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El ladrón de sí mismo

El ladrón de Talan

PIERRE REVERDY

Ediciones Ígitur, Tarragona, 1997

Prólogo de Philippe Soupault; Trad. de Rosa Lentini

168 págs.

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La figura de Pierre Reverdy (1889-1960) ha crecido con los años y hoy en día es un poeta fundamental para comprender la poesía europea de este siglo. Según Leiris, forma con Apollinaire y Max Jacob, una rara trinidad que combinó amistad, complicidad literaria, recelos y desencuentros. Con Jacob guarda más de un paralelismo y no fue una relación fácil. En 1917 fundó la revista Nord-Sud, que habría de ser el vehículo expresivo de una generación sobre la que se sustentaría buena parte del surrealismo y de los movimientos claves en la literatura y el arte. Durante muchos años, debido a su amistad con Braque, Gris y Picasso, se tuvo su poesía por una traslación lírica del cubismo, al haber en sus escritos una decidida voluntad por romper la racionalidad del discurso y abrir planos diferentes en un mismo poema. Reverdy siempre luchó contra esa adscripción simplista a una estética que no podía tener, en su opinión, el menor paralelo literario. Para él, la poesía no continuaba en nada ni venía de nada.

Pero la vida de Reverdy dará en 1926 un cambio radical, que lo sumirá en un relativo olvido y lo inmovilizará en un estado, como definió Cernuda, de «poeta puro por excelencia». Ese año, tras convertirse al catolicismo como Max Jacob, se retira a la abadía de Solesmes, donde permanecerá hasta su muerte. Después de haber sido uno de los pocos y más auténticos transformadores de la poesía como forma introspectiva de la lengua, se retira para ir labrando una obra extensa, fiel a sí misma y cada vez mejor conocida.

Así se demuestra con la publicación ahora, sin duda afortunada y con espléndido acierto, de El ladrón de Talan, un libro poético de 1917, es decir, de la época cenital en que Reverdy sienta, de modo prolífico, las bases de su poética. El autor, por un deseo transgresor, subtituló su libro como «novela en verso», cuando en realidad es lo más alejado de una novela al uso convencional. No hay historia argumental en ella, no hay anécdota sucesiva, el tiempo apenas es un presente sin bordes y todo está en ella sometido a la libertad caótica de una poesía intensa. Parece la carcasa de una narración a la contra, quizá por ello la llamó novela; es un libro lleno de huecos, de ausencias, de versos que hablan de lo que falta. Y lo que falta es el poeta, el dueño de la voz. Curioso que así sea, teniendo en cuenta que en el fondo este libro es un deforme, ambiguo e insólito retrato interior del propio Reverdy, y por extensión del espíritu del siglo. Pero no es casual, por tanto, que él mismo defina su poesía en estos términos: «La poesía está en lo que no está. En lo que nos falta. Está en nosotros precisamente por lo que no somos». En definitiva, y eso es lo que El ladrón de Talan viene a reflejar, la poesía es una espera nunca satisfecha, un vacío nunca colmado.

Este libro de ausencias contiene versos como estiletes, de enorme belleza y una hondura que traspasa hasta hacer intemporal su fuerza. Heredero de la oscuridad de Mallarmé y de la libertad de Laforgue, Reverdy se ampara en la huida para hacer la abstracción de su tiempo, de su mundo y de sus amigos: así este libro –que no es novela, que no es retrato, que no es más que vacío, y sin embargo lo es todo a la vez– tiene referencias al movimiento y la velocidad (trenes, estaciones, calles, mares, viajes), pero expresa inmovilidad y fatalismo. Ambos polos acabarán delimitando la obra de este extraño y extremado poeta cada vez más cercano, no descubierto aún como uno de los más grandes.

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Ficha técnica

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