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La hora vengativa de Luis Cernuda

Luis Cernuda en México

LUIS ANTONIO DE VILLENA

Residencia de Estudiantes, Madrid.

98 págs.

10 €

Ocnos

LUIS CERNUDA

Ed. de Francisco Brines (incluye facsímil de la 1ª edición). Huerga y Fierro, Madrid

157 págs.

16,22 €

Entre la realidad y el deseo. Luis Cernuda. 1902-1963

JAMES VALENDER (ed.)

Edición de José Teruel Caballo Griego para la Poesía, Madrid. Facsímil de la 1ª edición Visor, Madrid. Facsímil de la 1ª edición Fondo de Cultura Económica, Madrid. Facsímil de la 3ª edición (1958) Fo

128 págs.

18,3 €

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También a Luis Cernuda le ha llegado, inexorable y puntual, el año de su centenario, con su equipaje de gestos, actos y textos. A lo largo de su vida recibió bastantes más desaires que homenajes, o lo que su personalidad de escocido juzgó tales. Algunos reconocimientos le llegaron a los postres, de donde menos lo esperaba, de poetas jóvenes de la España de la dictadura, y acaso hasta desconcertaron un tanto su prevención. Pero honras y laureles fueron asunto de varios poemas y no pocas prosas y cartas, en los que reiteró siempre su desconfianza, su desdén, su asco. Cernuda despreció una y otra vez la «consideración mundana» y ese «cumplido con oficial benevolencia» en que a la postre se resume. Lo declaró negro sobre blanco el poema «Aplauso humano» de Como quien espera el alba. Sabía que el tiempo y la muerte, «única realidad clara del mundo», permiten disimular los perfiles hirientes de cada personalidad singular, borrar las inconveniencias, dar a olvido lo que la opinión común juzga indecente o simplemente inapropiado. El artista muerto ya no molesta: queda su obra, que puede ser pasto, correctamente, de las gentes bienpensantes que en vida lo reputaron insoportable y, por lo tanto, mediocre. En su último libro, Desolación de la quimera, retorna una y otra vez a la cuestión. Se indigna en «Otra vez, con sentimiento» contra la apropiación de Lorca, domesticado al fin por la memoria pública –«se adueñó de ti toda una tribu», le escribe– y por el recuerdo personal de Dámaso Alonso (al que endosa el famoso insulto: «sapo»): «apropiación de ti, que nada suyo / fuiste o quisiste ser mientras vivías». Y en «Birds in the Night» ironiza sobre la recuperación de Verlaine y Rimbaud: «Nadie se asusta ahora, ni protesta». Ya lo proclama al comienzo mismo del poemario su homenaje a Mozart: «Cómo admiran las gentes al genio una vez muerto».

Pues Cernuda se empeñó en seguir siendo siempre indecente e incorrecto. No aceptó que achacaran al exilio al que lo condenaron su compromiso durante la guerra civil y su vida toda el disgusto que se expresaba en sus poemas: éste venía de antes y más hondo. Dan testimonio reiterado de él las cartas que escribió a su amigo Higinio Capote antes de la guerra: en una de diciembre de 1929 calificó la literatura de las grandes firmas peninsulares del momento de «estúpida, inhumana, podrida»; en julio del año siguiente se despachó sin consideración al amigo: «Después de todo quizás sea el español tan estúpido en su fondo íntimo como lo es al exterior». Tales juicios no eran una excrecencia de su interés por el surrealismo, sino expresión de un desapego radical del país, su cultura y sus gentes que momentáneamente se expresó en aquel movimiento y que Cernuda repitió en textos privados y públicos a lo largo de los años. Sus cartas a José Luis Cano, décadas después, demuestran idéntica intransigencia. Nunca se avino a que lo encuadraran en nacionalidad o literatura que consideraba estrechas, mezquinas, retrógradas, y echó pestes con pertinacia contra la cultura en que nació y creció. Se empeñó, pues, en ser difícil y en trazarse una imagen tan clara como poco acomodable a conveniencias ajenas.

Quizá sea un resultado paradójico de esa intransigencia que su prestigio hoy, entre la escueta grey de los lectores de poesía, entre la de los críticos y entre otras menos honorables, sea de los más elevados. Parecería que su reputación de insobornable, de poeta que siempre puso en sus versos lo que de verdad tenía dentro, sea marchamo que, si ayer le ganó el ostracismo, hoy le vale la fama que previó en los versos citados. Cernuda ha pasado de ser un poeta segundón, ensombrecido por otros más sobresalientes de los del 27, a tener una preeminencia casi absoluta entre los de su tiempo, a ser poco menos que indiscutible. Pero no por ello menos discutido, pues varias partidas de poetas y críticos se lo disputan hoy como patrimonio propio, siempre tergiversado por el vecino: hay quien lo valora porque fue exquisito como el mejor maldito, quien estima en él sobre todo la ética insurrecta del surrealismo y sus alborotos verbales, quien aprecia el compromiso con su tiempo de sus versos más históricos, quien gusta de aquella sosegada concisión y aquella mirada a lo concreto que lo hacen parecer clásico o un poeta de la experiencia antes de que la etiqueta hiciera fortuna… La disputa tiende a despiezarlo porque busca dar prioridad a los aspectos en que los lectores enfrentados se reconocen. Hay muchos Cernudas en danza porque el raro temple de poeta de verdad que demostró en el conjunto de su peripecia vital y de su escritura es legado (o al menos reputación) del que todo el que trajina en cosas de letras apetece verse contaminado. Al fin y al cabo, es ganancia sustanciosa y compromete a poco.

Pero el debate no es quizá sólo un subproducto de las lides de la política literaria, sino también resultado de la diversidad de los poetas que contuvo Cernuda. Desde que publicó su primer libro, con la escasa fortuna crítica que se ha convertido en origen legendario de su esquinamiento y su antipatía exasperada, el sevillano se afanó siempre por encontrar y usar el lenguaje que mejor expresara sus reflexiones, sus querencias y sus repulsas, siempre atento a lo que hallaran sus contemporáneos pero, sobre todo, a forjarse una tradición propia que respaldara sus estrictos criterios estéticos y la firmeza de su convicción. Lo demuestran sus ensayos. Eso le llevó a probar formas muy diversas del verso y de la prosa a lo largo de una obra que, con todo, resulta comparativamente escasa. Y, al ordenarla en las sucesivas ediciones de La realidad y el deseo, descartó un monto sorprendentemente bajo de composiciones, como documenta la edición de su poesía completa que prepararon Derek Harris y Luis Maristany (Siruela, 1993, que mejora la de Barral, 1977). Cernuda se expresaba con la libertad que siempre se propuso, sin concesiones a modelos formales ni pautas de conducta, y por eso casi nunca cedió a la tentación de retocar su propia biografía poética. Cambió de modos y de tonos cuando le vino en gana y no cuando lo estipularon modas o tendencias. El lector, cualquier lector, puede por ello acudir a sus versos y prosas con la certeza de que se topará expresiones diversas de una voz firme en sí. Que cada cual elija la modalidad que le conviene entra en la lógica de los gustos y de sus disputas.

Diríase que la cualidad de los homenajes impresos más sobresalientes está condicionada por su voluntad de defenderse a ultranza de las tergiversaciones bienintencionadas y de las otras. Sobresalen, en lo que llevamos de año, las ediciones facsímiles de sus obras: hemos visto reproducidas la primera de Ocnos (1942), presentada por Brines, uno de sus primeros valedores peninsulares de posguerra, las de Las nubes (1943) y Variaciones sobre tema mexicano (1952), así como la tercera de La realidad y el deseo (1958), en que ordenó definitivamente buena parte de su poesía. Como las ediciones reproducidas no se distinguen por sus valores tipográficos excepcionales, uno concluye que la decisión de publicarlas de nuevo tiene más que ver con su carácter de monumentos literarios. Pese a las resonancias pomposas de tal consideración, caben pocas dudas de que el mejor homenaje (también el menos arriesgado o comprometido) que se puede ofrecer a la memoria de Cernuda, dado que su poesía ya cuenta con una edición íntegra solvente, es volver a publicar sus obras tal como él las dispuso en vida. Los facsímiles, además, tienen un encanto particular y ponen al alcance de lectores y estudiosos las obras en su primera materialización, lo que nunca carece de interés.

Distinta consideración merece la edición facsímil del manuscrito de sus Cinco elegías españolas, que reproduce un cuaderno que el poeta dejó en manos de los Alto laguirre, en el que constan varias versiones autógrafas de esos poemas, escritos durante la guerra, impresos algunos en la revista Hora de España e incluidos luego –cuatro de ellos– en Las nubes. En este caso, la obra permite seguir la mano del poeta sobre el papel, sus tanteos y revisiones, su reescritura tenaz aun en circunstancias tan apremiantes y tratando de asuntos que entonces debieron de parecer siempre urgentes. No presenta al lector el texto de arribada, tal como quedó impreso, sino un atisbo del trajinar creativo que se encaminaba a él.

Y creo destacables, de entre las ediciones de este centenario, las emprendidas por la Residencia de Estudiantes, que ha asumido la ingrata responsabilidad de un homenaje institucional particularmente comprometido. Entre la realidad y el deseo. Luis Cernuda. 1902-1963 es el voluminoso catálogo de la exposición que ha dedicado al poeta. Reproduce textos autógrafos, cubiertas de libros, pinturas y documentos, y sobre todo un buen número de fotografías en las que él figura o de las que fue autor, hasta ahora desconocidas; y compila testimonios personales acerca del personaje y su obra de escritores y artistas, entre ellos Juan Goytisolo, Carlos Peregrín-Otero, Harold Bloom, Ramón Gaya o Tomás Segovia. Naturalmente, los acompaña una nutrida recopilación de estudios que revisan aspectos y períodos de la vivencia y la escritura del poeta. Luis Cernuda. Álbum parece una derivación necesaria de los materiales gráficos de la exposición, pues recopila la abundante documentación fotográfica reunida acerca del sevillano. Queda comprobar si el año del centenario vale para que en el arco de sus doce meses o, al menos, no muy lejos de ellos se complete el proyecto de publicar el epistolario de Cernuda, más de mil cartas escritas desde los primeros años veinte hasta su muerte, editadas por James Valender. Uno imagina, a partir de las que ya se conocen, la contundencia y el detalle con que debe de expresarse aquella personalidad en tal colección documental. Pero incluso a la espera de esa edición, los resultados impresos del homenaje más oficial al poeta díscolo no parecen una afrenta a su memoria, sino un esfuerzo interesante por rescatar textos y documentos que al lector de sus versos le servirán quizá para comprender mejor aquella necesidad de pensarse y crear belleza y, al mismo tiempo, las razones de aquella esquivez.

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Ficha técnica

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