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La novela de un literato

BIOGRAPHIA LITERARIA

Samuel Taylor Coleridge

Pre-Textos, Valencia

Trad. de Gabriel Insausti

726 pp. 37 €

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Hay hombres venerados que sospechamos sin embargo inferiores a la obra que cumplieron», escribió Jorge Luis Borges en 1939. «Otros, en cambio, dejan obras que no pasan de sombras y proyecciones –notoriamente deformadas e infieles– de su mente riquísima. Es el caso de Coleridge», sostuvo. Sin embargo, es probable que el autor de El Aleph se equivocara en este punto, puesto que la Biographia literaria de Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) es una de las reflexiones más importantes que existen acerca de la literatura y está plagada de ideas que, como la de la «voluntaria y momentánea suspensión de la increencia» (p. 388), atraviesan el pensamiento crítico hasta la actualidad.

Coleridge dictó su obra a John Morgan en 1815, y algo del tono ligero y digresivo de la conversación culta tal y como era entendida en la época permea sus páginas. También una cierta amargura, ya que por entonces Coleridge estaba enfermo, llevaba años sin publicar un libro y subsistía únicamente mediante la publicación de literatura de circunstancias en la prensa. Que un autor al que buena parte de sus contemporáneos consideraba un fracasado se atreviese a formular una teoría de la inspiración poética que corregía y ampliaba las de autores como Alexander Pope, John Milton y Francis Bacon, y que manifestaba un entusiasmo crítico no exento de reproches –«la supresión de menos de cien versos habría evitado nueve décimas partes de las críticas que recibió» (p. 154)– por la poesía de William Wordsworth, que era su amigo y el poeta inglés más popular de su época, pudo parecer a sus contemporáneos una excentricidad, y tal vez esa excentricidad contribuyó a la polémica en que se vio envuelta la obra tras su publicación en 1817. Otra razón pudo haber sido la apropiación por parte de Coleridge de la obra de otros autores. En Biographia literaria, el escritor inglés se adueña de pasajes completos de filósofos como Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, August Wilhelm Schegel, Johann Gebhard Maaß e Inmanuel Kant sin mencionar sus fuentes, un procedimiento que, por lo demás, no era tan infrecuente en su época.

Además de trazar una biografía cuyo énfasis recayese tanto en los hechos de su vida como en sus opiniones, Coleridge se propuso completar con su Biographia literaria la revolución en la lírica inglesa iniciada junto a Wordsworth con las Lyrical Ballads (1798), corrigiendo las que creía que eran desviaciones en su concepción de la poesía: «Mi amigo ha dibujado un magistral esbozo de las ramas y su fruto poético. Yo quisiera añadir el tronco, e incluso las raíces, en cuanto se yerguen desde el suelo y se hacen visibles al ojo de nuestra percepción común» (p. 174), sostiene en la obra. Para ello, Coleridge traza primero unos «principios de la crítica moderna» (capítulo 3) y a continuación destina los capítulos 4 y 14 a 22 a desentrañar la obra de Wordsworth, estableciendo en primera instancia una definición «filosófica» de poema y poesía, que ejemplifica mediante un análisis de Venus y Adonis y Lucrecia, de William Shakespeare (capítulo 15), para proceder a continuación a rechazar la idea de Wordsworth de que la poesía sólo diferiría de la prosa en la versificación y en la composición métrica. En el medio (capítulos 5 a 13), todo un ensayo filosófico y psicológico de inspiración kantiana sobre las diferencias entre fantasía e imaginación, una refutación de la obra del filósofo inglés David Hartley y una teoría de la percepción y de su plasmación poética de discutible autoría.

«Con este cambio de orientación –el interés por Alemania, en vez de la tradicional curiosidad por lo francés– Coleridge se convertía en el gran mediador o introductor del pensamiento alemán en Inglaterra, a la espera de figuras como Carlyle, Julius Hare o Thomas de Quincey» (p. 54), afirma Gabriel Insausti, traductor de la obra y autor de un excelente prólogo. A este primer mérito de Biographia literaria y de su autor debe sumarse el de haber fundado las bases del Romanticismo en literatura al oponerse a la mímesis del lenguaje coloquial, al recurso a una cierta verdad emanada de la naturaleza y a la reproducción directa del discurso de los personajes. Otro mérito de la obra es el de haber fundado la analogía entre el sujeto de la creación poética y la divinidad, una idea que ha recorrido toda la modernidad literaria y ha sido decisiva para la constitución de vanguardias como el creacionismo de Vicente Huidobro. Un mérito añadido se deriva del enorme talento de su autor para el epigrama, a veces no exento de humor: «Incluso las señales de los caminos […] atestiguan que ha habido un Tiziano en el mundo» (p. 270), «de igual modo que la locura de los hombres es la sabiduría de Dios, así también sus iniquidades son instrumento de Su bondad» (p. 656), o «a menudo, al leer tragedias francesas, en mi imaginación veía dos signos de exclamación al final de cada verso como signo visible de la admiración del autor por su propio ingenio» (p. 98).

Un mérito más de este libro proviene de la actualidad de su denuncia de los aspectos más tristes y sórdidos del negocio literario. Muy pocos saben ya quiénes fueron Thomas Wharton, Robert Southey, George Herbert, Samuel Daniel y otros; para el caso, pocos pueden conocer ya los nombres de Samuel Johnson, Abraham Cowley, Milton y el propio Wordsworth, pero las guerras de papel que libraron, y de las que participó también Coleridge, siguen siendo las mismas, y de ellas el autor de Biographia literaria ofrece un diagnóstico que fue concebido hace más de dos siglos –en un período histórico en el que, por lo demás, el carácter incipiente del negocio literario todavía no había habituado a sus observadores y a sus participantes a sus mayores excesos–, pero que podría haber sido realizado hoy.

En ese sentido, la recopilación de los hechos de la ajetreada vida de su autor, incluyendo sus estrepitosos fracasos como editor de las publicaciones periódicas The Watchman y The Friend, no sirven meramente a los fines del exhibicionismo, sino que pretenden ejemplificar las pesadumbres y dificultades del escritor de la época y, como tales, servir de ejemplo a otros, lo que Coleridge explicita al sostener que «quisiera dirigir una afectuosa exhortación a los jóvenes hombres de letras, basada en mi propia experiencia. Seré muy breve, pues el planteamiento, el desarrollo y la conclusión concurren en un punto: no perseguir la literatura como negocio», ya que «el dinero y la reputación más inmediata constituyen sólo un fin arbitrario y accidental de la labor literaria. La esperanza de aumentarlos mediante cualquier esfuerzo se mostrará como un estímulo para la laboriosidad, pero la necesidad de adquirirlos convertirá el estímulo […] en un narcótico. Los motivos, si llegan al exceso, revierten su propia naturaleza y en vez de estimular, paralizan y desconciertan la mente» (p. 308, cursivas del autor). A modo de solución al problema de qué hacer cuando, pese a todo, se desea escribir y, como en su caso, se carece de una fortuna para hacer viable económicamente esta actividad, Coleridge aconseja a los jóvenes autores adquirir un oficio que les permita ejercer su talento y dejar la literatura como una actividad secundaria para ejercitar su genio; por razones prácticas, el autor aconseja la vida eclesiástica como actividad pecuniaria, en el que probablemente sea el menos adecuado de los consejos de Biographia literaria y, en general, el peor consejo que pueda dársele a una persona, ya desee convertirse en escritor o en astronauta.

Jorge Luis Borges concluyó su opinión sobre Coleridge sosteniendo, tras desestimar su obra poética por considerarla «intratable, ilegible», que «algo similar sucede con los muchos volúmenes de su prosa. Forman un caos de intuiciones geniales, de platitudes, de sofismas, de moralidades ingenuas, de inepcias y de plagios. De su obra capital, la Biographia literaria, Arthur Symons ha dicho que es el más importante tratado crítico que hay en inglés, y uno de los más fastidiosos que hay en idioma alguno». Una vez más, sin embargo, Borges –y Symons– se equivocan. Aunque se presenta escuetamente como la reunión de unos «esbozos biográficos de mi vida y mis opiniones literarias» (p. 7), Biographia literaria es mucho más que eso: es también un epistolario, un ensayo filosófico de largo aliento, una colección de impresiones sobre estilística y métrica, una antología comentada de la poesía inglesa de la época y una crítica y una defensa de la obra de Wordsworth que –con placer– pueden leerse ahora por fin en español en esta excelente edición –tan solo afeada por las erratas– que viene a ocupar un hueco en la historia de la crítica literaria y a entusiasmar a los curiosos impertinentes de las vidas de los escritores, sus muchas miserias y sus escasas y ocasionales glorias.

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