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Las memorias de un joven católico y de derechas

PEQUEÑAS MEMORIAS DE TARÍN

Rafael Sánchez Mazas

Península, Barcelona

204 pp.

16 euros

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La obra de Sánchez Mazas ha reverdecido gracias a la ficción literaria. Javier Cercas se inspiró en su insólita peripecia para reflejar el sufrimiento de la generación que luchó en la Guerra Civil española. La incomprensible reacción de un desconocido miliciano permitió que Sánchez Mazas eludiera el pelotón de fusilamiento. De este incidente surgiría Soldados de Salamina (2001), que se convirtió en un fenómeno editorial y que redimió a Sánchez Mazas («católico, altanero, vidrioso y melancólico») del olvido al que había sido arrojado. La reedición de sus libros nos devuelve a un prosista inspirado, que asimila la sensibilidad modernista, pero que no renuncia a ese romanticismo tardío que tanto influyó en autores como Unamuno y Antonio Machado. Publicadas en 1915, las Pequeñas memorias de Tarín se complacen en la sencillez de una vida perfectamente anodina. No hay nada notable en la infancia y juventud de Tarín Tellaeche. El título lo advierte. No se trata de hechos ejemplares, sino de la cotidianidad de un personaje que transita de la infancia a la primera madurez. No hay revelaciones escabrosas ni profundos análisis psicológicos: sólo una perspicaz recreación de la intimidad de un niño burgués, que se educa en un internado de curas y se enamora ingenuamente de muchachas que no le corresponden.

Las anotaciones del supuesto editor y un breve interludio introducido por las notas autobiográficas de un familiar rompen la rutina del diario, permitiendo ironizar sobre un género que oscila entre la autocomplacencia y la humillación morbosa.

La infancia de Tarín es más significativa que los grandes eventos políticos. Así lo entiende su editor. Lo conspicuo es menos importante que lo cotidiano. Los eruditos se complacen en el estudio de los hombres notables, pero los poetas prefieren las vidas pequeñas, triviales, pues entienden que sus incidencias conciernen a todos y nos hablan de lo universal.Tarín puede ser cualquier niño de su época y clase social. Sus memorias son más elocuentes que las de un político, porque redundan en experiencias comunes. La burguesía de la España de Alfonso XIII se reconoce en sus páginas. La infancia de Tarín incluye las vacaciones con su tío Rafael, un anciano caballero que vive en un enorme caserón. Los ojos del niño aumentan o transforman el aspecto de las cosas. El desván parece infinito y un abrigo colgado de una percha se convierte en un ahorcado. El tío Juan Carlos irrumpe en las memorias de Tarín para narrar su enamoramiento de su prima María Francisca.Aunque hace años que están separados, un retrato enciende su pasión y frustra una boda ya concertada. La moral de la burguesía escamotea las fantasías sexuales. El amor discurre como una emoción que apenas contempla el deseo, ignorando las tensiones del impulso sexual. La pasión resulta un poco afectada, casi una estampa, pero una estampa emparentada con las postales finiseculares, donde el montaje fotográfico disipaba las imperfecciones de la realidad.

La estancia de Tarín en el internado religioso no pretende ser ejemplar. Sus notas son mediocres y comete alguna travesura, pero no hay ningún propósito de denuncia. El anticlericalismo de Pérez de Ayala o Azaña no asoma en ningún momento.Tarín no conoce el maltrato, el abuso ni la humillación. Sus maestros son exigentes, pero también comprensivos y humanos. La relación con sus compañeros no es menos grata. La camaradería prevalece sobre algún encono puntual y los paseos por el monte sólo muestran el aspecto más lírico de la naturaleza, ocultando su hostilidad hacia el hombre.Tarín no es un niño especialmente religioso, pero se entristece durante el Viernes de Pasión y se emociona con los nazarenos. Aunque se estremece con la idea de la muerte, no alberga dudas sobre la inmortalidad del alma y la misericordia de Dios.

El fin del bachillerato coincide con el primer amor. La música de Wagner acompaña a un idilio que no prospera y Tarín conoce el fracaso y la decepción. Los paseos a caballo, junto a jovencitas con trajes de amazona y espolín de plata, ignoran una vez más la rutina de los trabajadores, embrutecidos por su pobreza. Son las memorias de un señorito, que ni siquiera repara en la existencia de sus empleados. La visita a un faro sólo estimula la quimera de una vejez apacible frente al mar, bajo una lámpara de aceite y un horizonte saturado de luces y misterio. Se advierte la influencia del ValleInclán modernista, pero sin su talento verbal ni su poderosa ironía.

Tarín concibe el mundo como «un almacén de juguetes, donde pasan algunas cosas tristes» (p. 167). Las horas dedicadas al juego son las únicas que no desperdiciamos. No hay nada más serio que jugar. En realidad, «la vida es un juego de niños» (p. 168). La inspiración y el ingenio de Sánchez Mazas se manifiestan en estas reflexiones, que incluyen ciertas maldades: las mujeres son muñecas y «hay muñecas que no salieron bastante agradables y se quedaron solteras»; «los hombres se dividen en clases. En algo nos hemos de entretener» (pp. 167-168).Tarín, que reconoce tener prejuicios, no se considera un hombre de ilustración, sino un hombre de Ilustraciones. Aunque el comentario responde al propósito de elogiar el poder de las imágenes e incluso a la intención de ironizar sobre la desilusión que inevitablemente producen los originales (en este caso, los cuadros del Museo del Prado y, más concretamente, la pintura de Rafael), Sánchez Mazas no desaprovecha la ocasión para cuestionar la bondad de las ideas ilustradas. No podía ser de otro modo, pues es un reaccionario, que nunca simpatizó con el igualitarismo democrático.

Las Pequeñas memorias de Tarín están muy lejos de las grandes novelas de iniciación de la literatura española de la época (como El jardín de los frailes, A. M. D. G. o Nuestro padre San Daniel), pero merecen ser reeditadas y leídas. La infancia de un joven católico y de derechas no es menos representativa que la de un socialista anticlerical. Y, en este caso, la política no menoscaba el mérito de una prosa que combina eficazmente humor, sensibilidad y lirismo.

 

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Ficha técnica

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