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La mirada extraña

EL HOMBRE ES UN GRAN FAISÁN EN EL MUNDO

Herta Müller

Siruela, Madrid

Trad. Juan José del Solar

120 pp.

13,90 €

EN TIERRAS BAJAS

Herta Müller

Siruela, Madrid

Trad. de Juan José del Solar

182 pp.

15,90 €

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A veces ocurre lo inesperado. Sin que ningún aniversario u otros motivos externos lo pidieran, Siruela acaba de relanzar dos de los libros gracias a los cuales Herta Müller (Nitzkydorf, Rumanía, 1953) se consagró, hace más de veinte años, como una de las más poderosas escritoras de la joven literatura rumana en lengua alemana. Desde que la autora, en 1987, se refugiara en Alemania como disidente del régimen de Nicolau Ceaucescu, el mapa político de Europa ha cambiado radicalmente. Esta segunda oportunidad que se nos brinda para conocer unos relatos inscritos en la atmósfera anodina de una dictadura que ya no existe puede refrescarnos la memoria, pero puede también poner de manifiesto –desde la distancia– las técnicas de intensificación de las que dispone esta autora para convertir experiencias personales en literatura, es decir, en experiencias que no caducan. Toda la maestría de su lenguaje denso y preciso se encuentra ya en estas primeras creaciones de una obra coherente que a lo largo de los años fue ampliándose, a un ritmo pausado pero constante, con novelas, ensayos y poemas, galardonados con múltiples premios. Herta Müller, que actualmente reside en Berlín, se mantuvo fiel a su particular manera de escribir acerca de Rumanía durante y después de la dictadura, y acerca de los conflictos más recientes en los Balcanes, así como de ciertas idiosincrasias alemanas y occidentales en general. Esta constancia no fue apreciada por todo el conjunto de la crítica alemana que, habiendo aclamado inicialmente a la disidente, más adelante no le perdonaba su falta de adaptación a argumentos más centrados en su país de acogida. De modo que Herta Müller se convirtió en una de las grandes escritoras alemanas sin repercusión mediática. No regirse por las modas literarias confiere aún más mérito a la ree­di­ción española en la intachable versión de Juan José del Solar.

De una manera más o menos directa, todos los libros se basan en experiencias propias de la autora. Los quince relatos recopilados bajo el título del más largo de ellos, En tierras bajas (Niederungen), tanto como el relato El hombre es un gran faisán en el mundo (Der Mensch ist ein großer Fasan auf der Welt, en realidad un largo poema en prosa)se desarrollanen una comunidad de la minoría suaba del Banat (región histórica cuya mayor parte se sitúa ahora en el oeste de Rumanía), muy parecida al pueblo natal de Herta Müller. Allí se guardan celosamente los tradicionales valores conservadores junto a la lengua alemana. El Banat constituye, al lado de Siebenbürgen (cuna de Rose Ausländer y Oskar Pastior) y la Bucovina (orígen de Paul Celan), una de las islas de la cultura alemana en Rumanía. Los alemanes de estas zonas no fueron expulsados del país como ocurrió, por ejemplo, en Polonia, si bien hubieron de soportar graves discriminaciones culturales y económicas, causa de la miseria rural que impregna los relatos. Sin embargo, lejos de querer defender la endogamia cultural, En tierras bajas descubre otra miseria: la de las carencias humanas de una familia anclada en las convenciones religiosas, las supersticiones y el odio. Vistos a través de la mirada incorrupta de una niña solitaria e infeliz, las actitudes de los adultos aparecen en toda su absurdez, falsedad, ignorancia y crueldad. Sobre todo, el sexo y la muerte, tabúes omnipresentes, asedian la imaginación infantil. Carente de pautas explicativas, la niña les atribuye desde su angustia una dimensión fantástica, de pesadilla sin despertar: «Me metí en el agua hasta la barriga. Los pantalones se me hincharon al mojarse. El agua formaba parte de mi barriga. Me pasé la mano bajo la pretina de goma y me limpié la arena de entre las piernas. Tuve la impresión de hacer algo prohibido, pero nadie me veía. […] Pero Dios está en todas partes. Recordé esta frase, que escuchaba siempre enla clase de religión. Yo buscaba a Dios en los árboles y al final lo encontraba con su gran barba blanca en lo alto de las copas, muy arriba, en el verano».

En términos autobiográficos, esta despiadada crónica de un pueblo, de una familia y de una infancia traumática después de la Segunda Guerra Mundial, que se publicó en Rumanía en 1982, representa un ajuste de cuentas de la autora con su padre nacionalsocialista y con todo un país, como ilustran sus palabras: «Fui humillada por mi padre alemán y otra vez humillada y engañada por el silencio de la historia rumana». En una novela posterior, Herta Müller establece un cierto paralelismo entre el microcosmos rural, su intolerancia y sus mecanismos de control, y el Estado totalitario: «En una dictadura no puede haber ciudades, pues todo es pequeño mientras se encuentra bajo vigilancia». De la dificultad de escapar de dicha provincia en su doble sentido trata el relato El hombre es un gran faisán en el mundo. Mientras el faisán en alemán encarna al fanfarrón, en esta frase rumana significa el perdedor. El título ilustra cómo la autora enriquece su idioma materno, el alemán, con la expresividad metafórica del rumano, creando así un lenguaje muy personal que quiebra el inocuo convencionalismo de las palabras. En 1986, este libro se editó directamente en Alemania, debido a las represalias que Herta Müller habría de sufrir cuando se negó a colaborar con el servicio secreto de su país. Compartió el acoso político con un importante grupo de autores del Banat (Banater Autorengruppe), formado a finales de los años sesenta, del que la autora había entrado a formar parte en 1976. Inicialmente protegido por la nueva Constitución de Ceaucescu, que pretendía garantizar los derechos de las minorías, el grupo fue distanciándose del régimen hasta que en 1987 casi todos sus miembros buscaron asilo político en la República Federal Alemana. Herta Müller escribió la historia del molinero Windisch y su familia, que vive pendiente de la concesión de un visado para emigrar a Alemania, mientras ella misma esperaba el permiso de salida de su país. Capítulo por capítulo, observa cómo un entorno se vuelve extraño bajo la mirada de la despedida y cómo, bajo la represión y la humillación del chantaje, el paisaje habitual va perdiéndose igual que la propiedad y la integridad moral. «Desde que se propuso emigrar [Windisch] ve el final en todos los rincones del pueblo».Esta vez, la mirada extraña pertenece al hombre reprimido, para el cual las cosas y personas que lo rodean pierden su familiaridad: «Extraño no significa para mí lo contrario de conocido, sino lo contrario de familiar. Cosas desconocidas no tienen que resultar extrañas; cosas conocidas, en cambio, pueden resultar extrañas», explica Herta Müller en uno de sus ensayos, defendiendo que la mirada extraña no está vinculada a la percepción del inmigrante en un país extranjero, sino a cualquier situación alterada y que se produce fuera de la creación artística. Sin embargo, el arte tiene que encontrar la manera de expresarla, y lo consigue, en el caso de la prosa poética de Herta Müller, mediante una fusión sobrecogedora de laconismo, lirismo, imaginación surreal y realismo radical. 

 

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