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Traiciones y pasiones

MEIN LIEBES SEELCHEN! BRIEFE VON MARTIN HEIDEGGER AN SEINE FRAU ELFRIDE. 1915-1970

Martin Heidegger

DVA, Múnich

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Parece la guerra de los Rose, pero reescrita en una escenografía alemana, vagamente campesina. Ella le da un hijo que sabe ilegítimo, él le pone los cuernos con cierto fastidio. Ella es Elfride, hija de un oficial del ejército leal a los principios protestantes. Él es Martin, hijo del sacristán de Messkirch. Ella, a pesar de las rencillas conyugales, continuará estando presente en su vida hasta que la muerte no los separe. Él continuará tratándola como el punto de referencia familiar: la mujer fuerte, valerosa, aquella a la cual dirigirse en las horas difíciles. Sin embargo, bajo el velo de severa respetabilidad que protegía a uno de los más grandes filósofos del siglo XX y a su esposa, hoy pueden conocerse las impaciencias y las amarguras de ella; las traiciones de él.Terrible, como a veces, en su imprevisibilidad, suele ser la vida. En resumidas cuentas, nadie se habría imaginado que las cartas de Heidegger a su esposa, aparecidas hace muy poco en Alemania, abrirían una elocuente rasgadura sobre la vida privada y los amores incontenibles del maestro alemán.

Se sabía que Heidegger no era insensible al encanto femenino. Cuando menos está allí para demostrarlo la atormentada historia de amor con su discípula más famosa, Hannah Arendt, con quien en el curso de su vida cruzará numerosas y apasionadas cartas (más tarde publicadas). Pero nadie había esperado que la inclinación a los amores clandestinos del más renombrado filósofo del siglo XX fuese tan pronunciada y extendida.

Son cartas sorprendentes, reunidas y comentadas por Gertrud Heidegger, nieta del filósofo. De la correspondencia han sido escogidas las cartas más importantes de él y excluidas, casi del todo, las de ella. Se trata, en conjunto, de un millar de cartas que Elfride había guardado con esmero en un cofrecito cerrado con llave y dado en custodia a la nieta, en 1977, con el encargo de hacerlas públicas sólo después de su muerte (Martin Heidegger murió en 1976; su esposa, en 1992). Puede parecer extraño que el paquete de cartas haya sido confiado a una nieta y no al hijo, como sería más natural. Puede conjeturarse que Elfride quería tener la absoluta certeza de su publicación. Pero junto con ello debemos preguntarnos si con ese gesto no pretendía consumar una sutil venganza póstuma en contra del célebre e infiel marido. Como quiera que sea, hay aquí bastante para arrojar una sonda en aquel «hoyo negro» que fue la vida conyugal y sentimental de Heidegger.

Desde que conoció a Elfride –estudiante de economía que, fascinada, frecuentaba sus lecciones– Martin comenzó a comunicarle sus pensamientos y sentimientos. Desde entonces, durante más de medio siglo, la inundará de cartas en que la llama «querida pequeña alma mía» y la cautiva con su típica e insistente búsqueda de autenticidad. No es difícil descubrir, en aquellas primeras cartas, las referencias al análisis existencial de Ser y Tiempo. Los propósitos del filósofo son inequívocos: no quiere someterse a la tiranía de las buenas maneras, de las costumbres pequeñoburguesas, de las formas más propias a que aspiraba una relación normal de esos años. En la teoría, como en la práctica, busca algo grande, intenso, decisivo: como si en cada momento de su vida estuviera todo en juego. Se siente comprendido por esa joven estudiante y, a su vez, él la comprende. Con la mayor sensibilidad y disposición.Al fin y al cabo, es así como nace un amor. Pero también así puede marchitarse.

Elfride aparece muy distinta de la severa e irascible guardiana de la cotidianidad del pensador, según la habían descrito los biógrafos hasta ahora.Tampoco, bien mirada, se muestra como hecha de cartón-piedra. Más bien es ella el eslabón débil de la relación conyugal, la primera en ceder a las seducciones de la carne.Tras un par de años de matrimonio, consuma una sorprendente traición cargada de consecuencias. De las preocupadas cartas de él se deduce que el segundo hijo, Hermann, es el fruto de una escapada de Elfride con un viejo amigo (Hermann ha tenido el valor de reconocerlo). No menos sorprendente es la estoica liberalidad con que Martin soporta y elabora la «ofensa», en total coherencia con sus teorías filosóficas. Le escribe a ella «no querer un amor bestial, de trogloditas», sino una relación madura, libre, abierta. Otro en su lugar habría armado un escándalo, pero él se siente inspirado, por encima del resto, no se deja rozar por las habladurías. Es con este espíritu como acepta un hijo ajeno.

Pero, ¿es efectivamente un hombre que está por encima de las pasiones? Muy pronto reclamará para sí aquel derecho generosamente concedido a Elfride. Inesperadamente, la situación se invierte. Deshaciéndose de las últimas rémoras, el filósofo se transforma de manera radical. En las reiteradas aventuras amorosas –que emergen puntualmente de las cartas– se muestra cómodo en el inusitado papel de esposo y de amante clandestino.

Hans Georg Gadamer, que algo debía saber, nos confesó en una entrevista con motivo de su centenario que fue Hannah Arendt quien lo inició en los placeres de la carne.Y que Martin se había entregado a ellos con voluptuosidad en la misma época en que teorizaba en los seminarios con el teólogo Bultmann sobre la tendencia congénita de la vida humana a perderse más que a encontrarse.A partir de estas premisas, el matrimonio rechina. Pero, todo sumado, resiste. Martin, entre tanto, ha convencido a Elfride para que abandone los estudios y se dedique por completo a la familia. Él a menudo está en otros lugares, por compromisos académicos, por conferencias e invitaciones de todo tipo. Aparentemente le gusta vivir tranquilo, al abrigo de las obligaciones familiares, y ocuparse de la propia obra. La filosofía continúa siendo su misión, pero para llevarla a cabo necesita del fuego de la pasión y de la inspiración, que sólo el eterno femenino puede encender. «Cuando mi existencia está privada de pasión –le escribe a su esposa– enmudezco y la fuente no fluye». De día trabaja arrebatadamente; de noche, su corazón late. Se siente agarrado «por una fuerza demoníaca».

Las olas de la pasión y de la autenticidad parecieron, sin embargo, estrellarse contra la rocosa resistencia de Elfride. Ella se muestra como una leona herida, dispuesta a todo para defender el territorio de su familia.Y no vacila en contactar a las rivales, sea para ahuyentarlas, sea –cuando no logra amedrentarlas– intentando hacerlas sus aliadas contra el doble juego al que a menudo recurre Martin. Se mezclan tumultuosamente celos, sospechas, crisis, seguidas de pálidas tentativas de reconciliación.

La única carta de Elfride publicada testimonia un estado de ánimo exacerbado, el de una mujer al borde de una crisis nerviosa: «Tú tienes tu trabajo, que es el soporte de tu vida […] por tanto no comprenderías hasta qué punto he sido, por tu causa, sacada de mi equilibrio […] "debilidad" y "perdóname" son, por ende, palabras superficiales. ¡Oh, no, no está bien! Sé lo que has hecho, sé del fervor que necesitas, y me he esforzado también en este caso por ver lo que te hace feliz, considerando a Marielene como aquella que puede regalarte la felicidad. Pero que todo esto deba acompañarse no sólo con la mentira sino con el abuso más inhumano de mi confianza, es algo que me sume en una total desesperación».Y lo somete a un muy simple experimento mental: «Imagina que tu amante, ahora, en el mismo momento en que parece ligada a ti por un amor tan grande, y en el que os habláis de corazón a corazón, te traicionara con otro y tú lo descubrieses sólo a través de tus sospechas. ¿Qué sería de tu amor por ella? ¿Qué harías? ¿Cómo lo soportarías? Y yo, ¿debería tragar todo esto no una vez, sino continuamente y ahora ya durante cuarenta años? […] Continúas diciéndome y escribiéndome que estás ligado a mí: pero, ¿qué unión es esa? No es amor, tampoco confianza, encuentras "terruño" [Heimat] en otras mujeres –ah, Martin, si supieras cómo estoy yo– ¡en esta soledad de hielo! Pero no quiero escribirte nada más: en cualquier caso no prestarías atención».

La previsión de Elfride parece exacta. Las desvaídas excusas de Martin no logran ocultar en lo más mínimo su reincidente incontinencia erótico-sentimental. Se llega al colmo en abril de 1970. En la ciudad de Augusta, durante un encuentro amoroso con una nueva amante, el ya octogenario Martin es presa de un infarto que lo deja semiparalizado. Es transportado con urgencia en ambulancia a Friburgo, donde Elfride se encargará de cuidarlo. Los pocos años que le quedan al viejo filósofo, que a duras penas se repondrá, servirán para reparar aquella relación conyugal largamente sometida a la usura de la traición. Desde entonces Elfride y Martin no se separarán más, poniendo fin, entre otras cosas, a la extraordinaria correspondencia.
Naturalmente, por este documento nos enteramos de muchas otras cosas sobre la vida privada del filósofo. También se encuentran allí recogidas sus jornadas, sus ritmos de trabajo, los altos y bajos de su carrera académica. Vemos algunos destellos de felicidad en relación con la construcción de la cabaña en Todnauberg, y vemos la oscura y contradictoria ambición que lo envolvió durante la adhesión al nazismo. Nos enteramos, sin especial sorpresa, del convencido e impenitente antisemitismo de Elfride. En resumidas cuentas, es la vida de una pareja, que se engaña y se descubre.Y el hecho de poder disponer de ella en su embarazosa simplicidad despierta espontáneamente un sentimiento de agradecimiento a la familia, a Gertrud y a Hermann Heidegger, que han tenido el valor de divulgarla. En el fondo, el documento nos restituye, sobre todo, a este hombre –tan excepcional en el pensamiento como mediocre en la biografía– en toda su compleja humanidad.

Traducción de Patricio Tapia

La Repubblica
www.repubblica.it

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