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Espacios intermedios

El zoo sentimental

NURIA BARRIOS

Alfaguara, Madrid

216 págs. 2.100 ptas.

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El deseo, las marcas de lo intenso en nuestras almas, sencillas y de andar por casa, pero sobre todo el desencanto, los rotos del amor y las penas frías, encallecidas y encostradas en lo ordinario, es lo que nos muestra El zoo sentimental, nueve relatos en clave nostálgica con la amenaza de las sombras acechando en cada página. El amor sólo aparece como presencia perdida, es un motivo olvidado, un sol con demasiadas nubes de por medio y todo el dolor que echarle en cara. Las alianzas sucumben medio centímetro más allá de la tentación, el sexo arrasa con los débiles juramentos eternos, el desencuentro impone su tiranía y la facilidad del sentimiento puro se ve obligada a perecer o humillarse. No queda espacio para el optimismo, sólo resignación y, en todo caso, venganza. La soledad de una cama y las sospechas es todo lo que aguarda a los amantes: el sexo como vida y muerte. Se adereza este desasosiego con un par de historias ajenas a la constelación citada, o al menos no tan inmersas en su atmósfera, pero el sentir sigue siendo la añoranza de lo que pudo ser y el inesquivable, a veces cruel, dictado de la memoria.

El nivel de los nueve relatos es notable, y sólo pierde cuando se embarca en tramas que toquetean lo religioso sin venir poco ni mucho a cuento. En El experimento Lázaro, Nuria Barrios pierde por momentos la cabeza empeñándose en disparar con posta a los altares. No es que le esté vedado a la literatura territorio alguno, al contrario, sus dominios son tan extensos como resulte ser lo humano, pero en esta licencia amplia reside precisamente la obligación y la responsabilidad del autor. Y tanto más hablamos de un tema elevado, tanto más ha de aumentar nuestra destreza y conocimiento.

En contrapartida, el libro gana cuando se restringe a lo sentimental. La sencillez para expresar los biorritmos del corazón, así como las violentas marcas que éstos pueden dejar en las mentalidades, es reveladora. Partiendo de esa base, El zoo sentimental cuenta con dos poderes fundamentales. En primer lugar la urdimbre de la prosa, ajustada, medida, empleada con justeza en el uso de los puntos y las comas, sin arritmias, clara y directa. Da gusto leer un libro simplemente bien escrito. El tono que se modula es lánguido pero activo, y aunque a veces se interrumpe en los momentos cumbre por cierta tendencia a lo melodramático, produce buenos resultados. El segundo poder emana como potencia del primero, gracias a él. Se trata del modo imperceptible con que toman forma los ambientes anímicos que generan las historias. Los espacios intermedios del alma, la angustiada quietud de sus deliberaciones, las huellas escondidas en el recuerdo y los fantasmas, van cobrando cuerpo desde la ingravidez hasta convertirse en imágenes nítidas frente a nuestros ojos. La autora se limita a levantar velos que descubren lo íntimo. Cada cuento es una aparición y cada aparición termina yéndose o, a lo sumo, se convierte en otra cosa. He ahí la forma y el espíritu del libro. Lo transitorio y la melancolía sobrevuelan las páginas sin dejar rastro. La fijación del tiempo y de uno mismo es un bien anhelado pero distante que sólo se intuye a través del estremecimiento. El naufragio de las convicciones más arraigadas, aquellas que desearíamos creer por y para siempre, es el único medio de poseer la realidad. Tiene mérito conseguir tal efecto con historias rutinarias, de hoy, llenas de personajes ramplones que andan por la calle sin saber que han sido escritos. Precisamente esa actualidad en los encuadres es uno de los rasgos más notorios del libro. Sólo en El plato de lentejas nos remontamos a otra época, pero también pasa por ser éste uno de los relatos más intensos, sino el que más, y aquel que nos mantiene con mayor logro en vilo. Destaca, por último, una feminidad casi militante, latiendo en las imágenes y el modo de tratar los temas. Para que no quepa duda de esta sensación que ha ido calando con el transcurrir de las páginas, los tres últimos relatos son una clara prueba. La mujer es víctima y el hombre culpable. Sin embargo, aunque flirtea con el riesgo, no llega a excederse en este aspecto y consigue salir indemne.

Estamos, en resumidas cuentas, ante un bien escrito libro de relatos, que suenan tan reales como la vida misma.

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Ficha técnica

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