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El extraño viraje

La ley de la gravedad

IGNACIO RIBÓ

Edhasa, Barcelona

425 págs.

19,50 €

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La ley de la gravedad, segunda novela de Ignacio Ribó (Barcelona, 1971) después de También sueñan los búfalos, es una obra desconcertante, un extraño viaje narrativo donde la voluntad de experimentación plantea un work in progress de tentativas para confluir a la postre en un relato tradicional. Un proceso que bien podría ilustrar un dicho catalán: «roda el món i torna al Born» («da la vuelta al mundo y vuelve al Born», el viejo mercado de Barcelona). Y eso es lo que trasluce La ley de la gravedad : tras introducir al lector en su laboratorio literario y llevarlo de aquí para allá, Ribó lo sitúa finalmente en la vieja y conocida senda de la intriga clásica… Siguiendo el aserto gaudiniano, «ser original consiste en volver a los orígenes», La ley de gravedad, con su estilismo proteico es eso, una partitura jazzística en la que conviven toda suerte de tentativas hasta retornar al redil de la palabra segura. El icono de la estación de metro de King's Cross es el origen del particular viaje de un hombre en caída libre, desde las cimas de las finanzas a las simas del cuarto mundo. En las primeras 165 páginas, Ribó ejercita la variación: cultiva la frase corta y sincopada a lo Céline, juega al collage joyceano y conjuga personas del verbo como el Juan Goytisolo de los años sesenta; deja también escapar alguna sentencia lapidaria, tienta el maridaje entre la novela y el ensayismo muy a lo Kundera. En el primer tramo de su viaje al fin de la noche, Ribó no pasa del croquis; mueve a su protagonista por ambientes diversos que tienen en común su pertenencia al vasto campo de batalla de las empresas transnacionales.

Poco a poco, la pose del triunfador, la mera descripción del poder de los negocios, del ejecutivo agresivo, se va alternando con su contrafigura y llega un momento en que suena la campanada y alguno de los soldados de los ejércitos empresariales se desploma vencido. Ese día, el mismo de la caída del muro de Berlín, una multitud de curiosos se asoma a la vía de un tren donde un individuo yace apoyado contra el pilar. En ese hombre exánime en medio de la estación Javier Mir reconoce a Alvin Creutz, uno de sus conmilitones financieros. Una frase del rey Lear, «What is the cause of thunder?» («¿Cuál es la causa del trueno?») abre otra etapa de la novela. ¿Qué puede llevar a un triunfador a la locura? Al tal Creutz, los pasos lo condujeron al rincón más oscuro de los túneles donde una harapienta niña negra que respondía al nombre de Yasmina pedía limosna.

Tras este bosquejo construido sobre las raíces de la alienación, el autor de La ley de gravedad nos sumerge en una febril investigación que constituye la parte más convencional pero también la más gratificante de la novela. Obsesionado por ese episodio, Mir emprende un largo viaje para comprender qué llevó a su amigo a una clínica de locos y cuál fue el extraño vínculo entre la estación de King's Cross y el habitáculo de sus delirios. Paulatinamente, la exhibición de la riqueza y los escenarios del business world van quedando relegados. Si en la primera parte todo era pura pose, en las postreras cien páginas asistimos a la toma de conciencia del protagonista: obsesionado por encontrar a la enigmática Yasmina, la pordiosera que atrajo a Creutz hasta los túneles de King's Cross, Mir sigue presentándose tan escurridizo moralmente, pero ya no es el joven ejecutivo dispuesto a devorar el mundo. En la búsqueda de la niña africana concentra una personal bajada a los infiernos que a veces parece una cruzada personal. Los episodios de la desinversión que lleva al colapso a la economía argentina se combinan con el horror vacui que asalta al presunto triunfador que siente el vértigo en la cima del mundo.

El resultado de la investigación de Javier Mir poco importa, no lo desvelaremos en estas líneas; obra compleja, a ratos excesivamente digresiva, La ley de la gravedad revela un escritor que empieza a saber lo que quiere pero que somete todavía al lector a una profusión de experimentalismos que alargan innecesariamente la novela. Con una primera parte más breve y menos reiterativa, Ribó habría conseguido una obra redonda. Con todo, hay que elogiar su voluntad de riesgo y esa mixtura de estilos que jalonan este extraño viraje al fin del triunfo y sus bajas pasiones. Potencialidades que auguran una tercera novela ya adobada por la madurez desde una perspectiva radicalmente cosmopolita en la que resuenan las palpitaciones de estos tiempos de confusión y relativismo moral.

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Ficha técnica

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