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Forma interior y sintaxis histórica

Estudios de morfosintaxis histórica del español

RAFAEL LAPESA

Gredos, Madrid

946 pags.

6.500 ptas.

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Una cifra de belleza simbólica expresa el conjunto de estos estudios, treinta y tres, que incluyen trabajos publicados en diversas revistas, misceláneas y homenajes, así como más de ciento cincuenta páginas correspondientes a la redacción de la «Morfosintaxis histórica del verbo español» que redactan los editores a partir de varios apuntes de clase. Estos dos tomos y más de novecientas páginas contienen el legado de Lapesa en este campo concreto de su más amplia actividad de docente e investigador y dan pie a una reflexión sobre casi un siglo de un modelo de análisis de la lengua. Falta, naturalmente, la síntesis y la valoración propia que la precaria salud del autor ha impedido: ya no le ha sido posible leer, corregir y matizar lo que aquí se publica, ordena o amplía con notas y apostillas manuscritas. El respeto de los responsables de la edición y el exquisito cuidado con el que han trabajado impide la presencia de variantes o interpretaciones que no correspondan a ese criterio editorial.

Hasta ahora se echaba en falta, en la producción editorial sobre el español, una obra global sobre sintaxis histórica. Ciertas cuestiones, sobre todo de morfología, se trataban en la Gramática Histórica de Menéndez Pidal y, con un poco más de sintaxis, en las de García de Diego y Federico Hanssen. Otros intentos, como el de Martín Alonso, no fueron aplaudidos por la crítica. El paliativo de la situación era en algunas universidades un bienintencionado libro de Hernán Urrutia a partir de sus propias notas de clase, desarrolladas posteriormente hasta darles un formato más de libro de trabajo y guía para sus alumnos que de contribución personal a la disciplina. Habiendo sido Lapesa el autor que más ha influido en la formación filológica de los especialistas españoles, bien directamente, bien a través de sus discípulos, no es extraño que su huella se encuentre en numerosísimas publicaciones y que las referencias a ella sean constantes. Todos esperábamos que esta obra, que ahora aparece incompleta y en edición cariñosa pero ajena, hubiera podido ser completada por el autor, mas no ha sido posible.

Con todo, disponemos ahora del mayor caudal de material sobre sintaxis histórica del español que ha producido uno de los mayores filólogos de este siglo y, en esta parcela concreta, el mejor especialista. Aunque la obra no sea completa, cerrada, los aspectos no tratados de algún modo son muy pocos y el conjunto de la información es mucho más que suficiente porque, además, permite ver cómo se aplican unos criterios básicos de claro interés para la cultura española humanística, precisamente por ese influjo de su autor en la educación filológica de los hispanohablantes, en todo el mundo y por su carácter de puente entre la tradición filológica y la lingüística moderna. Lapesa recibió su formación en el Centro de Estudios Históricos, de la mano de don Ramón Menéndez Pidal y don Américo Castro. Como «hermanos mayores», en sus propias palabras, tuvo a los dos Alonsos, Amado y Dámaso. De mi maestro Dámaso escuché una anécdota sobre ambos que gustaba de repetir. Los dos filólogos coincidieron en los Estados Unidos, en un college femenino. En cierta ocasión, paseando por el jardín, Dámaso escuchó la conversación de dos alumnas, una de las cuales, decía, acababa de tener una clase con «Alonso». «The handsome one or the other?», preguntó la otra. «Yo era the other», remataba Dámaso riéndose. Don Rafael solía utilizar este cuentecillo, con algún aderezo, para señalar las relaciones existentes entre los filólogos del Centro y llegar a don Américo, como ejemplo de una actitud profesional y personal que tuvo en él notable influencia. La preocupación de Américo Castro por sus discípulos, con un deje heredado a su vez de don Francisco Giner y de la Institución Libre de Enseñanza, llegaba a detalles personales, como el atuendo, como no dejaba de detallar Lapesa al explicar cómo le enseñó, por ejemplo, que no podía llevar una corbata roja y unos calcetines verdes.

Las anécdotas de este tipo permiten apuntar hacia un aspecto definitorio en la constitución de este grupo o escuela (de Madrid o de Menéndez Pidal, o del Centro de Estudios Históricos, tanto monta) el contacto personal. El trabajo de Rafael Cano y María Teresa Echenique, como editores de este libro, tiene que explicarse así, no hubiera surgido con otro tipo de relación que no tuviera ingredientes personales. La guerra y otras vicisitudes posteriores acrecentaron esa relación personal entre los miembros de la escuela, nacida entre un profesor y unos pocos alumnos, en torno a una mesa. El punto de partida eran los textos y en ellos nos seguimos reconociendo todavía.

El comentario textual no era, en el Centro, uniforme, ni monótono. Menéndez Pidal, primero, orientaba hacia la palabra y la frase. Al arrancar de la gramática histórica del siglo XIX, don Ramón era pormenorizado en lo fonético y lo morfológico. La línea de don Américo por aquellos años tampoco era muy distinta en lo filológico, aunque incluía también una perspectiva histórica y literaria más abierta. Literatura, historia y lengua se unían en los textos y justificaban un tratamiento conjunto, sin que ello supusiera, como se ha dicho a veces, una «historia de la lengua literaria», al contrario, los trabajos primeros de Lapesa estaban relacionados con los documentos notariales y jurídicos, como los fueros. Hasta la guerra no empezó su dedicación a la historia de la lengua, siguiendo sobre todo el modelo de Karl Vossler para el francés, mientras se ocupaba en Madrid de cuidar del edificio y los fondos del Centro de Estudios Históricos, tras la salida de don Américo y don Ramón de una España embrutecida y el traslado a Valencia del gobierno republicano.

Metodológicamente, por tanto, estas páginas confirman lo esperado: el arranque de la historia lingüística vinculada a la historia general, todo ello ordenado en torno a un principio conceptual, el de la forma interior. Este concepto arranca del pensador alemán Guillermo de Humboldt (Potsdam, 22 de junio de 1767 – Tegel, 8 de abril de 1835) interpretado a través de la visión del idealismo alemán (citemos de nuevo a Vossler, cuya incidencia fue también muy grande en Amado Alonso y en la concepción estilística tanto de éste como de Dámaso). Es preciso tener en cuenta este camino porque, como acaba de mostrar Antonio García Berrio en su obra fundamental sobre este concepto, el mejor modo de entender la vigencia de la noción de forma interior en España es partir de esa recreación conceptual, debida principalmente a Amado, y no olvidar la estrecha relación personal entre éste y Lapesa, quien la plasmó en su dedicación a la publicación póstuma de la obra fundamental de su maestro y amigo, De la pronunciación medieval a la moderna en español. De acuerdo con esta interpretación de Humboldt, Lapesa separa el concepto romántico de la forma interior como base de un nacionalismo lingüístico, con lo que queda el estructural de «forma formante de nuevas categorías» o principio configurador de las estructuras de una lengua. Con todo, se recoge un matiz que reaparece constantemente en los estudios recogidos en este libro, la pretensión de caracterizar a la lengua española a partir de ciertos rasgos que formarían parte de su forma interior.

Independientemente de que esta correspondencia correspondiera o no al pensamiento de Humboldt (y lo más probable es que no fuera así), el concepto tal y como fue entendido resultó válido como fundamento metodológico y aparece a la hora de explicar distintas evoluciones, como el desarrollo de la preposición a ante objeto directo personal individualizado (busca mayordomo/busca a un mayordomo) o el del artículo y su presencia o ausencia en la construcción de la frase (tener auto/estacionar el auto). En otro orden de cosas, esta línea también aparecía en Américo Castro e influyó, por ejemplo, en su percepción de la épica románicogermánica como un enfrentamiento entre una persona y su mundo, entre un yo y otro yo. Jorge Urrutia ha señalado recientemente cómo, mejor que pensar en coincidencias casuales, ante ejemplos como éstos, hemos de aprender a reflexionar sobre las coincidencias de ambiente cultural que llevan naturalmente a planteamientos metodológicos también coincidentes.

La continua interacción de la historia lingüística y la general es patente no sólo en los trabajos lapesianos de historia literaria, sino también en los lingüísticos, como ya anticipamos. El castellano primitivo se mueve entre una serie de puntos: el latín primigenio, desde luego, los influjos románicos colaterales, especialmente el galorrománico del francés y el provenzal, más las dos lenguas peninsulares no latinas, el vasco y el árabe. Las bases gramaticales latinas de estos estudios son concretas y contundentes y se sitúan también en un campo descriptivo, histórico y preestructuralista. En este sentido, aunque la orientación general es histórico-descriptiva, en Lapesa se puede apreciar un esfuerzo por la introducción de elementos estructuralistas, tanto de la escuela norteamericana como de la europea. A medida que fueron pasando los años y, muy especialmente, a partir de 1970, está claro que en ello tuvo mucho que ver el prestigio de Emilio Alarcos y la relación que se fue estableciendo entre ambos, basada también en sus rasgos humanos. En cambio, no hay presencia de ningún planteamiento chomskyano. Con uno de sus habituales «chistes lapesianos», referido a los conceptos de estructura profunda y estructura superficial de la primera fase de la gramática transformatoria, solía decir que estaba ya viejo «para esas espeleologías». Dado el carácter de su obra, ésta no se resiente en absoluto de ello.

Posiblemente por esto llama más la atención la que presta a los niveles de uso social de la lengua. Es cierto que, en la lingüística española, el puente entre dialectología y sociolingüística se ha tendido siempre de modo natural y ahí están los trabajos de Alonso Zamora, Manuel Alvar, Humberto López Morales y Germán de Granda para probarlo. Lapesa disecciona perfectamente la relación entre etapas históricas, perfiles literarios y niveles de uso al estudiar los tratamientos en español, tanto en la distribución que lleva a la zona actual de tú/usted, vosotros/ustedes, como a la más extensa de tú/usted/ustedes o a la reducida, aunque de creciente peso, de vos/usted/ustedes, con sus diversas variantes. La combinación de estas formas pronominales de tratamiento y las verbales ofrece un cuadro que se completa con el de las diversas formas de posesivos, hasta hacernos entender la variada gama de que dispone la lengua actual y sus interferencias.

Es probable que este verbo «entender» sea la clave de por qué este planteamiento sintáctico sigue teniendo validez: porque nos permite entender mejor la realidad que la descripción de la lengua pone a nuestro alcance. Nos lo permite, además, en una perspectiva amplia, relacionada con las otras disciplinas humanísticas y, también, de modo sencillo. No es preciso ser un especialista para entender los contenidos que se nos presentan y el modo en que se exponen. El especialista puede echar en falta quizás algún detalle que al autor no se le habría escapado, como la ausencia de un índice de materias, tan conveniente en una obra de esta riqueza. En cualquier caso, el sacrificado trabajo de editar textos ajenos es siempre meritorio y más cuando se trata de los del maestro. Estamos en este momento mucho más cerca de la posibilidad de disponer de una sintaxis histórica del español, que tendrá que hacerse con las nuevas técnicas, con los corpus que existen, con las posibilidades de recuperación automática de la información y el tratamiento de los textos que la permita. Los conceptos que hagan esto posible, en todo caso, son los que proceden de una manera de enseñar una disciplina y crear escuela, ambas cosas son visibles en esta obra, realmente imprescindible.

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