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¿De quién es el paraíso?

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Serafín Fanjul, en el número 96 de Revista de libros (diciembre de 2004), responde a mi reseña de su libro aparecida anteriormente en la misma revista (núm. 94, octubre de 2004). Junto con algunas puntualizaciones (luego volveré sobre ellas), la queja fundamental que expone Fanjul podría resumirse de la siguiente forma:

— Hay «tantos arabistas» (yo sería uno de ellos) que no le perdonan que critique en voz alta «el abuso que se está haciendo en nuestros días de la idealización beata y boba de al-Andalus», abuso ante el que esos arabistas permanecen en silencio.

— Fanjul afirma no haberse arrogado el mérito de haber descubierto el abuso de al-Andalus, pero sí de haber aportado su granito o su montaña de arena (dudo sobre cómo calificaría el propio Fanjul su aportación a esta cuestión).

— En mi reseña no me he ocupado más que de cuestiones marginales y lo que yo debería haber hecho es entrar «a fondo a discutir si en América hubo o no moriscos, si éstos eran españoles y si los árabes han perdido, o no, la chaveta en sus ensoñaciones sobre al-Andalus». No lo he hecho porque habría llevado las de perder, incapaz de rebatir las dos tesis principales de Fanjul: «ni al-Andalus fue un paraíso, ni las reminiscencias hispanomusulmanas dan para mucho más que organizar simposios a la sombra de la Junta de Andalucía». Y Fanjul será siempre atacado por esos arabistas (demasiados) a «quienes no gusta que se les recuerde, porque el chiringuito se tambalea».

El primer libro publicado por Fanjul (Al-Andalus contra España), del que el reseñado por mí sería un complemento útil en palabras del propio autor, contenía partes ya publicadas anteriormente en diferentes lugares, entre ellos, revistas especializadas en el mundo árabe y musulmán, como Anaquel de Estudios Árabes y Awraq (yo formo parte del consejo de redacción de esta última). No parece, pues, que el mundo del arabismo académico español viese amenaza alguna en la pluma de Fanjul, ni que intentase silenciar su voz.

En la empresa emprendida por Fanjul (y que en el segundo libro adquiere tonos de empresa de salvación de una España en peligro), los gigantes no son tales. Y eso lo sabemos los arabistas, pero el lector no especialista que lea a Fanjul puede sacar la impresión de que los que nos dedicamos a la enseñanza y a la investigación en estudios árabes e islámicos en España promovemos con nuestra labor la idealización de al-Andalus y estamos instalados en un «chiringuito» tan provechoso y corruptor que nos lleva a atacar a quien, valientemente, nos denuncia.

Si el lector no especialista se siente con ánimos, la lectura de las bibliografías existentesSe pueden consultar los boletines bibliográficos publicados por la Biblioteca Félix María Pareja. sobre la producción del arabismo español o la consulta de cualquiera de las revistas especializadas que se publican en España desmentirá con rapidez esta caracterización y mostrará claramente que ese arabismo no vive de proclamar que al-Andalus fuese un paraíso y que esa supuesta proclamación no constituye su razón de ser. Pero es que, además, las cuestiones mencionadas expresamente por Fanjul son campo trillado desde hace tiempo.

En un volumen publicado en el año 1997, Al-Andalus allende el Atlántico, coordinado por Mercedes García-Arenal (Ediciones Unesco / El Legado Andalusí-Junta de AndalucíaEl Legado Andalusí ha publicado, conjuntamente con otras editoriales e instituciones, una obra a cargo del propio Serafín Fanjul: Juan León Africano, Descripción General del África, 1995.), al tratarse la cuestión de si en América hubo o no moriscos, ésta se resolvía en sentido negativo, tanto en la introducción de García-Arenal (págs. 24-25) como en la contribución de María Jesús Viguera.

La cuestión de si los moriscos eran o no españoles está enraizada en los procesos de construcción de la identidad nacional española y, por tanto, no puede estudiarse aisladamente de esos procesos sin desvirtuarla a sabiendas (véase al respecto la documentada obra de Miguel Ángel de Bunes Ibarra, Los moriscos en el pensamiento histórico: historiografía de un grupo marginado, Madrid, Cátedra, 1983).

Si los árabes han perdido la chaveta en sus ensoñaciones sobre al-Andalus, es una cuestión de cierto interés, tanto como el que pueden tener si España fue alguna vez la reserva espiritual de Occidente o si en el Oeste americano los buenos montados en caballos blancos lograban derrotar siempre al malo montado en un caballo negro. Otra cosa son los usos políticos que se hacen de ese tipo de ensoñaciones.

A Fanjul hay que agradecerle haber aportado su granito de arena al debate sobre esas cuestiones. Lo que le he criticado yo, y le han criticado otros, es que para Fanjul «al-Andalus» no es más que un pretexto para hablar de lo que realmente le interesa: la identidad española y la naturaleza «esencial» del islam. Nada malo en ello, pues son cuestiones de mucha actualidad y de ahí posiblemente el éxito de ventas de los libros de Fanjul. Pero precisamente por no hablar de forma directa y a las claras de esas cuestiones es por lo que al-Andalus se transforma, necesariamente, en un paraíso para Fanjul.

Paso ahora, brevemente, a las puntualizaciones. Las referencias que Fanjul (por fin) da de la obra de Pierre Guichard, donde éste confundiría «matriarcal y matrilineal», lo que muestran precisamente es la distinción que el investigador francés hace de dichos conceptos (Al-Andalus, págs. 106 y 121, nota 51). Siento tanto o mayor aprecio que Fanjul por la obra de Nieves Paradela: lo que yo critico es la interpretación sesgada y abusiva que hace de una cita suya. No me produce ninguna inquietud que Fanjul manifieste respeto por la obra de Sánchez Albornoz y que no haga lo mismo con Américo Castro: lo que he puesto en duda es que su distinta valoración de la obra de ambos esté argumentada. Me alegra saber que Fanjul tiene una «moral de cristianos viejos», que le lleva a calarse el guante blanco. Lo que no me gusta tanto es que alardee de no querer exponer a la luz pública todo lo que podría, como «una obra colectiva en la que participó la misma Fierro». Hay una cierta tendencia en Fanjul a insinuar que los demás no son trigo limpio (y posiblemente tampoco cristianos viejos) que resulta inquietante y que recuerda viejos tiempos.

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