad de Zaragoza, Zaragoza

492 pp. (5 tomos)

153 €

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Entre 2003 y 2007 la Uni­versidad de Zaragoza ha publicado, en su Colección Larumbe de Clásicos Aragoneses, las Obras completas de Miguel Servet (1511-1553).

Como primera línea de mi recensión vaya mi felicitación y gratitud al autor de la edición, el profesor Ángel Alcalá, por el magistral libro introductorio, la recopilación y traducción de las obras de Servet y las notas explicativas. Esta edición resucita a un pensador en gran medida ignorado, por la dificultad de acceder a sus escritos, y es un magnífico servicio a la historia del pensamiento español en su dimensión europea. Agradecimiento y felicitación merece también el director de la Colección Larumbe por ofrecernos el monumental proyecto en una impresión tersa y con muy pocas erratas.

Servet nació, según los datos más fiables, en Villanueva de Sijena (Huesca), en 1511. En una etapa de su vida en que le interesó camuflar su identidad, él mismo se llamó «tudelano», pero al parecer no hay base para considerarlo natural de la ciudad navarraEn la primera edición de su Historia de los heterodoxos españoles, Menéndez Pelayo lo hace natural de Tudela, pero luego se retractó. Véase lo que dice Alcalá en Obras completas, I, pp. xxiv-xxv.. Su abuela materna, Beatriz, era hermana del banquero converso Gabriel Zaporta. Este parentesco es la única razón que existe para considerar a ­Servet converso y aplicarle, aunque de manera irónica, el absurdo mote de «perro marrano» (Bainton; véase Obras completas, I, p. xxxiii). De su primera formación sólo pueden hacerse conjeturas, ya que no existe ningún documento. En 1525 deja el entorno familiar y entra al servicio del inquisidor Juan de Quintana, consejero (y, desde 1530, confesor) de Carlos V. Con Quintana visitó varias ciudades españolas, y después de estudiar derecho en Toulouse durante el curso 1528-1529, en 1530 asistió en Bolonia –probablemente por invitación de Quintana– a la coronación de Car­los V como emperador. En octubre de ese año se encuentra en Basilea, viviendo en casa del reformador protestante Ecolampadio. Entre 1530 y 1540 estudia medicina en París y Montpellier, y trabaja como corrector de ediciones para los impresores Tretschel en Vienne (Viena del Delfinado).

Comenzó su vida de escritor con el libro Sobre los errores de la Trinidad (1531), redactado a los diecinueve años; hizo una edición muy celebrada de la Geographia de Tolomeo. Durante trece años –1540 a 1553– reside en Vienne, compartiendo casa y mesa con los vicarios del arzobispado y ocasionalmente con el arzobispo, mientras compone secretamente su obra más extensa y herética: Restitución del cristianismo (1553). En este libro propo­ne la vuelta a la fe en el verdadero Dios, que es sólo el Padre, negando la Trinidad que, según él, es desconocida en la Biblia y en los primeros padres de la Iglesia hasta el Concilio de Nicea (325). Por esa herejía, la curia católica de Vienne inició un proceso inquisitorial y, tras huir de Francia, cayó en Ginebra en manos del protestante Calvino, quien lo hizo quemar el 27 de octubre de 1553.
Como es natural, las obras de Servet estuvieron prohibidas y fueron prácticamente suprimidas en toda la Europa cristiana desde la fecha misma de su muerte, aunque influyó en el movimiento unitarista europeo y en las controversias sobre la libertad religiosa, libertad que quedó consagrada en la Constitución de Estados Unidos. En España lo menciona Quevedo, llamándolo Juan, y algunos otros en la primera mitad del si­glo XIX; pero el estudio científico de Servet en nuestra cultura comienza con Menéndez Pelayo, en el capítulo sexto del libro cuarto de su Historia de los heterodoxos españoles.

El sabio historiador hace una magnífica síntesis del pensamiento de Servet, fundado en el estudio directo de su obra principal y de otros escritos, y admira la fuerza de su pensamiento, aunque lo desdeñe en cuanto «hereje»: «Entre todos los heresiarcas españoles ninguno vence a Miguel Servet en audacia y originalidad de ideas, en lo ordenado y consecuente de su sistema, en el vigor lógico y en la trascendencia ulterior de sus errores. Como carácter, ninguno, si se exceptúa quizá el de Juan de Valdés, atrae tanto la curiosidad, ya que no la simpatía; ninguno es tan rico, variado y espléndido como el unitario aragonés»Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, libro IV, cap. 6 (Madrid, BAC, 1998, vol. I, p. 872).. Según Servet, la comunión debía hacerse con pan normal, no ácimo, y además pueden tomarse con moderación otros alimentos. Menéndez Pelayo comenta: «De donde se infiere que los templos de la doctrina servetiana vendrían a ser una especie de hosterías, fondas o figones, y cada sagrada cena un opíparo lunch» (ibídem, p. 905). Frente a la actitud de Menéndez Pelayo, el profesor Alcalá sitúa a Servet entre los reformadores radicales y acentúa los valores positivos y permanentes de su persona y obra: precocidad, originalidad, conocimiento portentoso de la Biblia y del hebreo, latín y griego.

En el primer tomo de estas Obras completas, el editor nos da la biografía más extensa y mejor documentada de Servet que resulta posible hoy con los datos disponibles. En ella distingue finamente lo documentado de las lucubraciones de adversarios y entusiastas. Sigue a la biografía una valoración general de la obra, y a continuación se publican todos los documentos sobre el pensador aragonés encontrados hasta el momento. En el tomo segundo, dividido en dos volúmenes (el primero con las traducciones y el segundo con los originales latinos), se incluyen los primeros escritos teológicos, comenzando por el ya mencionado Los errores sobre la Trinidad. Aquí se publica por primera vez un manuscrito titulado Los cinco libros de Jesucristo, hijo de Dios (el original está en latín). El tomo tercero contiene los «escritos científicos»: escolios a la Geografía de Tolomeo, de la que Servet hizo dos ediciones (1535 y 1541), Apología contra Leonardo Fuchs (1536), Tratado universal de los jarabes (1537), Discurso en pro de la astrología (1538). Al final de este tomo el editor añade la «Primera descripción de la circulación de la sangre», fragmento extraído de las páginas 167 a 176 (de la edición original) de Restitución del cristianismo. El tomo cuarto contiene las disputas que el «español de Aragón» (como Servet se llamaba a sí mismo) sostuvo contra Calvino, el papado y Melanchton.

La obra principal de Servet es Restitución del cristianismo (Christianismi Restitutio), publicada en 1553, de la que sólo se conservan tres ejemplares (Edimburgo, Viena [Austria] y París). En 1966 se hizo en Fráncfort (Minerva Verlag) una edición facsímil de la RestituciónEl profesor Alcalá ya había publicado la Restitución, traducida al español con la colaboración del profesor José Luis Betés (Madrid, Fundación Universitaria Española, 1980).. El pensador aragonés niega que Dios sea uno y trino. Sólo existe desde toda la eternidad el Dios Uno. Dios tenía el propósito de poner en cuerpo sobre la tierra a un ser especial, que existía eternamente en la presencia e intención divina, pero no como persona distinta del Padre. Ese ser es el Hijo, que comenzó a ser real sólo cuando existió en la carne. La encarnación en la Santísima Virgen se da en los términos en que la formula el Evangelio: así como el rocío y la luz fecundan la tierra, Dios sobrevino como rocío fecundando el cuerpo de la Virgen, y nació Jesús, hijo de Dios y a la vez hombre. Servet tiene una concepción personal de la Trinidad: existen el Padre, el Hijo cuando nació Jesús, mientras que el Espíritu Santo es la energía santificadora que emana de los dos. Lo que niega Servet es que el Hijo y el Espíritu Santo fueran realidades personales coeternas con el ­Padre.

Para probar su tesis despliega un admirable conocimiento de la Biblia, comentando todos los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento que se refieren a Cristo. Cuando Juan Bautista dice que él no es el Cristo, se refería al hombre que caminaba por Palestina anunciando el reino de Dios. Lo mismo entiende Simón Pedro cuando, en respuesta a la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que soy yo?», contesta: «Tú eres el hijo». Pedro se refiere al hombre que tiene ante sus ojos, no al supuesto Hijo eterno e incorpóreo«Non dixit, Incorporeus ille filius in te est, sed tu es filius» (Restitutio, I, p. 7).. Todos los que reconocen a Jesús como Cristo en el Evangelio se refieren a su persona y cuerpo visibles, sin la menor alusión a la Trinidad eterna y al Verbo o Hijo de esa Trinidad. La virtud que se asocia con el Espíritu Santo denota una determinada capacidad, «no otras entidades metafísicas», es decir, no denota una persona concreta, como dice la teología católica (Restitutio, I, p. 10). Ahora bien, aunque Servet niega la existencia eterna del Hijo, afirma y defiende con auténtico fervor la divinidad del Cristo-hombre. Una vez que Dios Padre engendró a Cristo en la Santísima Virgen y le hizo nacer de su vientre, Cristo es persona divina, verdadero Hijo de Dios por el papel especial que el Padre desempeñó en su generación. Y por ser hijo de la Virgen, Cristo es a la vez hombre auténtico. De esa manera, Servet expresa profunda fe y profundo amor a Jesús, como hombre-Dios.
Servet hizo, como médico, un gran descubrimiento científico: la primera descripción de la circulación pulmonar de la sangre. En la Christianismi Restitutio leemos: «Esta comunicación no se realiza a través de la pared central del corazón, como comúnmente se cree, sino que, a través de un sistema muy ingenioso, la sangre fluye durante un largo recorrido a través de los pulmones. Elaborada por los pulmones, adquiere el tono amarillo rojizo y se vierte desde la arteria pulmonar hasta la vena pulmonar. Entonces, una vez en la vena pulmonar, se mezcla con aire inspirado y a través de la expiración se libera de sus impurezas. Así, completamente mezclada y preparada correctamente para la producción del espíritu vital, es impulsada desde el ventrículo izquierdo del corazón por medio de la diástole».

La «comunicación» aludida es el proceso de fusión de los cuatro elementos en la persona de Jesús. En la generación humana, la madre pone el elemento tierra y el padre los otros tres: agua, aire y fuego. Dios Padre puso esos tres elementos, que se fundieron con la tierra en el seno de la madre. La fusión de teología y ciencia, según el estado de la ciencia en su tiempo, convierten a Servet en un humanista de primer rango. Es un «hombre del Renacimiento», no porque toque muchos campos –sólo le obsesiona la «restitución» del cristianismo–, sino por una exigencia de claridad radical en todos los conceptos que utiliza, y por el saber teológico y científico, que le permite responder agudamente a todas las objeciones de sus adversarios.

En la teología cristiana se han dado tres formas básicas de concebir la figura de Cristo: la metafísica o escolástica, la de la «historia de la salvación», y la mítica de los protestantes liberales del si­glo XIX. La primera explica la figura de Cristo con los términos esencia, persona y «modo sustancial». La segunda la expuso por primera vez fray Luis de León en Los nombres de Cristo y le dio plena vigencia Karl Rahner en el si­glo XX. En esta doctrina la relación Dios-criatura pasa por dos edades: la de los «nombres» (pimpollo, faces de Dios, etc.) y la del pleno despliegue con la encarnación del Verbo. Fray Luis no entiende los nombres de Cristo en el Antiguo Testamento como simples metáforas, sino como auténticas denominaciones del Mesías: Pimpollo es el Hijo; faces de Dios el Verbo encarnado, etc. Los protestantes liberales presentaron el cristianismo como un mensaje ético propuesto por un hombre cuyos biógrafos utilizaron varios mitos del paganismo. Calderón aprovecha los mitos en sus autos sacramentales: El divino Jasón, El divino Orfeo. Frente a Calderón, para quien los mitos paganos son residuos de la fe de nuestros primeros padres y vaticinios oscuros de Cristo, los protestantes liberales reducen el cristianismo a una variedad de mitoVéase Ciriaco Morón Arroyo, Calderón, pensamiento y teatro [1982], 2.ª ed., Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 2001, cap. 4.. Pues bien, Servet creó una cuarta cristología: la del Cristo que sólo es Dios cuando es también hombre: fuego, aire y agua divinos, fundidos con la tierra que aporta la Virgen-Madre. Una cristología física, de médico.

Hoy se pretende acentuar la actualidad de Servet haciéndolo corifeo de la «libertad de conciencia». Este es un punto difícil de determinar. El tono de Servet es «feroz» (como lo llama Ecolampadio) y tan dogmático como el de sus opositores. La vehemencia de su estilo permite dudar de que él hubiera respetado la libertad de los adversarios si hubiera estado en una posición de poder. Los católicos, comenzando con Menéndez Pelayo, han aprovechado la muerte de Servet para acentuar que la intolerancia existió no sólo en la Inquisición española sino también entre los protestantes. La persecución de los católicos en Inglaterra no deja lugar a dudas. Pero el caso de Servet es excepcional: lo mismo en Vienne que en Ginebra, la primera actitud hacia él fue de admiración y amistad. Sin embargo, todos los que en principio lo recibieron amistosamente, desde Ecolampadio a los canónigos de Vienne y a Calvino, se encontraron obligados a condenarlo por hereje. Para ellos era una obligación de conciencia, en la cual el deber hacia Dios estaba por encima del afecto hacia el amigo y la admiración hacia el humanista. Al estudiar el si­glo xvi no puede olvidarse que existía la «obligación en conciencia» de acusar al hereje, aunque fuera la propia madre o el hermano. Al condenar al hereje antitrinitario, Calvino hizo lo que habría hecho cualquier tribunal cristiano. Donde Calvino muestra su bajeza humana y anticristiana es en la crueldad de quemar al descarriado con leña verde para que la agonía fuera más lenta y dolorosa.

Con esta magistral edición de Servet alcanza una nueva cota la obra del profesor Ángel Alcalá, un auténtico embajador de la cultura española en la City University de Nueva York desde 1963. Sus trabajos sobre la Inquición, el príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, la edición del proceso inquisitorial de fray Luis de León, Ramón J. Sender, la monumental biografía de Niceto Alcalá Zamora y varios ensayos de pensamiento original –no sólo histórico– lo han convertido en un maestro de vida intelectual en un estilo preciso y elegante. He dicho al principio que esta edición de las Obras de Servet es una magnífica contribución a la historia del pensamiento español en su contexto europeo. Mi breve análisis no puede ser más que una invitación a gozar y admirar una obra bien hecha.

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