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Novela de lealtades

Konfidenz

ARIEL DORFMAN

Alfaguara, Madrid, 1997

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Con novelas como Vida, en la que trataba el tema de los desaparecidos, el libro de cuentos Dorando la píldora, en el que retrataba la violencia de la dictadura argentina, y la pieza teatral La muerte y la doncella, en donde se planteaba la posibilidad del perdón a los crímenes de los gobiernos militares de Chile y Argentina, la obra del escritor chileno Ariel Dorfman (1942) ha encontrado en lo político el centro de su indagación literaria. Una inclinación que esta su última novela no hace sino confirmar, pues toda ella se erige como una alegoría política en la que Dorfman se pregunta por la relación entre el espacio público y el privado a través del concepto de lealtad: ¿a quién debemos ser leales?, ¿a las personas, a nosotros mismos en definitiva, o a las organizaciones que pensamos encarnan nuestras creencias o aspiraciones? Ahora bien, si esta indagación literaria sobre fenómenos políticos Dorfman la venía haciendo hasta ahora desde un estilo reconociblemente latinoamericano, con abundancia de elementos metafóricos y poéticos que densificaban la narración buscando la acumulación de significados en la prosa misma, en Konfidenz el lenguaje se simplifica basándose casi en exclusiva en el diálogo y buscando la significación a través de elementos principalmente estructurales. El resultado es una novela que aspira a tener en tensión constante al lector, manteniéndolo desconcertado sobre su sustancia misma durante buena parte de ella merced a una calculada dosificación de la información (hasta mediada la historia se nos oculta, por ejemplo, el tiempo en el que transcurre y la nacionalidad de sus protagonistas), y cuyo elemento novelístico se subordina siempre a la tiranía de un armazón conceptual demasiado rígido.

Pero ¿cuál es, a grandes rasgos, el argumento? Bárbara, una mujer extranjera, acude a un hotel de París respondiendo al llamamiento urgente de su novio Martin, al que cree en París como universitario. Ella no sabe a qué obedece la petición, pero en la urgencia con la que se ha producido intuye que detrás hay un peligro real. Lo cual se confirma cuando, instalada en el hotel, en lugar de recibir la llamada convenida de Martin, recibe la de un hombre que se identifica como compañero de éste y que no sólo parece saberlo todo sobre ella sino que poco a poco, en el curso de una conversación que ocupa la mayor parte de la novela, aunque sin revelarle nunca dónde está aquél, le va dando claves que ella desconocía sobre su verdadera ocupación: Martin no es un estudiante sino un militante de una organización clandestina y el posible peligro en el que se encuentra viene de una misión que en ese momento está cumpliendo. Pero para revelarle esto, su comunicante telefónico antes le ha tenido que confesar que Martin nada sabe en realidad de su viaje a París y que ha sido él quien la ha hecho venir falsificando una carta. Con ello, la historia se ramifica hacia su sentido alegórico, haciéndonos dudar de la honestidad de su interlocutor (¿traidor o leal?), gracias a la introducción de lo privado en un ámbito que hasta entonces había sido público. Éste confiesa estar enamorado de ella, con lo cual surge la sospecha sobre sus verdaderos motivos para llevarla a París. Es en este punto donde la novela se encamina hacia la decepción que al final acaba provocándonos, pues para remarcar el sentido alegórico, y que el conflicto quede mejor delimitado, Dorfman diluye el espacio entre lo real y lo ficticio creando una historia de amor que resulta inverosímil en una novela tan pretendidamente pegada a la realidad. El interlocutor de Bárbara dice haber sido visitado en sueños por ella desde los doce años, algo ya de por sí increíble pero todavía más si se tiene en cuenta que en esa época ella aún no había nacido. Si a esto se añade el aire poco espontáneo que con frecuencia adquiere el diálogo y la voz en cursiva que al comienzo de cada capítulo se interroga por los personajes sin añadir nada a la sustancia de la novela sino a confundirla más, nos encontramos con una narración que no logra despegar novelísticamente y cuya finalidad metafórica queda entorpecida por un exceso de artificiosidad.

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