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Los sueños perversos de la infancia y de la muerte

La caja de marfil

JOSÉ CARLOS SOMOZA

Areté, Barcelona

240 págs.

21 €

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«Así era Quirós». A lo largo de su novela, José Carlos Somoza intenta dar algunas pistas sobre la verdadera personalidad de su protagonista, el denominado Quirós. Pero nunca se sabrá realmente quién era Quirós, siquiera después de muerto. Y eso es probablemente el aspecto más interesante de este libro: lo que se deja en la penumbra, en una especie de claroscuro que no llega a disiparse, a pesar del sol que brilla en aquel pueblo de Andalucía, en pleno verano, cuando se cruzan los veraneantes y los nativos del lugar.
La caja de marfil tiene los ingredientes clásicos de la novela policial, la de Raymond Chandler. Un personaje, a mitad de camino entre un detective privado y un matón, con las manos llenas de sangre, demasiada sangre. Una estación balnearia que, durante el invierno, muestra su otra cara: la de una ciudad de emigrantes. Niñas inocentes que se ven embarcadas en juegos perversos. Todo eso ya se ha visto bajo el sol de California.

Pero José Carlos Somoza, a la vez que le rinde homenaje a su predecesor en el género, también fabrica un libro sobre la escritura. En efecto, el objeto del delito son los cuentos que escribe una adolescente desaparecida que pretende estar lo más cerca posible de la «realidad».

Esa «realidad» es una realidad tétrica, revelada al público por la primera película de Alejandro Amenábar, Tesis, la de los snuff movies, esas películas pornos con escenas sádicas exprimentadas en la carne de las chicas, con su consentimiento o no. Y ¿qué tiene que ver la literatura con eso? Curiosamente, el autor logra transformar su materia prima, bastante convencional, de moda y algo sórdida, en una carga de misterio en que la intriga finalmente importa poco, debido a una serie de inverosimilitudes que anulan el suspense, que lo transforman en una especie de poesía sin objeto, similar a la que aparece sin previo aviso en las peores de nuestras pesadillas diurnas. Escribe Somoza: «El silencio está sentado en el sofá, junto al hombre, y tiene rostro de ángel. Se oye ladrar a un perro (uaur, uaur), pero jamás un perro ha podido perturbar el silencio de un ángel».

La escritura hace pensar en un thriller metafísico. Y es precisamente lo que busca el autor. La intriga abarca muchos aspectos, demasiados. Hay jóvenes neonazis, inmigrantes golpeados en aquella localidad del sur, una adolescente rebelde, la que desaparece, y un hombre rico, su padre, quien le ordena a Quirós averiguar su paradero, policías y políticos corruptos, protectores de las peores actividades, crímenes pasados y presentes, mucha sangre, demasiada sangre. Pero también están esos silencios, que no le agregan nada a la trama, que no llevan a ninguna parte, y que son, sin embargo, lo mejor del libro.

Como si el autor, por momentos, fuera consciente de que la historia que narra no le fascina realmente, que lo que le importa son los movimientos imperceptibles del aire, el paso de una temporada a otra, el final de la ilusión del verano que da paso a un otoño prematuro, el desplazamiento de la playa a la sierra, del paréntesis turístico a otra realidad, mucho más dura, sin piedad. Y también, la llegada de la madurez en su tránsito imperceptible a la vejez y a la muerte, que es preferible, mejor.

La muerte ronda alrededor de Roquedal. No se sabe en el relato quién está vivo y quién está muerto. Quirós, en el pasado, tuvo las manos manchadas de sangre. Tanta sangre blanquea la sangre, la vuelve irreal, como un sueño (un perro en la novela se llama precisamente Sueño, como para anular la diferencia entre la vida y la vigilia). En esta novela policial se acumulan diferentes registros, como si su autor procediera por pinceladas sin nunca decidirse a acabar su lienzo. Lo poético colinda con lo macabro y lo trivial. Queda entonces aquella rememoración que tuvo Charles Foster Kane (alias Orson Welles) en su Citizen Kane, en el momento preciso en que lo alcanzaba la muerte. Su Rosebud, el trineo de su infancia, tal vez sea una de las claves posibles para descifrar el misterioso contenido de la caja de marfil de Quirós: la vuelta a una inocencia primigenia, perdida en un derroche permanente de perversión y de crímenes gratuitos.

 

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