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Palabras sin infancia

La lengua de mi madre

EMINE SEVGI ÖZDAMAR

Alfaguara, Madrid, 1996

Traducción de Miguel Sáenz

170 págs.

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Emine Sevgi Özdamar (largo nombre que hay que retener) irrumpe en 1994 en España con una novela insólita y torrencial: La vida es un caravasar. Es el relato turco de una infancia turca, la vida de una niña desde poco antes de nacer, en un tren de soldados, hasta que, sin haber cumplido los veinte años, se marcha a Alemania en un tren de prostitutas.

Lo de menos es la posible carga autobiográfica. Lo que importa es la forma de narrar, la fantasía a chorros, el audaz trasplante de imágenes del turco al alemán (un idioma alemán a veces no totalmente canónico, pero siempre increíblemente vivo). La vida es un caravasar… (el «carvanserrallo» de las malas traducciones seudorientales), la vida como «palacio de las caravanas», con sus connotaciones de harén y su frase en el frontispicio: «Por una puerta entré, por la otra salí».

La autora de aquella novela –más conocida ya por la Özdamar o, simplemente, «la Turca»– es básicamente una mujer de teatro. Su primera actuación, a los doce años, fue en su ciudad natal de Malatya (Anatolia), en El burgués gentilhombre de Molière. Su primer papel profesional, años después, en Estambul, la Carlota Corday del Marat-Sade de Peter Weiss. Siempre supo que ésa era su vocación y por ello, en los años sesenta, cuando sus compatriotas empezaban a emigrar en masa a la República Federal Alemana, ella (que ya había trabajado allí, como obrera, durante dos años) se fue a la Democrática, al Berlín Oriental; para hacer de todo en la legendaria Volksbühne, con tal de estar cerca de los discípulos de su amado Bertolt Brecht. De alabardero en Hamlet o de campesina en El círculo de tiza caucasiano, fue mejorando su alemán a fuerza de escuchar a Büchner o a Kleist… y también a Shakespeare (el espléndido alemán de las versiones de Schlegel y Tieck). En la calle, su alemán siguió siendo el del trabajador extranjero, un alemán primitivo y utilitario, incrustrado de palabras de diez idiomas.

La lengua de mi madre es el primer libro que escribió y, en su traducción inglesa, fue elegido por la revista Publisher's Weekly, en 1994, uno de los veinte mejores libros del año. Reúne tres relatos diferentes pero muy característicos de la Özdamar. El primero –La lengua de mi madre / La lengua de mi abuelo– es una historia de amor en Berlín, la historia de una muchacha con el corazón tan dividido como lo estaba entonces la ciudad. La chica se da cuenta de que está perdiendo irremisiblemente la lengua de su madre, de que el idioma turco se ha convertido para ella en una especie de idioma extranjero bien aprendido, y trata de recuperar sus raíces, aprendiendo la escritura árabe y regresando al islam: en definitiva, al mundo de su abuelo. Su profesor de árabe, casi inevitablemente, se convertirá en algo más que su profesor de árabe, porque sabido es que «el amor es un pájaro leve; se posa levemente en cualquier parte, pero le cuesta remontar el vuelo».

En el segundo relato, Karagöz en Alemania, aparece el personaje más querido de la Özdamar, un turco de ojos negros (que es lo que quiere decir «Karagöz»), mezcla de buen sentido, bondad natural, marrullería y realismo. Un pobre hombre que, enfrentado con el ambiente extraño de Alemania, acaba por perder a su indecisa mujer, a su burro (que es un intelectual de izquierdas) y, lo que es peor, hasta sus señas de identidad. El racismo queda en esa historia con el culo al aire, pero la amable ironía de la Özdamar no perdona tampoco a esos patéticos trabajadores turcos enamorados de su Opel y hechos un nudo de contradicciones. Un cuento para reírse mucho y para pensar más.

En cuanto a Carrera de una mujer de la limpieza, trata de la vida imaginaria de una mujer turca que mientras abrillanta pisos, sueña con ser Ofelia o Medea sobre un escenario. La Özdamar confía mucho en sus lectores y no vacila en utilizar en estado bruto fragmentos del Hamlet o el Wozzeck, ni en convocar a personajes como Natán el Sabio o Kathrin la Muda (de Madre Coraje), quizá no tan inmediatamente reconocibles para el lector español. En cualquier caso, el tono disparatado predomina, la trama se hace surrealista y el final obliga a la limpiadora (y al lector) a volver a poner en marcha la enceradora.

Los relatos de la Özdamar se leen muy bien, con alegría y asombro, una vez superada la ligera «extrañeza» que en ocasiones produce su peculiar utilización del lenguaje. Quizá lo más sorprendente sea la forma en que la autora consigue mezclar los elementos más poéticos con los más vulgares sin que éstos parezcan estridentes ni aquéllos de color pastel. Dice la Özdamar que, al escribir un idioma que no es el suyo, las palabras carecen para ella de infancia, y las groseras no arrastran ningún tipo de prohibición. Por otra parte –dice también–, está acostumbrada a hablar el alemán en la escena, en donde uno/a no es uno/a sino otro/a. Cualquier barbaridad o efusión lírica será imputable a ese otro y no al actor/autor…, lo que le da, como autora, una libertad maravillosa.

Decir que la literatura que hoy hacen en Alemania escritores como la turca Emine Sevgi Özdamar, el sirio Rafik Schami, el iraní Said, el español José F. A. Oliver, el italiano Franco Biondi y alguno más es la gran literatura alemana contemporánea sería una provocación. La crítica alemana, en gran parte, les niega el pan y la sal y adopta actitudes condescendientes. Sin embargo, parece indiscutible que esa literatura escrita en alemán por no alemanes forma ya parte –se quiera o no– de la literatura alemana, lo que quiere decir, evidentemente, de la literatura universal.

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Ficha técnica

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