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De la memoria

La noche del Skylab

JUAN BONILLA

Esasa-Calpe, Barcelona, 225 págs.

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Juan Bonilla es uno de esos escritores reconocibles en la pequeña sociedad literaria española desde que desembarcó con su aplaudida colección de relatos El que apaga la luz. Luego una serie de novelas fallidas a pesar de la expectación, sus incursiones periodísticas y una apreciada vertiente poética, componen la figura irregular de un autor poliédrico y ambicioso. La noche del Skylab es el penúltimo libro del jerezano, y para la ocasión un ramillete de relatos. En un primer golpe de lectura asalta el regusto agridulce de la opera omnia de Bonilla: grandes aciertos se combinan con las trampas de un estilo autorreferencial y cargado de lugares comunes de la memoria literaria.

Porque el hilo conductor de estas narraciones es la memoria, con sus diversos rostros y filos; la memoria del oprobio, la falsa que se construye a partir del engaño asumido como propio, e incluso la profética. Ello le sirve para establecer paralelismos entre cuentos, caso de la más que evidente analogía entre «Polvo eres» y «Salto de altura» y el empleo de una memoria ficticia en situaciones agónicas, y la superposición de planos temporales que vertebran algunos relatos. Pero los patrones sobre los que Juan Bonilla ahorma el corpus narrativo son externos a las propias ficciones. Necesita, y ese elemento de carpintería se suele observar por el lector, acudir a expedientes ajenos a la narración, preñados de referencias a órdenes exentos de tipo moral, político; de hecho, no desdeña endosar en sus cuentos ciertas moralejas que clausuren las narraciones. Y el sentido se adquiere por algunos recursos formales de dudosa eficacia. Es el caso de la cadena de referencias explícitas de unos cuentos a los siguientes, que al tratarse de algo carente de simbolismo, y exclusivamente de artificio o alcaloide, nada aporta a la unidad del libro, si acaso lo tuviera. Hilvanar los cuentos como si estuvieran pensados en un conjunto no supone nada, si efectivamente no se ha logrado dar coherencia a una muy dispar colección de historias.

Tal vez la mejor veta de este libro sea la recreación de la cotidianidad. Así se introducen elementos que desasosiegan la normalidad de modo algo maléfico, como en «La ruleta rusa», donde la impudicia se enseñorea con algo tan íntimo como el suicidio, convirtiéndolo en un suceso mediático. Aunque en otras ocasiones lo cotidiano es la excusa para pinturas de ambientes en los que el escritor nos abre el contenido de su arcón de referencias, incluso cinematográficas como en «Cielito lindo, lindo gatito».

La lógica de la extinción es, sin duda, otro de los argumentos que presiden esta oscilante colección de narraciones. Desde el omnipresente rito del suicidio hasta las capitulaciones morales que asaltan a los diversos individuos. En tal sentido, uno de los momentos felices del libro es la pérdida definitiva de la dignidad en «El dios de entonces», sin perjuicio de la escasa originalidad de la situación en la que el verdugo se encara con la víctima, presente en Bioy Casares o Benedetti, por citar sólo algunos casos. Las muchas claves que maneja este escritor son en sí mismas estimables, aunque al ser traídas a colación en una espiral referencial no sirven para la densidad y singularidad de unos cuentos que tienen el aroma de lo conocido. «Los abismos cotidianos», sin dejar de tener una factura notable, y sin olvidar su innegable filiación borgiana, plantea la desestructuración del lenguaje y la sinónima pérdida moral del sujeto; ese retroceso a una etapa atávica, primitiva, mediante la destrucción de la obra literaria no deja de ser un lugar común. Por no hablar del infeliz tributo a Lautreamont en «El proyecto Maldoror», con una de las peores resoluciones del libro.

El buen pulso narrativo de Juan Bonilla, los momentos brillantes de algunos relatos, son sepultados en este caso por el excesivo recurso a lo convencional, a lo canónico incluso. No crea tensiones especiales, y eso es algo dramático si hablamos de cuentos. Y se echa en falta, desde luego, cualquier atisbo de paradoja. No se aprecian los recovecos por los que lo imaginado y lo desconcertante puedan aparecer. Y lo que es peor, no depara sorpresa alguna.

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Ficha técnica

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