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La mundialización en serio

Aquí no puede ocurrir

JOAQUÍN ESTEFANÍA

Taurus, Madrid, 343 págs.

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Como ha observado Zygmunt BaumanZ. Bauman, Globalization. The HumanConsequences, Cambridge: Polity Press, 1998., la mundialización, además de ser «aquello que pasa», es «lo que nos pasa». Ha caído sobre nosotros de forma fulminante, casi imprevista, y observamos cómo se va imponiendo sin que podamos hacer nada para evitarlo o, cuando menos, para ejercer algún tipo de control sobre ella. La «Era Global» parece haber sucedido así al mundo de la «guerra fría» o a la «política de bloques», convirtiéndose en el referente imprescindible para la autocompresión de nuestra época. A pesar de que hay ya una ingente industria dirigida a desvelarnos las claves de su funcionamiento, estamos todavía lejos, sin embargo, de haber accedido a una explicación consensuada sobre lo que sea y cuáles sean las pautas básicas de su evolución.

En toda esta literatura sobre la mundialización se detecta, además, una cierta competencia por ver quién da con el diagnóstico más certero, así como con las expresiones más pegadizas y con más impacto. Edward LuttwakE. Luttwak, Turbocapitalism. Winners andLosers in the Global Economy, Nueva York: Harper Collins, 1999.aportó una imbatible al denominar el capitalismo de la sociedad global como turbocapitalismo o «capitalismo en fuga» –runaway capitalism–. Y su evaluación de este fenómeno coincide a grandes rasgos con eso que Helmut SchmidtH. Schmidt, Globalisierung. Politische,ekonomische und kulturelle Herausforderungen, Stuttgart: Beck, 1998.prefiere calificar como «capitalismo depredador». Ambos comparten también la misma evaluación de sus efectos: el desarrollo de un sistema productivo con una inmensa capacidad para erosionar la cohesión social, que va a demasiada velocidad como para permitir medidas políticas capaces de defender a aquellos que va dejando atrás o para aliviar la ansiedad que parece haber hecho presa en las clases medias. Es una imagen de la que participan casi todos los analistas que se apartan del dogmatismo neoliberal. Si ha suscitado tanto temor es, precisamente, «porque no hay quien lo pare», porque no se atisban alternativas en el horizonte capaces de introducir un «orden» o «control» sobre su creciente aceleración y consecuencias. Va de suyo que en el lado contrario, el neoliberal, impera un estado de ánimo bien distinto. Y, como advertía recientemente The Economist anticipando las algaradas de Praga, es de estos supuestos «controles» de donde, en efecto, pueden venir los problemas. Para esta prestigiosa revista, la mundialización no es algo irreversible. Los Estados y las grandes organizaciones internacionales tienen en su mano la capacidad de echar el freno y hacer reversible el proceso de los últimos veinte años. Pero esto, lejos de propiciar la igualdad supondría «una catástrofe sin parangón para los más desesperados del mundo y algo que, por cierto, sólo podría hacerse socavando la libertad individual en una escala apabullante»The Economist, 23 de septiembre de 2000, editorial central..

¿En qué quedamos entonces, es la mundialización el summum malum o la panacea que nos acarreará la conquista de un futuro mejor para todos? ¿Cómo es posible evaluar un mismo fenómeno de formas tan antagónicas? ¿Puede predicarse de él, sin vulnerar el principio de no contradicción, que es una cosa y su contraria a la vez? Como antes decíamos, el problema es que todavía nos falta perspectiva y, aunque parezca mentira, más análisis. En este contexto cobra una significativa importancia el libro de Joaquín Estefanía, que si bien puede adscribirse a la corriente globaloescéptica, se distingue claramente de la globalofobia o globalofilia imperantes. Es un libro escrito desde la barrera de quienes tienen que dar cuenta del devenir cotidiano de las noticias económicas; de ahí la frescura y el dinamismo expositivo, que lo aproxima a otros de esta literatura como el de Thomas FriedmanThomas Friedman, The Lexus and the Olive Tree, Farrar, Strauss and Giroux, 1999.. Pero contrariamente a estos últimos, más interesados en refocilarse en «lo nuevo» y en la búsqueda del impacto inmediato, opta por un sereno estudio en perspectiva de la evolución del sistema capitalista a lo largo de las últimas décadas. Y lo hace consciente de que la mundialización no puede abrirse a una comprensión verdadera si no es dentro de un detenido análisis diacrónico del capitalismo. Pero tampoco si insistimos en su evaluación única y exclusivamente desde parámetros económicos, dejando de lado la dimensión política e incluso moral de este nuevo mundo.

Estefanía hace suya una postura típicamente keynesiana: el capitalismo es estructuralmente inestable y hacen falta de modo imperativo instrumentos capaces de lidiar con las consecuencias de esta inestabilidad y continua predisposición a crisis coyunturales. En unos momentos, además, de vacío e impotencia palpable por parte de la teoría económica, anclada en soluciones por el lado de la oferta y la asunción dogmática del consenso de Washington. La gran cuestión que nos dirige y que corta toda la argumentación del libro es la siguiente: ¿Por qué no pensar en una alternativa a través de políticas de regulación de la demanda en un mundo supranacional? A partir de ahí, el grueso del texto se dedica fundamentalmente a pasar revista a las últimas crisis financieras y sus consecuencias. Su tesis central a estos efectos parece correcta: las crisis del sistema se suceden cada vez con más rapidez, pero también con una mayor capacidad de reacción y recuperación. Y lo sorprendente es que lo hacen sin eficaces mecanismos de gobernación económica global y a pesar de la reticencia de los Estados Unidos a ejercer su liderazgo político-económico. Pero esto no debiera llevarnos a la autocomplacencia. El símil de que se vale para explicar la orgía de los movimientos financieros y su descontrol, «un rascacielos sin cimientos», puede servir también como metáfora de la mundialización. El rascacielos crece a medida que se expanden los mercados, ¿pero qué es lo que lo sostiene? La descripción que Estefanía nos hace de Rusia y de algunos otros países sujetos a los requerimientos de la nueva jungla económica internacional es lo suficientemente dramática como para mantener distancias respecto a una visión optimista de este fenómeno. Por no mencionar su casi irresistible dinámica hacia el crecimiento exponencial de la desigualdad, tanto dentro de los países como entre ellos, o las inmensas diferencias de poder político y de recursos para gobernar y hacer frente a los nuevos global players.

Hoy tenemos, sin embargo, suficientes datos como para poder contraponer a esta presentación de sus males algunas de las ventajas de la libre economía: existe verificación empírica efectiva de la correlación entre prosperidad económica y apertura de los mercadosVer, por ejemplo, M. Porter, J. Sachs, A. Warner y K. Schwab, The Global Competitiveness Report 2000, Oxford: Oxford University Press, 2000.; los trabajadores del Tercer Mundo empleados por multinacionales cobran hasta ocho veces más que aquellos dedicados a la economía interior del país; la explotación de los niños por parte de empresas extranjeras casi se ha conseguido eliminar gracias a las presiones de la opinión pública de sus países de origen y, en todo caso, era aún mayor en la economía tradicional; y así un largo etcétera. Creo, sin embargo, que el autor del libro que aquí reseñamos estaría de acuerdo en que la evaluación del problema no debe apoyarse tanto en ponderar los pros y los contras de la mundialización desde una perspectiva de la eficacia relativa de una mayor o menor apertura de la economía, cuanto en su análisis desde el ángulo de su legitimidad. Con independencia ahora de su esencial inestabilidad, la nueva «sociedad financiera» (Luhmann) centrada en los mercados globales ha roto amarras respecto de los controles políticos democráticos y responde a ciegos imperativos que en última instancia se apoyan en una visión del progreso reducida exclusivamente a la rentabilidad y productividad económica. No queda ahí, pues, mucho espacio para la justicia y la democracia. Para ello sería preciso que nuestra civilización dejara de concebirse a sí misma como un mercado y tratara de verse más como una asociación política.

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Ficha técnica

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