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Ensoñaciones

Desde la isla

EDUARDO CALVO

Brand, Madrid, 160 págs.

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Tras dieciséis años de silencio, Eduardo Calvo regresa a la palestra literaria con una atípica novela que suscita un enjuiciamiento crítico de vertientes encontradas. De un lado, Desde la isla cabe ser elogiada en tanto que arriesgada apuesta, al margen, por completo, de las tendencias narrativas en boga. Cualquier veleidad costumbrista es desterrada en virtud de una pretensión lírica que unifica la práctica totalidad de la obra. El narrador –juez y parte en el devenir de los hechos– cuenta, ante todo, con el deseo de explicar las razones del comportamiento de aquellos que le rodean, sin que, en ningún caso, se interese por detalles accesorios. Hay, por tanto, una indagación subjetiva que anula, en buena parte, concesiones a la anécdota trivial. Y es, precisamente, esa búsqueda por debajo de la corteza la que incita al narrador –limitado y, a la vez, totalizador– a corregir, de manera constante, sus percepciones y, con ello, a matizar su acercamiento a la realidad. Así pues, la mayor virtud de Desde laisla se encuentra en el deseo, más propio de la lírica que de la narrativa al uso, de encontrar explicación a la conducta de los hombres.

De otro lado, sin embargo, la novela acaba por ser obvia en los rudimentos que la sustentan y decepcionante en su final. Eduardo Calvo se sirve de una simbología excesivamente manida; esto es, una isla que constituye una transposición mimética, sin filtro creativo aparente, de los males de la sociedad común. Dicho de otro modo: poco aporta el hecho de que el ámbito geográfico en que se desarrolla la acción sea una isla, más o menos imaginada, ya que, al fin y al cabo, el espacio no condiciona la actuación de los personajes. Allí se reproducen, como si de una copia idéntica se tratara, los vicios endémicos de nuestra sociedad: discriminación racial, luchas de poder, servilismo religioso… En definitiva, el planteamiento resulta falso, pues no se cuenta Desde la isla sino, más bien, con la isla como pretexto. El espacio, por tanto, no es condición necesaria para la reflexión en que se basa la novela. Más bien, a mi entender, habría que hablar de recurso fácil encaminado a otorgar al lector un asidero referencial al que poder aferrarse para seguir, sin aparente dificultad, la indagación psicológica propuesta.

No obstante el carácter previsible de ciertos personajes y su distribución maniquea, Desde la isla cautiva, ante todo, por el intento de encontrar, sirviéndose de una excusa argumental no del todo resuelta, un hilo común a la esencia del hombre. Desde presupuestos claramente existencialistas –diría más, sartrianos––, la respuesta no es otra que la imposición sobre el otro. Sea en un paraje ensoñado, sea en el más anodino rincón de una ciudad cualquiera, el hombre busca, por encima de cualquier otra cosa, la dependencia del resto respecto de su persona. No en vano, la última novela de Eduardo Calvo se nutre del muestrario pormenorizado de las artimañas que unos y otros emplean para alcanzar ese supuesto objetivo final. Ahora bien, pasando por alto las concesiones al lector antes apuntadas, no podemos por menos de censurar un final a todas luces decepcionante. Si dos terceras partes de la obra habían prescindido, casi por completo, de acción superflua, cabe preguntarse por qué el autor decide, sin razón aparente, aniquilar la coherencia del texto y adentrarse en una especie de aventura trivial que interna a los personajes en un marco que los desacredita. Las preguntas apuntadas durante la primera parte de la novela no necesitan de una contestación explícita y forzada como culminación; las respuestas a dichas cuestiones se encuentran, claro está, entre líneas, en las dudas y los conflictos internos de los propios personajes.

En fin, una novela destacable en el planteamiento, no tanto en su resolución, pues «son innumerables las sombras que salpican una pared blanca» (pág. 160). Esperemos mejor fruto de un campo bien abonado.

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