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Seis cuentos morales

Fátima de los naufragios

LOURDES ORTIZ

Planeta, Barcelona, 1998

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Escritora de notable obra novelesca y teatral, no ha sido Lourdes Ortiz, sin embargo, pródiga en narraciones cortas. Y así, mientras sus siete novelas publicadas hasta el presente, sobre todo Luz de la memoria, Picadura mortal, Urraca o Antes de la batalla, de géneros muy variados –experimentalista, policíaco, histórico o realista–, la sitúan entre los novelistas españoles más destacados de hoy, sus dos libros de cuentos, Los motivos de Circe (1988) y este que comentamos, parecen ser, en cambio, por su irregularidad, un paréntesis en su trayectoria narrativa.

Fátima de los naufragios incluye seis cuentos dispares en extensión y calidad. Con todo, expresan unos motivos temáticos y unas actitudes recurrentes, ya que Lourdes Ortiz, fiel a sus principios ideológicos y literarios, muestra en todos ellos, como en sus novelas, una actitud moral inequívoca y un compromiso casi testimonial con la realidad histórica de nuestro tiempo, con el fin de desvelar las contradicciones individuales y sociales de la sociedad del bienestar, sin olvidar el complejo mundo de sentimientos, anhelos e ilusiones que afectan al ser humano. Su obra es, sin duda, uno de los ejemplos escasos de literatura necesaria en nuestros días.

La inmigración africana en España y la tragedia de las pateras, la consecuente prostitución de las mujeres inmigrantes y el racismo, la brutalidad y la explotación humana, la reflexión sobre el destino y la arbitrariedad del poder, la política fascista en la que el fin justifica los medios, o la crítica de la guerra y la barbarie desde el análisis de la prepotencia del ser humano, son los temas que conforman el testimonio social en este libro. No se presta Lourdes Ortiz, por tanto, al juego de la literatura neutra, es decir, a la que hoy día sirve de adorno a la imagen pública del individuo y abastece los caudales de las editoriales, sino el desarrollo de temas y asuntos que atañen inexcusablemente a los fundamentos de la realidad y a los derechos de la persona.

Pero no sólo eso. Estos cuentos hablan también de los sentimientos extremos y las ilusiones perdidas. Hablan del amor heroico, como el de Fátima, que espera como una roca en la playa el regreso de su hijo muerto en el mar; del amor desesperado, como el de Marcelinda, que sacrifica su vida por el amado muerto; de las ilusiones, como las del farero, que convierte a las olas y los vientos en amigos y enemigos para escapar de la soledad; y en fin, hablan de la fascinación (la de Fátima sobre las gentes del sur), de la ansiedad (la provocada por Amalia en el personaje narrador de «El vuelo de la mariposa») o del miedo (el que existe entre el pasado y el presente en «Venus dormida».

Lourdes Ortiz no se conforma, pues, con una visión unívoca de la realidad. Su intención por relacionar lo individual y lo colectivo es evidente. Tampoco se conforma con los caminos formales y técnicos fáciles; antes al contrario, dispone los relatos por nuevas vías de renovación, tanto en el tratamiento del punto de vista narrativo como en el de la elocución, sobre todo en las formas de narrar en primera persona (compárense «La piel de Marcelinda», «El vuelo de la mariposa», «Desayuno de trabajo» y «El farero»; o su contrapunto con la tercera –presente y pasado– en «Venus dormida») y en los tipos de discurso narrativo (compárese el lenguaje de «La piel de Marcelinda», «Desayuno de trabajo» y «El farero» con el de los otros tres).

En cualquier caso, es difícil mantener la misma intensidad en todos los cuentos de una colección y alcanzar igual estima en la recepción del lector. Los relatos de Fátima de los naufragios son desiguales, y en consecuencia pueden ser valorados de modo muy distinto según el criterio aplicado. Por ejemplo, aun siendo los más tradicionales en técnica y estructura, el que da título al libro y «La piel de Marcelinda» deben ser considerados de los mejores por la atmósfera y la tensión creadas; en cambio, otros de formas y lenguaje más actuales, como «Desayuno de trabajo» y «El farero», pueden defraudar por su contenido –político o emocional, respectivamente– tan explícito. Los dos restantes, los más extensos, alternan, sin duda, momentos de luces y sombras.

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