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Locuras y libertades con Don Quijote

La biblioteca de don Quijote

EDWARD BAKER

Marcial Pons, Madrid, 1998

198 págs.

2.000 ptas.

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Visitemos la librería que imaginó Cervantes como afición a la literatura capaz de enloquecer al lector más pintado, uno ficticio. La biblioteca de don Quijote, la de Edward Baker, no procede a la reconstrucción rastreando sus componentes, los libros que ahí figuraran. Esto revestiría un interés bien relativo a nuestras alturas, tras una serie aceptable de catálogos realizados y estudios emprendidos a partir «del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo» (Quijote, parte I, cap. VI). Considera algo de entidad superior: el compuesto, su fórmula y propiedades específicas, las de entonces. Pues puede que constituyan cosas algo distintas la librería de aquellos tiempos y la biblioteca de los nuestros, tiempos aquellos, si se quiere, modernos, pero menos, habrá de concederse, que los actuales, tanto que pudieran ser extraños entre sí y más por premodernos los unos, los ajenos, como postmodernos los otros, los propios.

¿Es lo mismo la colección libraria típica de ayer y la común de hoy? ¿Puede identificarse de igual modo lo que entonces se entendía y lo que ahora se entiende con similar palabra, biblioteca o librería como depósito, sin pararnos a discernirlo? De reparar se trata. ¿Qué era la cosa sin más para aquellos tiempos? ¿Qué representa en concreto y comparativamente la de don Quijote? El primer interrogante es previo, tiene enjundia y está descuidado. Con tanta letra acumulada de segundas y enésimas manos acerca de aquella época y de su nutrida cosecha de escrituras y publicaciones, no es cuestión que se tenga muy a la vista. Digamos que los libros no dejan ver la biblioteca.

No es cuestión que suela ni siquiera plantearse. Pueden actualmente recorrerse funciones sociales y políticas de prácticas escritas e impresas de entonces sin interrogante para la librería. Se considera que al documento, al expediente o a la disposición les confiere sentido no sólo la propia materialidad aislada, sino también y sobre todo la integración formal en el archivo, el registro o la compilación, sin advertirse en cambio que el asunto quizá alcance en igual o superior medida al libro con relación a la libreríaAntonio Castillo, Escritura y escribientes.Prácticas de la cultura escrita en una ciudad del Renacimiento, Fundación de Enseñanza Superior a Distancia de las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, 1997, págs. 363-369: Arcas, cofrecillos y talegones, pero no librerías. La ciudad es Alcalá de Henares, patria de Cervantes, de lo cual hablaremos..

Mas hay intentos de tomar en consideración, alguno bien próximo: «El historiador se enfrenta a un fenómeno tan específico como este cargado de categorías contemporáneas que, a la postre, entorpecen más que ayudan a la correcta comprensión del sentido que tuvieron las antiguas colecciones de libros. Un poco por todas partes se pueden detectar huellas de este actualismo cuyas raíces se hunden en el historicismo decimonónico y, tras él, en sus orígenes ilustrados; así, por ejemplo, las librerías regias de los siglos XVI y XVII son consideradas antecedentes de las actuales bibliotecas nacionales, de la misma forma que aquellas monarquías habrían sido prefiguración de los estados que hoy sustentan a éstas. De aquí nace que se les imponga una matriz interpretativa que no fue la propia de su tiempo». La biblioteca premoderna sería otra cosa, algo peculiar, «más el orden y el asiento de los libros que los propios volúmenes de que estaba compuesta»Fernando J. Bouza, Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la alta edad moderna (siglos XVXVII), Editorial Síntesis, Madrid, 1992, págs. 124-126..

Sería el bosque y no solamente los árboles, la selva viva con aires y lluvias, tierra y subsuelo, estanques y corrientes, claros y sendas, humus y fauna, y no tan sólo con el arbolado y la espesura, no solamente con el follaje de arte mayor o menor que fuera. Por reconocerse unos componentes no se conoce un compuesto; por saberse de unas piezas, no se entiende del espacio que generan y ocupan, de cómo diseñan y consuman creación y trazado de una especie cultural de geografía. La significación del fenómeno no radica en la agregación de unidades, sino en el agregado mismo que integra tejidos, intersticios y huéspedes, todo ello, la totalidad de lo que se precisa para que tengamos un orden de librería y no un centón de impresos encuadernados y otros productos varios de escritura. Con toda probabilidad, las bibliotecas no eran ni almacenes pasivos ni dispensarios neutros.

Con esta constancia cabe probarse respuesta que venza las asechanzas del anacronismo. La prueba se acomete por Edward Baker para visitar la biblioteca de don Quijote. No procede de forma presuntiva, sino con contraste de noticias e inventarios. Se asiste de radiografías tan reveladoras de esqueleto como para componerse figura y recomponerse organismo. La principal es notoria, tanto más por facsímil. Es el índice séptimo y último, el de materias, de la Bibliotheca Hispana Nova de Nicolás AntonioNicolás Antonio, Bibliotheca Hispano Nova, facsímil, Visor Libros, Madrid, 1996. Ahora, perdiéndose latines, se ofrece también traducción castellana, por Gregorio de Andrés y Miguel Matilla, de la obra entera: Biblioteca Hispana, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1998.. Ahí tenemos una clasificación de índole además jerárquica: un index materiarum qui in subjectas classes dividitur (vol. 2, págs. 535669). Aquí puede que tengamos, para la edad premoderna, la biblioteca virtual y su materialización efectiva, irrealidad representante todavía y responsable quizá entonces de realidad.

Un mero índice puede encerrar virtualidad tamaña gracias precisamente al orden que fabrica. Parte de la teología, pasa por cosas como la filosofía, la medicina, el derecho, la política, las matemáticas, las humanidades o la historia y llega finalmente a la poesía y la fábula. Avanza a través de todo lo que respondía entonces a tales denominaciones, con la creación literaria en último lugar y la producción teológica en el primero. Así se pone de manifiesto una «rigurosa jerarquía», la de «las veintitrés categorías que forman el índice» en total. Tal es el prototipo figurado de librería que podrá contrastarse con la más imaginada, la quijotesca. Sigamos por pasos. He aquí ahora una bibliotheca virtualmente real, la de Antonio, con la que medirse luego la librería realmente virtual, la de don Quijote. La cordura del bibliófilo puede que constituya buen acceso a la demencia de la criatura, a la invención de su biblioteca. Quizás lo resulte mucho mejor incluso de lo que ahora Baker nos explica (págs. 42, 80-81 y 139).

Si cabe tomar bibliotheca irreal por librería real, no nos quedemos a medias. La tenemos de perfil menos plano entonces y hasta de presencia más corpórea hoy. De entrada, no es exactamente una jerarquía de veintitrés materias lo que se nos presenta por Nicolás Antonio, pues hay una primera literalmente fuera de orden al situarse paladinamente por encima. Es la teología rigiendo el catálogo todo en tipo mayor y posición centrada sin numerarse ni cuadrarse con el resto. Son desgloses suyos, como la exégesis bíblica, la escolástica, la ascética y mística, la moral y política religiosas, la predicación o la catequesis, los que se alinean ocupando algo más de la mitad de las entradas, proporción que todavía se incrementa si lo que computamos son ingresos y existencias de autores y escritos. A tales miembros, y no a la cabeza misma así común, escoltan las otras materias.

Bajo presidencia y con despliegue tales de la teología, un orden se expone e impone. Aun con la advertencia de que no basta con los datos cuantitativos de la abundancia teológica en línea con Caro Baroja (págs. 80-81 y 186), el detalle cualitativo puede perderse. La reproducción del esquema del index materiarum, de tal índice jerárquico de materias de la Bibliotheca Hispana Nova de Nicolás Antonio, no es aquí, en la biblioteca de don Quijote, fotográfica (págs. 182-183), aunque en la misma se contienen bastantes ilustraciones de este carácter más fiable por facsímil. La composición editorial pierde la ubicación centrada de la teología, esta entronización definitiva. Conviene todavía acudirse, como pórtico franco de la librería virtual, a la página original o edición última facsímil de la bibliotheca impresa (vol. 2, pág. 535, índice del index de materias)Mas en descargo cabe decir que la edición actual, remitiéndose a la segunda, se asemeja a la primera, con la teología presidiendo siempre sin ordenarse junto al resto nunca, pero menos centrada: Bibliotheca Hispana, Madrid, 1672, vol. 2, pág. 491, sin título aún de Nova, faltando todavía la Vetus..

Y podemos tener también hoy la bibliotheca real o efectiva. Puede que exista. No todo está en los libros, pues hay más monumentos. Ríndase visita a la Universidad de Salamanca, no al nuevo y despejado Campus Miguel de Unamuno, sino a la sede vieja y turística, mediante pago de entrada en la actualidad. Tómese desde el claustro la escalera cuya balaustrada representa la ascensión a la ciencia. Lléguese a la Librería del Estudio o biblioteca antigua. Ahí cobró vida y ahí guarda cuerpo el índice séptimo de Antonio. Salvo la apertura de algún vano, se conserva esta librería universitaria en el mismo estado como se reorganizara en la segunda mitad del siglo XVIII , casi tal cual quedara cuando también resulta que se preparaba la edición definitiva de la Bibliotheca Hispana completa, la Vetus y la Nova, con intervención decisiva precisamente de quien se hizo cargo de dicha misma materialización en sentido doble de la biblioteca universitaria salmantinaFrancisco Pérez Bayer, quien se ocupó de reeditar la Bibliotheca Hispana Vetus, 1788, facsímil, Visor Libros, Madrid, 1996, con Prohemio de Víctor Infantes breve, pero útil, para la entera Hispana, sin paginar. Vetus o vieja es hasta 1500, frontera incunable; Nova, hasta 1684, muerte de Antonio..

Entramos en una gran sala ovalada con cincuenta y dos cuerpos de estanterías para materias varias y otros tantos medallones identificativos de las mismas. A la vista está que se ordena conforme a lo referido. La bibliotheca la preside la Biblia, de la cual surgen como un par de brazos; uno, hacia la derecha para la perspectiva del espectador o en la dirección de la escritura latina, el de la teología; el otro, hacia la izquierda así nuestra, el del derecho. Entre ambos ocupan más de sus dos cuadrantes. Luego se suceden, tras el material teológico, historia eclesiástica, civil y antigua, cosa diplomática, geografía y poligrafía; tras el derecho, por su banda izquierda, filosofía vieja y nueva, historia natural, matemáticas, medicina, química, humanidades, poesía o creación, gramática y léxico. Aprovéchese para observarse que la mayoría de los escritos están en lengua latina; la minoría de posición última es la de un uso menos dependiente del romance.

Es una panoplia de materias más preciosa que la del index de Antonio. Hace buen uso de todas las dimensiones, también de la tercera, en el espacio igualmente construido de la bibliotheca ya no virtual. El orden jurídico brota directamente de la batería bíblica. Lo hace el derecho canónico, al que sigue el civil general, el hispano o los hispanos y el de gentes, público y político. Es secuencia también similar a la de dicho índice, pero en mejor posición de conjunto. El orden global de materias todavía se articula de forma más gráfica en la biblioteca edificada real que en la impresa virtual.

Pero también ocurre que, precisamente por virtual, la Bibliotheca de Antonio puede multiplicarse por sí misma en un abanico de órdenes sin facilidad en cambio, salvo catálogos, de cabida simultánea dentro de un espacio físico como el de la Librería de Salamanca. El índice de materias es el último y séptimo, tras media docena que quizás encierre otras tantas virtuales bibliotecas. Premodernas debidas a Antonio tendríamos en total ocho. La primera es la propia Bibliotheca Hispana Nova que sigue un orden de nombres cristianos, el sacramental de bautismo. La segunda sería el primer índice, el cual adopta la secuencia de apellidos, esto es, una disposición conforme a familia, a esta pertenencia. La tercera, el índice segundo, mira a la patria, a la nación en sentido no político. De la cuarta a la sexta bibliotecas, del tercer al quinto índices, lo que se considera es religión en sentido también de entonces, esto es, condición eclesiástica de los autores. La séptima biblioteca o sexto índice mira a status social y político, entre noblezas y magistraturas. La octava, que es el séptimo, ya la conocemos. Unos índices son bibliotecas, con su valor ayer e interés hoy.

Un autor temprano con obra en romance como Gonzalo de Berceo pudo ser tenido desde su propio tiempo por exponente de orden religiosa hasta que comenzara a registrársele como poeta de nación española ya avanzado el siglo XVIII . Así muda posición virtual y significación real: «Tenía un papel funcional… completamente distinto antes y después», nos dice Baker (págs. 47-48). Es síntoma cuyo diagnóstico puede tenerse entre los índices de Antonio, donde el criterio de religión, operando del tercero al quinto, es el que más se aplica a efectos de identificación y ubicación de unos autores, determinándose su espacio y horizonte en cuanto tales; donde también la ordenación previa conforme a patria, la de un índice segundo, no presenta la entrada española. ¿Qué especie de geografía cultural resulta aquélla?

España no figuraba como patria particular. Hispania podría ser patria común conforme al título de la Bibliotheca, la cual dibuja, como hispano, un satélite político en la órbita de una galaxia religiosa que, no alcanzando a su pretensión de católica o universal, marca entonces fronteras. Es el orden del que constituía trasunto y agencia la Bibliotheca Hispana misma. Una anotación de Antonio, que quedó inédita, para la voz de Cervantes apunta: «Patria se puede entender por España toda», con Portugal e Indias. El primero en publicar por lares españoles una lectura de don Quijote con algo ya de moderna, Gregorio Mayans, apostilla: «Cosa mui impropia i que no cabía en su pluma», en la de Cervantes. Pero en la de Antonio se ve que algo cabe. ¿En qué geografía cultural se nos sitúa? En una bastante más compleja, la que dibujan precisamente los índices todos, y no tan sólo el segundo, el de patrias, de la Bibliotheca Hispana, junto a ella mismaGregorio Mayans i Siscar, Vida de Miguelde Cervantes Saavedra (1737), facsímil, Academia Española de la Lengua, Madrid, 1992, microficha, Universidad de Valencia, Valencia, 1998, parágrafo quinto. Con el ejemplo susodicho de Gonzalo de Berceo, Baker anuncia una Arqueología de la literatura española, esto es, la gestación retrospectiva del canon literario de España como nación, lo que aquí va a importarnos..

Visítense las bibliotecas, tanto la real de Salamanca como las menos reales de Antonio, la construida como las reconstruibles, también así las imaginadas. Imaginarse, no sólo se imaginaron las bibliothecas antonianas vistas ni la librería quijotesca por ver. Hay más, incluso algo dedicado al oficio mismo del buen gobierno librario. Ahí tenemos el Opusculum de bene disponenda bibliotheca de Francisco de Araoz, ingenioso bibliólogoJosé Solís de los Santos (estudio, edición y traducción) y Klaus Wagner (notas bibliográficas), El ingenioso bibliólogo Don Francisco de Araoz («De bene disponenda bibliotheca», Matriti 1631), Universidad de Sevilla, Sevilla, 1997.. No ofrece la batería vistosa de Antonio, pues su índice se presenta a la inversa, lo que no escapa a la biblioteca de don Quijote (págs. 72-77). Pero contiene un orden igualmente jerárquico bajo la presidencia de religión y derecho.

He aquí edición del referido opúsculo bien informada sobre el orden bibliotecario premoderno, pero con cuestión distinta a la nuestra o que es incluso la adversa. Hela: «Este directorium resulta francamente endeble. El error de enfoque de Araoz es haber vinculado sistemáticamente una cuestión esencialmente sin importancia como es la distribución de materias bibliográficas y su organización topográfica, a una concepción jerárquica de los saberes, haber confundido el medio con el fin, la organización del conocimiento con el conocimiento mismo, el orden en el aprendizaje con una escala de prioridades de índole más dogmática que científica» (pág. 42). Mas hay también por suerte otra edición reciente, una facsímil. El opúsculo se reproduce fotográficamente. En pequeño volumen aparte tenemos presentación de cuestión a mi parecer similarmente sesgada, pero es ligera y se ofrece así separada. Contamina menos. La suerte es el doblete de la reproducción fotográfica por una parte y de la información solvente por la otra, por la edición no facsímilEl facsímil es de edición no venal: Francisco de Araoz, De bene disponenda bibliotheca, Instituto de España y Biblioteca Nacional, Madrid, 1992, con traducción de Lorenzo Ruiz Fidalgo y la Presentación de Isabel Fonseca, vol. 2, págs. 9-21.. Respecto al fondo, la lectura hoy es libre.

Queda todavía la visita aquí principal, la acompañada a la biblioteca de don Quijote. De entrada no parece tan hacedera. Era imaginada la librería del imaginado hidalgo. Pudiera ser incluso imaginaria, esto es, no guardar relación alguna con la real a fuerza, ella sí, de virtual. Es la conclusión que Edward Baker nos brinda. Dado que el prototipo de entonces, con teología y derecho, entrañaba entidad y respondía a función de carácter preceptivo, no parece que fuera ni siquiera imaginable librería ceñida a literatura de entretenimiento, de creación y recreación. No cabría ni pensarse de no habérsele concebido para su hidalgo por Cervantes. Sería inimaginable si no la hubiera imaginado. Es imaginaria, producto tan real de la ficción del autor como figurado de la locura del personaje.

La conclusión de Baker da todavía un paso más, asociando biblioteca de don Quijote con la nuestra; a don Quijote, con el profesor universitario. Agente de literatura presente se identifica con paciente de demencia pretérito. Ahora resulta no sólo locura con método, sino el método mismo, la máxima cordura. Autor de hogaño se encarna en criatura de antaño. Ambos dan cuerpo de igual forma a una biblioteca literaria, biblioteca nada preceptiva, aunque no con esto indiferente, pues por ella perciben, en ella profesan y mediante ella se conducen. Don Quijote añejo es Edward Baker bisoño, nuestro guía. Personaje y autor por fin se encuentran y son uno.

Hay epílogo matizado, El idiota y sutexto: «El hidalgo y el catedrático leemos aproximadamente los mismos géneros, aunque no necesariamente los mismos libros, y solemos leerlos de la misma manera, silenciosamente y en solitario, y con el mismo sistema de mediaciones con los que relacionamos cada texto con el conjunto. Pero», llega el matiz, «don Quijote era un demente y yo soy profesor; el caballero andante leía –puede decirse que el texto andante se leía a sí mismo– en un vacío institucional que sólo su locura pudo llenar, mientras que yo lo hago desde mi inserción en una serie de instituciones culturales y escolares que han surgido en las sociedades burguesas», en «el contexto de una ideología inconfundiblemente contemporánea, la de la cultura nacional fundamentada poco menos que ontológicamente en una lengua cuya objetivación más elevada es o ha sido la literatura», la de nación política así establecida (págs. 167 y 170-171).

Mas el detalle de la asimilación priva sobre el matiz de la diferencia: «Tanto lo que lee el hidalgo como su modo de leerlo nos resultan familiares precisamente por literarios» (pág. 165). Su consumo era en privado y silencio, y no público y compartido, lo usual entonces para la literatura como para la enseñanza: lectura y lección (págs. 33-45). La biblioteca de don Quijote sería adelanto redondo de invento completo. Lo inimaginable resulta imaginado e incluso nada imaginario; lo impensable, pensado y además concebido. Una idea de la literatura y una práctica de la lectura, las nuestras, serían poco menos que descubrimientos colombinos de Miguel de Cervantes. Nosotros habríamos venido a realizar su ficción libraria haciendo norma ordinaria del entretenimiento e institución por sí, sin misión preceptiva, del libro mismo. En fin, la librería de don Quijote vendría a resultar antepasada o, más aún, progenitora de la biblioteca de Edward Baker, de biblioteca universitaria presente. Nuestro ancestro no sería la Librería del Estudio de Salamanca ni siquiera teniéndola ya definitivamente por muerta. La una, la ficticia, sería historia, y la otra, la real, arqueología, cosa turística ésta y vital aquélla.

Abrigo reservas. La imagen atávica de la Bibliotheca Hispana y la familiar de la biblioteca de don Quijoteno casan. Se nos ha advertido que las bibliotecas regias no debieran reducirse a heraldos de las nacionales. Así no las entenderemos jamás ni a las unas ni a las otras. Lo propio cabe advertir para la relación entre nuestra biblioteca y la quijotesca. Con tan filial parentesco, se eclipsa y esfuma la victoria sobre el anacronismo: la comprensión inicial de la librería literaria como ficción en la constelación cultural de la bibliotheca preceptiva como institución. Por un vano de la pieza se cuela el parásito que ha sabido expulsarse del ingreso al edificio. Vanidad es estado contagioso, pero tiene remedio y se conoce el anticuerpo. Para visitas al pasado, ese lugar extraño, interróguese a la época, no a nosotros, y conforme a cuestiones de entonces, no a las nuestras.

El cervantismo todo y la historia de la literatura casi entera resultan menesteres académicos nacidos y crecidos desactivando el anticuerpo. Cimentan y elevan un escenario de estancias más familiares y pasillos más practicables. Hacen hogar. Como ha acusado Baker, constituyen empresa de construcción anacrónica de una patria literaria para la nación política, obra pública edificante de biblioteca nacional con el material de la lengua. Ahora Berceo podrá ser poeta de nación y no de religión. Cervantes y su hidalgo serán españoles sin los escrúpulos de Mayans. Autor y personaje compartían antes otras señas, las postreras de la fábula en la bibliotheca. Eran árbol y follaje de aquel bosque. Arraigaban en su tierra. Vivían de su abono, sus aires y sus aguas. Contribuían a la regeneración del humus y de la atmósfera, los de entonces siempre. No estoy muy seguro de que el entretenimiento no fuera pieza del orden o el orden mismo cabeza abajo, igual que el carnaval o como la apariencia del esquema de Araoz respecto a la evidencia del índice de Antonio. Por exponerse a la inversa no era otro.

Heroem ridiculum confingens, inventándose un héroe ridículo, se dice en la Bibliotheca Hispana Nova para El ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha (vol. 2, pág. 133). Esa, la de don Quixote con la equis, es sabido que era la grafía de la época. Entre historiis ridiculis, historias jocosas por plenis facetiis, repletas de chistes, en el opúsculo de bene disponenda bibliotheca figura la suya, la de aquel a quien Cervantes nomen dedit non dissimile Hispanico mandibuli, le impuso un nombre semejante a la quijada dicha así a modo hispano (f. 9 recto y vuelto). Esto, la chanza, puede que fuera, con más gracia, donQuixote, con la equis. Y no maliciemos. La risa no ha sido asunto de broma. Tenía un sitio, igual que en la jerarquía de una bibliotheca, en el orden de un mundo, el suyoAnthony Close, Las interpretaciones del«Quijote», en Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, dirección de Francisco Rico, Instituto Cervantes y Editorial Crítica, Barcelona, 1998, vol. 1, págs. CXLII-CLXV, más 18, n. 90, y vol. 2, pág. 254, n. 43. Ascensión Rivas Hernández, Lecturas del Quijote (siglosXVIIXIX), Colegio de España, Salamanca, 1998, págs. 13 y 248, se toma aún menos en serio la risa.. No creó contracultura de presente que pudiera ser cultura de futuro, biblioteca de hoy.

También tiene don Quijote, con jota, cabida en nuestra biblioteca, como llegan más o menos a conseguirla libros de las alturas para la época, los jurídicos o incluso los teológicos. Los tenemos en posición, por función y con sentido radicalmente metamorfoseados. Son otros. Podría ofrecer por mi parte pruebas en los campos tanto de la teología como del derecho, pero carezco de competencia para el intento en dominios de la literatura. Alcanzo a saber que hay procesión de lecturas cambiantes de Cervantes, literalmente cambiantes del ingenioso hidalgo. Se ha producido la metamorfosis: del capullo chistoso de don Quixote sale la mariposa literaria de don Quijote.

El efecto mismo de transmisión entre tiempos no es nuevo. Lo propio ocurrió, comenzándose por la Biblia, con escritos antiguos integrados en la bibliotheca premoderna. Los textos, como las imágenes, no cambian porque cambie la cultura y porque así también cambien significación y significado de los propios materiales. No se inmutan porque muden ellos mismos de sentido. Para la comunicación por encima del tiempo, las prácticas escritas, como todas las que cobran consistencia y cuerpo, constituyen signos abiertos, no mensajes acabados. ¿O es que hoy se ve, entiende, aprecia y siente lo mismo ante figuraciones pictóricas y otras representaciones de entonces? ¿Cabe acaso la identificación? ¿Por qué se supone de los libros y demás escritos? ¿Qué ideas ni emociones participan las figuras en piedra que jalonan la subida hacia la Librería del Estudio salmantina? ¿Contamos siquiera con su código de transmisiones? Y lo que ahora todo ello significa, con turismo y mercado inclusive, ¿era en su momento concebible?

No parece precisamente que haya una historia lineal ni de la literatura ni del arte, ni del pensamiento ni de la sensibilidad, ni de la arquitectura ni del mobiliario, ni del derecho ni de la teología, ni del orden ni de la locura, entre aquellos tiempos y los nuestros. La relación más compleja que sin duda existe entre épocas responde antes a curso histórico que a recurso presente. No ha de partir de proyecciones actuales, sino de realizaciones pretéritas, salvo a efectos ideológicos también reales desde luego, pero de realidad de ahora, nuestra, y no de entonces, ajena. Y realización no parece que sea la librería de don Quijote en comparación con las que tenemos aquí visitadas, hasta una decena si no llevo mal la cuenta.

¿Somos de verdad progenie de la inexistente Biblioteca de don Quijote más que de la existente Librería del Estudio, latines por supuesto incluidos? ¿Son nuestras bibliotecas universitarias herederas probables de la primera más que sucesoras probadas de la segunda? ¿Podemos ignorar bibliothecas virtuales y reales para contentarnos con la más irreal e incluso impensable de todas, la virtualísima del ingenioso hidalgo? ¿Constituye su biblioteca nuestro prototipo librario, tal modelo? ¿No estaba entre las facetiis, entre los chistes, la librería de don Quixote? Cambiando tiempo pasado real por imaginario, quizá también nos extraviemos en el presente y para un futuro. Hoy mismo, ¿prevalece en la biblioteca, como en el mercado, la literatura de creación y de recreo? ¿No hay dimensión preceptiva ninguna de orden bibliotecario? ¿Rigen libertad y privacidad en la lectura?

¿Nos hacemos idea de diferencias? Respecto a las premodernas parece campear, incluso advertida, la inconsciencia. Baker acusa y concurre. Somos fiscales y reos. Acercamiento y asimilación en vez de diferenciación y distancia constituyen parámetro sesgado de nación que sigue considerándose paradigma neutro de ciencia, de nuestra ciencia de los textos no sólo literarios, sino también preceptivos. Historia literaria e historia jurídica pueden darse la mano. Textólogos y textólogas de literatura y de ordenamiento mantenemos en pie y con vida el hogar ucrónico de la lengua y la historia nacionales, nuestra biblioteca de nación y mercado, la biblioteca al parecer moderna.

¿Dónde recalamos? ¿Venimos a resignarnos al acomodamiento en el hogar nacional y mercantil de Don Quijote, como ejemplifica ahora el de Francisco Rico y compañía?Está citado. Y me excuso por no relacionar la nómina surtida de especialistas que concurren a la empresa cuya excelencia se encarece sin ambages en la propia edición y no está falta de reválidas.. ¿Conduce la parafernalia editorial lozana al patrimonio veterano genuino? Admítase la duda. Es Quijote ahora con jota. Lo suyo resulta normalización lingüística y explicación autoritaria ideando texto y generando contexto: «Hemos intentado acompañar al lector hacia el mundo perdido de palabras, frases hechas, costumbres, instituciones y saberes que eran normales a principios del Seiscientos y ya no lo son en el siglo que acaba, buscando formular las notas en los términos más llanos, inteligibles y próximos a los conocimientos y experiencias de nuestros días» (Quijote de Rico vol. 1, pág. CCLXXVII). Aquel mundo perdido mal puede recuperarse con aparato que lo hace próximo. Ahí mismo se tiene la prueba.

Para inventarse lecturas, realice cada cual la suya, también el lector o la lectora y no sólo entre especialistas. Quizá recuperemos chispa. No se pone sin embargo nada fácil al confundirse clientela con academia, lectura con lección en sentido profesoral. Con aparato y obra de una pieza, ahora don Quijote «permite al lector disponer de los mismos elementos de juicio que el editor y constituir con ellos un texto sin embargo distinto» a la par que «restituye la lección más próxima a la deseada por el autor», el original para ser cada vez reinventado (vol. 1, pág. CCXXXIV). Es delirio borgiano y encima traicionero. Produce embarazo y obstruye accesos. Recelemos, pues, y prevengamos. Desconfiemos de la ciencia incluso propia por confianza en la libertad ajena, en una emancipación de la lectura, en un pluralismo democrático también literario. ¿O es que somos textólogos y textólogas tan pagados que nos creemos en serio vicarios ungidos de cultura para provecho de lectura y disfrute de literatura por parte de parroquia incapaz y crédula?

El disfrute literario no se alcanza por jalearse ni la ciencia social se logra por agruparnos. Demasías y deficiencias no se suman nivelándose. Un ensayo individual, el de la biblioteca de Baker, puede resultar más sugestivo que todo un aparato colectivo de lectura, el de don Quijote de Rico. Con lo que se le dedica al capítulo de marras, «del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron» ya se sabe donde, nuestra cuestión ahí ni se sospecha. La hay de libros, no de librería. ¿Cómo podría? Una biblioteca es una biblioteca, lo que ahora y por siempre cree entenderse. Si no, ahí tenemos la monografía sobre el ingenioso bibliólogo o las notas en los términos más llanos, inteligibles y próximos. Prójimo, he aquí en efecto don Quijote, no desde luego don Quixote con la equis distintiva de época aunque ya entonces sonase como la actual aspiración de nuestra jota. Hay signos intraducibles al menos entre ayer y hoy.

Como las imágenes y demás figuraciones materiales, igual que los claustros y otras construcciones escolásticas, lo mismo que los libros y las librerías, no cambian las palabras porque cambien las mentalidades, pero unos cambios puede que sean siempre sintomáticos. Todo signo significa, y la equis, no la jota, es el primero en el caso. No está perdido por completo, pese a los adelantos de la ciencia. Tenemos bibliotecas no sólo de ediciones nuestras, sino también de originales extraños, los exóticos de otros tiempos, sin necesidad siquiera de facsímiles, con contaminación así mínima. En edición, lectura y biblioteca de ahora, contaminación y anacronismo son desde luego presencias forzosas y pesadas, pero reconocibles y tratablesContaminación siempre la hay, ya por encuadernación u otro manejo de libro, ya por dislocación u otra matrícula de biblioteca, ya por otras usuras del tiempo con su eficacia metamórfica, por todo lo cual ha de saberse hoy detectar y procesar algo más que variantes y evoluciones editoriales y textuales. A la textología literaria me permito la recomendación de la obra de Douglas Osler en el terreno de la historia jurídica y más en concreto en revistas como Ius Commune y Rechtshistorisches Journal del Max-Planck Institut acerca de textos impresos preceptivos y para época también de don Quixote, con equis..

El Quijote de Rico anuncia texto limpio, «el clear text de la tradición anglosajona», uno sin otra intromisión que la «excepción disculpable por la comodidad del procedimiento» de llamadas a notas (vol. 1, pág. CCLXXV). Pero hay otras indulgencias nada advertidas, como el rosario por ortografía. La edición se duplica en CD-ROM que podría haberse aprovechado para texto menos anacrónico en vez de vaciarse los mismos disquetes del impreso. Se ofrece un dirty text, texto sucio, por partida doble. Lo malo no son las impurezas, sino que se deban y aprovechen a la empresa y no a la clientela. A ésta, ¿qué libertad y privacidad le queda? Hoy, ¿no es el orden producto de academia, de quienes, sin negar desde luego libertades, se entienden con ciencia y derecho para pensar y actuar no sólo por sí, sino también por todo el resto?

El derecho de libre lectura es propio de cultura no preceptiva. No se busque en la Bibliotheca Hispana Nova ni en la Vetus. Nueva respecto a vieja, antigua y medieval ésta, postmedieval aquélla, ninguna es moderna. Hoy, modernamente, la denegación de libertad se osa peor y usa menos. Importa ahora el respeto. Así pues, no confundamos. Los aparatos mejores son las bibliotecas mismas. Las ediciones preferibles, las menos meticonas. Los estudios óptimos, los no contaminantes, por cuanto que en ellos cabe. Condiciones de nación y mercado requieren otra cosa. ¿Transigimos u objetamos? La pregunta es nuestra y de dirección además individual por razón de libertad. No entenderían sus premisas ni don Quixote ni el cura ni el barbero ni Cervantes ni ingenioso bibliólogo ninguno. No hay escritura ni autoridad clásicas ni actuales que respondan por cada quien de nosotros, hermanos y hermanas en el tiempo, inclusive prójimos en el oficio.

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