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Interminable pesadilla diurna

Me alquilo para soñar

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

EIC TV/Ollero; Ramos, Madrid, 1997

128 págs.

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García Márquez es una institución. Y como tal goza del privilegio de convertir en libro todo lo que toca, lo que dice, lo que apenas sugiere. Es exactamente lo que ha hecho con Me alquilo para soñar, un volumen compuesto a partir de las clases de guión dirigidas por él en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, una pequeña ciudad de las afueras de La Habana.

García Márquez es también un hombre de poder. Al ser amigo íntimo y consejero intelectual de Fidel Castro, goza de otros muchos privilegios, como el de poder orientar el trabajo de los estudiantes de cine y de televisión, medios que manifiestamente no domina. Es difícil criticar una institución, pero vale la pena arriesgarse a ello. Digamos, pues, que su labor es un experimento fallido. En teoría, el taller de guión de San Antonio de los Baños es una estructura colectiva en la que participan, junto con su principal mentor, el guionista brasileño especializado en telenovelas Doc Comparato, el escritor cubano Eliseo Alberto, el crítico de cine panameño Edgar Soberón y unos cuantos alumnos, todos profesionales reconocidos en su país, de México, Colombia, Nicaragua y Venezuela. Todo eso compone un buen panorama de América Latina. Pero no basta para realizar un guión correcto.

¿De qué se trata en este ejercicio escolar? De tomar un cuento ya publicado de Gabriel García Márquez, por supuesto, y transformarlo en telenovela. El Premio Nobel colombiano debería recordar que todos o casi todos los intentos de llevar sus libros a la pantalla han sido sonados fracasos. Este fue el caso de La viuda de Montiel o de Crónica de una muerte anunciada, por ejemplo. Su propia intervención en el proceso de creación de la imagen fílmica no es por sí sola una garantía de éxito.

Sin pretender comparar lo incomparable, recuerdo las clases de cine que daba Eisenstein en un momento en que estaba condenado a la no-creación, ya que algunas de sus películas no habían tenido la suerte de gustarle a Stalin. Ahí, frente a alumnos que intentaban apropiarse los métodos del maestro, Eisenstein visualizaba, transformaba, hacía suya cualquier obra maestra de la literatura, en particular Papá Goriot de Balzac, brindándole otra dimensión, adaptándola a su genio y a sus obsesiones. En esas clases se podía palpar un proceso de creación en todas sus etapas, un pensamiento en voz alta, divulgado con una falsa espontaneidad, en realidad meditado durante noches de insomnio, sin ninguna intervención exterior.

Aquí no. La adaptación televisiva del cuento es un simple encargo comercial. Gabriel García Márquez y sus estudiantes-colegas se plantean utilizar el impacto masivo de la telenovela para dar a conocer su relato. El argumento de éste se inscribe en la tradición más pura del «realismo mágico»: una mujer, de orígenes desconocidos, llega a la ciudad de México y adivina lo que va a ocurrir. Gracias a sus poderes, logra introducirse en una familia adinerada para causar su destrucción. Para alargar el «culebrón», se imbrican en el guión inicial historias de sectas, de crímenes pasionales, de terremotos, de amnesias, y un largo etcétera. Todo lo que transforma esas series en interminables pesadillas diurnas.

¿A quién le puede interesar el resultado? Probablemente a todas esas pobres amas de casa a quienes hay que servir su ración cotidiana de lágrimas y de suspiros. Con un pequeño toque mágico resulta aún mejor, más «literario». En realidad, la presencia de García Márquez no es más que una coartada, el respaldo moral de un gran escritor a un subproducto insulso, ni mejor ni peor que los demás: insulso.

Un fragmento del libro logra salvar, sin embargo, el conjunto. Es el argumento final redactado por el Premio Nobel sin ayuda de nadie. Una reescritura de su propio cuento. En ese pasaje, Gabriel García Márquez da libre curso a su talento de narrador. Y en ese aspecto es excelente. Pero el éxito a veces está reñido con la creación. Una institución no siempre resulta ser ni buen guionista ni buen director ni, sobre todo, buen pedagogo. Uno no se pierde nada si prefiere quedarse a leer El coronel no tiene quien le escriba, por ejemplo, en lugar de tragarse este curso mal preparado y con tan poco sentido.

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Ficha técnica

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