Buscar

Biombo de memorias

El padre fantasma

BARRY GIFFORD

Destino, Barcelona, 1998

Trad. de Luis Murillo

265 págs.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

A veces se nos olvida que los fantasmas más entrañables que nos pueblan la soledad o incluso los espectros más siniestros que nos acompañan la melancolía, fueron en vida nuestros parientes más próximos o nuestros íntimos amigos. Barry Gifford ha escrito un biombo de memorias, una cartografía de sus recuerdos que se despliega sobre los párrafos como un pequeño mural entrañable y, a la vez, desconcertante. Su libro nos confirma que nuestros muertos caminan con nosotros, pero también refleja que desconocemos sus misterios.

El padre fantasma está escrito a la manera de un sh¯osetsu japonés, que el propio Gifford define como una autobiografía más o menos aderezada por la pátina del tiempo o la imaginación, pero no ficticia. Se trata de viñetas de su personal memoria que giran en torno a la imagen fotográfica, pero borrosa, de su padre: Rudy Winston, dueño de un clandestino garito de apuestas en el Chicago bronco, un matón cariñoso con su hijo, enamorado de su esposa, enamoradizo de cualquier corista, un gangster de efímera fama…, personaje novelesco.

Gifford –autor de las cinematográficas novelas Perdita Durango y Corazón salvaje– se une ahora a la larga y abundante tradición anglosajona de la autobiografía y la prosa de memorias; tradición que no ha sido del todo igualada entre autores hispanoamericanos. En El padre fantasma hay ecos y paralelos con los Goodfellas de Martin Scorsese y con La invención de la soledad de Paul Auster. Se trata de un común y cada vez más generalizado ánimo norteamericano por digerir el siglo XX, por entender el mundo gringo que creó la generación inmigrante de sus padres y abuelos y reconocer así la propia infancia de quienes ahora escriben, filman, viven o malviven el fin de siglo norteamericano: globalizado y tribal, demócrata pero imperial, millonario y paupérrimo a un mismo tiempo.

Al pintar la silueta-sombra de su fantasma, Gifford no sólo recupera los vagos retratos-relatos de su enigmático padre, sino que conduce al lector a un universo que va del Chicago de Capone a la Florida de la tercera edad, con la jerigonza del béisbol y el boliche como idiomas y los inocentes pasos de un niño que se las tuvo que arreglar en soledad para crecer. Gifford traza los perfiles de sus parientes judíos paternos y las antagónicas influencias de su católica familia materna; los cariños y cuidados fugaces de sus tíos y abuelos, a contrapelo de esa imbatible lealtad que uno mismo se fragua con los amigos del barrio. Pero más allá de ser un mero álbum de familia, el biombo de Gifford resume un paisaje de la vida norteamericana de medio siglo: país de drugstores, batidos de fresa y hamburguesas sobre comarcas de carreteras interminables, amasijo de nacionalidades y del sentimiento generalizado del éxito –o derrota– estrictamente individuales. Con prosa absorbente, y a través de una traducción que logra castellanizar los sentimientos más difíciles de identificar fuera del pensamiento inglés, recorremos en párrafos un paisaje de glorias nacionales consagrados por la magia de un batazo de béisbol, boxeadores arruinados por los golpes del alcohol, los cuatro matrimonios de una madre ingenua y las sucesivas desapariciones de un padre entregado a los bajos mundos.

La memoria de Gifford no sigue una insípida cronología racionalizada y lineal, sino un atrayente laberinto onírico de imágenes dispersas, anécdotas sueltas y cuentos que se entrelazan. Quizá en esto radica el hecho de que este libro llama la atención de cualquier lector y despierta nuestro particular enjambre de memorias que nos conforman. Por lo menos, nos recuerda que tenemos encerrados en los sueños, o en los espacios invisibles de nuestra cotidianidad, un grupo de fantasmas –o un íntimo y solitario espectro– que nos son cercanos porque nos fueron íntimos y un paisaje de pretéritos que conocemos por las historias de nuestros respectivos barrios o ciudades, países o lecturas, que nos son familiares porque convivimos con sus herencias o porque vivimos en sus ruinas. Historias que encierran misterios en tanto no lleguemos a resolverlos ni a descubrirlos, hasta volvernos –a través de la pluma o en el último suspiro de vida– nosotros mismos en fantasmas.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

3 '
0

Compartir

También de interés.

De «una democracia poco democrática» a una guerra civil

Stanley Payne es uno de los mejores conocedores de la España contemporánea. En sus…