Buscar

«¡No me hable usted de la Guerra!»

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Hew Strachan

Crítica, Barcelona

Trad. de Silvia Furió Castellví

408 pp.

29,90 €

LOS CAÑONES DE AGOSTO: TREINTA Y UN DÍAS DE 1914 QUE CAMBIARON LA FAZ DEL MUNDO

Barbara Wertheim Tuchman

Península, Barcelona

Trad. de Victor Scholz

592 pp.

23 €

image_pdfCrear PDF de este artículo.

El estallido de la contienda europea en agosto de 1914 suscitó de inmediato el interés de la opinión pública en España, si bien con cierta reserva: el conflicto –se entendía de forma generalizada– era importante, pero también lo era que el país se mantuviera al margen. Ante el decantamiento de los simpatizantes por uno u otro de los dos bandos que dividieron «el mundo civilizado», hubo muchos que pusieron en su botonera un pin que rezaba: «¡No me hable usted de la Guerra!». Fueron tildados de «pancistas» por quienes se sentían literalmente comprometidos con uno u otro de los contendientes.

La guerra que estalló en agosto de 1914 era la primera contienda generalizada que se producía en el continente desde 1815, ya que incorporaba a un tiempo a todos los principales Estados: la totalidad de los conflictos bélicos a partir de la Paz de Viena habían sido bien pugnas entre un par de grandes potencias (más algunos Estados menores), bien enfrentamientos internos de facciones dentro de un Estado (aunque algún grande metiera sus narices), bien luchas en «ultramar», guerras llamadas «pequeñas» entre fuerzas de «blancos» y «atrasada» gente de «color». España luchó contra Napoleón (1808-1813), asistió de modo poco lucido al Congreso de Viena y, a partir de entonces, se mantuvo al margen de las rivalidades europeas de las grandes potencias y sus batallas, si bien se había pasado el siglo XIX en una situación bélica casi permanente entre las guerras civiles peninsulares y las insulares, en especial en Cuba, amén de sus reiterados escarceos en Marruecos. Así, trajo cola –y mucha– el hecho de que los españoles no se metieran en la lucha que inicialmente se dio en llamar la «Guerra Europea», pero que pronto se bautizaría, por sus dimensiones humanas, como la «Gran Guerra» y que a la larga quedaría inscrita en la memoria como la «Guerra Mundial» por sus vastas implicaciones geográficas. Al mantenerse al margen de las dos contiendas europeas, España se quedó fuera literalmente del sufrimiento compartido, las culpas comunes y los miedos a las segundas partes que han forjado, a golpes, la conciencia europea contemporánea. Su manera de aproximarse ha sido una proyección desde sus traumas particulares.

En un principio, esta neutralidad española parecía ventajosa para toda la «opinión», que, como en otros países, implicados o no, dio por supuesto que, tras unos grandes embates en el otoño, la cuestión quedaría claramente resuelta y podría llegarse a alguna suerte de acuerdo diplomático. Del mismo modo que, en buena medida, los uniformes militares del verano de 1914 todavía conservaban mucho del colorido y la fantasía del apogeo militarista napoleónico de hacía un siglo, se esperaba una lucha entre ejércitos grandes de rápidos movimientos envolventes (como en las contiendas europeas que cerraron las revoluciones de 1849, o los enfrentamientos de 1859, 1864, 1866 y 1870).Todo debía durar unas semanas, a lo más quizás unos meses, con el clímax de unos combates sangrientos y un final concluyente. Pero el otoño se hizo invierno, y después llegó la primavera de 1915, y la guerra continuaba.

La contienda demostró tener una endemoniada capacidad para eludir todo control, salirse de los planes y de los planos de los gabinetes y los estados mayores, y extenderse.Austria-Hungría creyó poder subordinar a Serbia en lo que habría de ser la «Tercera Guerra Balcánica», pero entonces intervino Rusia, tradicional protector serbio. La amenaza rusa implicó a los alemanes y, por tanto, a los franceses y esto, a su vez, a los británicos. Todas las potencias de rango creyeron, por una razón estratégica u otra, que no tenían más remedio que implicarse o arriesgarse a unos costes políticos superiores.Y, en los países involucrados, estas razones resultaron convincentes para casi todos los políticos, incluidos los socialistas y sindicalistas, quedando al margen del consenso sólo unos pocos pacifistas religiosos y algunos revolucionarios muy aislados.

Pero tal y como había sucedido ya en la Guerra Civil norteamericana (1861-1865) y en la contienda ruso-japonesa (1904-1905), la fluidez de los transportes, con su capacidad de movilizar tropas, hubo de ceder ante la capacidad creciente de fuego que había aportado la nueva tecnología bélica desarrollada en las décadas anteriores.A finales de 1914, los frentes se estabilizaron y así se mantuvieron, a pesar de todos los esfuerzos de un «generalísimo» tras otro –en ambos bandos–, empeñados en gastar hombres, material y animales en un «ataque decisivo» que, de modo «definitivo», habría de romper la línea enemiga y recuperar la dinámica de la lucha. Mediante los bombardeos concentrados, se removió inútilmente el barro en los vastos lodozales en que pronto se convirtieron los campos y bosques accidentalmente divididos por trincheras. Allí –es una imagen del todo codificada– murieron miles de hombres en las ofensivas que fueron sucediéndose, y los frentes no cedían más que unos pocos metros.

En los dos bandos beligerantes se abrigaba la esperanza de que surgieran nuevos flancos externos por medio de la alianza oportuna: en noviembre de 1914 entró Turquía en la guerra del lado de los «Imperios Centrales», a lo que se respondió con un ataque en los Dardanelos, alargado sin éxito. En mayo de 1915 Italia se apuntó a las «potencias aliadas» y en octubre fuerzas aliadas desembarcaron en Grecia, estableciendo un gobierno simpatizante frente al constituido en Atenas. Como réplica, en noviembre de este mismo año, Bulgaria se adhirió a los «centrales». El año siguiente, en marzo, Portugal declaró la guerra a Alemania; en agosto, Rumanía apostó, desastrosamente, por los «aliados». Era una cadena de atracciones imparable: finalmente, en junio de 1917, Grecia se pasó oficialmente a los «aliados». Entre las «potencias menores», el argumento para participar era siempre el mismo: si no entramos ahora, teniendo en cuenta que «la Guerra va a decidirse» en pocas semanas, nuestras exigencias no habrán de verse atendidas en la conferencia de paz final. En la primavera de 1917, cuando también entró Estados Unidos en la lucha (en abril), literalmente toda la ribera de la cuenca mediterránea (incluyendo la del mar Negro) estaba inmersa en la guerra, ya que las colonias y protectorados franceses, británicos e italianos del norte de África se vieron involucrados en la contienda, mientras que otros países, como la recién inventada Albania, se vieron engullidos e invadidos, por más que pretendieran permanecer neutrales. Excepto España.

Aun así, en el marco político español, desde finales de 1914 empezaron a surgir voces que reclamaban tomar partido. Se trataba, por supuesto, de los extremos: la derecha de los legitimistas, los republicanos radicales, los ultracatalanistas, si bien, en una de sus muchas fintas, el conde de Romanones diera a entender que, posiblemente, la «intervención» no le vendría mal.Alfonso XIII, con habilidad, resolvió sus tensiones familiares (la reina era inglesa y la antigua regente, austríaca) dedicándose a labores en pro de los prisioneros de guerra, lo que redundó en favor de la Corona en el extranjero, una cuestión ampliamente estudiada desde entonces por los comentaristas españoles (¿por qué será?) Víctor Espinós Moltó, Alfonso XIII y la guerra:espejo de neutrales [1917], Madrid,Vasallo de Mumbert, 1977; Julián Cortés-Cavanillas, Alfonso XIII y la Guerra del 14, Madrid, Alce, 1976; Julio Montero Díaz, María Antonia Paz y José J. Sánchez Aranda,La imagen pública de lamonarquía:Alfonso XIII en la prensa escrita y cinematográfica, Barcelona,Ariel, 2001; Juan Pando, Un rey para la esperanza: la España humanitariade Alfonso XIII en la Gran Guerra, Madrid,Temas de Hoy, 2002..

Si la esencia de la modernidad era el acceso a la velocidad, la «Gran Guerra» significó un cambio profundo en la propaganda: la cámara de cine estaba físicamente en el campo de batalla, igual que la cámara fotográfica instantánea, lo cual significaba acción en directo (aunque con frecuencia estuviera trucada).Así, la nueva industria de la impresión y de los medios de comunicación se puso a servir el conflicto diariamente, semanalmente, en todo tipo de publicaciones –revistas ilustradas, fascículos–, además de los noticiarios cinematográficos. Esta intimidad visual, más la manipulación de las informaciones a que se dedicaron ambos bandos, ansiosos de convertir a los neutrales en activos partidarios de su causa, causó un profundo impacto en la conciencia española. La consecuencia directa fue que se dividió la «opinión política» entre «aliadófilos» (en verdad, más bien francófilos) y «germanófilos» (aunque Austria-Hungría era la potencia católica por excelencia). La destrucción en Bélgica y el norte de Francia escandalizó a las izquierdas, que apelaban, además, a la defensa de los «pequeños países» (Serbia, Bélgica) aplastados por el militarismo. El manifiesto de una multitud de científicos alemanes a favor de las acciones de sus combatientes fue utilizado como muestra de la desfachatez de «los hunos», como fueron apodados los germanos, ya que se les suponía la esencia de la barbarie. Por el contrario, a las derechas les repugnó el cinisimo con el que los «aliados» utilizaban los buenos sentimientos en defensa de sus intereses más bajos. Era, pues, lo que el muy partidista Unamuno llamó la lucha moral entre «los hunos y los otros».Y ahí se quedó España, sentimentalmente implicada, si bien de modo cruzado, con cierto sentido de su superioridad por saber quedarse al margen del «holocausto» (como se llamó pronto la carnicería), pero cobrando buenos dineros por todo lo que podían producir sus campos y sus fábricas. La «Guerra Mundial», pues, cuajó el discurso del excepcionalismo español, tan anunciado por los «noventayochistas», y que ha dominado la discusión sobre «el problema de España» desde entonces hasta la entrada en la Unión Europea en 1985.

La ironía fue que la «Guerra Mundial» formó el mito fundacional de la modernidad como ruptura, tal y como se entendería esta idea a lo largo del siglo XX : hasta los artistas vanguardistas han sido reinterpretados como profetas del significado de la contienda Véase la crítica de Francis Haskell, History andIts Images: Art and the Interpretation of the Past, New Haven, Yale University Press, 1993, cap. 14, «Art as Prophecy». . Como ha observado el economista Peter Temin en un brillante ensayo acerca de la «crisis» financiera internacional de los años treinta, la contienda fue el punto de partida de las «catástrofes» que se sucedieron, la cesura decisiva, el antes y después, la negación de las ingenuidades decimonónicas acerca del «progreso» y el humanismo, incluso en el ámbito productivo y financiero Peter Temin,Lecciones de la Gran Depresión, trad. de Eva Rodríguez Halffter, Madrid, Alianza Editorial, 1995. . Al quedarse fuera, España se estableció, en efecto, como un país diferente. A pesar del «pistolerismo» de los años de posguerra, su «Belle Époque» duró hasta finales del primorriverismo. Vivió un «desastre» militar en Marruecos en 1921, su impacto bélico particular y castizo. Luego su hundió en la Guerra Civil de 1936-1939, que sirvió como la rasgadura equivalente a haber vivido la Primera Guerra Mundial, a la vez que excusa para no participar en la segunda contienda mundial, que comenzó en septiembre de 1939, cinco meses justos después de acabado oficialmente el conflicto español.

Uno de los resultados de esta perspectiva exclusiva, y aun torcida, es la falta de interés sostenido en la Primera Guerra Mundial, ya que los españoles sólo hiceron de mirones y pronto se cansaron del alud de papel cuché que se les vino encima. Pero a veces se producen eventos editoriales curiosos, como que, noventa y un años después del inicio de la Guerra, se hayan publicado dos libros destacados, muy contrapuestos, sobre los fatídicos eventos de aquel verano. Uno es una reedición (aunque pretenda ser una «primera edición») de un clásico de divulgación, que en su ya lejano día ganó el Premio Pulitzer; el otro es una obra de ensayo –también de divulgación, por tanto–, pero de un especialista académico en historia militar.Tenemos, pues, la confrontación entre la haute vulgarisation, tan despreciada por los profesores de estos lares (tanto que no reciben ni reconocimiento ministerial ni rédito «de investigación» por tales obras), y el duro criterio del profesionalismo más especializado y actual. Pero también tenemos un libro muy impactante de 1962 con otro que le contesta desde 2003, cuarenta años después.

La «historiadora popular» Barbara Tuchman (1912-1989) publicó The Guns of August (en la edición inglesa titulado August 1914) en enero de 1962 entre grandes elogios: se asegura que el presidente Kennedy, que se las daba de historiador, pensaba que, gracias al retrato que Tuchman hizo de las ineludibles maniobras que dieron lugar a la «Gran Guerra», había podido evitarse su repetición en la «crisis de los misiles» con Cuba y la Unión Soviética en octubre de ese mismo año. No era el primer libro de Tuchman. Al contrario, ella –nacida y casada en el seno de la «burguesía» judía más «liberal», en su sentido estadounidense– había empezado en 1938 con una obrita publicada en Londres sobre la contienda española, The Lost British Policy: Britain and Spain since 1700, y, tras bastantes años dedicados con éxito al periodismo, en 1956 publicó una obra de cierta ambición, narrada de manera competente, titulada Bible and the Sword: England and Palestine from the Bronze Age to Balfour, y, en 1958, otro libro, The Zimmermann Telegram, sobre las causas de la entrada de los Estados Unidos en la Guerra Mundial a raíz de las intrigas de los alemanes en la revolución mexicana, suceso este último que Tuchman no entendió para nada (sin embargo, la obra fue publicada por Grijalbo en México en 1960) Barbara Wertheim Tuchman, The Lost British Policy. Britain and Spain since 1700, Londres, United Editorial, 1938; íd., Bible and Sword:England and Palestine from the Bronze Age to Balfour, Nueva York, New York University Press, 1956; íd., The Zimmermann Telegram, Nueva York,Viking Press, 1958 (El telegrama Zimmermann, trad. de Enrique Tremps, Barcelona,Argos-Vergara, 1979)..

Aunque la idea de relatar de forma amena los eventos del inicio de la «Gran Guerra» estaba flotando en el aire al aproximarse el cincuentenario de 1914 (véase, por ejemplo, 1914, de James Cameron, publicado en 1959), la recepción de The Guns of August convirtió al libro en un auténtico best seller, tanto que los historiadores profesionales miraron la obra con ojos críticos James Cameron, 1914, Nueva York, Rinehart & Co, 1959. . La tesis de Tuchman era a la vez determinista e individualista: consideraba que las reacciones de los principales actores históricos eran decisivas, con lo que la mecánica de relaciones establecida entre tratados, diplomáticos incompetentes, militares de visión corta, errores de percepción cruzados y demás reacciones establecieron una pauta colectiva imposible de corregir o frenar, que llevó no sólo al comienzo no deseado de la contienda sino, asimismo, al resultado final, tampoco previsto. La obra, en la misma traducción de Victor Scholz ahora presentada como si fuera original, fue ya ofrecida al público español en 1979 por Argos-Vergara. Península se ha limitado ahora a reeditarla en una edición actualizada con un prólogo de otro muy competente divulgador histórico, Robert K. Massie Barbara Wertheim Tuchman, Los cañones deagosto, trad. de Victor Scholz, Barcelona,ArgosVergara, 1979. . Por cierto, que sería hora de poner coto a la tiranía de los diseñadores (en este caso, Carlos Cubiero, aunque la responsabilidad puede que no sea suya): la portada de esta nueva versión muestra una muy eficaz fotografía de una tanqueta Renault, con el evidente anacronismo de que los tanques no existían en 1914, pues todavía no se habían inventado, y ello implicaría que este libro sería Los cañones de agosto… ¡de 1917!

Espoleada tanto por las críticas académicas como por su su éxito de ventas, Tuchman se dedicó a preparar un vasto panorama histórico de los veinticinco años de vida de Europa anteriores a la decisiva fecha de 1914: tituló su libro The Proud Tower: a Portrait of the World Before the War, 1890-1914, un texto ingente –unas seiscientas páginas de letra diminuta en la edición de bolsillo que leí como estudiante– que partía de la figura del socialista Jean Jaurés (la «torre» en cuestión) para narrar el camino hacia el cambio con una calculada técnica impresionista (la edición de 1966 fue traducida inmediatamente como La torre de orgullo por Bruguera en 1967) Barbara Wertheim Tuchman, The Proud Tower:a Portrait of the World before the War, 1890-1914, Nueva York / Londres, Macmillan / Hamish Hamilton, 1966 (La torre de orgullo, 1890-1914:una semblanza del mundo antes de la primera guerra mundial, trad. de Fernando Corripio, Barcelona, Bruguera, 1967). .También The ProudTower resultó un éxito de ventas, aunque sin la fuerza de The Guns of August, con su ritmo trepidante y su descripción de las altas esferas como si de una tragedia griega, con su moira, se tratara. En 1984, Tuchman insistió en la idea en su ensayo The March of Folly: From Troy to Vietnam, tras haberse atrevido antes, en 1978, con un retrato de la correlación entre los desastres humanos y naturales del Bajo Medievo europeo en A Distant Mirror:The Calamitous 14th Century, ya publicado en castellano por Argos-Vergara en 1979, Plaza y Janés en 1990 y reeditado por Península en 2000, libro este último ya auténticamente despedazado por la crítica profesional Barbara Wertheim Tuchman, The March ofFolly: from Troy to Vietnam, Nueva York,Alfred A. Knopf, 1984; Id., A Distant Mirror.The Calamitous 14th Century, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1978 (Londres, Macmillan, 1979), Un espejo lejano: el calamitoso siglo XIV , trad. de Juan Antonio Gutiérrez-Larraya, Barcelona, Península, 2000. Por el contrario, fue bien recibido su estudio sobre los norteamericanos en la China durante la Segunda Guerra Mundial: Barbara Wertheim Tuchman, Stillwell andthe American experience in China, 1911-45, Nueva York, Macmillan, 1970. Debo indicar que Tuchman publicó más obras que las comentadas aquí..

Debe entenderse que el tema de los «orígenes de la Primera Guerra Mundial» ha sido uno de los grandes caballos de batalla (otra vez, nunca mejor dicho) de la historiografía del siglo XX . La justificación de la entrada en la guerra argüida por las diversas cancillerías –en los llamados «Libros de arco iris», porque cada uno tenía un color diferente, el Libro blanco alemán, el Libro gris austro-húngaro, el Libro amarillo francés, y así sucesivamente– sirvió literalmente para reinventar, sobre bases supuestamente científicas, la moderna historia diplomática Una excelente monografía sobre las múltiples censuras a las cuales fue sometida la documentación publicada y, por lo tanto, cuestión fundamental ante su fiabilidad es: Sacha Zala,Geschichte unter der Schere politischer Zensur.AmtlicheAktensammlungen im internationalen Vergleich, Múnich, Oldenbourg Verlag, 2001, y un resumen en inglés del trabajo de este historiador suizo: Sacha Zala, «Coloured Books. The Censorship of Diplomatic Documents», en Derek Jones (ed.), Censorship.A World Encyclopedia, Londres, Fitzroy Dearborn, 2001, vol. 1 (4 vols.), pp. 551-553.. Empezaron los bolcheviques, que, en cuanto pudieron tras su golpe de noviembre de 1917, para avergonzar a los «aliados», publicaron todo lo que encontraron acerca de los acuerdos secretos «imperialistas» entre las potencias que aseguraban combatir «para acabar con la guerra» y «defender los derechos de las pequeñas naciones» Para la publicación bolchevique de la documentación diplomática zarista en la contemporánea versión castellana: [Seymour F. Cocks], Una parte de la verdad de la guerra. Los tratados secretos (1914-1917): Documentos publicados porTortsky en funciones de Comisario de Negocios extranjeros de la República Socialista de Rusia, y comentarios de la «UNION OF DEMOCRATIE[sic] CONTROL», de «THE HERALD» y del«COMITE POUR LES REPRISES DESRELATIONS INTERNATIONALES [sic]»,con un prólogo de Mariano García Cortés, Madrid, Tip.Torrent, 1919.. Acabada la contienda, la nueva República alemana, castigada con la culpa –la famosa «cláusula de responsabilidad de guerra» del tratado de Versalles–, se lanzó a la publicación sistemática de sus archivos diplomáticos en la llamada Grosse PolitikDeutschland:Auswärtiges Amt (Johannes Lepsius,Albrecht Mendelssohn Bartholdy y Friedrich Thimme, eds.), Die Grosse Politik der europäischen Kabinette, 1871-1914. Sammlung derdiplomatischen Akten des Auswärtigen Amtes, imAuftrage des Auswärtigen Amtes, Berlín, Deutsche Verlagsgesellschaft für Politik und Geschichte, 1922-1927, 40 vols.. Por supuesto, los británicos, los franceses y los italianos respondieron. Historiadores «progresistas», en especial los norteamericanos Sidney Fay (1876-1967) y Harry Elmer Barnes (1889-1968), se cebaron entonces en las muchas hipocresías destapadas, lo que convirtió la cuestión en tema obligado para cualquier historiador especializado en «relaciones internacionales», como el francés Jacques Droz (1909-1998) o el británico Alan John Percivale Taylor (1906-1990), este último con un enfoque muy semejante al de Tuchman, pero redactado con posterioridad Sidney Bradshaw Fay, The Origins of the WorldWar, Nueva York, Macmillan, 1928, 2 vols.; Harry Elmer Barnes, The Genesis of the WorldWar: an Introduction to the Problem of WarGuilt, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1926; Jacques Droz, Les Causes de la Première guerremondiale: essai d'historiographie, París, Éditions du Seuil, 1973; A. J. P. (Alan John Percivale) Taylor, War by Time-Table: How the First WorldWar Began, Londres, Macdonald & Co., 1969 (versión española:A. J. P.Taylor, La guerra planeada: así empezó la Primera Guerra Mundial, trad. de Sara Estrada, Barcelona, Nauta, 1970); A. J. P.Taylor, Illustrated History of theFirst World War, Nueva York, Putnam,1964; A. J. P. Taylor, How Wars Begin, Nueva York/Londres, Atheneum/Hamish Hamilton, 1979..

A unos dos años del cincuentenario de 1914 y en un ambiente ideológico dominado por el hecho de la «Guerra Fría»,Tuchman recogió una tesis que venía de la misma posguerra de 1919, que, por decirlo sucintamente, consideraba que la contienda había sido una imbecilidad, prolongada por dirigentes y jefes militares de un cretinismo criminal. Se trataba de un enfoque muy popular entre la opinión pública de izquierda del siglo XX , convencida de la estulticia de todo lo que tiene que ver con las armas, además, por supuesto, de la superioridad moral inherente a la ignorancia en tales temas condenables. La sensación causada por The Guns of August en 1962 dio sus frutos en otras direcciones muy diversas, desde la famosa novela Agosto, 1914 de Alexandr Solzhenitsyn, aparecida en castellano en 1972, que describe la dinámica rusa y su temprana derrota en lo que entonces era la Prusia Oriental, hasta las versiones del año triste y fatal mediante los testimonios de la gente «normal», según la pauta establecida por la nueva historia social y la «historia oral» de los años setenta y ochenta (1914. The Days of Hope, de Lyn MacDonald, por ejemplo) Alexandr Solzhenitsyn, August 1914, trad. de Michael Glenny, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux,1972; Agosto, 1914, trad. de José Laín Entralgo y Luis Abollado Vargas, Barcelona, Barral, 1972; Lyn MacDonald, 1914.The Days of Hope [1987], Londres, Penguin, 1989..

A toda esta sensiblería pretende poner fin Hew Strachan (muy coqueto o discreto, no da su fecha de nacimiento en lugar alguno, pero, por sus alusiones, debe de tener los mismos cincuenta y tantos que este reseñador). Strachan es, desde 2001, Chichele Professor of the History of War en el All Souls College de la Universidad de Oxford, y, desde 2004, director del Oxford Leverhulme Programme on the Changing Character of War. Oxford University Press le encargó que escribiera una historia del conflicto de 1914-1918 que «reemplazara» A History of the Great War de Charles Robert M. F. Cruttwell, el tratamiento estándar británico de 1934, reeditado en fechas tan recientes como 1991, una petición que Strachan ha resuelto hasta ahora sólo parcialmente, con el voluminoso primer volumen, To Arms (2001; unas mil doscientas páginas), de una trilogía anunciada, The First World War Charles Robert M. F. Cruttwell, A History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press, 1934; Charles Robert M. F. Cruttwell,AHistory of the Great War, 1914-1918, Chicago, Academy Chicago, 1991; Hew Strachan, TheFirst World War, vol. 1, To Arms. Oxford, Oxford University Press, 2001.. La respuesta crítica a esta publicación lo convirtió en el especialista sobre el tema, en marcada competencia con el contestatario Niall Ferguson, cuya obra The Pity of War apareció en 1998, y a quien, dentro de las buenas formas inglesas, Strachan evidentísimamente detesta Niall Ferguson, The Pity of War, Londres,Allen Lane, 1998; NuevaYork, Basic Books, 1999.. El libro La PrimeraGuerra Mundial, publicado en España por Editorial Crítica, tiene su origen en una propuesta cuya idea original vino de Channel 4, un canal de televisión británico, que propuso una serie de diez programas –un planteamiento monumental en el mundo televisivo– acerca de la Primera Guerra Mundial, a raíz de la cual se editó un libro de síntesis, The First World War: a New Illustrated History, del cual se han editado diversas versiones (manejo la de Penguin, además de la versión española). El mismo Strachan lo explica en los agradecimientos de su edición inglesa, convertida en el prólogo de la versión española (el editor se podía haber esforzado en arañar un par de cuartillas del autor para presentar mejor su obra a un público hispano). Tan profesional es Strachan como historiador militar (con una larguísima bibliografía de libros monográficos y artículos en revistas especializadas) que su única obra vertida con anterioridad al castellano era su European Armies and the Conduct of War, reeditado once veces y publicado en 1985 por el Estado Mayor del Ejército español como Ejércitos europeos y conducción de la guerra Hew Strachan,European Armies and the Conductof War, Londres, George Allen and Unwin, 1983; 11.ª ed., Routledge, 1993; Ejércitos europeos y conducción de la guerra, Madrid, Servicio de Publicaciones del EME, 1985. De entre las muchas obras recientes de Strachan, derivadas de To Arms, pueden destacarse: Financing the First World War, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 2004; The First World War inAfrica, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 2004. El libro más comparable al de Tuchman sería su:The Outbreak of the FirstWorld War, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 2004..

El primer planteamiento, casi militante, de Strachan es precisamente rechazar la visión tremendista y trágica de la «Guerra Mundial» que, desde su punto de vista, se extiende desde Tuchman hasta Ferguson. Como buen historiador militar profesional, Strachan es «clausewitziano», por decirlo de algún modo: entiende el fenómeno de la guerra como una compleja interacción entre política, diplomacia y tecnología, siendo este último punto el que suele distinguir al ensayista aficionado del académico especialista, al tiempo que evita caer en el detallismo erudito a veces descerebrado de los aficionados a las armas y las máquinas, que lo conocen todo sobre un armamento determinado, pero sin saber nada más.Así, para Strachan, la «Gran Guerra» no fue trascendente, sino sólo un conflicto con muchas implicaciones en una secuencia de conflictos.Aunque el fantasma que dominaba la explicación de Tuchman era el general Schlieffen y su plan para una invasión alemana de Francia, su protagonista era «el joven Moltke» (llamado así por ser el sobrino del triunfador de la guerra franco-prusiana de 1870-1871), quien se sintió atrapado por el proyecto de su antecesor. En cambio, Strachan se permite el lujo (también hace una historia de la guerra completa, no de su primer mes) de elegir como protagonista central a Erich von Falkenhayen, caudillo germano desde mediados de septiembre de 1914 hasta agosto de 1916, sucesor del desgraciado Helmuth von Moltke, y personaje a quien raras veces se le concede tal protagonismo. El objetivo de Strachan al hacerlo así es mostrar la racionalidad de los dirigentes en lid y, por supuesto, sus muchos errores, pero sin la inexorabilidad de la versión ya tradicional presentada por Tuchman.

Para concluir, si la obra de Tuchman se mantiene viva por la habilidad narrativa de su autora y por los prejuicios digamos «progresistas», la obra de Strachan puede criticarse por su inconsciente enfoque nacionalista, ya que entiende el conflicto de modo decidido como una básica contradicción anglo-germana, y a ello subordina todas las demás causas (que no –lo cual debe enfatizarse– las explicaciones, puesto que el libro es a la vez muy legible y está bien argumentado). Pero si el «clásico» antibelicista de Tuchman y la versión anglocéntrica y coherente de la «Gran Guerra» de Strachan tienen en común algún mensaje para los lectores españoles, es el de hacerles conscientes de la distancia que les separa de los hechos narrados en ambas obras, aún tan actuales en otros países. Que sobre un tema de tal importancia, a las nueve décadas de su inicio, sólo puedan reeditarse en España una vieja obra y un resumen para una serie televisiva, por muy buenas que sean ambas obras –cada una a su manera–, significa que aquí lo que triunfó fue el «¡No me hable usted de la Guerra!».

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

16 '
0

Compartir

También de interés.

Vida de un naturalista