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Relatos orales de los bosquimanos | xam

La niña que creó las estrellas

VV. AA.

Seleccio?n, traduccio?n y pro?logo de Jose? Manuel de Prada Samper

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Cuando uno intuye que el ser humano es sapiens porque es narrans, que gracias a la narración fue dando orden y sentido al caos del mundo y dotándole del componente imaginario preciso para poder interpretarlo y sentirse lo suficientemente seguro frente a él, que el relato forma parte de la propia condición humana, se encuentra bastante reconfortado ante libros como La niña que creó las estrellas, donde con tanto cuidado se recoge un testimonio amplio –sesenta y dos relatos– de lo que fueron ciertas narraciones tradicionales, a través de la literatura oral.

El grupo étnico cuyo testimonio narrativo se presenta en el libro, con unas condiciones de vida apenas diferentes de los propios animales que cazaba y que constituían su alimentación más apreciada, fue un pueblo de los bosquimanos, al parecer habitante del Alto Karoo, en lo que hoy es Suráfrica, un pueblo que desaparecería, con su lengua, como consecuencia de la implacable colonización.

De entrada, hay que señalar que el libro es bastante más que una simple antología. José Manuel de Prada Samper, sin dejar de dar a los relatos el papel protagonista y fundamental, presenta la suficiente información, erudita pero nunca agobiante, como para conocer su procedencia, el trabajo de los originarios recopiladores, y muchos otros datos útiles para comprender el mundo natural de los narradores. Así, el libro resulta ejemplar, incluso en su diseño gráfico, pues el esfuerzo investigador y la precisión científica, que se muestran a lo largo de las páginas en forma de notas y comentarios, no ahoga nunca la resonancia narrativa y poética de las historias que en él se reúnen, iluminadas con una pequeña pero interesante colección de fotos y dibujos.

El prólogo del libro rinde homenaje al notable esfuerzo antropológico del filólogo prusiano Wilhelm Bleek (1827-1875), un humanista que en aquellas circunstancias coloniales tan propicias para justificar desde criterios de superioridad cultural y racial la expropiación y el exterminio de los bosquimanos, los calificaba como «interesante parte de nuestra raza». Secundado por la colaboración de algunos miembros de su familia, Bleek transcribió las narraciones de diversos bosquimanos presidiarios de los boers, no sólo con el objetivo de conservar muestras de una peculiar cultura literaria, sino con el fin de recoger los significados y matices de una de las lenguas que constituían el objeto principal de su estudio. Y aunque trabajó con narradores que ya llevaban algunos años sometidos a los usos y abusos del hombre blanco, sin duda en la memoria de los narradores permanecían aún frescas las historias que habían heredado de sus antepasados. Tales testimonios conformaron la llamada «Colección Bleek». El libro que presenta De Prada Samper se basa principalmente, según declaraciones suyas, en la obra Specimens of Bushman Folklore, de Bleek y Lloyd.

Hay varios aspectos en las historias recogidas que llaman la atención del lector. Ante todo, la escasez y austeridad de los elementos; luego, cómo con tan pocos elementos ha sido posible establecer ámbitos de imaginación tan ricos y sorprendentes. Los elementos narrativos de estas historias podrían clasificarse en dos espacios, el interno, inmediato, cercano, doméstico –si este concepto cupiera en el mundo ficticio que se recrea–, y el externo. El espacio interno se reduce a los campamentos –se supone que míseros poblados donde la mayor riqueza es una olla, unas pieles, cáscaras de huevos de avestruz–, la familia y sus componentes, la menstruación de las muchachas, y el ajuar personal, constituido por un arco y una aljaba con flechas, un bastón, una piedra horadada, un morral, unas sandalias y un taparrabos. En el espacio externo estarían el sol, la luna, las estrellas, la Vía Láctea, la lluvia, el viento, el fuego, ciertos árboles y unos cuantos animales: leones, antílopes, chacales, pájaros. Y las larvas de los termiteros, la miel, algunos tubérculos, ciertos mamíferos, que desempeñan un papel importante en la alimentación de los distintos seres vivos.

Los ámbitos de imaginación se crean combinando con libre y alegre disposición estos elementos, pues todos ellos tienen papeles dramáticos en los relatos, y se puede decir que no existen factores inertes, que no hay utilería narrativa, que todas las cosas, seres vivos o inanimados, ofrecen la misma capacidad expresiva, la misma potencia para generar narraciones. Relatos empapados generalmente de lo maravilloso y, al tiempo, relatos en que subyace un peculiar y conmovedor sentido de humanidad. Pues los hombres que narran las historias, aunque se saben diferentes del mundo que los rodea, se sienten relacionados fraternalmente con él. Piensan que ellos, antes de conseguir la humanidad, han sido pájaros, leones, puercoespines, monos, antílopes. Además, aunque inventan seres superiores que cumplieron importantes funciones a la hora de crear las cosas, unos seres superiores que, por otra parte, no son omnipotentes ni infalibles, que pueden pasarse de listos y hasta recibir alguna que otra paliza, piensan también, con curiosa serenidad, que el fallecimiento es el fin de cada uno, y que no hay nada después de la muerte. Pero en ese mundo sin eternidad ni ultratumba una sandalia ha sido el origen de la luna, la Vía Láctea ha resultado de la ceniza arrojada al cielo por una niña, entre los cazadores y sus piezas puede anudarse un lazo más apretado que el amoroso, los objetos personales salen volando con toda la gracia de las «silly sinfonies» del primer Disney, y los sueños empapan la realidad con una fuerza no sólo premonitoria, porque a veces no está claro el límite que los separa de la vigilia.

El traductor y editor del libro nos recuerda que el concepto de premonición de estos bosquimanos llamó la atención de Elias Canetti, que incluía Specimens of Bushman Folklore entre «las joyas de la literatura universal». Los breves capítulos en que los narradores describen cómo los miembros del grupo perciben en su propio cuerpo la proximidad de otros seres vivos cuando no son todavía visibles, cómo sienten las heridas de sus semejantes, la piel y la sangre de la gacela que van a cazar, e incluso el peligro que puede acecharles, sugieren con sabor de gran poesía una asombrosa capacidad de integración cósmica que va más allá de la pura armonía de los seres humanos con su medio natural.

Un aspecto muy importante de estos relatos orales es el de la propia composición física de las palabras que los constituyen. En tiempos en que no existían sistemas de registro y reproducción sonora de las voces, Wilhelm Bleek, su hija Dorothea y otros estudiosos establecieron los signos convencionales para poder imaginar la pronunciación de las palabras que dan forma a estos relatos. Así, junto a los sonidos de cualquier lenguaje articulado, aparecen los que el traductor y editor de la obra califica como «chasquidos» –dentales, alveolares, palatales–. Por ejemplo, el guión vertical que inicia la palabra |xam, denominación del grupo étnico de los narradores, equivale a ese chasquido dental con que actualmente seguimos expresando un fastidio repentino. Entre nosotros esos sonidos son residuales, apenas quedan para manifestar malestar, para intentar ahuyentar a un perro, para producir un beso o una burla muda, pero en ellos se multiplicaban, incorporados con fluidez a los sonidos formados desde las cuerdas vocales, hasta crear un lenguaje que, sin duda, debía de ser rico en onomatopeyas y simulacros de los ruidos naturales.

Al hilo de estos relatos se puede intuir cómo transcurría la vida de estos seres humanos: fatigosas jornadas de búsqueda de comida, en que las larvas eran un plato muy apreciado, pues por mucha que fuera su habilidad para cazar debía de ser extraordinariamente arduo conseguir piezas con las armas tan elementales que poseían, y de vez en cuando alguna fiesta en que la danza era el asunto principal. A la vista de la importancia, la riqueza, la complejidad de las historias, es de suponer que el relato oral ocupaba un lugar privilegiado en la comunicación diaria y en la integración social de aquellos grupos. Estos relatos transmitían de generación en generación las claves de los orígenes míticos de todo lo existente, las señales de las relaciones entre seres humanos, animales y cosas, los depósitos de las más lejanas cosmogonías. Modificados levemente por el talento, la inventiva o la gracia gestual y verbal de los sucesivos narradores, constituían la referencia simbólica del mundo, su abstracción, y facilitaban su captación por el conocimiento. El relato oral era, ante todo, una forma de conocimiento.

En los relatos se conseguía dar una forma inteligible al mundo inmediato y al lejano, el relato era a la vez reflexión, filosofía, historia, transmisión de noticias y técnicas concretas, interpretación, exorcismo. Aquellos seres humanos no podían comprender el universo misterioso, áspero, hostil, al que habían sido destinados, pero eran capaces de convertirlo en narración, en un espacio imaginario que ellos organizaban para darle lógica y verosimilitud. De ese modo podían aprehender y comprender el mundo no imaginario. Además, como se deduce de alguno de los relatos, se partía de la idea de que, también más allá del ser humano, todo es narración, todo está contando continuamente su propio relato.

De Prada Samper ha estructurado las narraciones en nueve capítulos. Es un acierto que en los capítulos iniciales se incluyan relatos que tienen que ver con la propia realidad de los narradores bajo la dominación del hombre blanco, porque además del aspecto documental que marca su circunstancia concreta, permite que la antología se vaya leyendo como una especie de viaje a los orígenes.

Entre las historias destacan las de ese semidiós o superhombre tan divertido que resulta ser Mantis, con extraordinarios poderes pero a quien su nieto puede darle lecciones de sentido común, pero hay muchos otros relatos admirables: El león que no quería renunciar a su presa tiene la concisa tensión del mejor cuento de Hemingway; las historias de mitos cosmogónicos, de fuerzas naturales, como la que da título al conjunto, son muy hermosas; entre los relatos de caza, tiene una enorme fuerza dramática la Historia del eland, que narra simplemente cómo el cazador intenta sugestionar al animal herido a través de la magia simpática, siguiendo un comportamiento y una gesticulación que debe acelerar la agonía y la muerte del animal. Los relatos de chamanes logran transmitirnos con mucha certeza el respetuoso temor que aquéllos conseguían imponer en la comunidad.

Algunos apéndices narrativos y bibliográficos completan la obra, parte evidente de esa «herencia espiritual inagotable» a la que, en cita que el libro recoge, también se refirió el autor de Masa y poder.

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Ficha técnica

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