Buscar

Quiero ser novela

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ya en la primera página, precavidamente llamada «Advertencia», La guerra y las palabras produce una fastidiosa irritación. Ahí su autor declara que ha querido dar a su investigación de los hechos ocurridos en México en 1994 la forma de una obra de ficción. «Dado que el propio subcomandante Marcos convirtió la literatura en su principal arma de combate, me pareció conveniente –escribe Volpi– contar la historia del alzamiento zapatista en Chiapas como si se tratase de una novela». Como justificación, no hay nada que oponer, aunque sorprende que necesite hacerla. Claro que, una vez leído el libro, se entiende bien la «advertencia», al comprobar lo poco que esta crónica histórica tiene de novela. ¿A qué se debe, pues, el empeño de su autor en ofrecer una novela y no un ensayo? La razón se revelará justo al final, en la página de «Agradecimientos», donde se dice que «una versión distinta de este texto fue presentada como tesis doctoral en Filología Hispánica en diciembre de 2003». No hay duda de que transformar una tesis doctoral en obra de ficción requiere, cuando menos, fantásticas dotes –de las que Volpi carece-y sería la primera vez, que sepamos, que tal cosa sucediera sobre la faz de la tierra. No ha sido así, por desgracia, y aún tendrá que pasar mucho tiempo antes de que podamos admirar un prodigio semejante.

En realidad, con su apelación a la novela, Volpi se apunta a la opción más mercantil y a la presuposición, hoy muy extendida, de que la ficción es el grado máximo de la escritura, aunque sin reparar en que su hegemonía suplanta, desplaza o pervierte la disciplina de los demás géneros. Volpi no considera que, para su propósito, Plutarco es más provechoso que Rabelais. Y si, según su propia confesión, el libro «está rigurosamente apegado a los hechos», no se ve por ningún sitio por qué invalidar esa precisión refugiándose en la novela.

No obstante, obediente a su deseo, y envestido de su condición de novelista, Volpi insistirá, una y otra vez, en que su tema rebasa la crónica histórica: «Tras el alzamiento zapatista, los homicidios y el triunfo del PRI en las elecciones, la crisis económica dejaba a México transformado en el peor de los mundos posible. Pero también en el escenario de una terrible y apasionante novela». Por ahí se agrava aún más la causa de nuestra irritación, pues para Volpi una novela es una acumulación de sucesos extraordinarios, es decir, la más barata de sus cualidades. Y no le basta con reflejarlos, y que el lector saque sus consecuencias, sino que se ve obligado a poner los ojos en blanco, admirándose constantemente de disponer de una excelente materia novelesca y tener, sin embargo, que aplicarse al mandato y a los requerimientos de una tesis doctoral. Pues, si de verdad Volpi hubiera querido hacer una novela, podría haber seguido los pasos, por ejemplo, de Vargas Llosa, quien en La guerra del fin del mundo noveló magníficamente –sin ninguna advertencia previa– la insurrección popular de Canudos, en el nordeste de Brasil, activada por la controvertida figura de Antônio el Consejero. Y no es que aquella insurrección y el levantamiento de Chiapas sean sucesos parangonables, pero tienen en común que despliegan una misma fascinación novelesca. Vargas Llosa empleó allí toda su sabiduría narrativa; en cambio, Volpi no logra aquí transformar su investigación. La guerray las palabras, pese a su autor, no desborda el registro concienzudo de hechos, el material en bruto de comunicados y artículos, tanto del subcomandante Marcos como de los políticos, periodistas y escritores que han entrado en liza en el asunto, todo recogido con una imaginación muy adecuada para la administración de datos, pero con un talento improbable para fundirlos y proyectarlos más allá de su uso notarial.

¿Qué queda, pues? Queda un ensayo correcto, repetitivo y poco estimulante, organizado con pericia para evitar la modorra y animar al lector con epígrafes legendarios, imitativos de la literatura del Siglo de Oro, del tipo «Donde el lector conoce a los personajes de esta historia…», y con una profusa bibliografía, como no podía ser de otra manera. Y queda una visión literariamente calenturienta de la insurrección zapatista en Chiapas. Volpi, como se ha dicho, es muy concienzudo, pero con igual esmero se deleita en apreciaciones chuscas, como decir, para elogiar la imaginación de Marcos, que éste «ha visto muchas películas»; lo compara –¡quién lo diría!– con don Quijote y, fogoso con su sutil hallazgo, no tiene empacho en refrendarlo con lindezas de este jaez: «Al inventar su ejército, sus gigantes, sus monstruos y sus prodigios, Marcos ha construido un Chiapas imaginario indispensable para luchar contra el espantoso Chiapas real». Del mismo modo, juzga la Declaraciónde la Selva Lacandona, el texto de autoproclamación de la existencia del EZLN, «una elegante y muy convincente obra de ficción». Es obvio que solamente así, manejando materia imaginaria, no hechos históricos, su libro podría adquirir cierta apariencia de novela. Pero Volpi no sólo mezcla con desparpajo crónica y ficción, sino que no otorga a los hechos ninguna realidad, como si lo sucedido en Chiapas fuera fruto de la retórica política, y no al revés, atropellando de este modo cualquier método de investigación histórica, y concediendo a la insurrección zapatista la vagarosa condición de la fantasía. Al margen de las simpatías o descréditos que pueda suscitar la figura del enmascarado Marcos y el EZLN, nos hallamos ante un libro que tiene la extraña consecuencia de neutralizar el conocimiento que debería divulgar. Al carecer de punto de perspectiva, o dicho a las claras, al renunciar a declarar su posición ideológica, Volpi navega a la deriva, guiado por su propia desorientación, aunque aferrado a su necesidad compulsiva de transformar en personajes de una novela no escrita a las figuras más activas de la política mexicana de los últimos diez años: al presidente Salinas se le esquematiza como un político obsesionado por «alcanzar el poder y, sobre todo, la inmortalidad», y a Marcos se lo describe como «un hombre capaz de ejecutar a otro sin remordimientos», observaciones enfáticas que, además de ser burdamente literarias, indican que quien así escribe proyecta en la realidad una sinopsis cinematográfica.

El resultado, por tanto, es totalmente opuesto al propósito de su autor. La guerra y las palabras quiere ser un análisis sobre el alcance de las nuevas estrategias de difusión verbal empleadas por la guerrilla zapatista, pero queda subyugado por la retórica oficial y la prosa administrativa, y en vez de contribuir al esclarecimiento de la razón o de la impostura que provocó la insurrección zapatista, delata una fascinación pedestre incapaz de implicarse en la realidad política mexicana. Queda en el aire por qué Volpi, ante la tarea de analizar «la última revolución del siglo XX », se ha decantado por la verosimilitud de la novela, en lugar de aplicarse, como lo exigía su tema, a una narración de lo veraz. Y es que la hegemonía actual de la novelística no sólo contamina la pesquisa de la realidad, sino que incluso impide proceder a su análisis político.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

4 '
0

Compartir

También de interés.

Traducción y literatura