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Coartada europea en el drama africano

NEGROLOGÍA. POR QUÉ ÁFRICA SE MUERE

Stephen Smith

Debate, Barcelona

Trad. de María Pons

254 pp.

17 €

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Este libro fue publicado hace tres años en Francia, con un inmediato éxito de ventas y un impacto mediático inusitado para un libro sobre el África subsahariana. Su traducción al castellano en nuestro país, tan poco receptivo históricamente a lo que ocurre más allá del Sahara, es reflejo indirecto de este fenómeno. La popularidad ha venido también acompañada por la polémica, y la obra de Smith se ha hecho merecedora de agrias críticas que incluyen hasta un libro cuyo título,Négrophobie, refleja la principal acusación de racismo y sectarismo de que ha sido objeto Boubacar Boris Diop, Odile Tobner y François-Xavier Verschave, Négrophobie, París, Les Arènes, 2005..

Lo primero que habría que tratar de esclarecer son, por tanto, las razones de tanto revuelo en torno a una publicación, especialmente teniendo en cuenta que no estamos ante un libro de gran rigor o calidad académica. Se trata más bien de un texto de carácter periodístico (el autor ha sido corresponsal en África durante mucho tiempo), poco cuidadoso con las referencias bibliográficas o las fuentes de los datos que maneja.Y que sustituye el análisis y la explicación por una descripción a grandes trazos, salpicada de numerosos juicios de valor.

La clave del libro está más bien en lo provocador de su tesis central, y de las formas un tanto agresivas y lapidarias con que se defiende. En síntesis, los principales responsables de las situaciones de pobreza, conflicto y corrupción política en África, más allá de las condiciones externas e históricas poco favorables, serían los propios africanos, y particularmente la ideología de victimismo y orgullo identitario que según el autor impregna las actitudes pasivas y derrotistas de la mayor parte de la población, y que componen el fenómeno que él bautiza como negrología.

Los distintos capítulos transitan por numerosas dimensiones de la realidad social africana, describiendo un escenario siniestro y trágico analizado en los sucesivos capítulos: una demografía desbocada, la pobreza en medio de inmensas riquezas minerales, Estados corruptos e ineficaces, unas independencias desaprovechadas, el despilfarro de la ayuda al desarrollo, la violencia extrema y sin sentido de los nuevos conflictos, la manipulación de la etnicidad y el tribalismo, el integrismo religioso, la democracia trasplantada y la frustración de las esperanzas generadas por la transición surafricana. En todos ellos transita la idea de que son los africanos, «su civilización material, su organización social y su cultura política», los que «constituyen frenos al desarrollo» (p. 62).

El tono general es de diálogo con ciertos planteamientos, supuestamente mayoritarios y simpatizantes con las poblaciones africanas, que no harían más que negar la crudeza y la miseria de la vida en el continente. En realidad estos «amigos de África», más que atenuar, contribuyen a su estancamiento. Pero, ¿con quién exactamente está debatiendo Smith? Porque el periodista conoce mal los debates y perspectivas de los estudiosos, africanos y no africanos, del continente.Y las referencias a otros autores adulteran a menudo el sentido general de sus análisis.

El principal adversario de Smith es más bien uno de los lugares comunes extendidos entre ciertos sectores biempensantes de la opinión pública, imagen invertida de la desarrollada en este libro, y que viene a decir algo así: la situación actual de África es producto de una larga historia de sometimiento y dependencia de los africanos a poderes y actores externos, fundamentalmente europeos, que mantienen hoy sus intereses en el continente a través de relaciones de neocolonialismo.

Una versión sofisticada de esta interpretación se hizo célebre en los años sesenta en la academia, y más allá, por medio de autores como Walter Rodney (De cómo Europa subdesarrolló África) o Samir Amin (La desconexión), que fueron los principales representantes de la escuela de la dependencia en África Walter Rodney, De cómo Europa subdesarrollóÁfrica, trad. de Pablo González Casanova, México, Siglo XXI, 1982; Samir Amin, La desconexión. Hacia un sistema mundial policéntrico, trad. de María Antoranz, Madrid, IEPALA, 1988.. Sus análisis ponían de manifiesto cómo la esclavitud y el colonialismo habían subordinado la economía y la política del continente a las necesidades metropolitanas, y cómo las independencias no habían alterado sustancialmente esta situación. Esta interpretación revertía de una forma necesaria el paradigma dominante entonces de la modernización, que analizaba los procesos africanos en términos exclusivamente internos a los Estados, sin tener en cuenta el contexto histórico y espacial más amplio, ni las relaciones de dominación y desigualdad entre distintas partes del mundo.

Sin embargo, hace también mucho tiempo que los africanistas han sido pioneros en reclamar una visión más integral de los procesos sociales en África, que incorpore no sólo los intereses e iniciativas europeas, sino también los intereses, las dinámicas, las visiones y las reacciones de los africanos. La Historia General de África de la UNESCO, escrita en gran medida por historiadores africanos, tenía como leitmotiv las estrategias, y también las resistencias, de las poblaciones del continente.Y la participación de africanos y de algunas de sus estructuras políticas en los procesos históricos de la dominación exterior del continente han sido objeto de profundos análisis y debates Dos referencias inevitables a este respecto, a veces encontradas, son Jean-François Bayart (El Estado en África. La política del vientre, trad. de Juan Vivanco, Barcelona, Bellaterra, 1999) y Mahmood Mamdani (Citizen and Subject.Contemporary Africa and the Legacy of Late Colonialism, Princeton, Princeton University Press, 1996). .

No existe hoy estudio serio que se precie sobre los procesos políticos y económicos que atraviesan el continente que no haga referencia al papel, los intereses y las estrategias de los actores africanos en el drama que contribuyen a construir. De modo que lo que de rescatable tiene la insistencia de Smith en reivindicar la responsabilidad de los africanos en su propia historia, es desde hace tiempo presupuesto metodológico de muchos estudiosos e intelectuales africanistas.

Lo que es más difícil de compartir para quienes conocen las dinámicas del continente es la casi total ausencia en el panorama que se nos describe de diferenciaciones sociales. La «culpa» –pues de eso parece tratarse– es distribuida por igual entre gobernantes y gobernados, hombres y mujeres, campesinos y hombres de negocios, trabajadores informales y niños soldados. Las relaciones de poder y desigualdad de recursos entre grupos y categorías sociales no son relevantes para comprender lo que pasa.

La única distinción relevante en la interpretación de Smith es entre africanos y no africanos, entre «ellos» y «nosotros». Se reproduce así una dicotomía que ha impregnado durante mucho tiempo las percepciones eurocéntricas del mundo, que son ciegas a las innumerables conexiones y vinculaciones existentes entre grupos, intereses o ideas procedentes de espacios distantes.Y especialmente las que existen entre Europa y África, que desde finales del siglo XIX hasta los años sesenta y setenta adoptaron la forma del imperialismo colonial.

Reflexionar sobre las responsabilidades de las actuales situaciones africanas, como pretende hacer Negrología, no puede pasar por alto estas conexiones. No se trata de saber en qué lugar de una balanza, formada por africanos en un platillo y extranjeros en otro, está el fardo más pesado. Lo que interesa es comprender las estructuras y las redes concretas que vinculan a administradores coloniales con autoridades nativas, a gobernantes africanos con multinacionales del petróleo, a señores de la guerra con compradores de diamantes, a defensores locales de los derechos humanos con grandes ONG, o a predicadores independientes con comunidades de creyentes en otras partes del mundo.

El reto está en analizar cómo se generan procesos de dominación y explotación, y también de supervivencia, de resistencia o de transformación social, en esas conexiones.Así lo han entendido autores como Bayart, que trata de superar el paradigma de la dependencia con el concepto de extraversión, con el que hace referencia al recurso que hacen los grupos poderosos africanos a las conexiones con los mercados y los escenarios mundiales. Su posición como intermediarios privilegiados entre las poblaciones y las dinámicas transnacionales (de gate-keeper state, en términos del historiador Frederick Cooper Frederick Cooper, Africa since 1945. The Pastof the Present, Cambridge, Cambridge University Press, 2002.) les ha proporcionado históricamente un instrumento de poder político y económico extraordinario, que explica en parte la irrelevancia de las demandas de los ciudadanos para sus gobiernos.

Desde estas lecturas complejas es difícil entrar en el debate plano que Smith nos propone. Lo mismo ocurre con los discursos de la identidad, que son otra de las constantes y preocupaciones de este libro. Más allá de la confusión de fenómenos y conceptos con que nos encontramos –se identifica etnicidad con Negritud, y ésta con tradicionalismo–, se equipara a todas ellas con un rechazo frontal de la modernidad y los valores universales, que para el autor están en la base del desarrollo. Se olvida así que las corrientes intelectuales de la Negritud o del Panafricanismo, que alcanzaron su cenit durante la descolonización, contenían fuertes dosis de universalismo, y pretendían ser la manera en que los africanos contribuyeran a la cultura de la humanidad.

Y también se escatima el hecho de que la actual revitalización del lenguaje étnico es un fenómeno intensamente actual, y no sólo africano, vinculado a la construcción del Estado y a los procesos de democratización, y que raramente se utiliza para reivindicar un pasado «antimoderno» o ni siquiera «antioccidental». Los vocabularios étnicos, y también los religiosos, son objeto de instrumentalización política y hasta violenta, como Smith señala, pero también con la búsqueda de una vida social con sentido en contextos de desestructuración y reestructuración social y personal. De nuevo la complejidad social sale al paso de la lectura que aquí se nos propone.

Lo que denota el discurso de Smith es la recuperación de las viejas perspectivas de la modernización y su dicotomía modernidad/tradición. Pero también hace explícitos ciertos planteamientos de desprecio y arrogancia que nunca se fueron, y que han seguido sosteniendo de puertas para adentro, y desde época colonial, muchos políticos y funcionarios europeos encargados de las relaciones con los países africanos. La pregunta que sigue en el aire es, por tanto, qué ha cambiado para que la mala conciencia haya disminuido hasta el punto de que tenga éxito esta exculpación tan contundente de los europeos con respecto a lo que ocurre en África, muy especialmente en el país que protagonizó la ominosa guerra de Argelia y que ha continuado apoyando e interviniendo a favor de dictaduras y regímenes con escasas credibilidades democráticas.

No hace falta mantener las tesis opuestas a las de Smith –«la culpa es de los demás»– para reivindicar la participación concreta de franceses y europeos en el drama africano.Y es importante hacerlo ahora, cuando nos enfrentamos a la llamada heroica y desesperada a las puertas del paraíso de tantos africanos que han decidido hacer, de manera pacífica, el camino inverso que siguieron en su día misioneros, soldados y colonos, y siguen haciendo hoy cooperantes bienintencionados, vendedores de armas o representantes de grandes empresas. Sólo desde el reconocimiento de que formamos parte de unas mismas historias de conexiones y vínculos es posible pensar con sentido la cuestión de las responsabilidades pasadas y, también, del porvenir común.

 

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Ficha técnica

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