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Erudito del estilo

ŒUVRES COMPLÈTES, I. HISTOIRE NATURELLE, GÉNÉRALE ET PARTICULIÈRE, AVEC LA DESCRIPTION DU CABINET DU ROY - TOME I (1749)

Georges-Louis Leclerc de Buffon

Honoré Champion, París

Stéphane Schmitt y Cédric Crémière (eds.)

ŒUVRES

Georges-Louis Leclerc de Buffon

Gallimard, París

Stéphane Schmitt y Cédric Crémière (eds.)

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En 2007 se conmemoró el tercer centenario del nacimiento de dos de los más grandes naturalistas del siglo XVIII: el sueco Carl Linnaeus (1707-1778) y el francés Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788). En abril de aquel año, el 300 cumpleaños de Linnaeus, o Linneo, se celebró en las revistas científicas, los museos organizaron exposiciones especiales y los periódicos publicaron artículos sobre su influencia. Pero para el cumpleaños de Buffon, en septiembre, no había velas en la tarta. Ni siquiera se organizó mucho revuelo en Francia: una conferencia en Dijon, unas pocas muestras en el Muséum national d’Histoire naturelle, una ráfaga de publicaciones; y eso fue todo.
La fama es relativa –Buffon tiene un cráter en la luna que lleva su nombre, Linneo no–, pero mientras que el nombre del pensador sueco debería provocar un destello de reconocimiento en la mayoría de los estudiantes de biología, es probable que el de Buffon haga pensar más en el atlético portero de fútbol italiano que en el padre de la historia natural francesa.
Es una pena, porque Buffon fue una de las grandes figuras de la biología y una de las sensaciones editoriales de la Ilustración. La ambición de Buffon era asombrosa: quiso compendiar todo el conocimiento humano sobre el mundo natural bajo el título de Histoire naturelle, que empezó a aparecer en 1749. En nada sorprende que no completara esta labor titánica: «sólo» consiguió publicar treinta y seis volúmenes en el lapso de treinta y nueve años, centrando su atención en mamíferos, aves y minerales, mientras que otros ocho volúmenes aparecieron tras su muerte.
La influencia contemporánea de Buffon fue enorme. No sólo vendió grandes cantidades de libros, sino que su enfoque tuvo una profunda influencia en la publicación más famosa del siglo XVIII: la Encyclopédie de Denis Diderot. Algunas entradas de la Encyclopédie se tomaron simplemente de Buffon, y Diderot siguió el ejemplo de Buffon al considerar que la historia natural proporcionaba la clave para entender la totalidad del mundo. Diderot también coincidía en la importancia del método comparativo, uno de los cimientos de la epistemología de Buffon. Con este tipo de pedigrí intelectual y un estilo soberbio –Rousseau dijo de él: «C’est la plus belle plume de son siècle»–, debería leerse mucho más a Buffon.
Los mejores textos de Buffon han sido ahora condensados por Stéphane Schmitt y Cédric Crémière y se han encuadernado con la piel azul oscura de la Bibliothèque de la Pléiade. Schmitt es también el impulsor tras el ambicioso proyecto de la editorial Honoré Champion: reeditar la totalidad de la Histoire naturelle por primera vez en más de un siglo. El primer volumen, que provocará esguinces de muñeca, apareció en el verano de 2007 y constituye un maravilloso monumento a la visión de Buffon, y a la erudición de Schmitt.
La introducción de Schmitt es informativa, perspicaz y se completa con referencias actualizadas a la literatura secundaria. Sus extensas notas al texto de Buffon contienen detallados comentarios que ayudan a que el lector repare en las sutilezas del lenguaje, las referencias a otros pensadores y otros usos de frases o ideas similares en pasajes de los volúmenes posteriores. Con 1.363 páginas para completar un solo volumen, Schmitt puede contar –resulta difícil decir si con alegría o con temor– con dedicar el resto de su carrera a este proyecto.
Estos libros se han publicado en un momento en que la totalidad de la obra de Buffon se encuentra disponible, gratis, en la red, en formato de texto con la posibilidad de realizar búsquedas. Esto nos dice algo sobre Buffon, y contrasta su impacto duradero con el de Linneo. Es posible que éste ideara un sistema para clasificar los organismos que sigue acompañándonos en la actualidad, pero pocas personas querrían leer el libro que escribió para explicar su método.
La primera edición de Systema Naturae (1738) de Linneo contaba sólo con once páginas y era esencialmente un índice de obras publicadas anteriormente: una lectura sumamente árida. A Buffon, por el contrario, sí que vale la pena leerlo. Y si va a leerse un libro (más que analizar el texto), entonces se querrá tener un libro de verdad, no una pantalla brillante ni una pila de folios impresos. Está claro que los editores piensan que puede ganarse algo de dinero con estas audaces iniciativas: bibliotecas y, en el caso del volumen de la Pléiade, compradores individuales querrán con toda la razón hacerse con estos libros.
Una de las sustanciosas frases de Buffon, parte del famoso Discours sur le style que pronunció con motivo de su ingreso en la Académie française en 1753 –«Le style est l’homme même»–, ha pasado a la lengua francesa. Esto se corresponde perfectamente con la relación entre la Histoire naturelle y Buffon el hombre. La monumental serie de libros que conforman la Histoire abarcaban la totalidad del conocimiento humano; fueron producidos por un hombre con un ansia de trabajar monumental, y con un vasto repertorio de intereses. Buffon, de quien se dice que trabajaba catorce horas al día, pasaba la primavera y el verano en Borgoña escribiendo su libro, poniéndose manchettes (manguitos) para proteger sus elegantes puños. Durante el otoño y el invierno se trasladaba a París, donde estaba a cargo del Cabinet du Roi, que a finales del siglo XVIII se convirtió en el Múseum national d’Histoire naturelle.
La primera pasión de Buffon fueron las matemáticas y en 1733 resolvió un problema fundamental de probabilidad y geometría, conocido actualmente como la «aguja de Buffon». Consiste en el cálculo de la probabilidad de que una aguja, soltada sobre una superficie cubierta de líneas paralelas, cruce dos líneas, y requiere una estimación del valor de pi. El interés de Buffon por este problema nació de su intento de calcular las probabilidades de ganar en un popular juego de apuestas. Teniendo en cuenta su posterior conversión a la historia natural, le habría gustado sin duda saber que en la hormiga Leptothorax albipennis, las obreras parecen utilizar una variante de su solución para calcular el tamaño de los lugares potenciales para anidar mediante la medición de la frecuencia con la que cruzan los regueros de feromona que han dejado.
El interés continuado de Buffon por los números se muestra en algunas páginas fascinantes, pero deprimentes, de la Histoire naturelle en las que registró las edades a las que moría la gente en y alrededor de París, y calculó las expectativas de vida. La mayoría de los niños que llegaban a los doce años podían esperar vivir hasta el fin de la treintena, mientras que los que conseguían llegar a los cincuenta podían confiar en vivir otros dieciséis años y siete meses. Resueltamente jovial, Buffon afirmó que sólo comenzamos a vivir moralmente cuando podemos ordenar nuestros pensamientos y que, por tanto, deberían descontarse los primeros quince años de nuestra existencia. Como consecuencia, una persona de veinticinco años habría vivido sólo una cuarta parte de su vida, a pesar de que pudiera esperar morir con cincuenta y seis.
Aunque Buffon fue un experimentador entusiasta –estudió la fuerza elástica de la madera, creó una considerable colección de animales salvajes y un jardín biológico, y también investigó el enfriamiento de bolas de hierro al rojo vivo para poder comprender el pasado, presente y futuro de la Tierra–, gran parte de la Histoire naturelle se dedica a comentar la obra de otros pensadores. En un caso decisivo, Buffon realizó lo que pensaba que era una contribución fundamental al conocimiento, que resultó ser completamente errónea.
Uno de los grandes problemas científicos y filosóficos de los siglos XVII y XVIII fue la «generación»: la aparición de nueva vida. El énfasis se ponía en cómo se formó y moldeó la vida, no en la transmisión de caracteres a lo largo de las generaciones: «herencia» se utilizó en su sentido moderno sólo en las décadas posteriores a la muerte de Buffon. La teoría de la generación de Buffon contrastaba con los dos grupos de ideas dominantes: las de los «ovistas» y los «espermistas», cada uno de los cuales defendía que su estructura favorecida era la única fuente de nueva vida.
En siete capítulos del segundo volumen de la Histoire naturelle (no incluido desgraciadamente en la edición de la Pléiade), Buffon criticó las opiniones de pensadores anteriores y siguió describiendo sus propias observaciones. Rechazó la teoría de que las hembras mamíferas tuvieran huevos y afirmó, en cambio, haber visto «animálculos» en el «semen» femenino, iguales que los que podían observarse en el semen masculino. Qué es lo que Buffon vio exactamente sigue siendo un asunto controvertido, pero claramente no tenía nada que ver con la reproducción, y nadie podría repetir sus hallazgos.
Sobre la base de estas observaciones erróneas, siguió esbozando una teoría de la generación que suena relativamente moderna. Algunas de las moléculas contenidas en la comida, defendía Buffon, fueron conformadas por lo que él llamaba el «molde interior» del animal para formar las contribuciones masculinas y femeninas a la vida futura, adoptando la forma de glóbulos y animálculos que había visto bajo el microscopio. Sus hipótesis se vieron ulteriormente corroboradas por el hecho de que los animales castrados crecían más que los intactos: todas las moléculas que deberían haber ido a crear la siguiente generación se utilizaban, en cambio, para hacer un animal más grande, afirmaba. Su teoría –que debía mucho a la desfasada teoría de los «dos sémenes» de Galeno– nunca llegó realmente a imponerse. A los pensadores no les convencía su rechazo del descubrimiento de Reinier de Graaf, según el cual algo liberado del folículo ovárico (un huevo) continuaba formando un embrión, y muchos se sintieron incómodos con el inmaterial «molde interior», que no parecía ser congruente con el resto del enfoque enteramente materialista de Buffon. Por otro lado, no existía ninguna alternativa abrumadoramente convincente. Fue sólo a mediados del siglo XIX, con nuevas pruebas aportadas por la anatomía y el microscopio, interpretadas a la luz de la herencia y la nueva teoría celular, cuando quedó patente la verdadera situación. Resultó que Buffon se había equivocado, pero otro tanto les había sucedido a todos los demás.
Buffon mantuvo una larga disputa con Linneo sobre la validez de la clasificación a varios niveles propuesta en Systema Naturae, que impregnó la totalidad de la Histoire naturelle. Buffon defendía que sólo las especies eran reales y que el resto del sistema de Linneo (reinos, órdenes, clases y géneros) era enteramente ficticio. Ahora sabemos que, estrictamente hablando, Buffon tenía razón: los taxonomistas han suplementado desde entonces la lista de Linneo con una serie creciente de phyla, sub-phyla, dominios y otros marcos interpretativos, que admiten alegremente que no existen en la naturaleza. Pero la clasificación de Linneo no sólo contribuyó a imponer orden en el mundo natural, sino que contenía en su seno la lógica implícita de la evolución, de un camino de desarrollo, que Darwin utilizaría de una forma tan devastadora. Por sencillos motivos heurísticos, triunfó el sistema de Linneo y las críticas de Buffon han caído hoy en el olvido. Se ha sugerido que Linneo se vengó de Buffon por esta disputa bautizando a un género de sapo como Bufo, en honor a su oponente francés. Desgraciadamente, esto no es cierto: el naturalista sueco simplemente utilizó la palabra latina para sapo: bufo.
Al igual que virtualmente todos sus contemporáneos, Buffon no creía en la evolución: la transformación de una especie en otra. Pero su punto de vista era mucho más sofisticado que el creacionismo cristiano predominante, o el rígido fijismo de taxonomistas como Linneo. En primer lugar, Buffon defendió que las especies no se definían por su morfología, sino por su conducta y, específicamente, por su capacidad para cruzarse con otros miembros de la misma especie. Este punto de vista es esencialmente el que se utiliza en la actualidad en relación con la mayoría de las especies vivas (las cosas son más complicadas con los fósiles). Más importante aún, el vasto conocimiento que tenía Buffon de la historia natural le hizo reconocer que una especie dada podía adoptar formas enormemente diferentes en ubicaciones diferentes, mostrando algo que llamaríamos adaptación. Y, lo que resulta aún más extraordinario, el ejemplo más elocuente del pensamiento de Buffon a este respecto procedía de los humanos. Al igual que sus contemporáneos, Buffon pensaba que todos los humanos procedían de un linaje original. Pero no afirmó que el punto de partida fueran Adán y Eva.
Durante gran parte de su vida, fue en la práctica un ateo, aunque nunca lo afirmara en estos términos y dio marcha atrás cuando los teólogos de la Sorbona atacaron su obra (las críticas y la impasible respuesta de Buffon se reproducen en el volumen de la Pléiade) y, al igual que muchos otros, no renunció a los últimos ritos cuando le llegó su último momento. Buffon combinó información contemporánea sobre anatomía humana, fisiología y antropología tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, en un estudio comparativo de la raza humana. Su estudio empezó en el extremo norte, con los lapones, «los habitantes de Nueva Zembla, los borandios, los samoyedos, los tártaros septentrionales, los ostiacos del Viejo Continente, y los groenlandeses y salvajes al norte de los indios esquimales en el Nuevo Continente». Su juicio fue previsiblemente desagradable: «Estos pueblos no sólo se asemejan en deformidad, en baja estatura y en el color de sus ojos y pelo, sino también en las personalidades y maneras de ser. Son todos igualmente burdos, supersticiosos y estúpidos». Este tipo de enérgica descripción no quedaba limitada a los humanos: Buffon era tan brusco con el chotacabras como con los ostiacos. Tras describir los grandes ojos protuberantes del pájaro y los largos pelos negros alrededor de su pico, concluyó que «el resultado es una impresión triste y estúpida, un aspecto con una fuerte expresión, pero feo y desagradable».
A pesar de estos perezosos prejuicios, Buffon defendía que todos los humanos merecían ser tratados del mismo modo. Se mostró ferozmente hostil con la esclavitud y con la «condición miserable» de los africanos. Atacó las mentiras que contaban los amos de los esclavos sobre la supuesta indiferencia de los africanos ante el sufrimiento: «¿Cómo pueden los hombres, en cuyos pechos permanece incólume un único sentimiento de humanidad, adoptar máximas tan detestables? ¿Cómo se atreven, con semejantes bárbaros y diabólicos argumentos, intentar paliar esas opresiones que nacen únicamente de su sed de oro?». Para explicar por qué había tantos tipos diferentes de humanos trazó un sorprendente paralelismo con los animales: en las latitudes septentrionales, mamíferos como las comadrejas y las liebres tienen la piel blanca en invierno, mientras que los de las regiones meridionales son más oscuros.
La conclusión de Buffon –basada en parte en algunas disecciones altamente dudosas– fue que el calor era la causa fundamental de la variación en el color de la piel humana. Aún no sabemos con certeza por qué existe esta variabilidad, pero Buffon tenía probablemente razón, al menos en parte. Sin embargo, aunque sugirió que las condiciones ambientales daban lugar a cambios físicos en animales y humanos, no se trataba de «evolución» sino de «degeneración», un declive en la forma exterior en comparación con el «molde interior».
En los últimos volúmenes de la Histoire naturelle, Buffon dividía toda la historia natural en una serie de largas épocas. En letra impresa calculó que la edad de la Tierra rondaba los 75.000 años; en privado pensaba que se acercaba más a los diez millones de años. Estas opiniones radicales estaban en el aire: cuando Buffon estaba muriéndose, el granjero y médico escocés James Hutton afirmó que la edad del planeta era «algo de una duración infinita». La visión del futuro de Buffon era revolucionaria; basándose en parte en esos experimentos con las bolas de metal calientes, concluyó que el mundo estaba condenado a morir por congelación. Nuestra actual condición climática le habría parecido sin duda una simple centellita estadística dentro de un ineluctable proceso de enfriamiento. Esta visión de las vastas profundidades del pasado y el futuro geológicos hacen de Buffon uno de los primeros pensadores modernos sobre el tiempo y el destino del planeta.
Las virtudes de la Histoire naturelle no radican únicamente en el estilo de Buffon: también contiene algunos soberbios grabados que acompañan el texto. Sólo en la Histoire naturelle des oiseaux había 1.008 láminas en color, y la docena aproximadamente de diminutas reproducciones en blanco y negro en la sección de la edición de la Pléiade que se ocupa de los pájaros no les hacen justicia. Afortunadamente, el tricentenario ha dado lugar a un aluvión de publicaciones buffonescas: Schmitt y Crémière han supervisado una nueva edición de la Histoire naturelle des oiseaux, con todas sus figuras, mientras que Le Grand Livre des animaux de Buffon, de Claudia Salvia, y Buffon illustre: Les gravures de «L’Histoire naturelle» (1749-1767), de Thierry Hoquet, ofrecen ambos justamente lo que prometen.
Las Oeuvres de la Pléiade le ofrecen al lector una pequeña muestra de la grandeza de Buffon, pero el verdadero alcance de su genio, y de la increíble cantidad de fuentes contemporáneas que saqueó, recicló e interpretó, puede encontrarse únicamente en la serie completa de los treinta y seis volúmenes. Hasta que estén publicados todos los de Champion, la mejor solución será combinar la Pléiade con la exploración de www.buffon.cnrs.fr, que contiene el texto completo de la Histoire naturelle. Pero, sean cuales sean las ventajas de la red, el mejor sitio para leer es siempre un libro.

Traducción de Luis Gago

 


© The Times Literary Supplement 
www.the-tls.co.uk

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