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Una vida de libros

Diario de lecturas

ALBERTO MANGUEL

Trad. de José Luis López Muñoz Alianza, Madrid

232 págs. 6,80

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No cabe duda de que la vida de un lector puede ser novelesca: lector es Alonso Quijano y lectora es la Marquesa de Merteuil, de Las amistades peligrosas, y lectora es Madame Bovary y lectores han sido, incluso, varios detectives: Sherlock Holmes, el detective preposmoderno Pepe Carvalho y el comisario Montalbano, paladín de la ética. A Alberto Manguel le gustaría crear una biblioteca en la que se reunieran todos los libros reales leídos por personajes imaginarios. Y, también, una biblioteca de libros nunca escritos, como Sobre la diferenciación entre las cenizas de distintos tabacos , publicado en la ficción por Sherlock Holmes. Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) se maneja a la perfección en las intersecciones entre lo real y lo inventado: realizó, en colaboración con Gianni Guadalupi, una monumental Guía de lugaresimaginarios (Alianza), en la que daba cuenta de todas las geografías soñadas que los escritores han ido superponiendo a la geografía.

Es innegable, en la vocación lectora de Alberto Manguel, el impulso de Jorge Luis Borges, una de cuyas frases abre este Diario de lecturas y a quien ha dedicado un ensayo, ConBorges (Norma, Colombia). Y también el rigor formal del OULIPO, en especial el mundo exacto, y por eso fantástico, de Georges Perec: en la anotación del Diario de lecturas de un miércoles de junio del año 2002 lista Alberto Manguel unas «Cosas de las que me acuerdo» («El sifón y la botella de vino sobre la mesa del comedor. El olor del caldo de pollo antes del almuerzo…»), calco y homenaje al Jeme souviens. Pero Alberto Manguel ha ido un paso más allá y se ha propuesto intentar abordar una nueva manera literaria: a Borges le pesó siempre demasiado su temprano oficio de reseñador y a Perec nunca le importó pertenecer o no a una tradición. Las investigaciones filológicas (e históricas, y culturales) de Manguel se mezclan con los acontecimientos de su vida: renuncia al aparato crítico, que no a la erudición, tanto menuda como enciclopédica, elude la teoría ordenada y urde un nuevo paradigma que sólo él puede seguir elaborando, pues sus recuerdos o sus manías o sus viajes son tan importantes como los libros que estudia. En En el bosque del espejo (Alianza), una recopilación anterior de textos críticos, aparecía un Alberto Manguel más apegado al corsé académico (notas a pie de página y una conocida retórica), y en Diario de lecturas se muestra ya completamente desinhibido, resuelto a poner los cimientos de un género, o casi. Un género que surge de una constatación: Alberto Manguel se ha dado cuenta de que piensa «en fragmentos», y también «en citas».

De las Memorias de ultra tumba del conservador Chateaubriand, de sus referencias a Napoleón, Alberto Manguel extrae una lectura muy crítica y muy temprana del totalitarismo y también de la violencia: «El asesinato nunca será a mis ojos objeto de admiración ni argumento de libertad, no conozco nada más servil, más despreciable, más cobarde, más insensible que un terrorista». De El signo de loscuatro…, una peripecia de Sherlock Holmes de Conan Doyle, obtiene el retrato de un Reino Unido secularmente antisemita y también un pequeño tratado sobre la novela policíaca, y además una reflexión sobre lo que se podía decir o no se podía decir sobre la amistad entre dos hombres: no hay que olvidar que Alberto Manguel ha contribuido a urdir una identidad de la «literatura gay» con su In Another Part of the Forest: An Anthology of Gay Short Fiction (Crown).

De Don Quijote de la Mancha destaca la necesidad de creencia en lo extraordinario que muestra Alonso Quijano al no quererse quitar la venda en el viaje de Clavileño. De El libro de la almohada de Sei Shonagon toma los elementos que mejor se ajustan a la tradición que Alberto Manguel está construyendo; entre ellos, y no el menos interesante, el de la elaboración de listas: «temas poéticos» o «cosas que dan la sensación de sucio». En Las afinidadeselectivas de Goethe encuentra una línea de sentimentalidad que llega hasta Joseph Roth. A La invención deMorel, pero sobre todo a Bioy Casares, le reprocha la inclusión de sueños, inclusión que Alberto Manguel es incapaz de tomarse en serio en sus propias notas: así, el lector sabrá que en Buenos Aires sueña «en español con personas que nunca hablan y que no me oyen», o que una noche sueña con una biblioteca en la que al entrar la habitación estaba llena de gente, «escritores en su mayoría, a los que he conocido y que han muerto ya».

Pero al mismo tiempo que interpreta El desierto de los tártaros de Dino Buzatti o Las memorias póstumas de Blas Cubas de Machado de Assis, un compañero intelectual de Voltaire, Alberto Manguel va hilvanando a saltos su propia biografía e indagando en su identidad: su nacimiento argentino, pero también su ciudadanía canadiense; su lengua natal castellana, pero también su lengua de escritura inglesa; su deseo de libertad, pero también los conflictos; su condición de ciudadano cosmopolita, pero también la de exiliado: «para el exiliado, en el hogar perdido se ha detenido el tiempo. Para él, toda costumbre, toda frase común, todo ritual se conserva para siempre».

Las lecturas de Alberto Manguel se presentan como cerezas y cada una de ellas lleva enredada otra. Realmente, Alberto Manguel está hablando todo el tiempo de la felicidad, que es posible, quizá.

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Ficha técnica

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