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Secretos frente a misterios

Los secretos del bosque

CLARA JANÉS

Visor, Madrid, 79 págs.

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Cuando Clara Janés (Barcelona, 1940) surge a la poesía corrían mediados los años sesenta, pero su primer libro importante, aquel donde encuentra el tono que va a marcar su posterior evolución no se publica hasta 1975: En busca de Cordelia y poemas rumanos . Este libro choca, a pesar de lo que promete su título, con el culturalismo imperante que había impuesto la ola novísima. Se trata de una poesía en clave existencialista, en conexión directa con los postulados de María Zambrano sobre la creación lírica, y con una acusada tendencia al uso de símbolos que apuntan a lo íntimo y esencial, sin llegar a la alegoría. Todo ello la aparta de la celebración de la cultura y de la historia que entonces se lleva a cabo como forma de rescate de una identidad en crisis (piénsese en los casos de Gimferrer, Colinas, Carnero y tantos otros). En palabras de la autora: «Mi desengaño de la razón acarrea, al contrario que en muchos de mis coetáneos, una desconfianza de la cultura –que es inabarcable– y una búsqueda de lo permanente en la vida humana, lo elemental, de ahí mi interés por la lírica tradicional, mi sentimiento de vinculación con las jarchas, las cantigas de amigo y las canciones populares» (del libro de ensayos La palabra y el secreto ). El irracionalismo de base lleva a Clara Janés, frente a sus compañeros generacionales, a la radicalización de la palabra que debe expresar no las formas externas de la vida, sino el núcleo inefable del vivir mismo. Su opción estética queda, así, marcada, en su forma exterior, por un lenguaje claro, casi transparente y un verso breve e intenso a través del que el lector se asoma a profundidades donde la limpidez naufraga y uno se enfrenta a la opacidad del ser, que es a la vez una desnudez paradójica. Resulta evidente, con ello, que el entronque de la poesía de Clara Janés sea con la mística y con toda la literatura hermética (en el sentido estricto de procedente del Corpus Hermeticus ) y alquímica. José Ángel Valente y Juan Eduardo Cirlot, al que la autora ha editado, y Federico Mompou en música (cuya biografía realizó Janés), serían sus antecedentes más cercanos en España. No es ajena a esta apertura hacia el interior del sentido y a esta exploración de la palabra esencial la facilidad con que la autora transita por idiomas y géneros. Clara Janés ha traducido sobre todo del checo (Vladimir Holan y Jaroslav Seifert), pero también del francés (preferentemente a Marguerite Duras), del catalán, inglés, rumano, portugués, turco y hasta del persa.

Los secretos del bosque es un libro que refleja a la perfección la trayectoria de su autora. Dividido en 66 fragmentos numerados (número mágico: es dos veces 33, pero en el que resuena a la vez el maligno 666), plantea un proceso alquímico rastreable por las pistas que la autora nos va dando en los títulos de algunos fragmentos: «Nigredo», «Poimandres», «Fermentatio»… Esta relación entre magia, alquimia y poesía está, como ya he dicho, en la base de la estética de Janés y había llegado a su máxima expresión en Lapidario (1988), un precioso libro que recoge la tradición medieval y oriental de la simbología de las gemas, y que junto con Emblemas (1991), de carácter también esotérico, marcan el máximo de concentración expresiva de la autora a la vez que apuntan a la interpretación de la naturaleza como un secreto cuya clave hay que asediar depurando el lenguaje y haciendo plásticas las palabras.

La naturaleza (el bosque) representa la otra constante en la poesía janesiana. El bosque, como en las visiones medievales (y repárese en que el último fragmento se titula «Vita nuova»), es el lugar del encuentro con el otro, el amado, que es uno mismo, el «gemelo», y también del rapto y del robo («el robo que robaste» del Cántico de San Juan de la Cruz). Como resulta habitual en Janés, estamos inmersos en una naturaleza permeable a un sentido último invisible presidido por Eros, el deseo. La centralidad de este personaje en la obra de Clara Janés es patente en el libro que lleva su nombre, Eros (1981), pero también en Kampa (1986), Creciente fértil (1989) y Rosas de fuego (1996). En estos libros, y de nuevo en Los secretos del bosque, el pananimismo de la autora considera a la naturaleza como un único cuerpo recorrido de energía y deseo. De ahí la continua anatomización y personificación de los paisajes, además del uso de símbolos de fuerte connotación erótica: en concreto, en el libro reseñado, el caballo y el anillo caído en el agua, procedente de la poesía popular.

La desnudez del ser, su transparencia tras la que anda la autora desde sus inicios poéticos, se presenta como un «secreto», y no como un «misterio», porque el «secreto» esconde en su naturaleza la posibilidad, es más, la necesidad de que un día sea desvelado, pues conlleva la certeza de que alguien posee la clave. Además, «secreto» implica una dimensión lingüística que falta en la noción de «misterio». La esencia del secreto es la palabra que no se ha dicho y que hay que seguir buscando: «La apariencia es cobertura / y la voz encierra el secreto / y vence al ser» (pág. 33). Es difícil, si no imposible, intentar variaciones en este asedio radical al ser, y el lector se encontrará con símbolos que conoce y paradojas transitadas por la mística, pero entenderá también que la novedad no es un valor que cotice en esta empresa de búsqueda incesante.

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Ficha técnica

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