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¿Heridas de amor?

El dueño de la herida

ANTONIO GALA

Planeta, Madrid, 456 págs.

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Estamos ante un libro especial. Primero, porque con lo que está cayendo ahí fuera para el relato corto, plato de poco gusto para editores, publicar un volumen de 454 páginas compuesto solamente por cuentos es empresa ciertamente atípica. Segundo, El dueño de la herida, libro que ocupa mi atención, reza en su portada: «Primera edición 100.000 ejemplares». Tercero, y complemento de los puntos anteriores, el autor del grueso volumen es –naturalmente– Antonio Gala, el único escritor español vivo (el caso Sabina es asimismo especial, pero por causas diferentes) capaz de convertir la poesía en género de masas o, como en El dueño de la herida, el relato breve. Y centrémonos en este libro que, vaya por Dios, parte de una premisa fraudulenta cual es la de utilizar el nombre de san Juan de la Cruz en vano. Porque de la lira sanjuanera (En soledad vivía…) que precede a los relatos cabría inferir que nos hallamos ante un libro elegante, sutil, delicado, lleno de sugerencias y de elipsis amorosas, y lo cierto es que en líneas generales en El dueño de la herida, antes que influjos más o menos místicos, cabría reconocer la pesadísima losa de cierto Camilo José Cela, y no precisamente el más lírico. Porque además, en esta entrega, a Antonio Gala le ha dado por bautizar a sus personajes con nombres de recia estirpe celiana, lo que unido al sarcasmo y a la sal gorda que aquí se prodigan, convierten en cartón piedra, en chafarrinón, argumentos y figuras, lo que es pecado grave en unos cuentos que –obviamente– son o quieren ser realistas. Única manera, por cierto, de que sean aceptados por los lectores de Gala, fieles partidarios de la línea clara, adobada en todo caso con tenues gotas líricas. Y pues es ésta la receta de Antonio Gala, para hacer narrativa, teatro e incluso artículos (la poesía del cordobés va por una vertiente emocionalmente ambigua y camuflada en una buena técnica), entiendo que esta vez se le ha ido la mano en los ingredientes, aunque a lo mejor su público no se resiente ante tanto plato como presenta el festín Gala para fieles. De quienes debe de estar tan seguro el autor de La pasión turca que en el relato titulado Luna de otoño se atreve a incluir fragmentos de un libro suyo, Lasoledad sonora, y todo porque lo está leyendo la protagonista del relato. La cita, por cierto, debe de ser tan pertinente para el autor como todo el volumen, pues surge de éste abierto al azar. Así que de semejante seguridad en su escritura –también en su concepto– Antonio Gala se permite hacer volutas manieristas con ratahílas a partir de pájaros o plantas, private jokes a ídolos de masas (como él, por cierto) tal David Bisbal, triunfador del concurso La voz a ti debida (pobre don Pedro Salinas) por obra y gracia de «sus anchos hombros, su cintura estrecha, sus inquietas caderas y su culo respingón» (pág. 48), chistes y anécdotas archiconocidos o –directamente– argumentos sacados de los períodicos, así los relatos Principio y fin o Un triste caso. Todo esto en diferentes manos tendría escaso auditorio, entre otras cosas porque el modo de narrar de Antonio Gala es de lo más añejo, como extraído de la ganga de aquellos autores de los años cincuenta y pasando por el matiz del Cela más previsible, y el mejor de estos cuentos apenas sí daría un Ignacio Aldecoa de lo menos inspirado. Y, sin embargo, ahí está el fenómeno Gala, un autor equivalente a cierto cine español de aquellos años. En cuanto a la técnica, Antonio Gala, que no carece de ella –al menos de lo que llamamos oficio–, lleva adelante en este libro un enfoque variopinto que va desde el diálogo, a veces esperpéntico (véase el relato que abre el volumen, Terapia del corazón), manejado con evidente soltura, al monólogo (nada de stream of consciousness, naturalmente), o a las descripciones, morosas salvo como cuando Gala se pone estupendo y acelera la narración, así el relato Una canción de cuna, páginas 163, 164 y 165. En el que, para que veamos cómo se las gasta este autor, un sujeto da cuenta de su mujer en la noche de bodas al descubrir que no es virgen. Distinta noche de bodas la de Hitler y Eva Braun, en el relato titulado En el búnker, que naufraga estrepitosamente por exceso de equipaje (en forma de datos). ¿Heridas de amor las del libro de Gala? ¿Pero de qué amor estamos hablando?

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Ficha técnica

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