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Un tiempo expresado en pensamientos

Heidegger. Política e historia en su vida y pensamiento

ERNST NOLTE

Tecnos, Madrid, 1998

Trad. de Elisa Lucena

360 págs.

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Malos tiempos corren para el pensamiento cuando hay que insistir en la obviedad. Una vez más habrá que hablar de un gran pensador de este siglo, Heidegger, y una vez más habrá que justificar que la colusión, no colisión, entre el pensamiento de Heidegger y el nazismo no fue coyuntural sino necesaria. Los revisionistas de esta conclusión del pensamiento ilustrado más avanzado de este siglo antes que cuestionar parecen embestir contra esta gran verdad sobre Heidegger. ¡Son sus «gramáticos»! Nolte es uno de ellos, y ha escrito un libro sobre un filósofo, pero no es un ensayo de filosofía sino de historia, o mejor, sobre el uso, y quizá abuso, público de la historia de la vida y obra de Heidegger. Ernst Nolte, formado en la tradición heideggeriana, es un curioso historiador del fascismo, que a veces se ha identificado peligrosamente con los principios y la acción de su objeto de estudio, especialmente a partir de un artículo publicado en el periódico conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, en 1980, que constituirá el fundamento de las tesis mantenidas en un texto posterior de 1986, El pasado que no quiere pasar, publicado también en FAZ. Estos ensayos, junto con un largo artículo de Hermann Lübbe, antiguo socialdemócrata, de 30 de enero de 1983, donde mantenía que «callarse sobre el nazismo constituía la base necesaria de consolidación política y reconciliación hacia el interior de la República Federal de Alemania», son el punto de arranque del «conocidísimo» debate de los historiadores en Alemania y frontispicio del revisionismo histórico alemán. Nolte y sus afamados acompañantes están empeñados en revisar lo que las diferentes corrientes del pensamiento, liberales o conservadoras, sociales o psicológicas, seculares o teológicas, más serias de mediados de este siglo consideraron, por decirlo en términos de Steiner, una «súbita irrupción en el calendario humano de las temporadas en el infierno. El postulado de que Auschwitz y Belsen representan un punto cero en la condición y en la definición del hombre».

La singularidad del nacionalsocialismo y, por supuesto, del crimen nazi, lugar común del pensamiento más civilizado del siglo XX , es lo que desea revisar Nolte, quien ya en sus cuestionables El fascismo en su época (1963) y en La crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas (1968) había hecho valer con éxito discutible un concepto de fascismo de carácter contrarrevolucionario en la línea de la «revolución conservadora» del período de entreguerras. Desde el quincuagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo después de la caída del muro de Berlín, el objetivo de la historiografía revisionista alemana no debería ser otro, según Nolte, que estimular y reforzar, a través de «una sana conciencia de identidad y una sana conciencia de la historia nacional, las fuerzas autoafirmadoras del pueblo». O sea, el llamado sentimiento nacional es la clave ideológica utilizada por Nolte para suministrar las directrices básicas a la actual historiografía neoconservadora alemana. Sus tesis más llamativas son fáciles de retener, porque insisten en mantener de modo revisionista contra la historiografía crítica e ilustrada que la aniquilación de los judíos en el Tercer Reich no fue un acontecimiento único y singular de la historia alemana, sino que tenía paralelismos en la historia de otros pueblos. Según Nolte, «¿acaso no cometerían Hitler y los nacionalsocialistas un acto "asiático" (se refiere al genocidio judío) sólo por sentirse él y sus semejantes como víctimas potenciales o reales de otro acto "asiático" (se refiere a una posible agresión del Este)?». Entre los crímenes nazis y las acciones de aniquilación de los bolcheviques parece existir, a los ojos de Nolte, una conexión causal: Hitler y sus compinches habrían exterminado por la «amenaza» de ser aniquilados por los bolcheviques. En síntesis: ¡Auschwitz es una respuesta al Gulag! También en este nuevo libro sobre Heidegger aparecen estas tesis, incluso son aplicadas varias veces en interrogativas directas y abiertas a las posiciones de Heidegger respecto al nazismo, por ejemplo, cuando dice que «permanece abierta la cuestión del apoyo» de Heidegger a los nacionalsocialistas «tenía a la vista el "terror rojo" de 1918, la colectivización de 1930, la gran "depuración" de 1937-1938».

Las tesis de Nolte vienen de lejos. Lo nuevo no es la relativización justificadora del crimen nacionalsocialista, sino el contexto político en el que se ofrecen. En este ambiente revisionista y apologético del pasado nazi hay que entender este libro sobre Heidegger; escrito con la astucia y «sagacidad campesina» practicada por Heidegger, Nolte lleva a cabo una relectura mítico-chamanística de un hombre alemán y la obra de un pensador alemán para Alemania. ¡Vamos, un pensador para un pueblo! ¡Les suena! En un tono agresivo la preocupación fundamental de este libro es liberar a Heidegger, como hombre y como pensador, de la «condena», en terminología de Nolte, impuesta por comentaristas groseros, liberales resentidos, ilustrados vulgares, filósofos de segunda, materialistas sin escrúpulos, nihilistas de salón, católicos puritanos, advenedizos sudamericanos y un largo etcétera, incapaces de apreciar la grandeza de las soluciones «totales» de Heidegger. Para construir una imagen inmaculada y sana de Heidegger, que pueda ayudar a la autoafirmación de la identidad de los alemanes, cualquier «método» parece apropiado para Nolte, por ejemplo, la comparación demagógica, la descalificación grosera del adversario o, peor todavía, el desprecio de todo lo que suene a pensamiento liberal por mediocre ante la grandeza de la solución de Heidegger. Si no me creen, por favor, lean lo que dice Nolte al respecto: A) He aquí un ejemplo de comparación demagógica sobre las perversidades cometidas por algunos de sus críticos y las «meras declaraciones pronunciadas» por Heidegger a favor del nacionalsocialismo: «Debería parecer cada vez más paradójico el que Lukács, sin provocar demasiado escándalo, se permita contar en su autobiografía que durante su actuación como comisario político hizo fusilar a siete desertores del ejército, y que Ernst Bloch, sin provocar demasiado escándalo, pueda relatar que durante los procesos de Moscú reprochó a los acusados el haber tenido "piedad con los kulaks", mientras que Heidegger ha sido objeto de las más graves acusaciones debido a las meras declaraciones pronunciadas, por cierto, durante la aún inestable fase inicial de 1933-1934». B) Lean ahora otro ejemplo de descalificación global del pensamiento liberal por mediocre ante la grandeza de la nueva solución heideggeriana que acaba convirtiéndose en totalitaria: «Es dudoso que tengan derecho a criticar a Heidegger quienes adoptaron una posición determinada de entre las que coexistían en el sistema liberal. En esa sociedad tiene más derecho quien, ante una situación nueva, busca desarrollar una concepción también nueva, un derecho mayor que sin duda se transforma en ausencia de él cuando intenta imponerse de una forma exclusiva, es decir, totalitaria. Así, Ott critica a Heidegger desde su posición católica, viendo en él a un apóstata; y, así, Farías critica a Heidegger desde la Ilustración vulgar, que sueña con una humanidad unitaria y homogénea».

Nolte, en su exaltación del nacionalismo heideggeriano, no tiene freno: Heidegger no es el filósofo alemán más importante de este siglo, sino el filósofo alemán más importante del planeta Tierra. El único, el incomparable, quien «ya había atraído en una fecha bastante temprana a oyentes japoneses e hindúes, de modo que desde 1945 pudieron escribirse disertaciones sobre su estrecha relación con el budismo Zen», alguien así, a los ojos de Nolte, no puede ser calumniado como enemigo de la «civilización mundial». Por este lado, el libro de Nolte, como el de cualquier adulador de sentimientos patrioteros, mueve a la sátira cuando no produce angustia por su mal gusto y peores intenciones a la hora de enjuiciar a los críticos de Heidegger por su colaboración con el nazismo. Pero como yo no soy nadie para hablar de intenciones, resaltaré lo que podría ser el punto más relevante del libro de Nolte para la investigación historiográfica sobre Heidegger, me refiero a la cuestión de contextualizar a Heidegger, es decir, qué captó Heidegger de las épocas históricas que le tocó vivir, «desde la Kulturkampf hasta la "revolución estudiantil"». ¿Qué recogió exactamente la reflexión heideggeriana de la política y la historia? Nolte intenta analizar, y pido perdón por si alguien considera que soy demasiado generoso con sus intenciones, la historiografía (Historie) heideggeriana a partir de la historia (Geschichte) de la época de Heidegger. Mostrar, por decirlo con terminología hegeliana, un tiempo expresado en pensamientos es el objetivo de Nolte, que no logra contestar porque, siguiendo a su maestro, reduce la filosofía a una extraña «historia» que no pasa del tradicionalismo, o sea, la vuelta a las tesis reaccionarias del peor romanticismo donde la «tradición» ocupa el lugar del pensamiento. Por este camino, la filosofía no sólo ha dejado de ser la suprema flor de una cultura, como en Hegel, sino que ya ni siquiera tiene lugar, porque su puesto ha sido ocupado por la «historiografía», o peor todavía, por una «historia» apologética de pasados bochornosos. El debate, por lo tanto, no es sobre filosofía o historia, sino sobre el uso público de la historia. La cuestión de fondo de este libro sigue siendo, tal y como lo formulara el gran historiador alemán Mommsen, de qué manera es asumido históricamente en la consciencia pública el nazismo. Se entenderá, ahora, por qué decía más arriba que este libro era un paradigma de uso y, sobre todo, de abusos de la historia. La conclusión de Nolte no deja lugar a dudas: «En la medida en que opuso resistencia a la "gran tentativa de solución", Heidegger (como tantos otros) hizo lo correcto desde la perspectiva de la historiografía, y esto debería ser evidente hoy tras el público fracaso del sistema de economía de mercado-Estado de partidos. Por lo tanto, aunque su compromiso con la "solución menor" lo convirtiera en "fascista", desde luego no le hizo incurrir de antemano en un error historiográfico».

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