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La venganza de don Quijote. Los orígenes de la guerrilla en España

España contra Napoleón. Guerrillas, bandoleros y el

Charles J. Esdaile

Edhasa, Barcelona

Trad. de Ignacio Alonso

442 pp.

33 €

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Refiere Charles J. Esdaile al abrir el quinto capítulo de este libro la autorizada y desconcertada impresión de Antoine-Henri de Jomini, oficial del Estado Mayor na­po­leó­ni­co, quien retrató al ejército imperial ante la guerrilla española como a un conjunto de Quijotes que no acertaban a saber exactamente qué es lo que debían atacar mientras aquellos peculiares enemigos se les infiltraban en sus líneas de comunicación. Jomini estaba refiriendo en realidad el principio que guía cualquier acción guerrillera, basado en el reconocimiento previo de la inferioridad militar propia. Si en algo insistieron primero los militares franceses sobre el terreno y los teóricos de la guerra después, como el propio Jomini, fue en el carácter anticonvencional que tenía aquella práctica. Fue ese carácter el que permitió iniciar entonces una construcción imaginaria que asoció la guerrilla y los guerrilleros con una serie de aspectos que siempre la han caracterizado: bravura, osadía, popularidad, complicidad local, actuación al margen de la ley, etc. También aquella inusitada forma de hacer la guerra se asoció desde bien pronto a la idea de un éxito rotundo, tanto que la palabra pasaría a formar parte del vocabulario de otros idiomas europeos adaptada desde el español.

La oposición a la absorción imperial, como es sabido, se articuló entre la guerra y la política. De hecho, la reunión de las Cortes se produjo finalmente en la Real Isla de León –San Fernando– por razones de pura estrategia militar, pues era la única posición que podía defenderse en el verano de 1810 del ataque definitivo francés. Allí, en el escenario teatral de las Cortes, se produjo la otra gran aportación de la crisis española al vocabulario político europeo con la adopción de liberal como nombre de conjunto para identificar a los partidarios de la Constitución y, con ella, de la monarquía moderada, esto es, de la limitación constitucional del poder del monarca. Quedaron así también asociados ambos aspectos de la crisis española: la guerrilla como forma efectiva de oponerse al poderoso ejército imperial, y los liberales y su proyecto político sustanciado en 1812 como la realización política de un proyecto básicamente antidespótico.
El libro de Esdaile, concebido desde una nueva comprensión de la historia militar, viene a cuestionar seriamente algunos de los pilares sobre los que tradicionalmente se sostuvo la aludida asociación con la que hemos solido formar la más habitual y vulgar idea de la crisis española abierta en 1808. Inmejorable conocedor de la evolución de los acontecimientos en los campos de batalla y pertrechado de una exhaustiva documentación sobre la guerrilla y sus protagonistas, Esdaile ofrece en este nuevo libro argumentos muy serios que sostienen la necesidad de revisar algunos estereotipos historiográficos sobre la Guerra de la Independencia. A un año vista de la conmemoración del bicentenario de su inicio, no parece, desde luego, inapropiado el intento.

Arranca el estudio con un capítulo que ofrece un repaso de la construcción de la imagen historiográfica de la guerrilla desde los momentos más cercanos a los hechos. Opta por una ordenación nacional de los materiales y una crítica de las principales visiones de los hechos por autores británicos, franceses y españoles que repasa las distintas aproximaciones a este fenómeno en los siglos xix y xx. Sirve al autor esta estrategia expositiva sobre todo para ir fijando posiciones propias de interpretación en contraste con la historiografía previa. Especial interés guarda, a este respecto, la reconstrucción de la imagen romántica de la guerrilla como paradigma del «pueblo en armas» defensor de la patria contra el invasor extranjero, que es precisamente la que el libro trata de desmontar con éxito. Como parte del pintoresquismo español, tan cultivado por la literatura europea del siglo xix, la guerrilla ofrecía un excelente lugar donde ver reflejados algunos de los caracteres más propios de aquel exotismo español que, como tan precisamente expuso hace algunos años el malogrado profesor Lodares, tantos tratadistas franceses e ingleses supieron ponderar en España en la misma medida que lo repudiaban para sus propios países. Si cuadraba aquella reacción de rabia colectiva, de reacción popular en estado puro, era porque el «carácter» español –alejado de los estándares de la civilización europea– se adaptaba perfectamente a él. Era lo propio de la España que encajaba en el estereotipo de Carmen. De hecho, el torero Escamillo no era más que un trasunto del tipo a caballo entre rufián, bandolero y guerrillero, esto es, el tipo rudo, iletrado y salvaje que los lectores de aquella literatura gozaban con la condición de que se produjera en el exótico pintoresquismo español de Sevilla, pero no en Liverpool o en Lyon.

El repaso lleva a Esdaile hasta la historiografía más reciente, acusando ahí el habitual autismo del hispanismo anglosajón sobre la producción historiográfica española. Con una nómina que se cierra con los trabajos de Miguel Artola y Manuel Espadas Burgos, difícilmente puede darse cuenta de la evolución historiográfica más reciente de los estudios sobre la guerrilla en España, lo que resulta aún más chocante habida cuenta de la amplia y documentada bibliografía que se incluye al final del libro. El importante esfuerzo historiográfico realizado en los últimos años para profundizar en el conocimiento crítico de los movimientos insurreccionales y de los fenómenos ligados al fenómeno guerrillero –durante la crisis abierta en 1808 y también en los años veinte y treinta con los voluntarios realistas y el carlismo– bien habrían merecido alguna consideración en esta entrada que se presenta bajo el título de «La guerrilla en la Historia».

El desmontaje de la imagen estereotipada de la guerrilla durante la Guerra de la Independencia arranca con un par de capítulos de historia militar en los que se da cuenta de los pormenores acerca de la forma en que los distintos contendientes organizaron sus estrategias. Se parte de una sugerente y fructífera contraposición entre guerra y guerrilla y de las variadas formas de comunicación social y estratégica entre ambas maneras de concebir el enfrentamiento armado. Como «guerra pequeña», o guerra a pequeña escala, la guerrilla fue, según documenta sobradamente Esdaile, una práctica mucho más habitual de lo que puede sugerir la idea de la excepcionalidad española. No solamente se conocía y se había escrito sobre ella desde las décadas finales de la anterior centuria, sino que, sobre todo, fue utilizada también en no pocas ocasiones por los oficiales de las tropas regulares. La efectividad que podía tener esa forma de hacer la guerra –a la que se dedica un capítulo posterior– se refería ante todo a campañas de desgaste y de hostigamiento a los movimientos, no a las posiciones fijas, del enemigo, virtud que fue rápidamente apreciada por algunos comandantes que decidieron sumarla a sus operaciones regulares. La extremada crueldad que comportaba la práctica de la guerrilla fue, así, experimentada no sólo por las tropas regulares francesas –en el relato de este libro pueden encontrarse casos verdaderamente espeluznantes– sino asimilada rápidamente también en cuanto a su efectividad como operación de castigo por parte de cuerpos regulares de todos los ejércitos contendientes. Del mismo modo, hubo también casos en que se produjo una «profesionalización» de la guerrilla, esto es, partidas irregulares que acabarían integrándose en unidades de tropa. La imagen que devuelve el análisis de Esdaile sobre la guerrilla en la guerra difiere notablemente, por tanto, de la tradicional contraposición entre guerrilleros y tropas convencionales y entre guerra pequeña y grande, para dibujar un escenario militar mucho más complejo.

Esta reconsideración lleva el análisis al estudio del origen de la guerrilla, donde se puede comprobar también una complejidad mayor de la supuesta. Por un lado, de los numerosos casos expuestos se infiere que no fue, ni mucho menos, universal el tipo de guerrillero que respondía más bien al outsider que nos transmitió luego la imaginación romántica. El estudio de la extracción social de los guerrilleros, para el que se usan algunas series de notable precisión, ofrece más bien una imagen contraria que implica en la guerrilla de manera especial a aquellos grupos sociales más arraigados en las estructuras sociales y económicas tradicionales. Soldados regulares, estudiantes, dueños de fincas o arrendatarios acomodados, profesionales –médicos, abogados, oficiales de la corona– se encuentran en un elevado porcentaje junto a campesinos humildes o desheredados sin mayor fortuna ni nada que perder, que es la imagen más común del guerrillero. Ciertamente, según explica y documenta Esdaile, hubo entre los guerrilleros bandoleros y rufianes que vieron en la guerrilla la oportunidad ideal para cubrir sus actividades delictivas, pero no fueron desde lue­go la norma en la composición de las guerrillas.

Una segunda conclusión de notable interés que se desprende de este rastreo es el generalizado desapego con que el pueblo vio la contienda. Es aquí donde el subtítulo de este libro adquiere todo su sentido, pues el autor no deja resquicio alguno a la tradicional imagen del «pueblo en armas». Aunque durante las celebraciones del bicentenario de esta guerra que se avecinan veremos homenajear repetidamente al pueblo español por su bravura y heroísmo, lo cierto es que a la inmensa mayoría de aquel pueblo en 1808 le interesaba mucho más permanecer al margen del conflicto que apuntarse a una partida de guerrilleros. Quienes lo hicieron fueron espoleados por un cálculo de intereses bien concreto que les indujo a pensar que era mejor opción que morir de hambre tras el paso devastador de algún ejército regular arramblando con todo. Son las del autor, además, conclusiones que pueden muy bien parangonarse con los numerosos estudios disponibles acerca de las actitudes populares ante otros conflictos relevantes del siglo xix, como las guerras carlistas, en que los estereotipos del campesinado y el bajo clero nutriendo en masa y ardorosamente las filas absolutistas ha funcionado muy habitualmente. Esto habría servido también para contrastar mejor el caso navarro, al que el autor presta una especial atención, sin duda en debate con el libro de John Tone sobre la guerrilla en Navarra (La guerrilla española y la derrota de Napoleón). El argumento de Esdaile, que presenta este escenario y el vasco como espacios diferenciados tanto por su peculiar orden jurídico político como por sus estructuras sociales, debería contrastarse con algunos estudios que muestran una idéntica reacción de desapego respecto del conflicto por parte del campesinado y una voluntad de permanecer al margen del mismo entre su campesinado durante la guerra de 1833-1839. No sobrarían tampoco parangones con lo ocurrido durante la segunda guerra carlista de 1872, para la que la historiografía ha documentado también una imagen bien diferente del campesinado y de su relación con la guerra. Lejos de las imágenes del cuento rural de Antonio de Trueba, con sus aldeanos simples pero bien nutridos, alegres y fervientemente católicos, pero también de la idea historiográfica de un campesinado dispuesto a coger el trabuco por los Fueros, lo cierto es que tal tipo social bastante tenía con mantenerse en el mundo de los vivos y que su entusiasmo por la guerra fue muy limitado.

El ensayo comentado va más allá de esta aproximación al «pueblo» y desmonta también algunos mitos nacionales con nombre y apellidos, incluso con estos últimos usurpados, como es el caso de Francisco Espoz Ilundain, conocido para la posteridad como Francisco Espoz y Mina. El retrato que hace Esdaile en varios pasajes del libro resulta todo un ejercicio de reubicación del personaje en el contexto que lo conformó, no escatimando al lector los aspectos menos honorables de su ajetreada biografía, que poco tiene que ver con las biografías «oficiales» más al uso. Entra también en sus capítulos finales en otro par de cuestiones de indudable relevancia para la revisión que se propone el ensayo. Por un lado, el grado de eficacia de la guerrilla y su incapacidad intrínseca para hacer frente de manera exitosa a las tropas regulares. Con noticias procedentes de un notable número de acciones militares, se muestra cómo ni en los casos más sonados –como los ataques de Espoz y Mina en Navarra y Guipúzcoa– podía esperarse que la guerrilla pudiera imponerse a las tropas francesas más que en escaramuzas en campo abierto. Cierto que ello resultó agotador y desmoralizador para los oficiales y las tropas imperiales, pero también lo es que sin la recomposición del ejército regular hispano-británico-luso difícilmente se hubiera llegado al 21 de junio de 1813 en Vitoria. Por otro lado, el libro ofrece un capítulo final que estudia el progresivo final de la guerrilla de especial interés, pues sirve como corroboración de algunas de las tesis centrales sostenidas en él. Puede ahí verse, por ejemplo, cómo la paulatina retirada del ejército francés y el control creciente del espacio por las autoridades dependientes de Cádiz y Madrid fue matizando enormemente la imagen heroica de la guerrilla al padecerse entonces en carne propia los efectos del pillaje y el bandolerismo. Es interesante también el rastreo que se hace de algunas partidas que acabaron perseguidas como bandoleros por los propios liberales, y de algunos jefes que optaron por profesionalizar y regularizar sus partidas (Mina, Díaz Porlier) y que acabarían nutriendo las filas de oficiales liberales y vinculados a logias y sociedades secretas que tanta influencia tendrían en el Trienio.

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