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El pájaro que canta el bien y el mal

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Érase una vez un capitán llamado Marcelo Espinosa, que en el año 1598 acompañó a Juan de Oñate en la conquista de Nuevo México, donde se estableció, fundando una familia que a través de los años se dedicaría al comercio y a la actividad agrícola y ganadera. En 1880 nació en El Carnero, Colorado, uno de los descendientes de aquel capitán,Aurelio Macedonio Espinosa, a quien desde niño le fascinaban las historias que escuchaba contar a los pastores. Con los años,Aurelio Macedonio Espinosa se convirtió en profesor de lengua, pero también en estudioso e investigador del folclore de su tierra natal, colaborando con las revistas norteamericanas que a principios del siglo XX estudiaban las diferentes raíces de aquella cultura. La generosa ayuda de una mecenas, Elsie Clews Parsons, permitió al folclorista viajar a España en 1920 para intentar encontrar conexiones entre el folclore novomexicano y el del país de donde habían salido los antiguos conquistadores hispanos. Los consejos de Ramón Menéndez Pidal y la ayuda de la Junta de Ampliación de Estudios facilitaron al profesor norteamericano una expedición en busca de relatos tradicionales que le permitió recopilar más de trescientos textos. Entre los años 1923 y 1926, doscientos ochenta fueron publicados en tres tomos por la Universidad de Stanford con el título Cuentos populares españoles. La recopilación de la literatura popular nacional, que en Europa había llamado la atención de los estudiosos desde el Romanticismo, era prácticamente inédita en España, y tampoco el trabajo de Aurelio Macedonio Espinosa despertó interesados en emularlo. El profesor, pendientes algunos aspectos de su trabajo, tenía el propósito de regresar a España, pero diversas causas se lo fueron impidiendo. Mientras tanto, su hijo Aurelio, nacido en 1907, había estudiado lenguas romances en Stanford y en 1929 se trasladó a España para doctorarse. La estancia del joven Aurelio en España duraría hasta 1936. Leyó su tesis sobre temas dialectales en 1932 y se incorporó al equipo de elaboración del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica. En 1935, Aurelio Macedonio Espinosa comprendió que no iba a poder regresar a España para completar su trabajo de recopilación de cuentos populares y decidió proponer a su antigua mecenas que encomendase al joven Aurelio la tarea de recopilar cuentos en la región castellana, lo que el joven Espinosa empezó a hacer en una época tan crítica como la primavera de 1936. Comenzó su trabajo en abril y recorrió diversas localidades segovianas; luego viajó por algunos pueblos de Valladolid y acabó llegando el 14 de mayo a Saldaña (Palencia) donde un maestro le habla de un cuento popular muy interesante contado por la madre de uno de sus alumnos y que éste ha puesto por escrito. Se organiza en el casino del pueblo una reunión de contadores de historias tradicionales y concurre la madre del alumno,Azcaria Prieto de Castro, que en las sesiones de los días 19, 20 y 21 de mayo cuenta veinticuatro cuentos y resulta «la mejor narradora de las que encontré en mis excursiones», según Espinosa hijo. En un viaje a Madrid guarda las copias de los cuatrocientos cuentos recopilados en un despacho del Centro de Estudios Históricos y reemprende su campaña de recogida de cuentos. Se encuentra en Peñaranda de Duero el 18 de julio, cuando la radio da la noticia del levantamiento militar, y regresa a Estados Unidos sin poder llevarse las transcripciones de los cuentos. Mientras tanto, el Centro de Estudios Históricos se ha convertido en hospital, pero las gestiones de la mecenas Elsie Clews Parsons a través de la embajada norteamericana consiguen que, en 1937, se recupere la mayor parte de la documentación. Aunque en los años 1946 y 1947 aparecen en España, publicados por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas los cuentos recogidos por Aurelio M. Espinosa (Cuentos populares españoles), la publicación de los de su hijo sufrirá un larguísimo retraso, y sólo verán la luz, de la mano de la misma institución, en los años 1987 y 1988, con el título Cuentos populares de Castilla y León.

 El cuento sólo acaba de empezar: mientras tanto, en 1963, había nacido en Salamanca José Manuel de Prada Samper. Aficionado a los cuentos desde su infancia, formado en filología inglesa, traductor, su interés por el mundo de los relatos populares había quedado demostrado en varias publicaciones sobre el folclore escocés e irlandés pero, sobre todo, en una memorable traducción y recopilación de cuentos de Specimens of Bushman Folklore, de Wilhem Bleek y Lucy Lloyd, que publicó con el título La niña que creó las estrellas. Relatos orales de los bosquimanos /xam (Lengua de Trapo, 2001). Al leer la recopilación de los cuentos de Castilla y León realizada por Aurelio Espinosa hijo, De Prada Samper había encontrado cuentos que le recordaban las formas de otros conocidos desde la niñez, aunque la vestidura formal fuese diferente. La colección de Aurelio Espinosa hijo señalaba en cada caso el nombre y origen del respectivo narrador, y fue así como De Prada Samper tuvo la primera noticia de la existencia de aquella Azcaria Prieto de Castro que unos días lejanísimos de mayo de 1936 le había contado los cuentos al folclorista norteamericano.

Con los años, y sigue el cuento, la profundización de José Manuel de Prada Samper en el mundo de las narraciones orales y de la cultura tradicional hace que se proponga investigar la personalidad de aquella mujer y elabora lo que él llama PAZ (proyecto Azcaria) para localizar la memoria de la narradora, desde la convicción de que el relato oral no sólo ha sido un elemento de cohesión social sino de coherencia personal y familiar. De ese proyecto nace este libro, que va mucho más allá de algo ya en sí tan importante como ser una novedad en la tradición antropológica española. De Prada no puede hablar con la narradora, que ha muerto en 1970, treinta años antes, pero rastrea sus huellas en el pueblo natal, en los lugares donde vivió, busca su recuerdo a través de los testimonios de las personas que la conocieron, y va reconstruyendo meticulosamente su figura y su espacio vital, como complemento de los cuentos que narró en aquellos azarosos días de mayo de 1936.

Todas estas aventuras se reflejan en el libro, dividido en tres partes desarrolladas a través de pequeños capítulos. La primera parte, «Continuidades», comienza evocando al personaje («Azcaria,párvula») en una breve alusión a través de su partida de bautismo en Morgovejo (León): también parece propio de un cuento que recibiese el nombre de una hermana muerta muy niña antes de nacer ella. Luego narra esas «continuidades» que marcan la historia casi legendaria de la estirpe de los Espinosa, el inicio de su relación con las tradiciones orales españolas y las circunstancias del trabajo de campo que, en la persona de Espinosa hijo, son abruptamente interrumpidas por la guerra civil, tal como se ha expuesto más arriba, y por último hace la «Historia de una búsqueda», con sus avatares como investigador en el proceso de realización del proyecto, sin ocultar ciertas declaraciones personales sobre su relación con el cuento y la importancia que ello ha tenido en su propia vida:tal implicación carga su voz de certeza y de especial autoridad.

La segunda parte, «La mujer que contaba nidos de golondrina», reconstruye, en muchos casos mediante la transcripción directa de los testimonios de diversas gentes –Asunción y Aurelio, hijos de Azcaria, y medio centenar de personas más–, el mundo de la narradora, lo que era el pueblo de Morgovejo en el último cuarto del siglo XIX,cómo se educaba a los niños –De Prada Samper habla de las preceptorías de la montaña oriental de León, señalando que en el entorno de Riaño no había analfabetos– y los sistemas de transmisión oral de la tradición a través de las hilas, reuniones invernales de vecinos (lo que en otras comarcas de León se conoció con denominaciones diferentes, como filandones, hilandorios, veladas…). Reconstruye los antecedentes familiares de Azcaria, los oficios pastoriles de sus antepasados, recuerda esas familias de enorme prole que se veían diezmadas por la mortalidad infantil e imagina las fuentes de que se nutrió la imaginación de la narradora, desde niña más aficionada a escuchar y a leer que a hilar, pese a sus modestos orígenes. Luego relata su marcha de Morgovejo a Saldaña (Palencia) para trabajar desde muy joven en el servicio doméstico, su matrimonio y su instalación en un barrio artesano y obrero, convirtiéndose el marido en carretero y ella en jornalera y buscadora de setas –cuyas cualidades identificaba mediante un libro que le prestó un boticario– y cangrejos, para ayudar al mantenimiento de la familia, que va aumentando con cuatro hijos, de los que muere uno. La vida cotidiana de Azcaria es rastreada a través de muchos detalles que componen también una crónica de la vida colectiva. Pero la familia comienza a dispersarse, porque las hijas se van a Madrid a servir a casa de unos marqueses. La visita de Aurelio Espinosa hijo a Saldaña en su recogida de cuentos populares le permitirá encontrar a Azcaria aquellos días de mayo, antes de la Guerra Civil, que De Prada Samper reconstruye también desde las perspectivas de muchos personajes implicados, las hijas, que se han casado en Madrid, una de ellas con un socialista que morirá en un sospechoso accidente, el maestro, el cura, con historias de represión y fusilamientos, actos reprobables y generosos. Un nuevo apartado tratará de la dificilísima posguerra, de las vicisitudes del matrimonio y de sus hijos para ir sobreviviendo, nuevos oficios y empleos, desplazamientos, matrimonios. Entre los años 1950 y 1970, Azcaria, ya viuda, empezará a alternar las estancias en Saldaña con otras en Madrid, donde acabarán instalándose sus hijos. Tendrá nietos, que incorporan sus testimonios de los años finales de la narradora.

La última parte del libro («Pues voy a contar un cuento») reúne los veinticuatro cuentos de Azcaria incluidos en la recopilación de Espinosa hijo y otros cinco que Asunción, hija de Azcaria, le contó al investigador a lo largo de sus conversaciones. El libro se completa con una serie de apéndices que incluyen no sólo el árbol genealógico de la contadora, sino también las referencias bibliográficas y documentales de todos los testimonios, un glosario de vocablos comarcales, una bibliografía y la clasificación de los cuentos incluidos según las tipificaciones de Julio Camarena y Maxime Chevalier, para algunos de ellos, y de Aarne/Thompson, para otros: de animales, maravillosos, religiosos, novelescos, etc. Hay que añadir que el libro viene ilustrado con más de treinta fotografías de Azcaria Prieto de Castro, sus lugares y sus gentes.

En uno de los viajes del libro, el autor visita el yacimiento romano de La Olmeda de la Valdavia para conocer el mosaico que reproduce una de las escenas de la historia de Odiseo, y confiesa que el encuentro con la imagen del mito le hizo reflexionar en la fuerza y supervivencia de los relatos, en su naturaleza indestructible y en su poder. El libro es buena muestra de ello, pues, como antes dije, va mucho más allá del simple documento etnográfico, se convierte en un relato de relatos no sólo sobre la fuente de unos cuentos orales inolvidables, sino también sobre unas gentes humildes, muy significativas de lo que fue la vida española en determinados estratos populares campesinos o microindustriales a lo largo de finales del siglo XIX y casi todo el siglo XX : las condiciones de pobreza, los modestos oficios y diversiones, sus emigraciones y vicisitudes familiares, su relación con la religión y con la cultura, los roles sociales y de qué manera se transmitía mediante la oralidad el patrimonio de imaginación que era su única riqueza.

Sólo ese aspecto de tomar en consideración la vida popular desde un prisma de cálida cercanía humana, mucho más allá de la mera estadística, la política o la sociología,es ya digno de atención por lo que tiene de novedoso entre nosotros, y no digamos si esa visión lleva como trasfondo el mundo de la narrativa oral, tan olvidado en España por la actitud de las pretendidas elites intelectuales. Pero además resulta que el enfoque no está afrontado como una mera sucesión de transcripciones de encuentros o acarreo de datos y reseñas, sino con la fuerza y la densidad de una obra de imaginación.Todos los elementos que se nos presentan en este libro pertenecen a la pura realidad, son fruto de una ardua investigación en diferentes lugares de España que ha implicado a muchas personas y, sin embargo, todo se nos ofrece contado con la destreza literaria que debe corresponder a las buenas ficciones. Como bien se sabe, la vida no necesita ser verosímil, produce con naturalidad sucesos y coincidencias que en la ficción se considerarían fruto del disparate autorial. Por eso, para conseguir certidumbre, cuando la vida se cuenta hay que saber hacerla palpitar, moverla, convocando personajes y creando mudanzas dramáticas. Este libro es un documento científico lleno de movimiento, de seres vivos, donde se recrean las actitudes de las gentes y las atmósferas de las épocas y situaciones, a través de una estructura compleja, que se basa en continuos retrocesos en el tiempo para acarrear lo que va constituyendo el discurso del presente del narrador, y para dar consistencia y credibilidad tan documental como estética a todo el entramado personal y social de Azcaria. Un libro excepcional, que vendría a demostrar, una vez más, que no fuimos los seres humanos quienes inventamos el cuento, sino que fue el cuento lo que nos inventó a nosotros.

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