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El penar de Vallejo

CORRESPONDENCIA COMPLETA

César Vallejo

Pre-Textos, Valencia

378 pp.

22 €

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En 1982 se publicó Epistolario general, de César Vallejo. Firmó la nota previa José Manuel Castañón, autor en 1960 del folleto César Vallejo a Pablo Abril en el drama de un epistolario, donde publicó y glosó extractos de dicha correspondencia, aunque el libro fue fruto del empeño de Juan Larrea, empecinado valedor y estudioso de la figura y la obra del poeta peruano, que fuera su amigo en el París de entreguerras. Epistolario general reunió 239 documentos y hace tiempo que quedó descatalogado. Casi tres décadas después, y con el mismo sello editorial, esta Correspondencia completa viene a cubrir su puesto en las librerías. 

 
En este segundo intento son 285 los mensajes recogidos, es decir, casi medio centenar más que los recopilados en 1982, la mayoría de ellos publicados entretanto de forma dispersa. Para los años transcurridos entre ambas compilaciones parece una cosecha de novedades más bien escasa, que atestigua sobradamente la dificultad de aproximarse siquiera a hacer realidad lo que declara el título del libro. El mismo responsable de la edición, Jesús Cabel, reconoce en su prólogo que sin duda existen otras cartas de Vallejo aún inéditas por descubrir o por recuperar. Así lo sugieren las misivas publicadas, que se refieren a menudo a otras, hoy perdidas o no localizadas. Lo confirman las escuetas notas que acompañan aquí al texto de algunas de ellas, que evocan el testimonio de tal o cual destinatario o heredero de este, que ha hablado de otros mensajes, incluso en detalle. El proceso de recuperación de dichos documentos, complejo y siempre en trámite, deja de hecho su huella en la ordenación del volumen, que incorpora en anexo una decena de cartas. De todo ello se deduce que si la recuperación de cartas es siempre una tarea azarosa e insegura, sujeta a las muchas incidencias de mayor o menor rango que salpican cada existencia humana, en el caso de las de Vallejo lo es en alto grado. Y debe de pesar en tal destino imprevisible de las cartas del poeta peruano la índole de su peripecia biográfica. 
 
Vallejo fue durante buena parte de su vida adulta, desde que en 1923 marchó a París, un muerto de hambre, en un sentido más literal de lo que pueda suponerse, lo que equivale a decir que fue también autor no reconocido y persona poco merecedora de consideraciones, por mucho que suscitase el aprecio de la gente que lo conoció en persona. Su talla de gran poeta tardó en ser admitida públicamente tras su muerte, por lo que las posibilidades de que mensajes suyos fueran apreciados y conservados por muchos de sus destinatarios resultan relativamente escasas. 
 
Por lo demás, el mismo Vallejo declara más de una vez en esta correspondencia su escasa estima por las cartas: dice no cultivar el género epistolar para mantener relaciones interesadas o afirma, en una escrita a su amigo Larrea en febrero de 1937: «Las cartas son cartas, tú lo sabes muy bien. Las cosas hay que tratarlas de viva voz» (p. 339).
 
Pese a todo ello, estos casi tres centenares de cartas ofrecen material suficiente como para que sea posible hacerse una imagen cabal de lo que fue la vida del modesto poeta andino que quiso serlo en la capital mundial de la poesía. La mayoría de los mensajes, más de doscientos, se concentran en el período que va de 1924 a 1931, en el que Vallejo pugnaba por hallar el modo de ganarse la vida en la capital francesa, que de toda evidencia fue para él ciudad de sombras más que de luces. La impresión que produce la lectura de esta correspondencia es la de un penar constante, solo aliviado ocasionalmente por la ilusión de un proyecto, casi siempre el de realizar una tarea de escritor o, al menos, de periodista.
 
Vallejo escribe por lo general para dar cuenta de angustias y estrecheces, y para demandar ayuda. En sus mensajes abundan tristezas y enfermedades, pero está presente sobre todo, perenne, la falta de dinero para pagar cobijo, comida o algún viaje necesario. La correspondencia más abundante, la sostenida con su compatriota Pablo Abril de Vivero, funcionario diplomático y hombre de ambiciones literarias también, está trenzada con frecuentes solicitudes de auxilio y relatos de expedientes más o menos vergonzosos a los que Vallejo acude para salir del mal paso. Suplica préstamos una vez y otra, concibe componendas para obtener becas de estudios sin ser estudiante o ayudas para el pasaje de regreso al Perú sin intención de regresar, hace recuento de sueldos impagados y de proyectos que se desmoronan. 
 
El 12 de septiembre de 1927, en una desolada carta a Abril de Vivero, el poeta resume sus ya largos cuatro años de estancia en París como unas «vísperas eternas de un día mejor, que nunca ha llegado», vísperas agitadas, además, de «un continuo sobresalto económico». Y añade, al cabo: «Empiezo a reconocer en la suma miseria mi vía auténtica y única de existencia. […] Yo he nacido para pobre de solemnidad» (p. 225). Y, sin embargo, las cartas expresan desde fecha temprana su «afán de trabajar y de vivir mi vida con dignidad», según escribe en mayo de 1924 (p. 120). Y lo cierto es que sus mensajes se encienden de entusiasmo y se alargan cuando tiene en perspectiva una posibilidad de ganarse el sustento como asalariado en algún proyecto editorial. Pero tales proyectos, a los que vuelve como en una noria de la necesidad, nunca tuvieron el impulso o el acierto imprescindibles y siempre dejaron al pobre Vallejo en la estacada, pendiente de conseguir corresponsalías inseguras y mal pagadas. «Yo no soy bohemio: a mí me duele mucho la miseria», le confesó a Abril de Vivero (p. 120). A ese penar estuvo atado durante buena parte de su existencia.
 
Las cartas que reúne Correspondencia completa componen un relato por entregas del corto y difícil itinerario vital de César Vallejo, y pintan el drama de aquel poeta, tan sobrado de talento como de infortunio. Es probable que el hallazgo futuro de otros mensajes añada detalles al conjunto, pero parece difícil que cambie su color.
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Ficha técnica

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