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No se deje de cuentos, don Medardo

ANTES DEL FUTURO IMPERFECTO

Medardo Fraile

Páginas de Espuma, Madrid

192 pp. 16 €

EL CUENTO DE SIEMPRE ACABAR

Medardo Fraile

Pre-Textos, Valencia

610 pp. 28 €

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Bien entendido que el cuento es un género literario decididamente autónomo, e incapaz –por ejemplo– de aceptar comparaciones con la mecánica productora de novelas (ello sería tan absurdo como comparar a los actores de cine con los de teatro), hay que decir que Medardo Fraile es uno de los grandes cuentistas de la historia de la literatura española. Ésta fue muy rica en ese aspecto en los años cincuenta-sesenta del siglo pasado, que es cuando revistas no estrictamente literarias, como Blanco y Negro, ampliaban sus contenidos publicando cuentos. En esa época, Medardo Fraile (junto a Ignacio Aldecoa, García Pavón, Jorge Ferrer-Vidal y un consabido y largo etcétera) ocupaba un lugar de honor en el género, y solamente su alejamiento de España, con dirección a Escocia, donde ha venido residiendo (como catedrático de universidad en Glasgow) durante los últimos cuarenta años, obstaculizó su proyección hacia las nuevas generaciones lectoras. De entre los citados, Ignacio Aldecoa, por citar un solo ejemplo, sí es autor reconocido (y reconocible), mientras que a Medardo Fraile le falta aún el impulso-búmeran que lo devuelva a los orígenes, esos que rastrea incontenible en sus memorias (como cauce fluvial), El cuento de siempre acabar.

Se trata de un libro desbocado (en el material que maneja, en las confesiones «impúdicas» de que se nutre), por más que para evitar que el caballo acabe saltando el acantilado, al fondo del cual se halla un río amenazante, su jinete disponga de buenas bridas, no sólo conceptuales sino también estilísticas. Es justamente de lo que se trata cuando estamos ante una estrategia memorialista, más que confesional (aunque a veces las dos se mezclen, como cuando Fraile se ocupa de su enrevesada, y un punto erótica, relación con su madrastra, tía suya por lo demás). O de evocar su complicada «manera de querer» a Alfonso Sastre, conmilitón suyo en los orígenes teatrales de ambos (compartidos con Alfonso Paso y José Gordón, quienes también salen medianamente parados en la ceremonia del palo y la zanahoria que acaba resultando ser el voluminoso memorial, de amores y agravios, de Medardo Fraile).

El autor estructura su fluvial testimonio primero en torno a la infancia, madrileña y plenamente bélica (en el Madrid asediado, donde nació en 1925) que Fraile hubo de vivir. De ahí se deriva el conocimiento dolorido, pero también escéptico, hacia esos radicalismos políticos (tantas veces «de boquilla») que han venido dañando la convivencia nacional. Luego Fraile da en contarnos la posguerra (en Madrid y en Úbeda, origen esta última localidad de su familia materna), ni siquiera truculenta en la versión de Medardo Fraile, un elemento muy poco dado al victimismo, sino de los que se alzaron con el trabajo (o la búsqueda de él) contra los elementos hostiles. Y serán sus estudios de Filosofía y Letras, compaginados con ocupaciones a veces rayanas en la picaresca, los que vayan punteando los caminos del llamado «Arte Nuevo», una denominación que englobaba a esos aspirantes a dramaturgos ya citados, de los que los más conocidos son Alfonso Paso y Alfonso Sastre. El primero, tan olvidado actualmente como archirrepresentado en los años sesenta (puede parecer increíble hoy, pero en esa época podía haber media docena de funciones suyas en los escenarios madrileños, simultáneamente), fue, por lo visto, el padre de la denominación «Arte Nuevo». Este grupo no quería sino remover los cimientos de lo que entendían como dramaturgia caduca. Alfonso Paso circula por las páginas de este libro con andares prolijos, como de gato doméstico y grande, y al final tampoco sabemos si Fraile lo quiso más que lo envidió, o viceversa. Para Alfonso Sastre reserva las aristas de un conflicto jamás resuelto. Porque Medardo Fraile, o eso parece deducirse de su arrebatado (a veces) discurso, siempre necesitó desesperadamente de la aprobación sastreana, que acabó teniendo, aunque acompañada del olímpico desdén de quien terminara (en lo que no puede estar de acuerdo Medardo Fraile, enemigo de la radicalidad) ingresando en el discurso abertzale, algo que a Fraile no puede convenirle, aunque sí los elogios a su obra por parte del autor de La taberna fantástica.

Y queda José Gordón, un personaje como de Valle-Inclán, en los atisbos bohemios, activista de aquel «Arte Nuevo» que hizo «las Américas» en un viaje esperpéntico a ninguna parte del que se hacía eco no hace mucho José Sacristán, muestra de las «fatiguitas» sufridas por nuestros cómicos. Y al respecto resulta memorable la visión de Carmen Polo de Franco recibiendo en El Pardo a los componentes del «Arte Nuevo» con vistas a un inmediato estreno de sus obras en el Beatriz, y que acabaría siendo presidido por la llamada Carmencita (Franco). Describiendo esta escena, Fraile alcanza cotas bien altas, al desmitificar (humanizándola) toda aquella parafernalia. Porque ni doña Carmen (ni Carmencita) alcanzan el toque grostesco del chafarrinón que en manos más chapuceras (y vengativas) hubieran conseguido. Y es que Medardo Fraile, desengañémonos (si es que hubiera lugar al engaño), es todo un señor. De ahí que desconcierta bastante el juicio que le merece Luis Suñén, no más que un editor que «hace» no (como aquella muñeca de la canción de Michel Polnareff) al escritor. Ah, pero, ante ese rechazo, Fraile afila las uñas, en coherencia con las partes más amargas del libro que tienen que ver con el cierto preterimiento sufrido por un autor que ha visto cómo ante sus narices pasaban demasiados trenes (sin él dentro). Y resulta paradójico que el hoy demasiado olvidado cuentista, un olvido muy injusto, se vea revalorizado con unas memorias con muy poco cuento. He echado en falta, eso sí, una mayor presencia de los años escoceses de Medardo. En Glasgow, allí donde Cernuda fuera tan poco feliz como vemos en Las nubes. Medardo Fraile tal vez sí lo fue. Nos queda la duda.

Sin embargo, no puede caber ninguna ante la madurez narrativa de Fraile, al menos de la que trasluce Antes del futuro imperfecto, colección de los relatos breves de este autor posteriores a 2004, año de edición de sus Cuentos completos. Y es que en esta entrega, lejos de manierismos y autocomplacencias, lo que hace Medardo Fraile es –aparentemente– hurgar de nuevo en su biografía, con voracidad de investigador entregado. Extrayendo de ella aspectos incisivos, un punto satíricos, entre la épica y la lírica, para seguir haciendo prosa breve de un tiempo demasiado realista para no ser verdad, del que se esconde entre el amor y el desamor, el futuro con pocos visos de perfección o los pupitres de la portada del libro, con todo su material tan agradecido por explosivamente literario. Y entonces aparecen esos increíbles profesores de la España «diferente», capaces de reivindicar el 98 a golpe de «cuba libre». Degustado en la propia clase. Valga este ejemplo por hilarante. Lo que pasa es que Medardo Fraile, y parece que hay cuerda para otro, es mucho más que una carcajada entre los consabidos vuelcos del cocido. Ya se confiese en sentido real o en el figurado.

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Ficha técnica

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