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El tocino en la ventana: literatura estonia en España

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Hay un pequeño pájaro, el paro, que durante el largo invierno báltico, con toda la tierra cubierta por la nieve durante meses, incapaz, por tanto, de acceder a ningún tipo de comida, sobrevive gracias al tocino que, por fuera de las ventanas de sus granjas, cuelgan en ganchos los campesinos estonios. Esa imagen, la del aterido pajarillo picoteando el tocino de caridad en medio de un mar helado de nieve inmisericorde, me parece que nos puede servir como alegoría introductoria para desarrollar este breve recorrido por la magra pero intensa repercusión que ha tenido en España la literatura de este pequeño país, enterrado bajo la nieve del imperio comunista hasta hace apenas diez años y que ha sobrevivido a su «invierno» gracias al «tocino» espiritual de un grupo de creadores, alguno de los cuales, tan admirables como relevantes, ya podemos leer en nuestro idioma.

Un país de apenas un millón de hablantes de una lengua no indoeuropea (privilegio que comparte con su pariente el finés, el húngaro y el euskera), cuya fe liberadora en la literatura ha derrotado, también, al gigante prepotente de la uniformidad funcionarial. A sólo unos meses de compartir conciudadanía en la Unión Europea con los pueblos bálticos, vemos que aún han de caer algunos muros y más de un bloque de hielo. A un grupo de entusiastas españoles filoestonios (Albert Lázaro Tinaut, Manuel Cáceres, Arturo Casas) y de hispanistas de aquel país (Jüri Talvet, Ain Kaalep, Marin Mottus) debemos el 99% de la sustancial presencia cultural estonia en España y española en Estonia. Dar cuenta de esa pequeña semilla en nuestro suelo es la intención desde la que se enderezan estas páginas.

El primer escritor estonio en ser conocido fue el eterno candidato al Nobel, el octogenario Jaan Kross (1920). Dos novelas suyas, El loco del zar y La salida del profesor Martens (Anagrama, 1992 y 1996), han aparecido en nuestro país. Publicada originariamente en 1978, El loco del zar es, desde el título, ambigua e irónica. Timoteo von Bock, héroe de las guerras napoleónicas y muy estimado por el propio Alejandro I (la novela se ambienta en las primeras décadas del siglo XIX ), convencido de que no existen distinciones de raza, religión o clase y decidido a dar ejemplo con su propia vida, contrae matrimonio con la hija de unos campesinos, sin mirar las repercusiones que para su propia carrera iba a tener un gesto tan insólito. Sus ideas liberales y regeneracionistas, expuestas por escrito al zar, le acarrearán la deportación y la cárcel, un aislamiento total de nueve años, del que saldrá solamente cuando sus guardianes advierten en él síntomas de locura y se le permita, bajo vigilancia, volver con su familia. Este «loco del zar», tan poco respetuoso con las convenciones sociales y de tan fuertes convicciones morales, va a ser el misterioso y esquivo protagonista de un diario escrito por su cuñado, hermano de la campesina estonia con quien osó contraer matrimonio, que ha disfrutado, como ella, de una educación esmeradísima y que lo ha colocado en situación inmejorable para poder juzgar ambos mundos: el del pueblo analfabeto y esclavo del que procede y el de la nobleza ilustrada y cómplice del despotismo zarista con la que convive. Personaje trasplantado y sufriente, el cuñado del loco da cuenta en su diario, escrito a escondidas y en su idioma nativo, de este trágico privilegio del desarraigo con el que puede situarse en medio y al margen de ambas realidades.

Se narran también retrospectivamente los avatares de la familia desde que el «loco» se casa con la bella campesina Eeva, personaje fascinante e inolvidable, su caída en desgracia, encierro y vuelta a casa; en total, veinte años, narrados desde su mitad. Junto a la historia del protagonista asistimos a la peripecia vital del narrador, consciente de su función de testigo y perplejo por los guiños del destino, que le ha jugado varias malas pasadas, hasta el punto de convertirlo, sin saberlo, en yerno del guardián y posible asesino de su enigmático cuñado.

Novela que seguramente requiere varias lecturas para advertir sus múltiples sugerencias, con la amenidad suspensiva de los diarios y la sabiduría irónica de los grandes narradores. Hay mucho de cervantino en esta obra: lo quijotesco del «loco», cuya discreción y mesurado talante causan, sin embargo, admiración; la doble visión de la realidad, las constantes reflexiones sobre la propia escritura, el recurso a los manuscritos, el idealismo y liberalidad del protagonista, su fidelidad en el amor… cuyo contrapunto es siempre el del narrador, obsesionado por lo tangible, mediocre, cobarde, posibilista en política y mujeres, escandalizado ante el radicalismo honorable de su cuñado. No en vano Kross es el escritor más cervantino de aquellas latitudes, tanto en las técnicas narrativas (juegos de espejos, historias intercaladas, perspectivismo, ironía como argamasa constructiva, metaliteratura) como en los contenidos: lucha paradójica entre la realidad y el sueño, perplejidades de índole moral o estética, finura exquisita para los lances de amor y una honda y entrañable generosidad de corazón desde la que se perfilan los personajes, incluso los más deleznables.

Es esta una novela, en fin, pespunteada de claves biográficas y contemporáneas: no en vano Kross ha padecido en carne propia no ya la censura soviética, sino el confinamiento y el destierro motivados por su lucha por las libertades de su país, primero contra la ocupación nazi, después contra la anexión estalinista. Una difícil vida de dedicación a la literatura, a forjar con imágenes morales una inolvidable galería de personajes y una serena indagación sobre la cruda lucidez del intelectual cuyo privilegio consiste en no ser «de ningún sitio». No debería esperar el lector a que las azarosas circunstancias propicien la concesión del Premio Nobel para Kross. Para cuando los corifeos de turno que ahora ignoran su obra lo «descubran», impelidos por la Academia, usted ya habrá disfrutado con sus impresionantes construcciones históricas y éticas.

La partida del profesor Martens es también una novela histórica, pero el friso sobre el que se construye, la convulsa Europa de finales del siglo XIX y principios del XX, es una «excusa» para la indagación en las perplejidades del protagonista, en su paradójica vida de diplomático y especialista en Derecho Internacional al servicio del zar. Para ello, Kross (¿siguiendo a la inversa el modelo de Tolstói en su magistral La muerte de Ivan Ilich?) reconstruye en la ficción el último día de su vida: un viaje en tren a San Petersburgo desde su Estonia natal servirá de marco narrativo sobre el que, al hilo del paisaje que el profesor observa desde la lenta ventanilla, desgranar en la memoria los hechos más memorables de su larga y prestigiosa vida: la salida de la pobreza campesina, su milagroso acceso a la universidad, el salto a la política, la fulgurante escalada hasta los más altos gabinetes de poder, su decisiva influencia durante treinta años a la hora de hacer o deshacer guerras, conflictos, alianzas; así como sus libros, amores, ilusiones y anhelos más íntimos. Todo ello pasa, como en un sueño instantáneo, por la mente del profesor mientras el tren recorre con parsimonia los campos y las villas de su país.

Martens, que por supuesto ignora que nunca arribará a su destino, que ésta es su última partida, sin llegada, hace confesión general precisamente para iniciar una nueva vida, una vida basada en el amor, la sencillez y, sobre todo, la sinceridad: tres virtudes que, evidentemente, jamás pudo cultivar en el ejercicio de su cargo como diplomático. Ahora que se retira del mundanal ruido y de la politiquería convulsa de entreguerras (siempre es entreguerras) advierte cómo la vida se le ha escapado de las manos mientras él firmaba tratados de paz, era propuesto al Nobel, daba conferencias por todo el mundo y ejercía el florentino arte de la cortesía retórica y palaciega. Como trasfondo y contrapunto, ahora que el paisaje y el recuerdo lo reconcilian con su patria, late la íntima convicción de su perenne condición de extrañado: la conciencia escindida de no ser de ningún sitio, un hombre sin hogar, sin «polis», su origen humilde y estonio aupado únicamente por la fuerza de su inteligencia y su capacidad de trabajo lo convertirán siempre en un ser sospechoso, entre paréntesis, ruso para los alemanes, alemán para los rusos: extranjero de nacimiento. Acaso sólo quede la satisfacción íntima de que, al menos unas horas antes del final, ha podido salvarse, ha sido valiente, ha tirado por la borda todas las máscaras.

Les aseguro que este ejercicio impudoroso de Martens les dejará tan boquiabiertos o más que el impecable talento de Kross para relatarlo. Deseo, por último, llamar la atención sobre los guiños autobiográficos del propio novelista que, en algún momento, juega a identificarse con su protagonista subrayando las «coincidencias» entre ambos, al igual que Martens advierte que él mismo está repitiendo, ahora en Rusia, la vida de un Martens alemán, diplomático «traidor» a su patria, nacido noventa y nueve años antes que él. Un solo ejemplo: en la página 242, Martens alude a un alumno suyo, de veintiún años. Ese «alumno» será luego profesor de Kross, a la misma edad, cuando éste curse también la disciplina de Derecho Internacional.

Como vemos, en ambas novelas se utiliza la historia y la revisión de un personaje modélico del pasado nacional como reflexión ante la «maestra de la vida» sobre la condición humana y también sobre la complejidad de un presente que se puede releer desde la perspectiva y la distancia de los siglos. Junto a ello, todo un dibujo del mundo báltico en eterno conflicto de fronteras y poderes, Alemania, Rusia, el expansionismo zarista, el papel del intelectual ante la imparable intromisión del poderoso, y todo ello con una sabia estructura narrativa, una mirada lúcida y profunda sobre el «humano acaecer» que convierte a ambas novelas en dos clásicos de la literatura europea de nuestro tiempo. Un tercer libro, aún inédito, del mismo autor, en traducción –como los anteriores– de Joaquín Jordá revisada a partir del original estonio por Jüri Talvet, permanece nonato desde hace años en los talleres de la editorial.

Viivi Luik (1946), poeta y narradora, publicó en España en 1993 su primera novela, La séptima primavera de paz (Seix Barral), título irónico sobre la denominación estalinista para la ocupación del país, de tan claras resonancias franquistas entre nosotros, y que coinciden con los de la niña protagonista, una mirada sutil, femenina e inteligente, rezumante de sensibilidad, en la que una niña, hija de campesinos, en plena dictadura soviética, relata sus primeros recuerdos de lo que se llamaba la «paz» posterior a la guerra mundial y la ocupación del país. Entre líneas, la situación desgarrada de un pueblo sometido, también, por sus propios «colaboracionistas», los guerrilleros que siguen en el bosque luchando contra el invasor, el odio cainita de familias desgarradas por los avatares de la historia, la pobreza, las primeras y forzadas colectivizaciones, la lucha por la vida en medio del hielo moral y físico.

Hay muchos puntos de contacto entre la mirada de esta niña sobre su miserable entorno y las novelas españolas que pintaron la primera posguerra (Laforet, Fernández Santos) o la vida cotidiana durante la guerra (Matute, Aldecoa, Zúñiga muy recientemente) desde esa mirada infantil y femenina, llena al mismo tiempo de ternura, ignorancia y espanto. Se trata de una pequeña joya, rezumante de delicadeza y saber narrativo, una novela profundamente estonia, a ratos compleja de leer por la implacable distancia de las referencias culturales (ayudan mucho, en este sentido, las notas a pie de página, en esta ocasión, amén de signo de impotencia por parte del traductor, perfectamente inevitables), un relato que hinca sus raíces en el alma de un pueblo para desde ahí, gracias al talento de su autora, elevar a categoría de universalidad la mirada de esa niña y de los personajes que pululan en torno. En medio de tanta mediocridad femenil y pseudoliteraria, esta impresionante y sensible novela bien merecería una reedición, quizá traducida ahora a partir del original estonio.

El último, por ahora, representante de esta narrativa báltica es Emil Tode (1962), cuya primera novela, Estado fronterizo (Tusquets, 1998), puso de relieve a un indudable talento y pone de manifiesto cómo la última generación de narradores, esto es, la que escribe desde la libertad y la independencia de su país, se puede incardinar con todos los derechos en las mismas corrientes narrativas de cualquier otra nación y lengua europeas. Si en el caso de Luik advertíamos concomitancias indudables con la primera generación española de posguerra, por razones sociológicamente obvias, Emil Tode manifiesta un explícito cosmopolitismo inteligente, nada superficial, por cierto, al ambientar su novela entre París y Bruselas, paisajes contemporáneos a los que se añade, y es uno de sus logros más obvios, la tensión de la memoria estonia en el recuerdo, la fusión de infancia y dictadura, ambas sinónimas de desamparo.

Junto a ellos, la condición personal y colectiva de «estado fronterizo» al que alude el título, que refleja el protagonista en su condición de intelectual «del Este» extrañado en el centro de Europa, al que se suma la propia naturaleza «límite» (como diría Lottman) y fronteriza de su país, leitmotiv que ya observamos en las novelas de Kross y que conforman, a lo que parece, el alma híbrida y baqueteada de este pueblo convertido en territorio «frontera» de varios imperios e influencias.

A la vez, Emil Tode desarrolla una desacomplejada estética gay asumida con palmaria naturalidad y, por tanto, nada militante y un indudable buen hacer que convierten a esta novela en una de las mejores de su generación, con la que comparte, a mi juicio, todas las características: extrañamiento, desarraigo, culturalismo, dificultad notable para mantener relaciones estables, mirada irónica, tierna y cruel a un tiempo sobre el entorno, y una crítica feroz y sin complejos a la generación precedente: la que representan esos acomodados e hipócritas funcionarios europeístas, ex militantes de otrora sobre las barricadas parisinas.

Un gran talento, en fin, que habrá que seguir atentamente. En este caso contamos también con la traducción preparada de su segunda novela, El precio, aún inédita, cuya lectura debo a la amable generosidad de su cotraductor, Albert Lázaro Tinaut. El precio es una novela aún más compleja, más «perfecta» que la anterior: es la historia de una huida de su protagonista, en un mítico viaje «hacia el sur», desde el que evoca su tierra natal y las nuevas aventuras europeístas de su país, encarnadas en su propio oficio y en la «traición» que le lleva a dejarlo todo en busca de una identidad que duda si edificar en la memoria (esa memoria cercenada por la ocupación soviética y el desangelamiento rural e híbrido de su país, encarnado en la imagen de la iglesia rusa ortodoxa en eterna oposición con la luterana) o en el futuro: feliz mezcla explosiva de desencanto y una excelente parábola sobre el extrañamiento.

Elegía estonia y otros poemas (Valencia, Ed. Palmart, 2002) es el primer libro de poesía (su cuarto de los cinco aparecidos en Estonia) de Jüri Talvet (1945) en español, pero no es la primera incursión de este poeta, traductor e hispanista en el ámbito cultural de nuestro país, lo conocíamos como ya ensayista, colaborador ocasional en revistas especializadas, introductor –como quedó apuntado– de la obra de Jaan Kross en España y de la literatura española e hispanoamericana en su país.

Elegía estonia y otros poemas representa, en una cuidada edición bilingüe traducida por él mismo y por Albert Lázaro Tinaut (solitario quijote catalán de la literatura estonia en España), un punto de madurez literaria en la trayectoria poética de su autor, que debería merecer la atención de esa inmensa minoría de lectores de poesía que tienen ahora la posibilidad de conocer una de las voces más dignas de lo que «la otra Europa», esa que durante décadas quedó raptada y férreamente atrapada tras el Muro, está llevando a cabo tras el deshielo y la liberación de sus países.

Porque de libertad (de independencia, no sólo política) se habla mucho en este libro, así como de amor, de amistad y de dignidad, salpicado de poemas aplicados a entroncar las raíces comunes, míticas, literarias (una abundante intertextualidad cómplice nutre estas páginas) entre Estonia y Europa, Estonia y España. No sólo desde las meras y obvias vinculaciones geográficas o políticas; Talvet trasciende la geopolítica y ahonda en el territorio de la imaginación, del inconsciente colectivo, para arraigar los espacios de comunión entre las culturas a través del mito o la literatura: el Camino de Santiago, el homenaje al poeta asesinado en la guerra civil, la relectura de nuestros clásicos, o esa mirada que trasciende la historia y la épica literaria y es capaz de unir en un verso a Tristán con Michael Collins, el libertador irlandés.

Un libro «adánico», obsesionado por «nombrar» las cosas, por decir la palabra exacta que dé cuenta precisa (no sin una cierta timidez o reserva tamizada de culturalismo) de los anhelos, las pulsiones más íntimas y políticas de su autor: «Realmente la tarea consiste en multiplicar el cielo azul, / sereno sueño del alba / y arrancar el velo gris que le cubre los ojos».

Como los viejos ilustrados del siglo XVIII en Europa y del XIX en América, Jüri Talvet apuesta en sus versos, frente al absolutismo imperial de la violencia estulta, por la construcción común, merced a la palabra, de un espacio habitable en el que compartir dignidades, sueños, ilusiones… no sin una punta de irónico escepticismo sobre ese tan anhelado como frágil «poder civilizador de la cultura»: «Nosotros, los profundos, encerramos / en el silencio imperturbable del ataúd los pensamientos». Termino con estos significativos versos de El sueño de Europa (sección del poema Del Camino de Santiago): «Conviene recelar de los sectarios, esos orates bárbaros. / Más vale ser un bárbaro pagano, un hombre hasta los pies. / Más vale ser incluso un fanático romano, o un pobre Cristo. / El culpable de todo es el miedo de amar».

No quiero cerrar este breve recorrido sin hacer alusión a un hermoso y cuidado volumen que ha publicado la Universidad de Santiago de Compostela, Vello ceo nórdico. Poesía estonia contemporánea, una edición trilingüe (estonio, gallego, inglés) al cuidado de Arturo Casas y Jüri Talvet, que ofrece un sabroso y esmerado panorama de diez poetas contemporáneos, precedidos de un estudio del propio Talvet en el que se realiza un cumplido recorrido por los últimos cuarenta años de creación lírica en su país. Una valiosa e inédita muestra de un ramillete de escritores tan interesantes como, hasta ahora, prácticamente desconocidos: pliegos sueltos como Los papeles de Tarazona, que habían dado a conocer a Jaan Kaplinski, y un número especial de la revista de poesía de la Universidad de Granada era todo nuestro conocimiento previo a este magno volumen de la poesía en lengua estonia.

En fin, un modesto caudal de palabras, puentes, alas, tendidos entre dos de los países más distintos y distantes del continente, un poco de tocino en la ventana para esa inmensa minoría de pájaros que desean sobrevivir al invierno de la estulticia con su fe, minoritaria, intensa, reveladora, en ese tan frágil como imprescindible espíritu encarnado, gracias al talento de sus creadores, en las diversas lenguas de nuestro común espacio europeo.

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