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Francia: de Vichy y el genocidio a los harkis. Las personas nacionales y sus culpas

HARKIS, CRIME D’ETAT, GÉNÉALOGIE D’UN ABANDON

Boussad Azni

Editions Ramsay, París

FRANCE, THE DARK YEARS, 1940-1944

Julian Jackson

Oxford University Press, Oxford

FRANCIA BAJO LA OCUPACIÓN NAZI, 1940-1944

Philippe Burrin

Barcelona, Paidós

Trad. de Vicente Gómez

504 pp.

28,85 €

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En 1938, casi en una premonición del sentimiento de culpa que perseguiría a Francia durante el siguiente medio siglo, Paul Valéry escribió: «La concepción actual del agrupamiento de los hombres en naciones es completamente antropomórfica […] las naciones son personas y les atribuimos sentimientos, derechos y deberes, cualidades y defectos, voluntades y responsabilidades por una costumbre inmemorial de simplificar»Paul Valéry, «L'Amérique, projection de l'esprit européen», en Regards sur le monde actuel, París, Gallimard, 1988, p. 98.. Dos años después sobrevendría el desastre militar frente a la Alemania nazi, la ocupación, la «Revolución Nacional» del mariscal Pétain y una historia de cobardía y valor, de méritos y crímenes, de generosidades y egoísmos cuya interpretación no está aún cerrada. La depuración que siguió al fin de la guerra liquidó, con mayor o menor justicia o injusticia, las culpas y las responsabilidades individuales, relativamente sencillas de identificar y atribuir, pero, como suele decirse, «corrió un tupido velo», «miró hacia otro lado» por lo que respecta a dos cuestiones cruciales: los apoyos que recibió el régimen de Vichy y la participación francesa en el genocidio. Convertir a las naciones en personas es, sin duda, una simplificación antropomórfica, pero ¿cómo tratar de las culpas que son de muchos y de nadie en particular?

VICHY, LA RESISTENCIA Y EL GENOCIDIO

El debate duro, a veces, dramático, que se prolongó en Francia a lo largo de los años setenta, ochenta y noventa fue, sobre todo, un debate derivado. No se discutía lo que ocurrió entre 1940 y 1944, sino el significado y la utilización política de las diferentes interpretaciones y de los diferentes relatos que luchaban entre sí por imponerse. El mismo François Mitterrand, presidente de la República entre 1981 y 1995, estuvo implicado, en primera persona, como antiguo colaborador del general Pétain y antiguo resistente (porque Mitterrand fue las dos cosas) en ese debate sobre lo que cada uno hizo o dejó de hacer en la ocupación y en la Resistencia, lo que cada uno hizo después para preservar, adornar, ocultar o explotar esa memoria, y sobre la actitud que la República y sus instituciones debían mantener respecto a la figura de Pétain y el régimen de Vichy. En 1994, en uno de los momentos álgidos de la polémica, dos historiadores franceses, Eric Conan y Henry Rousso, publicaron un libro cuyo título resumía la cuestión:Vichy, un passé qui ne passe pasEric Conan y Henry Rousso, Vichy, un passé qui ne passe pas, París, Gallimard, 1994.

El drama de la ocupación y de Vichy tuvo, como en el teatro, tres actos. Empezó con el derrumbamiento militar frente a Alemania, que llevó al armisticio –una rendición apenas disfrazada– el 23 de junio de 1940 y a la creación de un nuevo régimen político, el régimen de Vichy, en el que los diputados y senadores supervivientes de la III República entregaron todos los poderes al mariscal Pétain como «jefe del Estado», una fórmula que pudo inspirarse, quizás, en la utilizada por Franco, ante quien Pétain había sido embajador hasta semanas antes. El segundo acto, que duró hasta el invierno de 1941-1942, fue la consolidación de Vichy, mientras pudo creerse que Alemania ganaría la guerra porque Inglaterra acabaría negociando, sobre todo, en el verano y otoño de 1941, cuando parecía que Hitler iba a conseguir el colapso del régimen soviético. El tercero y último, el más largo de los tres, pues duró más de dos años, fue la progresiva descomposición del campo de los colaboradores y pactistas con Alemania, según se iba haciendo más y más claro que Alemania no sólo no ganaría la guerra, sino que los aliados querían su rendición incondicional y la completa erradicación del régimen nazi y del fascismo.
 

Durante años, Francia (porque no se trató de este o de aquel partido político,de este o de aquel dirigente o creador de opinión: se trató de la sociedad francesa como tal) no quiso recordar. Por un acuerdo que nadie impuso, ni planeó, la mayoría de los franceses se negaron a mirar la evidencia. Pero este encantamiento no podía durar.

En 1971 se estrenó una larguísima película documental sobre los años de la ocupación, Le chagrin et la pitié, del director Marcel Ophüls, que produjo gran impresión, porque rompía con los lugares comunes y la visión políticamente correcta de lo que había ocurrido en Francia entre 1940 y 1944. En Le chagrin et la pitié quedaba claro que la Resistencia había sido menos importante, y la Colaboración, más importante de lo que decía la historia oficial. Era sólo una película, pero abrió, realmente, el camino para una revisión de la historia de Vichy y la ocupaciónLe chagrin et la pitié fue producida en 19691970 por dos cadenas de televisión suizas y una cadena alemana, y ninguna cadena francesa aceptó exhibirla hasta 1981. Por cierto, Woody Allen la considera la mejor película documental de la historia del cine y la utiliza en el argumento de Annie Hall (1977). Ninguna otra película ha tenido tanta influencia en la política y entre los historiadores.. El año siguiente, en 1972, un historiador norteamericano de la Universidad de Columbia, Robert O. Paxton, publicó Vichy France: Old Guard and New Order, 1940-44Existe traducción española de Esteban Rimbau: La Francia de Vichy 1940-1944.Vieja Guardia y Nuevo Orden, Barcelona, Noguer, 1974., un estudio sobre el régimen de Vichy y la colaboración francesa con la Alemania nazi que demolía los mitos petainistas y, a la vez, aunque quizá no era su intención, los mitos gaullistas. «Paxton desacreditó la noción aceptada […] de que el gobierno de Vichy había buscado proteger a una "nación de cuarenta millones de resistentes" de las peores crueldades del ocupante alemán. En lugar de ello, mostraba que el régimen de Vichy había buscado una colaboración real con Alemania, ofreciendo a los alemanes más de lo que éstos pedían, en especial en el ámbito de las políticas antisemitas, con el objetivo de labrar un papel para Francia bajo Hitler, en el futuro Nuevo Orden Europeo»Suzanne Trimel, Columbia University Record, vol. 23, núm. 4, 1997.. En realidad, los dirigentes de Vichy, empezando por Pétain y Laval, estuvieron convencidos, hasta mediados de 1942, de la victoria o no derrota alemana, por lo que el verdadero norte de su política fue obtener un «buen lugar» para Francia en la nueva Europa de Hitler, conservar las colonias (casi siempre denotadas con la palabra «Imperio») y hacer de Francia el socio privilegiado de Alemania.

La obra de Paxton, traducida al francés en 1973, abrió el camino a toda una nueva historiografía francesa sobre los años oscuros. Poco a poco, venciendo muchas resistencias y desbrozando una selva de deformaciones, silencios y mitos de todos los tamaños y especies, la verdad fue abriéndose paso.

El 10 de julio de 1940, 569 diputados y senadores, convocados por el que era, todavía, el gobierno legal de la III República, suspendieron las leyes constitucionales de 1875 y otorgaron plenos poderes al mariscal Pétain, que formaba parte del gobierno de Paul Reynaud desde el 18 de mayo y que había asumido su jefatura, tras la dimisión de Reynaud, el 16 de junio. De los diputados y senadores presentes en Vichy, 80 votaron en contra yPhlippe Burrin, op. cit., capítulos 14 y 20. Stéphane Courtois y Adam Rayski, op. cit., pp. 83 y ss. se abstuvieron; otros 184 diputados y senadores no se presentaron (unos cuantos estaban ya fuera de Francia). De esta forma, el régimen de Vichy se fundó con el apoyo del 67% –una amplia mayoría absoluta– de los representantes populares del momento, entre ellos, la mayoría de los diputados del Partido Socialista.Así, la mayoría de los representantes políticos, como la mayoría de los dirigentes empresariales e intelectuales, como, en realidad, la mayoría de los franceses entró, en el verano de 1940, por el camino del acomodo a la nueva situación, lo que implicaba, inevitablemente, la colaboración de un tipo o de otro, con un entusiasmo o con otro, con Alemania. Si Inglaterra hubiera abandonado la lucha y hubiera llegado a un arreglo con Hitler –tal como en mayo de 1940 defendía Lord Halifax, el secretario del Foreign Office británico–, Francia se habría convertido en el gran aliado de Alemania en el continente. De hecho, eso es lo que realmente fue desde el armisticio hasta 1943.

Para explicar lo que había sido Vichy existían dos construcciones opuestas, y, sin embargo, las dos mentirosas. La primera, la de los petainistas y la extrema derecha, decía que Vichy había protegido a los franceses de los males de la derrota y de la ocupación. La colaboración con Alemania, más aparente que real, y la persecución de los judíos, forzada por los alemanes, habrían sido recursos inevitables para mejorar, en lo posible, la suerte de los franceses y preservar la existencia de Francia como nación independiente: el libro de Paxton de 1972 asestó un golpe mortal, definitivo, a estos mitos.

La segunda, la versión gaullista, credo oficial «republicano» desde 1945, era que el régimen de Vichy nunca representó a Francia y no había sido, de ningún modo, una continuación legal de la III República. El régimen de Vichy habría sido solamente una autoridad de hecho, sin cobertura legal, ni legitimación posible, algo que el propio De Gaulle tenía que sostener para legitimar su propia y –con la perspectiva del tiempo– admirable rebelión de junio de 1940. Pero este «dogma gaullista» no ha resistido el paso del tiempo y el apaciguamiento de las pasiones, incluso desde puntos de vista absolutamente opuestos a lo que Vichy fue o quiso ser.Al nacer, en 1940, casi nadie dudó de la legitimidad del régimen de Pétain: fue reconocido diplomáticamente por los Estados Unidos, la Unión Soviética y el Vaticano y, de hecho, las relaciones con la Gran Bretaña no quedaron rotas hasta el bombardeo de la flota francesa por los británicos en Mers-el-Kebir (Orán) el 3 de julio de 1940. Hoy, pocos niegan que el régimen de Vichy fue, en un sentido legal muy preciso, el heredero de la III República y que, por consiguiente, representó, al menos, en sus inicios, la continuidad de esa III República, naturalmente, en las condiciones excepcionales de la ocupación y de la guerra.

La superación de esas dos interpretaciones mentirosas ha llevado a reconocer que la Resistencia fue menos importante, y la Colaboración más importante, de lo que, en las décadas que siguieron a la guerra, se pretendía por unos y por otros. ¿Significa esto que la Resistencia es un mito? De ningún modo: la resistencia francesa frente a la ocupación y al nazismo no fue, precisamente, una broma, pero la colaboración tampoco fue cosa de muy pocos.

Entre el armisticio (1940) y el fin de la ocupación (1944), los alemanes y sus colaboradores del régimen de Vichy fusilaron, como rehenes, en la represión, o mataron, en enfrentamientos armados contra los resistentes, a unos 35.000 franceses (no los 75.000 de la mitología comunista)Julian Jackson, France, the Dark Years, 19401944, Oxford, Oxford University Press, 2001, p. 601. Se suele fijar en 600.000 (350.000 civiles y 250.000 militares) la cifra total de muertos franceses a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo muertes no violentas –por enfermedad– debidas a las circunstancias de la guerra, falta de cuidados médicos, etc. La drôle de guerre fue, realmente, a pesar de su nombre y su brevedad, muy trágica: hubo 92.000 muertos, 200.000 heridos y los alemanes hicieron entre uno y medio y dos millones de prisioneros. Los muertos en el genocidio contra los judíos se estiman en 90.000. Los muertos por la represión (alemana y de Vichy) contra la Resistencia, incluidos fusilamientos de rehenes, se estima en unos 35.000. En la «depuración» contra los colaboradores con Alemania y los partidarios de Vichy se contabilizan unos 10.500 muertos. Un capítulo aparte de la represión fue la que se llevó a cabo contra las mujeres que habían tenido relaciones sentimentales con los alemanes: unas 20.000 francesas fueron rapadas por esta causa entre 1943 y 1946: François Dufay, «Août 1944, La face noire de la Libération» , Le Point, núm. 1664, 5 de agosto de 2004, p. 19..Tampoco fue una broma la depuración contra los colaboradores con Alemania, los partidarios activos y más violentos de Vichy y muchos funcionarios que le habían prestado su apoyo, incluso pasivo. Al acabar la guerra, se ejecutaron, después de juicio, 1.540 penas de muerte, a las que habría que añadir las 2.400 muertes violentas de colaboradores y fascistas franceses que se produjeron durante la ocupación y unos 6.600 asesinatos o fusilamientos, sin procedimiento judicial, antes de o durante la Liberación. Además, unos 350.000 ciudadanos franceses fueron examinados o juzgados por sus actividades, tanto en la zona ocupada por los alemanes como en la controlada por Vichy; se dictaron 40.000 sentencias de prisión, 50.000 «degradaciones nacionales» y 28.000 funcionarios fueron sancionados de uno u otro modoHenry Rousso, Vichy. L'événement, la mémoire, l'histoire, París, Gallimard, 2001, pp. 489-552.. Aunque la Resistencia tuvo menor importancia de lo que la propaganda, los libros, las películas y las versiones míticas posteriores nos han querido hacer creer, sí obtuvo, a partir de 1943, la adhesión de un número creciente de franceses de toda condición e ideología.Y aunque la adhesión activa al régimen de Vichy y la colaboración activa con los alemanes (cosas diferentes, muchas veces desligadas) no fueron fenómenos masivos, la amplitud de la represión después de 1944 indica que sí fueron muy amplios, más amplios, evidentemente, que la resistencia activa, que exigía, en todo caso, gran valentía y generosidad, y eso es algo que nunca abunda en ninguna parte. Participar en la Resistencia, incluso en tareas de mera propaganda o de apoyo, exigía mucho valor, porque no era sólo luchar contra el ocupante: era, además, tomar partido en una guerra civil que fue haciéndose más cruel y enconada conforme se acercaba el desenlace.

De las cuestiones nacidas de la derrota de 1940 y de la ocupación que han venido persiguiendo a la conciencia nacional francesa desde 1944, la peor, la más intratable, ha sido, sin duda, la colaboración de las autoridades francesas, tanto en la zona ocupada como en la controlada por Vichy, en la persecución contra los judíos. Aunque tres cuartas partes de la comunidad judía francesa pudo salvarse gracias a la protección que encontró en el resto de la población, 75.000 judíos fueron enviados a los campos de exterminio (24.000 de nacionalidad francesa y 51.000 extranjeros) y varios miles más fueron asesinados o murieron en los campos de internamiento abiertos en Francia; en total, murieron unos 90.000 judíos.

Durante décadas, la participación de las autoridades y de la Administración francesas en el genocidio se dejaba a un lado, como si nunca hubiera existido o se tratase de algo que nunca hubiera concernido a los franceses o a sus instituciones. Para justificar esta posición se decía, de un lado, que todas las medidas contra los judíos se habían tomado bajo presión y a instancias de los alemanes; de otro, como indicamos antes, que, en todo caso, el régimen de Vichy y las autoridades administrativas que habían actuado en la zona ocupada no habían sido la continuación legal de la «República francesa», sino ilegítimas y brutales «autoridades de hecho», de cuyos actos no podía exigirse responsabilidad alguna al «verdadero» Estado francés, reaparecido después de la liberación.Y, en tercer lugar, se alegaba ignorancia: las autoridades de Vichy no sabían, o no podían saber, que las deportaciones hacia el Este eran el paso previo al exterminio. Pero, se trataba de falsedades. Ni era cierto que Vichy no hubiera tomado, por su propia iniciativa y bajo su responsabilidad, a partir de octubre de 1940, medidas cada vez más duras contra los judíos, que culminaron en las detenciones masivas y en las deportaciones, pasos en el camino del exterminio; ni tampoco era aceptable sostener, dado su origen, sus funciones y la administración e instituciones de los que se servía, que el Estado francés, al frente del cual estaba Pétain, no era, realmente, el Estado francés. Ni, finalmente, era posible alegar ignorancia: a partir de 1942 y, más aún, a partir de 1943 hubo ya información y testimonios suficientes y fiables para saber que el verdadero plan de las autoridades nazis era el exterminio de la población judía europea, y que, por consiguiente, la activa colaboración de las autoridades y de la policía francesa en la organización y ejecución de las deportaciones equivalía a la colaboración en el exterminioStéphane Courtois y Adam Rayski,Qui savait quoi? L'extermination des juifs 19411945, París, La Découverte, 1987. Este libro, en el que también colaboró Philippe Burrin, y que incluye un interesantísimo apéndice documental, responde breve y convincentemente a las preguntas de su título: a partir de 1943 las autoridades de Vichy no podían ignorar que el destino de los deportados era el exterminio.

En 1995, Paul Ricoeur explicó que estaba en desacuerdo con el dogma gaullista según el cual el régimen de Vichy no tuvo nada que ver con la III República, «no tanto debido al hecho de que Pétain fuera elegido de conformidad con las reglas», sino, más bien, por considerar que «el hecho de que se produzca una ruptura institucional no significa que no haya continuidad de la nación en tanto […] que comunidad histórica, encarnada en la amplia red de instituciones de la sociedad civil encuadradas por el Estado […].Tenemos que aceptar nuestra historia en bloque: y en nuestra historia hay un segmento constituido por Vichy […]. Nadie haría respecto a su historia personal lo que se nos pide que hagamos con nuestra historia nacional: nadie diría "Yo no era el mismo, yo era otro". Contrariamente a lo que se pretende, la continuidad [entre la Administración y las instituciones de Vichy y las que siguieron] es indiscutible, en particular, en la función pública»Paul Ricoeur, La critique et la conviction, Entretien avec François Azouvi et Marc de Launay, París, Hachette, 2001, pp. 186-187.

EL DISCURSO DE CHIRAC DE 1995

Después de una polémica que duraba ya dos decenios, finalmente, en 1995, en el 53.° aniversario de la redada de julio de 1942, cuando la policía francesa capturó en París a casi 13.000 judíos extranjeros y franceses para proceder a su deportación, la que se conoce como «la rafle du Vel d'Hiv», por el lugar –el Velódromo de Invierno– en que fueron concentrados los detenidos durante varios días en condiciones penosísimas, se produjo un «desenlace» inesperado. El nuevo presidente de la República, Jacques Chirac, rompió con la que había sido durante decenios –y expresamente, en la época de Mitterrand– la casi numantina posición oficial y, en un discurso valiente, dijo, entre otras cosas: «Hay, en la vida de una nación, momentos que hieren la memoria y la idea que nos hacemos de nuestro país […]. Es difícil evocar esos momentos […] porque esas horas negras manchan para siempre nuestra historia y son un insulto a nuestro pasado y a nuestras tradiciones. Sí, la locura criminal del ocupante fue secundada por franceses, por el Estado francés […]. Hace cincuenta y tres años, el 16 de julio de 1942, 450 policías y gendarmes franceses, bajo la autoridad de sus jefes, respondieron a las exigencias nazis […]. Francia, la patria de la Ilustración y de los Derechos del Hombre, tierra de acogida y de asilo, hizo aquel día lo irreparable. Faltando a su palabra, entregó a sus verdugos a personas que estaban bajo su protección […]. El horror no había hecho más que comenzar. Siguieron otras redadas […]. Setenta y cuatro trenes salieron para Auschwitz. 66.000 deportados judíos de Francia no volvieron nunca.Tenemos una deuda imprescriptible con ellos […]. Reconocer las faltas del pasado y las faltas cometidas por el Estado. No ocultar nada sobre las horas más oscuras de nuestra historia es, simplemente, defender una idea del Hombre, de su libertad y de su dignidad […]. Ciertamente […] hay una falta colectiva»Tomado de Eric Conan y Henry Rousso, op. cit., pp. 444-449.

Esta fue la dramática «confesión» –encomiable, pero todavía no ajustada del todo a la verdad histórica en esa referencia a las «exigencias nazis»– que Francia se hizo, finalmente, a sí misma, después de haber negado o tergiversado la evidencia durante medio siglo. Ningún otro país europeo –salvo, naturalmente, Alemania– ha reconocido tan solemne y abiertamente su responsabilidad en el holocausto, a pesar de que, en algunos de ellos, las comunidades judías padecieron el genocidio con mayor intensidad que en Francia. La diferencia está en que la persecución en otros países ocupados por Alemania fue organizada y ejecutada por las fuerzas de ocupación alemanas y no se apoyó en la colaboración de un gobierno nacional supuestamente independiente.

Seguramente, ningún otro período de la historia de Francia ha sido tan estudiado. La bibliografía sobre el régimen de Vichy, la ocupación y la Resistencia es muy amplia, y hay un cierto número de obras excelentes, de conjunto y de detallePuede encontrarse una relación de obras básicas en el «Ensayo Bibliográfico» del libro de Jackson.. Francia bajo la ocupación nazi, 1940-1944, del historiador suizo Philippe Burrin, publicado originalmente en 1995 y traducido ahora al español, se centra en la colaboración con la Alemania nazi, tanto la colaboración política, económica y policial por parte de las autoridades del régimen de Vichy y de la zona ocupada, como, en el sentido más amplio, por parte de la sociedad francesa, sus diferentes agentes, estamentos e intereses. France, the Dark Years, 1940-1944, de Julian Jackson, es una importante adición a las visiones de conjunto:algunos creen que será, por unos cuantos años, el principal trabajo de síntesis sobre la materiaSimon Kitson, de la Universidad de Birmingham, accesible en Internet: http://enterprise.cc.uakron.edu/cgi-bin/wa.exe?A2.. Elabora y ordena una gran cantidad de análisis e información, haciendo accesibles o aclarando cuestiones que han estado, durante mucho tiempo, envueltas en cierta oscuridad, o enterradas en trabajos de especialistas.Y tiene, además, la ventaja de que, publicado en 2001, puede recoger y asimilar las polémicas y las investigaciones de los años ochenta y noventa.

Superada, o asimilada, la conmoción de la derrota y de la ocupación, la sociedad francesa trató de volver a su vida normal, en la expectativa de que Inglaterra no podría resistir y de que, por consiguiente, Alemania había ganado la guerra. En junio de 1940, «De Gaulle está solo. De los 15.000 soldados y marinos franceses que la resaca de la campaña francesa ha arrojado a [Inglaterra], varios cientos [la cursiva es nuestra] se enrolan en las Fuerzas Francesas Libres; la inmensa mayoría opta por la repatriación en la Francia de Vichy»Philippe. Burrin, Francia bajo la ocupaciónnazi, 1940-1944, pp. 31-32. Robert O. Paxton, op. cit., p. 83, señala que de los 18.000 marineros y 500 oficiales de la Armada que se encontraban en Gran Bretaña en el momento del armisticio, sólo 200 marineros y 50 oficiales decidieron quedarse..

«En el verano de 1940 –dice Burrin en la introducción a su libro–, los franceses no sabían nada de los cuatro años que iban a vivir […]. Cualquier historia de aquella época ha de dar cuenta de la opacidad del futuro, de la movilidad de los pensamientos, del temblor que acompañaba a las decisiones, de los intentos de adaptación. La ocupación significó una prueba para el conjunto de la sociedad francesa»Philippe Burrin, op. cit., p. 16.. Tanto Burrin como Jackson quieren reflejar la complejidad de los hechos, las ambigüedades y vacilaciones de la mayoría de los protagonistas ante esa «opacidad del futuro» que es esencial tener en cuenta para entender lo que ocurrió y poder «juzgar» a los protagonistas con cierta ecuanimidad. Esto se refiere, desde luego, a los comportamientos individuales, pero también a los colectivos; a la vida económica, política y administrativa tanto como a la intelectual y artística.

Durante el invierno de 19401941, la vida económica y comercial estaba recomponiéndose a toda velocidad. En febrero de 1941 se celebró en París una gran feria industrial, a la que concurrieron miles de empresas y, por esas fechas, el presidente de la Société Générale, uno de los principales bancos franceses, dijo, en un discurso pronunciado en la embajada de Alemania en París, que esperaba que Europa pudiera conseguir, bajo la dirección de Alemania, la unión aduanera y una moneda únicaJulian Jackson, op. cit., p. 293.. Burrin pasa revista a lo que hicieron y dijeron, entre 1940 y 1943, las diferentes administraciones y los altos funcionarios –tan importantes siempre en Francia–, las organizaciones patronales, los banqueros, los grandes empresarios, y el cuadro que diseña deja lugar a pocas dudas: hicieron todo lo posible para acomodarse a la nueva situación, dejando entre paréntesis posibles reparos patrióticos o morales, tratando de «hacer un hueco» a Francia en la economía de la Europa de hegemonía alemana que se vislumbraba. Esa voluntad de acomodo y adaptación de altos funcionarios, banqueros y empresarios tuvo un aspecto particularmente siniestro: el pillaje de las empresas y bienes de propiedad o bajo el control de personas catalogadas como «judías» bajo las diferentes normas de «arianización» promulgadas a partir de mayo de 1940 por las autoridades alemanas en la zona ocupada, pero aceptadas y asumidas a partir de 1941 por VichyRobert O. Paxton, op. cit., p. 157 (edición española citada en n. 4)., una tarea en cuyos aspectos bancarios colaboró eficazmente una de las más tradicionales y sólidas instituciones del Estado francés: la Caisse des Dépôts et Consignations. Por su lado, el mundo académico –profesores de todos los niveles, investigadores– trató, con muy pocas excepciones, de salvar sus puestos de trabajo y la continuidad de las instituciones, aceptando la exclusión de los judíos, una actitud colectiva no muy diferente de la que siguió, aunque con destacadas excepciones, una parte importante de la alta jerarquía de la Iglesia católica francesa 17.

Un capítulo de ese acomodo, que tanto Burrin como Jackson tratan con detalle, es la participación francesa en el esfuerzo de guerra alemán, una participación muy importante que, en parte, venía impuesta por los ocupantes, pero que, también, fue perfectamente voluntaria. Francia suministró grandes cantidades de alimentos y bienes industriales de todas clases; aportó un gran volumen de mano de obraJulian Jackson,op. cit., pp. 233-234 y 291-299 y Philippe Burrin, op. cit., p. 301. En 19431944, había en Alemania unos 650.000 trabajadores franceses, la mayor parte de ellos, forzosos, aunque, por lo menos, un 10% de ese total eran voluntarios, entre ellos, como es bien sabido, el futuro hombre fuerte del Partido Comunista francés, Georges Marchais; en total, 200.000 franceses fueron a trabajar a Alemania de forma voluntaria entre 1941 y 1944., y colaboró intensamente, incluso, en la fabricación de material militar, una contribución incomparablemente más significativa que la ayuda –de la que se ha hablado mucho más– que pudieron prestar algunos países neutrales, más pobres y menos industrializados, como EspañaJulian Jackson, op. cit., pp. 186-187, 233234 y 291-299, y Philippe Burrin, op. cit., pp. 155-156. En 1943, Francia enviaba a Alemania gran parte de su producción de camiones y locomotoras y empleaba en producción destinada a Alemania casi el cien por cien del cemento y de la producción de metales, así como la mitad de la producción de vestido y calzado y gran cantidad de productos alimenticios. Entre 1940 y 1944, la industria aeronáutica francesa entregó a Alemania 1.540 aviones, 4.138 motores de aviación y reparó otros 5.700 motores, de forma que una parte significativa de los aviones de transporte militar utilizados por Alemania en 1942-1944 eran franceses; por ejemplo, los que mantuvieron el suministro a las tropas de Rommel, en el norte de África, y a las desplegadas en Stalingrado fueron aviones fabricados en Francia.. El mando del ejército de ocupación alemán en Francia tenía, en 1942, 70.000 empleados franceses; en 1944, en total, unos 500.000 franceses y extranjeros (entre ellos, un buen número de españoles) trabajaban en Francia para los diferentes organismos militares alemanes y para la Organización TodtPhilippe Burrin, op. cit., p. 300..

Tanto Jackson, como, aún con mayor detalle, Burrin, tratan del comportamiento de escritores, editores, artistas y gente del espectáculo (cantantes, cineastas, actores) durante la ocupación. Un cierto número de los más conocidos se exiliaron, sobre todo en Estados Unidos. En cuanto a los que no pudieron, o no quisieron, salir de Francia, casi no hubo matiz imaginable que no tuviera su representante o su defensor. Pocos escritores y artistas de prestigio se situaron, abierta e inequívocamente, en el campo de la colaboración, y todavía menos mantuvieron su apoyo a Alemania hasta el final: Henry de Montherlant, Robert Brassillach, Louis-Ferdinand Céline, Pierre Drieu de la Rochelle, Jean Giono, AlainEl verdadero nombre de Alain, seudónimo adoptado en 1900, era Émile Chartier. y Paul Morand, por citar a los más conocidos, estaban en esa posición en 1941, pero todos fueron abandonando el barco que se hundía y sólo Brassillach, Céline y, quizá, Drieu, no habían cambiado de bando en 1944.

Lo más frecuente entre los que no se exiliaron fue, al menos entre 1940 y 1942, la falta de compromiso en uno u otro sentido. Cocteau estuvo muy cerca del colaboracionismo abierto; Mauriac, que había saludado entusiásticamente en Le Figaro la llegada al poder de Pétain, hizo, en 1940 y 1941, algunos gestos ambiguos, aunque muy pronto se alineó con la Resistencia, y algo parecido ocurrió con Gide y con muchos otros. Anouilh, Cocteau, Guitry, Claudel y Giraudoux estrenaron obras de teatro en el París ocupado, es decir, con el visto bueno de las autoridades alemanas, igual que las dos grandes figuras del escenario intelectual francés de la posguerra, Sartre y Camus, quien, además, publicó L'étranger en 1942 y Le mythe de Sisyphe en 1943; y muchos publicaron artículos en revistas permitidas o alentadas por las autoridades alemanas, o de color colaboracionista. Paul Valéry, que en 1931 había pronunciado un ardiente, ditirámbico discurso de recepción del mariscal Pétain en la Academia FrancesaPaul Valéry, Réponse au remerciement du maréchal Pétain a l'Académie Française, 22 janvier1931, recogido en Variété, III, IV y V, París, Gallimard, 2002, pp. 335-373., mantuvo una actitud de ambigua reserva hasta 1942, publicando en 1941 en revistas de clara orientación colaboracionista. Un caso aparte fue el de Saint-Exupéry, exilado en Estados Unidos desde finales de 1940, traducido al alemán en 1941, que rehusó tomar partido por Pétain o por De Gaulle y mantuvo esta posición incluso cuando se incorporó, en 1943, a la fuerza aérea francesa, que estaba reconstituyéndose tras el desembarco aliado en el norte de África.

La ambigüedad de muchos en los primeros dos años de la ocupación venía facilitada por el hecho de que podía jugarse con, o se trataba de dos adhesiones, o dos rechazos, diferentes: el rechazo a la ocupación y a la Alemania nazi podía «taparse», o compensarse, con una buena, o meramente neutral, disposición hacia Vichy. El principal ideólogo de la extrema derecha antisemita francesa, Maurras, por ejemplo, se situó contra Alemania y la colaboración con los alemanes hasta el punto –tragicómico– de que en 1945, en el juicio en que se le condenó a cadena perpetua, consideró un insulto que se asimilase su furioso antisemitismo al de los nazisHenry Rousso, Vichy. L'événement, la mémoire, l'histoire, París, Gallimard, 1992, p. 641., pero, a la vez, dio su apoyo total a Vichy y sus intenciones. También hubo escritores, muy pocos, que se situaron, sin ambigüedades, frente a Vichy y la Colaboración, al precio de «desaparecer», de renunciar absolutamente a publicar:André Malraux, que empezó a participar en actividades de la Resistencia sólo en 1943, y Martin du Gard fueron los dos casos más destacados.

El cine se adaptó a la misma falta de definición que otras actividades y gozó de excelente salud durante toda la ocupación, tanto en sentido industrial (con cifras récord de rodajes de películas y de espectadores), como en el artístico. Entre 1941 y 1944 se hicieron algunas de las mejores películas de la historia del cine francés; en el mundo del teatro, el ballet o la canción, los actores, directores, bailarines y cantantes se adaptaron sin grandes dificultadesLos tres directores de cine tuvieron serios problemas después de la guerra. El bailarín Serge Lifar y Maurice Chevalier se «adaptaron» con entusiasmo poco disimulado a la ocupación alemana; el último estuvo a punto de ser fusilado tras la Liberación.. Las artes plásticas permitían sobrevivir con mayor reserva, pero los alemanes se las arreglaron para comprometer a, por lo menos, tres destacados pintores: Dérain,Vlaminck y Van Dongen. Picasso, que había solicitado, sin éxito, la nacionalidad francesa en abril de 1940 –podemos suponer que tratando de protegerse de un eventual internamiento, como extranjero sospechoso, en un campo de concentración francés, o, incluso, quizá, de una eventual deportación a España–, no quiso salir de Francia y mantuvo una actitud de reserva digna, aunque, como señala Jackson, tan fuera de lugar estaría considerarlo un «resistente» como calificar a Paul Claudel de «colaboracionista»Julian Jackson, op. cit., p. 303. La petición de nacionalidad francesa por parte de Picasso en abril de 1940 se descubrió hace un par de años, cuando Rusia devolvió a Francia un conjunto de archivos policíacos traslados por los alemanes a Berlín en 1940: «Le dossier Picasso» , L'Express, 15 de mayo de 2003..

UN MUNDO DE EQUÍVOCOS

Aún más interesante que el comportamiento de escritores y artistas frente a los dilemas personales y morales que planteaba la ocupación, es el relato de la colaboración con el régimen de Vichy de un buen número de intelectuales, profesores y funcionarios que, respondiendo al llamamiento de Pétain, se dispusieron, en 1940, a hacer la «Revolución Nacional» y construir una «nueva Francia». Los puntos de partida eran, por un lado, el rechazo de la democracia liberal y el parlamentarismo, que venía de antes de la guerra, y, por otro, la derrota de 1940, que muchos vivieron e interiorizaron como el castigo merecido por la corrupción, los vicios y debilidades de la III República.

Muchos altos funcionarios se pasaron a la Colaboración movidos por una mezcla de intereses personales a corto plazo y de inercia administrativa, todo ello justificado por una exigencia «realista» de eficacia: debía reconstruirse la normalidad de la nación, el funcionamiento de las instituciones del Estado, y eso sólo podía hacerse colaborando con Vichy y con las autoridades alemanas: no había otras instituciones, ni otro poder real. En general, los políticos e intelectuales que respondieron al llamamiento de Vichy venían de la derecha republicana (como Antoine Pinay, miembro del «Consejo Nacional» creado por Pétain y futuro primer ministro de la IV República), de la extrema derecha monárquica y del fascismo, pero no todos. Lo prueban, entre otros, los casos del fundador de Le Monde y futuro gran gurú del periodismo francés y europeo, Hubert Beuve-Méry (que en 1941 rechazó unirse a la Resistencia, por entender que no era una opción realista); el de Emmanuel Mounier, fundador, en 1932, de la revista Esprit, y creador del «personalismo», una tendencia de pensamiento de inspiración cristiana y de intenciones «antiburguesas» y anticapitalistas; y el del economista François Perroux, uno de los inspiradores, años después, de la «planificación indicativa» francesa (copiada después en España) y bien conocido por sus trabajos sobre contabilidad nacional y desarrollo.

Beuve-Méry, un intelectual católico, cuyas posiciones antinazis estaban bien definidas antes de empezar la guerra, fue jefe de uno de los departamentos de la École Nationale des Cadres de UriageUriage era un castillo cerca de Grenoble, departamento de Isère., fundada en 1940 para formar a los dirigentes políticos y altos funcionarios de la «Revolución Nacional» que pretendía llevar a cabo el mariscal Pétain. La Escuela de Uriage, «a mitad de camino entre la orden de caballería y el campamento de boyscouts»Julian Jackson, op. cit., p. 341., disuelta en diciembre de 1942 por el gobierno de Laval, obtuvo la adhesión de gentes diversas, que tenía en común el rechazo del liberalismo, de los totalitarismos comunista y fascista, del capitalismo y, vagamente, de todas las ideologías «materialistas» y «economicistas», aunque el marxismo «salía bien librado»Carime Ayati, «L'économie politique d'Uriage», IDEES, núm. 111 (marzo de 1998), p. 70.Accesible en Internet: www.cndp.fr/ RevueDEES/pdf/111/06907411.pdf..

Emmanuel Mounier, que desempeñó, hasta su detención, en enero de 1942 (pasó diez meses en la cárcel), un papel importante en Uriage, nunca ocultó su oposición al nazismo y al antisemitismo de Vichy, pero tampoco su rechazo de la democracia liberal. Para Mounier, como para Beuve-Méry, se trataba de crear un «orden» político, una «religión civil» elitista, situada entre el nacionalismo, el cristianismo y el socialismo, que permitiera «liberar al hombre en los planos económico, social y espiritual»Id., ibid., p. 71. Por ejemplo, esta afirmación de Mounier: «Para insertar el personalismo en el drama histórico de este tiempo no basta con decir: persona, comunidad, hombre total, etc. Hay que decir también: fin de la burguesía occidental, advenimiento de las estructuras socialistas, función iniciadora del proletariado…», citado por Paul Ricoeur en Histoire et Verité, París, Seuil, 1967, p. 170.. La conclusión práctica era anticapitalista y antiliberal: Beuve-Méry creía que el sistema económico del liberalismo burgués era inmoral porque da lugar a «situaciones inhumanas» y a desgarros en el cuerpo de las naciones, debidos a la lucha de clases, inherente al capitalismo. Sin embargo, no defendía, en principio, soluciones colectivistas, sino una mezcla, nunca especificada de forma inteligible, de capitalismo y planificación«Ni Emmanuel Mounier, ni Hubert Beuve-Méry, tuvieron, en 1940, la reacción gaullista, a saber, la simple convicción: la guerra continúa, la derrota en la batalla de Francia no decide el resultado de la lucha; hay que combatir, no es el momento de reformar Francia; la reforma, bajo la mirada del ocupante, estará desacreditada de antemano»: Raymond Aron, Mémoires, París, Julliard, 1983, p. 708.. La implicación de François Perroux en los proyectos de Vichy y en las ideas de la «Revolución Nacional» fue aún más profunda que la de Beuve-Méry o Mounier. Perroux participó activamente en diferentes órganos administrativos de Vichy y defendía un orden político muy distinto del democrático-liberal, un orden en el que no todos los ciudadanos –encuadrados en categorías u órdenes diversos– tendrían los mismos derechos, « la mejorforma [según él; la cursiva es nuestra] de resolver el problema judío»Julian Jackson, op. cit., p. 353.. Pero tuvo la suerte, como dice Jackson, de haber publicado en 1936 un libro contra los «mitos hitlerianos»: eso lo protegió después de la liberación… y el resto de su vidaMounier murió pronto (1950) y no vivió el fin de los mitos socialistas, pero BeuveMéry y Perroux, que fueron bastante longevos (murieron en 1989 y 1987, respectivamente), sí los vivieron: no parece que les inspirase ninguna rectificación importante..

Estas ambigüedades frente a los principios democráticos, el antisemitismo, la divagación sobre «terceras vías» que nadie explicaba bien adónde podían llevar, ¿qué significaban? ¿De dónde venían? En el período de entreguerras, Francia vivió dominada por el recuerdo de la terrible y absurda carnicería de la Gran Guerra y por las graves tensiones económicas y sociales que muchos –como en otros países europeos– creían sin solución en el marco del capitalismo liberal.Así, fueron ganando terreno dos tipos de convicciones: el pacifismo a toda costa (incluso a costa de ceder ante Hitler casi en cualquier cosa, con el argumento de que el Tratado de Versalles constituía una injusticia contra Alemania), y el rechazo del capitalismo y de la democracia liberalTony Judt, Past Imperfect, French Intellectuals, 1944-1956, Berkeley, University of California Press, 1992, pp. 17-25; Henry Rousso, op. cit., pp. 359-362..

Como señaló Paxton en 1972Robert O. Paxton, op. cit., pp. 181-183., un número creciente de empresarios y altos funcionarios fue adhiriéndose a las ideas del corporativismo, que defendía dos principios fundamentales: «superar» la lucha de clases y «ordenar» la producción y el mercado para evitar lo que ellos entendían como efectos nocivos de la competencia, tanto entre las empresas francesas como frente al exterior. La «superación» de la lucha de clases debía traducirse en nuevas organizaciones sindicales y patronales que reflejasen la unidad de intereses de capital y trabajo; la eliminación de la competencia capitalista liberal debía traducirse en una nueva organización de la producción y del mercado en torno a los cartels, comités sectoriales, sindicatos empresariales, etc. En octubre de 1940, en un discurso programático de política social, Pétain «denunció el capitalismo liberal como una importación extranjera», lo cual enlazaba con una línea de pensamiento reaccionario francés defensora de la economía tradicional frente al capitalismo moderno, una de cuyas más sorprendentes propuestas era abolir las sociedades anónimas y el principio de responsabilidad limitada de los dueñosId., ibid., p. 184.. El rechazo del capitalismo liberal, que acarreaba, inevitablemente, el de la democracia liberal, era tan fuerte que contribuyó a entibiar el nacionalismo francés frente a la Alemania más poderosa y agresiva a la que Francia iba a tener que hacer frente en toda su historia. Un dirigente francés de la Liga de Derechos del Hombre escribió en 1933 que «la ocupación extranjera sería menos perjudicial que la guerra» y reconocía la superioridad del régimen nazi frente a la «seudodemocracia plutocrática» Philippe Burrin, op. cit., p. 74..

Vichy no fue una imposición nazi. Aunque, dada su impotencia militar, nació condenado a colaborar con los alemanes, el régimen del general Pétain fue un proyecto nacional autoritario y antiliberal, con fuertes componentes antisemitas y xenófobos (parece que Pétain sentía genuina hostilidad hacia los judíos, aunque evitaba comprometerse en público), que gozó, al principio, cuando parecía asegurada una larga hegemonía alemana en Europa, de muchos apoyos. La instauración del régimen de Vichy permitió terminar la guerra y poner orden en el caos de junio de 1940 y encarnó, para muchos franceses, la «superación» del liberalismo capitalista y la búsqueda de una «tercera vía» entre democracia «burguesa» y socialismo. Ese era un lugar ideológico en el que coincidían parte de la extrema derecha, una gran parte de la izquierda (el resto quería, simplemente, la «dictadura del proletariado»), parte de la derecha democrática, inspirada frecuentemente en el catolicismo (Mounier y sus seguidores son el ejemplo) e, incluso, bastantes gaullistas.

El desastre de 1940,Vichy, la colaboración y la participación en el genocidio se entienden mucho mejor si se consideran las tendencias políticas e intelectuales antiliberales y antidemocráticas predominantes en Francia entre las dos guerras, si se entiende que en 1940 no empezó la Francia de 1945, sino que, más bien, terminó la Francia de los años veinte y treintaTony Judt, op. cit., pp. 24-28.. Los colaboradores más enragés de los alemanes, los pronazis más fanáticos, no formaron parte de lo que podemos considerar el corazón del régimen de Pétain, salvo cuando se apoderaron de él en la descomposición final de 1944. Las ideas de muchos de los dirigentes y simpatizantes de Vichy no eran mucho menos democráticas, o liberales, que las ideas de una parte significativa de la Resistencia. Después de la guerra, aquéllas perdieron cualquier legitimidad, pero éstas vivieron prósperamente aún varios decenios, amparadas, claro está, en las garantías de la democracia «burguesa». Si entendemos así lo que ocurrió, es más fácil comprender la dificultad de la sociedad francesa para reconocerse en aquellos años oscuros.

Francia fue, entre 1940 y 1944, un cuadro con muchos más grises que blancos o negros, y la Liberación, cuando llegó, fue sólo marginalmente resultado del esfuerzo de los propios francesesLa única fuerza francesa que participó en el desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944 fue un grupo de 177 hombres, integrado en una unidad de «comandos» británica. La División Leclerc, con unos 5.000 hombres, estacionada en Inglaterra desde principios de junio de 1944, no participó en el desembarco hasta el 1 de agosto, cuando la invasión estaba resuelta. De Gaulle fue informado de la fecha y pormenores del desembarco en Normandía con sólo doce horas de antelación, aunque el retraso del día 5, previsto inicialmente, al día 6 le dio, finalmente, un preaviso de treinta y seis horas, algo menos humillante: Roy Jenkins, Churchill, A Biography, Nueva York, Farrar, Straus & Giroux, 2001, pp. 741-742. Haber sido mantenido completamente al margen de los preparativos del desembarco y la no participación de sus Fuerzas Francesas Libres en el mismo fueron dos de los más graves desaires de los que De Gaulle acumuló a lo largo de la guerra contra los «anglosajones». No parece que la generosa decisión de Eisenhower de permitir que la División Leclerc fuera la primera en entrar en París, el 25 de agosto, desagraviase suficientemente a De Gaulle.. Después de la guerra, como dijo en 2003 el presidente de la Asamblea Nacional, Jean-Louis Debré, muchos franceses prefirieron creer en leyendas antes que enfrentarse a los hechos y a su significado político y moralDiscurso de Jean-Louis Debré, presidente de la Asamblea Nacional, en el «Homenaje a los altos funcionarios que supieron decir no al régimen de Vichy», 24 de noviembre de 2003, accesible por Internet en el portal de la Asamblea Nacional francesa, www.assemblee-nat.fr.. Sin embargo, la derrota de 1940, la ocupación alemana,Vichy y el genocidio no han sido los únicos espectros que han perseguido a la conciencia nacional francesa durante las últimas décadas.

LOS HARKIS

En mayo de 1954, con la caída de Dien Bien Phu, terminó la guerra de Indochina (que se arrastraba desde 1946, con 90.000 muertos entre las tropas francesas), y en noviembre se produjo la serie de atentados con los que empezó la guerra de Argelia. Después de la humillación frente a Alemania, por la derrota de 1940, y frente a los aliados, por el papel tan reducido, casi irrelevante, desempeñado en la Liberación, en 1944, la idea de volver a ser derrotado debía de resultar insoportable para el Ejército francés: la guerra de Argelia tenía que ganarse.

La disparidad de fuerzas entre los rebeldes del FLN y los militares franceses era, bajo cualquier punto de vista técnico, inmensa. Pero el FLN argelino diseñó y aplicó una estrategia de terror sin límites morales de ninguna clase, orientada, por un lado, a provocar una respuesta lo más salvaje y exasperada posible por parte de las tropas francesas y sus colaboradores argelinos; y, por otro, a hacer imposible la convivencia entre la población argelina y la población de nacionalidad francesa (en realidad, de origen europeo, ya que había un buen número de pieds noirs de origen italiano y español y era muy importante la minoría judía), que alcanzaba algo más del 10% de la población total.

La estrategia de terror bestial fue enormemente exitosa para el FLN. El Ejército francés se embarcó en una política de represión salvaje, con el uso sistemático y a gran escala de la tortura, toma y fusilamiento de rehenes, desapariciones, desplazamientos y concentraciones forzosas de población, bombardeos y destrucciones de aldeas, etc., lo que, a su vez, socavó irremediablemente la legitimidad de la causa de la Algérie française y el apoyo en la Francia metropolitana a la guerra y a la resistencia frente al FLN. La guerra de Argelia provocó el fin de la IV República y la vuelta al poder de De Gaulle, con una nueva República y una nueva Constitución a su medida. Después de ciertas ambigüedades, De Gaulle decidió, a finales de 1959, abrir el camino a la independencia de Argelia, lo que se consumó con la aplicación de los Acuerdos de Evian, de marzo de 1962, tras el fracaso de la sublevación militar en Argel en abril de ese mismo año.

Según la proposición de ley presentada ante la Asamblea Nacional francesa en marzo de 2003Esta proposición de ley es accesible por Internet a través de la página de la Asamblea Nacional francesa, www.assemblee-nat.fr., había en aquellos momentos –abril de 1962– 273.000 harkisLa palabra harki viene de la palabra árabe harka, que significa «movimiento». argelinos comprometidos por su colaboración con Francia: 60.000 militares, 153.000 auxiliares de seguridad y fuerzas de autodefensa y 50.000 notables civiles (alcaldes, miembros de consejos locales, etc.), a los que había que sumar sus familias. En total, en torno a un millón de personas (tantos como pieds noirs y judíos juntos), cuya seguridad (por no hablar de propiedades o situación social) quedaba gravemente amenazada en el momento en que tomasen el control los activistas y combatientes del FLN. Los pieds noirs quedaban también, desde luego, en muy mala situación, pero tenían el recurso de instalarse en Francia. Los harkis no tenían tal derecho.

La guerra de Argelia había sido también una larga y cruel guerra civil entre argelinosSe calcula que en los ocho años de la guerra de Argelia murieron 16.000 militares franceses y 270.000 argelinos (aunque esta última cifra debe estar exagerada, pues sobre una población de diez millones, serían el 2,7%). Además, hubo unos 4.000 muertos en atentados terroristas en Argelia y Francia, y unos 2,1 millones de deportados en los campos de «reagrupamiento»., y confiar en una reconciliación rápida era una ilusión que casi nadie mantenía. Aun así, la decisión de las autoridades francesas –con De Gaulle y su hombre de máxima confianza para los asuntos argelinos, Louis Joxe, a la cabeza– fue despiadada, absolutamente fría. No hicieron caso alguno de las dramáticas peticiones de auxilio de sus colaboradores argelinos, que sólo dos años antes habían escuchado la solemne promesa del Gran Jefe de Francia de que nunca serían abandonados. El Gobierno francés decidió que no podía acoger a todos los amenazados, porque eso podía significar que llegarían a instalarse en Francia hasta un millón de argelinos, una masa de población considerada entonces demasiado grande. La sentencia fue que los harkis y sus familias tendrían que someterse a las nuevas autoridades argelinas y aceptar lo que éstas decidieran.

No sólo no hubo ningún plan de rescate y evacuación hacia Francia, sino que las autoridades francesas persiguieron y reprimieron los intentos privados o semiprivados de militares franceses que trataban de salvar a sus subordinados harkis, a sus conocidos civiles y a sus familias. El 15 de julio de 1962, en una directiva «ultrasecreta», el ministro Joxe comunicaba que se buscaría «tanto en el ejército, como en la administración, a los promotores y cómplices de estas empresas de repatriación [de los harkis] para adoptar las sanciones apropiadas […].Los auxiliares [argelinos auxiliares de las fuerzas de seguridad francesas] desembarcados en la metrópoli serán reenviados a Argelia», y terminaba con la siguiente advertencia: «Conviene evitar cualquier publicidad sobre esta medida» [las cursivas son nuestras]Boussad Azni, Harkis, crime d'État, París, Ramsay, 2002, pp. 93-95. Los párrafos de la directiva de Joxe están recogidos en la denuncia presentada en 2001 «por crímenes contra la Humanidad» ante los tribunales de Marsella y de Tolón en nombre de colectivos «harkis» de Francia: www.harkis.com.. Así, los harkis fueron desarmados, engañados respecto a la protección que, de todos modos, Francia podía proporcionarles y, sencillamente, entregados a sus verdugos. A pesar de todo, burlando las órdenes oficiales, entre quince y veinte mil harkis, con sus familias, en total, unos 91.000 argelinos, consiguieron escapar por sus propios medios, o auxiliados por sus amigos y antiguos jefes franceses, en un movimiento espontáneo que no deja de recordar lo ocurrido durante la ocupación nazi con los judíos. Pero el ochenta por ciento, o más, de ellos no pudieron escapar.

Alcanzada la independencia, las nuevas autoridades argelinas violaron brutalmente los Acuerdos de Evian, pero la decisión del Gobierno francés fue mirar hacia otra parte. Las cifras y las circunstancias de lo que ocurrió son estremecedoras y, durante casi cuatro décadas, han sido un tabú en los manuales de historia franceses. Según la proposición de ley presentada ante la Asamblea Nacional francesa en marzo de 2003, es decir, según cifras oficiales francesas, sólo durante el primer año de la independencia de Argelia, 1962, fueron asesinados entre 50.000 y 70.000 harkis. El Servicio Histórico del Ejército francés, que no es probable que tenga interés en exagerar estas cifras, calcula que entre 1962 y 1966 murieron asesinados unos 150.000 harkis (incluidos familiares, mujeres y niños), con frecuencia, después de ser horriblemente torturados, o de formas atrocesEl catálogo de horrores incluye casos de ahorcamientos colectivos, quemados vivos, despedazados con explosivos; castraciones, empalados, crucificados y matanzas de familias enteras.. Sólo unos cuantos militares pundonorosos y algunos pieds noirs se conmovieron ante lo que, temieron, iba a suceder, y trataron de evitarlo. Pero eran la «extrema derecha», el apoyo potencial, etiquetado frecuentemente de «fascista», a la subversión militar contra el régimen de De Gaulle, y poco pudieron hacer.

La mayoría de los intelectuales de la izquierda francesa entendieron que debían colocar a los harkis en la misma categoría que a los colaboradores franceses con la Alemania nazi. No sólo no denunciaron lo que estaba ocurriendo, sino que lo consideraron inevitable y, algunos, podemos suponer, incluso justificado, es decir, justo. Esto no tuvo nada de extraño, si recordamos el siniestro papel desempeñado por Sartre, sus discípulos y seguidores mientras duró la guerra. Si a Sartre le parecía realmente virtuoso, en términos de necesidad histórica y de lucha antiimperialista, el asesinato de colonos europeos en ArgeliaEn el prefacio que escribió para Los condenados de la Tierra, de Franz Fanon, publicado en 1961, aparecía el siguiente párrafo tan famoso y citado: «En estos primeros tiempos, hay que matar.Terminar con un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir, a la vez, a opresor y oprimido; lo que queda es un hombre muerto y un hombre libre. El superviviente siente, por primera vez, que está pisando un suelo nacional»., ¿cómo iba a condenar el asesinato de los harkis y sus familias? Por su parte, los intelectuales y la clase política del gaullismo y de la derecha liberal, con Raymond Aron a la cabeza, callaron: en las Memorias de este último, publicadas en 1983, no hay referencia alguna a la matanza de harkis.

Los 91.000 harkis y familiares que pudieron refugiarse en Francia fueron muy afortunados en comparación con los que se quedaron en Argelia, pero su suerte fue, realmente, muy triste. La mayoría, concentrada en campos de acogida y en aldeas aisladas –algunos de esos campos y aldeas no se cerraron hasta finales de los años setenta–, quedó sometida a un régimen disciplinario y económico casi carcelario: se convirtió en un grupo completamente marginal, marcado, durante decenios, por el olvido y el desprecio de unos y de otrosEn 2001, quizá una consecuencia lejana del discurso de 1995, el presidente Chirac, en una nueva declaración de contrición nacional, reconoció la deuda moral de Francia y estableció el 25 de septiembre como día del «Homenaje Nacional a los Harkis». Después, en 2003, se presentó una proposición de ley que pretendía lograr el reconocimiento solemne de la responsabilidad del Estado francés en «los perjuicios sufridos por los harkis». Como en el caso del genocidio, han tenido que pasar cuarenta años para que Francia, su opinión pública y su clase política acepten su historia..

PERSONAS NACIONALES Y SUS CULPAS

Durante la Segunda Guerra Mundial, Francia añadió a la vergüenza del derrumbe militar frente a Alemania y de la colaboración de Vichy con el nazismo el crimen de la complicidad, en nombre de la razón de Estado y del realismo político, con el genocidio. Hubo muchos franceses que, incluso arriesgando sus vidas, hicieron lo posible para salvar a los judíos y para oponerse a la colaboración. Pero, ocultar o borrar los méritos individuales es la inevitable injusticia que generan las culpas nacionales.

Sólo unos años después, el héroe de la resistencia frente a Alemania, De Gaulle, optaba por el realismo político más inmoral.Acabar con la guerra de Argelia no le obligaba a entregar a los verdugos del FLN a sus colaboradores argelinos, que lo eran porque, justamente, habían creído en sus promesasBachaga Boulam, Les harkis au service de la France, París, France Empire, 1963.. En este caso, ni siquiera había las justificaciones, o las excusas, que se esgrimieron para entregar los judíos a los nazis. En 1962, el Ejército francés en Argelia tenía medios suficientes para haber salvado a todos los harkis que hubiera querido. ¿Por qué no se hizo? ¿Cuál fue la razón del abandono?

La decisión de abandonar a los harkis y de no hacer frente a la última gran campaña terrorista del FLN –los secuestrosSegún cifras oficiales francesas, en 1962 se produjeron en Argelia 3.019 secuestros de franceses; 1.300 secuestrados fueron liberados; sobre los restantes 1.700 no hubo nunca más noticias y las autoridades francesas les dieron, hace mucho tiempo, por muertos. A esta cifra habría que añadir los europeos desaparecidos en Orán, el 5 de julio de 1962, ante la aparente pasividad de las fuerzas francesas, en el curso de las manifestaciones y enfrentamientos que se produjeron aquel día; esta cifra, que nunca se ha podido precisar, oscila entre 500 y 2.000: Jean Monneret, L'affaire des françaisdisparus en Algérie en 1962, après les Accordsd'Evian: http://nice.algerianiste.free.fr/pages/disparus.html. de pieds noirs– llevada a cabo en 1962 con la intención de forzar la huida masiva de los europeos, fue, probablemente, el resultado de un cálculo: hacer irreversible el abandono de Argelia. Había que eliminar cualquier oposición a la aplicación de los Acuerdos de Evian y a la toma del poder por el FLN, que sólo podía venir de los pieds noirs y de sus eventuales aliados, los argelinos opuestos al FLN: los harkis. Se trataba, sin duda, de asegurar que el Ejército no tuviera que permanecer en Argelia, condición crucial para estabilizar la V República y la posición política de su fundador. Podemos sospechar que, además, en cuanto a los harkis, los sentimientos veladamente racistas –los comentarios que se conservan del propio De Gaulle sobre los suppletifs argelinos no pueden ser más displicentes– ayudaron bastante.

La culpa que, finalmente, empieza a reconocer la Francia oficial en el drama de los harkis no es menos infamante que la que el presidente Chirac reconoció en 1995 frente a los judíos. En 1962, como en 1940, el origen del desastre moral estuvo en la confluencia de una ideología antiliberal y un descarnado realismo político, que se hacen cómplices y se refuerzan mutuamente. En 1940, esa complicidad estaba a la vista; en 1962, la alianza era más insidiosa: no estaba a la vista. Por debajo de la apariencia de confrontación, la estrategia de consolidación de la V República y de la posición de su fundador encontró un gran apoyo en la, a veces, sanguinaria metafísica sartriana, inspiración ideológica de la extrema izquierda francesa y europea, que aprobaba los crímenes del FLN contra europeos y contra argelinos adversarios del FLN, juzgándolos.

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